martes, 23 de diciembre de 2008

Navidades en el pasado campesino. Iván Contreras Rodríguez


El árbol de Pascua era escogido por don Manuel, mi padre, en el bosque de pinos insignis. Después de recorrer buscando entre los muchos que tenían la forma esperada, unos más grandes que otros, ahí estaba el nuestro y con dos o tres golpes de hacha caía lentamente al suelo. Ya en casa, el pino de fuerte aroma y agresivas agujas era puesto en una armazón de madera dentro de una barrica llena de trigo.

Luego venía la ornamentación de doña Elena y nuestra ayuda, con viejitos pascueros y monedas de chocolate recubiertos de papel plateado, y algunas pompas de vidrio salvadas de la Pascua anterior. El algodón sobre las ramas representaba la nieve tradicional y finalmente mi madre ponía las velitas en unas especies de sujeta-papeles con formas de manitos que se agarraban en los ganchos.

Esa noche, entre penumbras, nos congregábamos junto al árbol y se prendían las velas que con sus luces perfeccionaban la forma cónica. Como el espíritu de la navidad estaba en el canto de los niños, nosotros entonábamos todos los villancicos aprendidos ese año en la escuela.

Cuando las candelas estaban pequeñitas llegaba el momento de acostarse, ilusionados en lo que nos traería el viejito pascuero y que encontraríamos al otro día en nuestros zapatos puestos en la ventana: seguramente juguetes de lata o de carey, caballos de madera, pelotas de aserrín y su elástico, tambores y sus baquetas, unos largos pitos de lata pintada. Y entre ellos una muñeca con su cara de loza imperturbable, para la única hermana.

En esas fechas, en que se daba una atmósfera navideña, diría yo, la cocina tenía su papel en la dulcería en que lo más celebrado eran el pan de pasas y nueces, y las galletas de miel, a las que se le daban formas de animalitos, que se guardaban en tarros pastilleros y que duraban meses, comidas de a poco dejándolas remojar lentamente en la boca. No se le agregaban muchas especias, talvez cascaritas de limón y algún clavo de olor.

Iván Contreras R.

sábado, 29 de noviembre de 2008

Bellezas olímpicas



La celebración de las recientes olimpíadas en China fue una oportunidad para ver a los deportistas más destacados del mundo y también para apreciar la evolución que puede experimentar la raza humana en un corto período, desde el evento anterior. A todos ha llamado poderosamente la atención la belleza cierta de las deportistas participantes, a quienes el ejercicio físico a que debieron someterse en cada una de sus especialidades ha perfeccionado sus formas. Luego a la hora de competir se presentaban magníficamente maquilladas y peinadas exaltando de esa manera su natural belleza. Se agregaban los trajes imaginados a todo lujo por especialistas en el diseño de cada uno de los países, en el orden que dictan las modas de cada deporte.

Desde el punto de vista físico ha habido un perfeccionamiento dentro de los parámetros femeninos, probablemente por la proscripción de sustancias que buscaban la musculatura y la pérdida de grasas como sucede con los hombres, que sí se fortalecen desarrollando sus capacidades musculares; comprendiendo finalmente que se acentúan las características diferentes, las de la mujer y las del hombre.

Deteniéndonos en las deportistas, además de lo que veíamos en la televisión, los periodistas hacían ranking paralelos de la belleza, cual de ellas era más notable y desde luego cada uno de nosotros tendremos nuestras preferencias y en algunos casos llegaremos a un consenso. No cabe dudas que el ambiente escenográfico en que las vimos, lo intachable de la iluminación y el color resaltaba las potencialidades que nos hacían pensar en lo bonita que es la vida. Cuerpos que evolucionaron hacia la perfección, rostros que estaban en el máximo esplendor de la juventud. Cuando creíamos que las más bellas era las nadadoras desplazando a nuestras ya conocidas tenistas, aparecieron las gimnastas y las jugadoras de voleibol. Eileen y Alicia me reclaman que los varones nadadores y los atletas de hoy tienen sobradamente los atributos de la belleza masculina, cosa que ellas pueden ver y que yo nunca se aquilatar.

Reiterando algunos de los conceptos anteriores, Lyda me cuenta que las australianas en el básquetbol el diseño de su traje las hizo verse mejores que su contendientes del momento, las norteamericanas. Iván, mi nieto, me agrega que ahora las facciones de las deportistas, como las de Yelena Isinbayeva, la campeona del salto con garrocha, podrían transformarse en “rostros” de las campañas publicitarias de una gran empresa de la moda.

Iván Contreras R.

martes, 11 de noviembre de 2008

Nadie conocía el mar - Iván Contreras Rodríguez


Solo asomaba el mar por esos campos de Huitranlebu cuando llegaba aquel trashumante con su animal cargado con dos inmensos atados de cochayuyo. Siempre a pie, tirando de su caballejo, que no tenía que ser tan fuerte porque la carga era livianita y al paso de cada casa o cada ruca quedaba más ligera. Iba caminando por delante para encontrarse con su clientela, a ras de tierra y hacer su negocio o su trueque a gusto de todos. De los varios paquetes ya en casa, mi madre los utilizaba de mil maneras: como ensalada con cebollitas y cilantro; con los porotos; como una especie de charquicán; como un pinito y papas cocidas; tal como budín y en fin era un buen argumento para variar el menú campesino tendiente a ser rutinario. Aun más, de un manojo se sacaba un trocito para que el nene que ya estaba echando dientes mordiera con fruición y nosotros podíamos tostarlo sobre la plancha de la cocina y hasta guardar alguno para tirar de a poco y escuchar su cueteo en la luminaria de la Cruz de mayo.

Cada vez que llegaba el mes del mar, la profesora nos hablaba del sacrificio de Arturo Prat en el combate naval de Iquique. Ese día, el 21 de mayo, sabíamos de la Esmeralda y del Huáscar y su encuentro en las aguas frente a la ciudad del salitre, pero después ya no se tocaba el tema hasta el otro año. Mientras tanto cantábamos a menudo la canción de Yungay, sin tener muy claro a que hecho histórico correspondían los hechos allí relatados. Entonces se nos confundían, en nuestros cortos años, las guerras, los héroes y los himnos.

En general se hablaba poco del mar, porque allí la Cordillera de Nahuelbuta era tan alta y maciza que nada hacía presagiar hallarse al otro lado, que estaba además todo el ancho de la provincia de Arauco. Ni siquiera sabíamos que desde Huitranlebu llegaríamos al mar si enfilábamos hacia Lebu o hacia Concepción y que únicamente lo conseguiríamos yendo en tren durante días. No existían por entonces las líneas de buses que ahora hacen posible ese mismo viaje- a conocer el mar- en el día.

La verdad verdadera es que no nos preocupaba mucho el asunto, ya que no había ni un mapa y menos un globo terráqueo que nos mostrara la abstracta existencia del mar en algún lado, que había más azul que café en esta esfera de tierra que pisamos. Y ni saber que desde el espacio toda la tierra se ve azulita, por efecto de la atmósfera que nos rodea.

Iván Contreras R.

sábado, 25 de octubre de 2008

De paso por osorno - Iván Contreras Rodríguez


El sol se abre paso entre las masas de brumas y cae sobre la ciudad como un mensaje divino. Nos agrada estar en Osorno en un día de sur-sur, con las variantes que hacía tiempo no veíamos, de luz y sombra, de manchas y fundidos de acuarela, de cielos azules que asoman por las densas nubes que galopan formando mil figuras.


Los verdes se repiten por cientos en sus matices, en sus tonos de oscuros y claros a orillas del Rahue, que separa a la ciudad de un barrio que se ve activo e industrioso. Un puente respetable les une, pero los márgenes no hacen costanera. Se podría sacar más provecho visual al hermoso río. Es grato ver un bote con dos pescadores premunidos de sus cañas ejercitando su deporte en plena ciudad.

Las cuadras tienen las verídicas medidas de 125 metros, que nos parecen larguísimas de caminar, flanqueadas por casas de madera, algunas de tiempos coloniales, otras modernos chalets. Estamos en el año 2003 y aquí es curiosa la sujeción a los uniformes azules profundos que opacan a las amables osorninas, caminantes por esas calles.
La vista desde el mirador Rahue nos entrega el panorama de una urbe dispuesta en terrazas, con edificios de altura e infinitos techos de zinc pintados de rojo. Las neblinas de esta tarde no nos dejan ver los nevados que se adivinan al fondo.

Osorno fue fundado por Pedro de Valdivia en 1553, con el nombre de Santa Marina de Gaete y fue refundado en 1558 por García Hurtado de Mendoza, quien le dio la designación definitiva de San Mateo de Osorno, en recuerdo de su abuelo materno. Destruido en 1602, estuvo despoblado por más de un siglo hasta 1789 en que don Ambrosio O“Higgins distribuyó los sitios a nuevos habitantes. El mismo nombre tomaron la provincia en que esta asentado y el cónico volcán que la preside.

Llegados a los campos que rodean la ciudad, vemos muchos árboles solitarios desparramados en las suaves colinas, de verdes veridian, de azules cobaltos y ultramares, y también de amarillos con toques de cadmios anaranjados y rojos, como un homenaje al pintor oriundo Sergio Montecino. Si el paisaje de Osorno es un homenaje a este artista sensible, Montecino le retribuyó pintándolo y legando en herencia a la ciudad una colección de medio centenar de sus obras.

Dinámico, comercial y cultural, turístico por la existencia de adecuada hotelería, Osorno da sin embargo la sensación de ser un lugar de paso, que no retiene a sus turistas en trayecto hacia más al sur o rumbo a la Argentina por el paso hacia Puyehue.

Un día, en el futuro esperamos volver a Osorno para aquilatar su evolución y progreso bajo esos cielos de efectos telúricos monumental.

Iván Contreras R.

lunes, 6 de octubre de 2008

A la hora del almuerzo nuestro. Iván Contreras Rodríguez


Las noticias y los avisos a ser emitidos en la televisión o en la radio, a la hora de almuerzo, deben ser cuidadosamente escogidos. Porque los hechos horrendos no son buena compañía mientras tomamos el obligado alimento del mediodía; ni aquellos referidos a delitos cruentos, a los problemas de escurrimientos de líquidos desde los vertederos, o a lo relacionado a cosas no deseables de seres humanos o animales.

El aviso comercial debe ser meticulosamente planificado para llegar al objetivo deseado. Frecuentemente hay que tragarse a la hora de nuestro sustento consejos u ofertas que producen en nosotros agravios y ofensas a nuestra delicadeza inferidos por unos “creativos” comunicacionales que creen conocer a la masa consumidora y lo que ella tolera escuchar, pero que se equivocan provocando un resultado negativo y más bien contraproducente.

He sabido que en China, pueblo discreto y refinado, se prohíbe entregar – a la hora de las meriendas- todo tipo de noticias o avisos inconvenientes. Y por qué si ellos pudieron – siendo tantos- fijar una norma de vida como esa, ¿no podríamos nosotros, que somos tan pocos, hacer lo mismo?. En Chile, un país en que se tiende a codificar la existencia diaria de los ciudadanos, debería aplicarse leyes taxativas para que no se transmitan noticias ni avisos inoportunos. Nuestros parlamentarios, que a menudo hacen lo que sus electores no querrían que hagan, creo que tienen aquí un buen asunto que los cubriría de gloria y proponer una ley que todos aplaudiríamos y que nos evitaría escuchar “cochinadas” a la hora sagrada de nuestras comidas.

Iván Contreras R.

miércoles, 10 de septiembre de 2008

Un 18 de septiembre (en París) Iván Contreras Rodríguez


Ese día lo habíamos dispuesto para visitar el Museo del Louvre. Esa institución que encabezaba las vastísimas colecciones de arte públicas de Francia, exhibía lo más notable de todas las épocas y culturas del mundo. El museo fue inaugurado en 1793, reuniendo en sus inicios todos los tesoros artísticos de la Corona procedentes de las residencias reales, y que siguió enriqueciéndose por adquisiciones y donaciones. De iglesias y conventos franceses y por obras recogidas en Italia, los Países Bajos y de España. Por la visionaria acción de Francisco I cuenta con el mayor número de obras de Leonardo da Vinci.

Las primeras salas estaban dedicadas a las culturas de la antigüedad clásica. Egipto nos mostró el Escriba Sentado y numerosos ejemplares del arte del Nilo. Más allá, muy destacada la Victoria de Samotracia, la Venus de Milo y otras doncellas y efebos griegos.

Las amplias salas conteniendo pinturas de todos los siglos nos indicaban que el edificio era inmenso y que se requerían días para recorrerlo. Los guardias, tanto ellos como ellas, vestían de azul marino y vigilaban el pasar de visitantes de todos los lugares del orbe, escuchando infinidad de idiomas. Una silla de Viena les permitía el reposo y como nuestro deambular invitaba al cansancio, en las ocasiones en que estaba desocupada era asaltada por nosotros, ya que no había un escaño siquiera.

En eso, vimos a un grupo de orientales que se sacaba fotografías frente al muro en que colgaba la Mona Lisa del gran Leonardo. Ahí estaba ese mítico cuadro, mil veces visto en reproducciones. Es, sin lugar a dudas, el trabajo más conocido del pintor italiano y el más famoso, siendo imposible encontrar a alguien que no haya visto la pintura, ya sea en el original del Louvre o en una de las innumerables representaciones en libros o carteles publicitarios. No es de grandes dimensiones : de 77 x 53 centímetros y la tenían resguardada bajo vidrio para evitar atentados.

Los museos suelen tener obras señeras, con mucha historia, y que todos quieren ver. La Mona Lisa atrae las visitas al Louvre.

En otras de las muchas salas vimos el arte de la edad media, del renacimiento y del barroco. A esas alturas estábamos tan agotados que solo esperábamos el término del día expositivo para retirarnos a nuestro alojamiento.

Por la tarde, ya en el hall de salida, nos reconocimos por el tono familiar de la voz con un matrimonio chileno con quienes entablamos animada conversación, cambiando impresiones sobre lo visto recién. Como nosotros, también hacían el viaje de su vida, como para que ya no les contaran más cuentos. En un momento dado, la esposa de esa pareja nos preguntó:¿ Se han fijado que hoy es el 18 de septiembre?.

Iván Contreras R.

domingo, 17 de agosto de 2008

"Monos" y "moneros" (los antiguos retratistas populares)


El retrato de una niña del pasado, una infante de unos tres años de edad en un marco ovalado, ha presidido por mucho tiempo nuestra vida desde un muro importante de la casa. Es mi madre, doña Elena, en una efigie basada en una fotografía suya tomada en 1908, hace exactamente cien años.

Cuando aun no existía la foto en color, ésta tiene hermosos colores, parece un cuadro original de un buen pintor. Una experta en ese arte me contaba que se partía desde un cartón sensibilizado en donde se proyectaba desde la fotografía una imagen en un tamaño mayor, luego un artista de manos ágiles coloreaba este dibujo, con pintura al óleo o al pastel, haciéndolo con gran expedición, de tal modo que la persona quedaba como si estuviera viva.

En ese mismo momento desaparecían las arrugas y manchas propias como las quebraduras y daños del original. Junto con rejuvenecer y lucir buena salud podía cambiar el color del pelo. También era posible reunir en ella a unos familiares, como a hermanos separados o bien emparejar a un matrimonio por una eternidad, aunque provinieran esas figuras de fotografías diferentes. Como la superficie de la pintura es delicada era resguardada por un vidrio cóncavo que no la tocaría. De esta manera el personaje o la pareja quedaban a perpetuidad bajo su cristal enmarcado en bella moldura, para colgar en los hogares de sus descendientes - nietos y bisnietos- y de generaciones futuras.

A quienes se dedicaban a realizar este trabajo se les llamaba “moneros”, pero en realidad se denominaba así a quienes se daban el trabajo de conseguir los encargos de parte de aquellos que tuvieran fotos antiguas, pequeñas y por lo general en deterioro. Esos moneros viajaban en los trenes y en otros medios recorriendo ciudades y campos premunidos de muestras convincentes para ingresar a los hogares y captar de los dueños la reproducción y montaje de esa emotiva foto familiar. El trabajo completo podía estar listo al cabo de un par de meses, pagando parte del total.

Al mismo tiempo, otro trabajo artístico que se ofrecía casa por casa, en las zonas mallequinas, eran las oleografías en sus marcos rococó, que no eran otra cosa que impresiones de litografías en colores, por lo general de naturalezas muertas de duraznos aterciopelados, racimos de uvas con sus brillos y otras frutas en sus fruteras más faisanes o conejos colgando desde el fondo como cuadros para el comedor, ya muy escasos, convertidos en verdaderas antigüedades. Como tales ahora piezas de museo.

Iván Contreras R- 2008
Artista Plástico

viernes, 1 de agosto de 2008

Los cóndores en las alturas - Iván Contreras Rodríguez


Yo creo que los cóndores gozan de buena salud aunque siempre he sabido que están en peligro de extinción, talvez porque los humanos los han perseguido toda la vida según nos lo muestra ese conocido dibujo de Claudio Gay, de 1854. Hace poco, en San Fabián de Alico fue encontrada una hembra juvenil de cóndor, al parecer en etapa de emancipación de sus padres pero aún incapacitada para encontrar su alimento. Como estaba débil, el SAG se hizo cargo del ave y la llevará al centro de rehabilitación que existe para estos efectos en Talagante.

Según el dibujo de Gay, en un pequeño corral se colocaba un animal muerto y los cóndores bajaban a comer, y al engullir una gran cantidad de carne no podían emprender el vuelo sin la cancha necesaria para elevarse. Entonces unos campesinos los cazaban a palos convencidos que esos pájaros mataban su ganado. Representación ajena esa para quienes viven en las tierras de Nahuelbuta en donde jamás se vio un cóndor, pues ellos vuelan a lo largo de la Cordillera de los Andes acercándose a la costa solo en el extremo norte y sur. Como tal es símbolo de esa cordillera y de sus grandes alturas a las que accede llevado por las corrientes de aire ascendentes, planeando sin mover las alas. Anida allí, en grietas o cuevas poniendo un único huevo.

En realidad los cóndores no atacan a los animales, sean guanacos, caballares o vacunos, solamente comen su carroña, la que ubican desde lo alto con su buena vista. Sus patas no les son útiles para agarrar una presa y el fuerte pico solo les sirve para desgarrar y quebrar huesos por lo que no pueden transportar su alimento y han de comerlo en el lugar guardándolo en el buche, para sí o para llevarlo a su cría.

Conocí al cóndor, a los once años, en el parque del Cerro Chumay en Traiguén, y después cada vez que me he acercado a la Cordillera de los Andes los he visto en vuelo y me dio gusto encontrar muchos de ellos en un viaje a Bariloche. No todos los chilenos conocen del natural a los cóndores, Pilar, que es una intelectual penquista, los ha visto únicamente en el escudo nacional en donde figura como ave heráldica junto al huemul. Y al ser ambos distantes y escasos nos parecían- siendo niños- como seres fabulosos inventados por nuestro precursor de la pintura el inglés Carlos Wood, que lo diseñó en 1834. También era sumamente difícil para nosotros dibujar nuestro escudo porque ambos animales eran representados sin atisbos de estilización, lo que hubiese facilitado esa tarea.

Iván Contreras R.
2008-07-
Artista Plástico

domingo, 20 de julio de 2008

La victrola


Era como una verdadera maleta, portátil, que se despertaba cuando se abría. En ese momento aparecía el brazo y la cabeza del diafragma sobre un disco de acetato de 78 revoluciones. Lo que yo siempre miraba con el mayor interés era el logotipo de la tapa con aquel perrito fox-terrier frente a una bocina escuchando la “voz del amo”. Para ver y escuchar lo que nos depararía el funcionamiento de ella solo había que darle cuerda para lo que había que hacer girar una manivela.

La victrola difundía música de autores e intérpretes americanos del 30 y del 40, siempre en español, tangos, valses, polcas y tonadas chilenas; pronto memorizábamos letras y melodías, y aprendimos a escuchar a Carlos Gardel en el propio sonido de ella. Canciones de la victrola que iban a ser entonadas por nosotros, junto a los himnos patrióticos de la escuela y a los religiosos aprendidos en la novena de las Carmenes en casa de los Jara.

Los discos se compraban en Purén, en las tiendas en que además se vendían agujas y repuestos, y algunos eran traídos por los amigos de nuestros padres o por los parientes, en sus fundas de papel con hermosas y decorativas etiquetas, Odeón, Brunswick, RCA Victor, Columbia, Philips etc. Eran bastante delicados tanto que podían rayarse o quebrarse y había que manipularlos con cuidado. También teníamos que cuidar de no “estirar demasiado la cuerda” que podía cortarse y quedar la máquina imposibilitada.

La victrola, era un instrumento mecánico que podía dar muchas satisfacciones sentimentales al permitir la cercanía que propiciaba su música y el baile, apegados ellos y ellas, bailando en parejas estrechamente unidas. Como en los veranos se juntaba la parentela, tíos, primos y visitas, todos jóvenes para quienes siendo la amplia galería un buen lugar, en los atardeceres calurosos era mejor la tierra roja del patio para bailotear. Si hacía falta bailarines, ahí estábamos nosotros, los pequeñitos, para acompañar en el vals y para cumplir con gran entusiasmo nuestros turnos en la manija del aparato.

Cuando hacíamos paseos campestres, la victrola, cuyo sistema de funcionamiento necesitaba sus cuidados, iba entre el cocaví. Entonces se bailaba junto al río y en octubre en el potrero sembrado celebrando la cruz del trigo.
De todas maneras mis padres cantaban canciones que no estaban en los discos, que las habían escuchado de sus padres, hacía tiempo, que enriquecían su acerbo personal y que nosotros también terminábamos aprendiendo y entonando.

Iván Contreras R-2008
Pintor chileno

viernes, 4 de julio de 2008

Otros lugares, otras latitudes - Iván Contreras Rodríguez


Este año hemos tenido un invierno bastante crudo. Pero esta condición palidece ante lo relatado por una dama que vivió un par de inviernos en Coyhaique, ciudad patagónica medio Chile más al sur de Puerto Montt.

A los pocos días de llegar a la Trapananda, el rigor climático la dejó a esta señora sin zapatos, hasta que los lugareños le recomendaran el mejor calzado para la zona, Albano, una marca que ella conocía desde Concepción. Para resistir el frío, y la nieve y la escarcha que hacían las calles resbalosas, encontró así unos verdaderos acorazados con los que venció los pies helados y los resbalones.

Por lo mismo, existe en Coyhaique una verdadera industria de la leña. Unas camionetas recogen por los cerros tocones de ñirres y lengas para abastecer las leñeras locales. Como a un verdadero tesoro se les encastilla para conservarlos. ¿A Ud. no le falta un picador?, pregunta un hombrón que con su hacha recorre las calles ofreciendo sus servicios. Las estufas, muchas a combustión lenta, necesitan limpieza semanal y entonces aparece quien inquiere ¿ Necesita Ud. que le limpie el caño, señora? En cada casa no puede faltar la leña y el fuego debe mantenerse encendido día y noche.

Conocí en persona esta lejana ciudad en época benigna, no en aquéllas en que queda aislada por días al cerrarse el aeropuerto y los caminos están con metros de nieve. Para evitarse las sorpresas en el diario vivir, se construye el quincho para hacer asados en un espacio cerrado y techado. Estuve en un convite en que o nos quitaba el oxígeno el humo de la parrilla, o nos mordía el frío si abríamos la puerta; pero el asado de cordero nos pareció magnífico.

La arquitectura, sin embargo, no siempre estaba de acuerdo con las difíciles condiciones físicas del lugar, levantándose una población en que el esqueleto de madera de las casas sólo era cubierto con planchas de hojalata o fonolita. Las vestimentas deben dejar a un lado las elegancias y se ven las altas autoridades y los comunes habitantes ataviados de gruesos bototos, parkas peludas, guantes y espesas bufandas.

Se trata de otras realidades, de lugares diferentes al nuestro donde los seres humanos resisten estoicamente las lejanías e inclemencias del clima, desarrollando sus tareas con afán y haciendo Chile.

Iván Contreras R
Artista Plástico

Consejos de Don Iván a Puyelli

Pablo Burchard
Ariel: Escribir es un buen ejercicio para la mente y al estar atento a lo que sucede en nuestro alrededor con cierta suspicacia aparecieron algunas frases, hace algún tiempo y revisando unos papeles las encontré. Ahora cuando las leo me parece que las escribió otra persona. ¿ Que siente Ud. cuando lee sus cosas muy anteriores?, ¿No le parece que las escribió otra persona? y sin embargo uno no las encuentra tan mal. O quizás las quisiera corregir......

Cuando veo mis pinturas de décadas atrás por lo general las siento como mías. Y no siento ningun deseo de corregirlas. Un muy buen pintor nuestro- Pablo Burchard- olvidaba firmar sus obras. Si alguien le llevaba una de estas obras para que las rubricara le decía: Déjemela y venga a buscarla la próxima semana ! Cuando llegaba el día de retirarla el propietario recibía una obra totalmente intervenida......

También las normas o convenciones dictan que un pintor no debe restaurar su propia obra dañada. Debe restaurarla un restaurador profesional.

-Cuando la crítica es desfavorable, el artista se resiente un poco y luego la olvida. Cuando es favorable, también la olvida. Yo me olvido hasta de los premios ganados.

-A los que fueron nuestros maestros hay que reconocerlos...nombrándolos.

-Al talento hay que ayudarlo con la técnica. Solo no se sostiene.

-Ver una buena pintura estimula al pintor. Una buena lectura estimula al escritor.

-Escuchar una buena voz hace desear ser un cantante. Una buena lectura hace soñar en ser un escritor.

-Aunque con nuestra profesión creamos obras visuales, no debemos ser tímidos en el escribir y en el decir.

-Quienes tienen genio se cuestionan las rutinas de creación y así encuentran otras nuevas formas de expresarse.

Estuve mirando la nueva página Puyelli, me ecantaron las fotografías y creo que hasta haré unas acuarelitas con los atardeceres. Seguiré mirando la parte literaria.. Saludos a la familia y a su compañera peluda Frida.
Iván Contreras

viernes, 6 de junio de 2008

Una vueltecita al pasado - Iván Contreras


"Le cuento, la foto fue tomada por una tía que tenía el hobby de la fotografía. Tenemos a la vista:

el de más atrás era un tío que a la sazón estudiaba leyes y llegó a ministro de la Corte en Concepción. Más abajo mi madre, doña Elena, a continuación mi hermana doña Tala (un año fue reina de la primavera en Purén) , el niño de abajo derecha soy YO (Iván Contreras), al otro lado asoma otro hermano mío don Nelson (Q.E.P.D.). El varón de sombrero blanco cargado al ojo era mi padre Don Manuel, un hombre memorable con todos los bondades del mundo, que de sólo escribirlo me dio nostalgia, ternura de hombre. Como verá esa foto y otras me las armé este verano ya que estaban en manos de un primo, hijo de la tía doña Elba quien las tomó en su momento. Para obtenerlas me fui de viaje hasta Curacautín. "

(De un mail al editor del Blog)

La maquinaria del trigo


Eran máquinas fabricadas en fierro, de fierro con fierro, con llantas de metal que rodaban por los caminos de tierra tiradas por las yuntas de bueyes claveles. Más tarde lo fueron por tractores marca Case, que se decía keis y yo no entendía el porqué; había aprendido a leer recién y yo veía Case. Estos vehículos eran made in USA, país en que tenían imaginación de sobra para inventar el ahorro de trabajo de los obreros en la cosecha del trigo.

El recuerdo de la maquinaria del trigo en el pasado me lo trajo el hecho de ver en Renaico el museo al aire libre de las máquinas agrícolas obsoletas de principios del siglo XX, tales como emparvadoras, sembradoras, arados y rastras.

Cuando esos verdaderos engendros de dinosaurios de alegres colores llegaban a aquellos campos de Malleco, nos parecían tan hermosos y nos podíamos subir y sentar en sus duros asientos anatómicos que seguían las formas de las asentaderas. Y soñábamos que las manejábamos.

Llamaban arrenquín al servidor de cada máquina, y un peón lograba llegar a serlo una vez que aprendiera el manejo de las palancas y las funciones que cumplían cuando giraban las ruedas en su caminar. En tiempos de siembra le correspondía esa tarea a la sembradora con depósitos para los granos que al manipular una determinada palanca, distribuía la semilla sobre el terreno barbechado. Un arado de discos iba dando vuelta la tierra y cubriéndola.

Ya maduro el trigo, mientras las espigas se mecían al viento, le tocaba el turno a la emparvadora, que las cortaba y que automáticamente las ordenaba en haces amarrándolos con cáñamo sisal, dejando resbalar con suavidad hasta la tierra la gavilla resultante y que era recogida por el carro emparvador para llevarlas al muelle de acopio. De todas maneras no estaban lejos la echona y ese artefacto de bellas formas, la horqueta de cuatro o cinco ganchos, con su astil de madera veteada y barnizada. Por lo general las herramientas manuales: horquetas, azadones, palas y hachas, además de funcionales son hermosas.

La máquina trilladora y el motor a vapor marcaban la culminación del proceso de la cosecha. Pero con el tiempo, una vez más se impuso el ingenio del hombre y se incorporó un mecanismo que lo hacía todo, moviéndose y funcionando con su propio motor: era la cosechadora que cortaba, trillaba y entregaba los sacos de trigo llenos. Cuando este gigante metálico cortaba el trigo en pie, trazaba filigranas áureas en la loma creando un nuevo paisaje de arte para quienes miraran con pasión el suceder en los días campesinos.

Iván Contreras R.
Artista Plástico

lunes, 26 de mayo de 2008

Otras realidades geográficas




En Arica, ciudad de la eterna primavera, los caballeros caminan en camisa por el paseo peatonal 21 de Mayo y algunos otros se van a nadar a la playa La Lisera. Eso sucede mientras en el sur los habitantes están dando diente con diente.

En efecto, en la ciudad nortina se tiene en invierno una temperatura parecida a la nuestra en diciembre o febrero. Allí nunca llueve y las nubes pasan por alto corriendo desde el mar a la cordillera, sin derramarse. Al interior, sólo en verano existe el invierno boliviano, que da lluvias y caudal al río San José.

Arica parece una niña bonita en que florecen los hibiscos; en las calles los gomeros, nuestra planta de interiores, adquieren dimensiones de árboles con troncos retorcidos y grandes hojas.

Admirada desde tiempos incaicos, disputada por siglos por Perú y Bolivia, Arica quedó finalmente en manos de Chile, permaneciendo eso sí en los ojos de esos otros países.

La gente que va por sus calles, de mil etnias, son chilenos que pueden llevar el sol en la piel, lucir un perfil aymara y tener un tono de voz diferente, propio y también de los habitantes de las alturas y de más al norte.

Es motivo de sensaciones especiales recorrer la ciudad, subir al Morro y verla desde lo alto como se desparrama en amplio panorama entre las arenas del desierto. Por ser ingreso desde diversos países se la denomina la “puerta norte de Chile”, abierta a los visitantes.

Mirando hacia el este, se prolonga kilómetros por el valle de Azapa, como fértil vergel. Ese valle verde, en contraste con las arideces, nos provee de frutas y hortalizas que hemos aprendido a comer en el sur, en pleno invierno, sean tomates, maíz o aceitunas.

La feria del Agro muestra un surtido de otros manjares agrícolas, y en estos días se pueden comer melones de Chaca, choclos de dientes grandes, las aceitunas de variada preparación, el maní de granos gordos y productos de otros valles generosos, como los limones y naranjas de Pica, las papas de Ovalle, la uva de Copiapó o Elqui.

Los ariqueños tienen el privilegio de vivir, en efecto, en la eterna primavera. Los sureños que llegan allí añoran por un tiempo sus lares, pero luego dicen: ¡caballero, llevo treinta años aquí, eso que sólo vine a trabajar una temporadita!. Ya no volví más y aquí dejaré mis huesos.

Iván Contreras R.
Artista plástico

martes, 13 de mayo de 2008

Si tiene tiempo libre haga adobes - Iván Contreras Rodríguez


Es un viejo principio el de construir con los materiales más abundantes de la región, por eso que al sur del BioBío se emplea la madera. En el norte extremo se ha usado la piedra y el adobe, y en la zona central se edifica con adobe y tejas.

En la colonia chilena los muros de las casas urbanas y rurales se levantaban con adobes, una especie de módulo de fabricación rápida para el que se ocupa simplemente tierra. Sus medidas eran estándar: O.30 X 0.60 X 0.10 metros, siendo bastante grandes; la anchura del muro dependía de su disposición, que podía ser a lo largo, de “soga”, atravesado o “de cabeza”. De cabeza daban una pared tan ancha como para soportar temblores, siendo muy buen aislante de los excesos de frío y de calor.

Los adobes se fabricaban antes y hoy de la misma manera, de barro, paja y agua. Muy importante es que la tierra sea arcillosa, con un 40% de arena y limpia de materias orgánicas. Elegido el lugar y hecho el foso, se aprovechaba la misma tierra o se traía de otra parte. Se revolvía y apisonaba a pie desnudo hasta tener un barro de suavidad apropiada. Enseguida se le agregaba la paja seca cortada de “un jeme”de largo. También podía usarse crin de caballo y en ambos casos se le amasaba hasta convertirla en un material homogéneo con que llenar los moldes de madera aprensándolos esta vez con un solo pie para alisarlos finalmente con la mano. El molde podía retirarse de inmediato para seguir haciendo otro y llegar así a los 300 o 400 adobes diarios que se secarían con el aire y el sol.

De mayor dimensión era el “adobón” para los murallones que limitaban las propiedades. Para pegarlos, como con los adobes, se utilizaba una argamasa de barro.

El adobe es un material noble que tiene todavía amplias posibilidades de uso. Solo en los últimos 100 años se usó sustitutos industrializados y ha sido la publicidad exagerada y los prejuicios actuales los que nos hicieron creer que unicamente las casas de concreto podían ser duraderas. Arquitectos actuales han estudiado la función del adobe y sistematizado su empleo en la edificación e incluso para restaurar las añosas viviendas.

Al recorrer recientemente los límites de las regiones del BioBío y del Maule tomamos conciencia de los hermosos conjuntos rurales desplegados entre Coelemu y Quirihue, hacia Cauquenes, y de allí hasta la costa, todos ellos de construcción en adobe y tejas. Y en Curanipe leí el diario El Centro de Talca que llama la atención sobre “ las centenarias edificaciones –en el casco antiguo de la ciudad- que ante un terremoto, podrían colapsar debido al evidente deterioro que presentan sus estructuras”. Según el arquitecto Victor H. González esas construcciones en adobe han ido perdiendo firmeza al cambiar los amplios y pesados tejados por cubiertas de zinc, por lo que nadie puede hoy asegurar que resistan la violencia de un sismo..

Sin embargo, porque la arquitectura en adobe forma parte de la riqueza de la expresión y de las tradiciones chilenas, nosotros aspiramos a que ella se restaure y conserve.

Iván Contreras R
Artista pintor

sábado, 3 de mayo de 2008

Las muñecas


Entre los muchos objetos del siglo XIX que conformaban la colección de antigüedades de don Carlos Fellmer se encontraba una muñeca. Ubicado en Nueva Brannau, poblado cercano a Puerto Varas, el verdadero museo que guarda una amplia casona de madera, fue armado de a poco por este descendiente de colonos alemanes. Según nos hizo ver, una pieza muy apreciada por él era esa muñeca de cara de porcelana.

Al verla no pudimos evitar un estremecimiento: la misma muñequita que ahora ponía sus ojos de vidrio en nosotros, había mirado otras caras y otros tiempos. Fue mecida en brazos de niñas de entonces y acunada en pequeñas camitas de juguete. Algún día fue paseada por los bosques, participó en cabalgatas, navegó por los lagos e hizo junto a voces infantiles activa vida de colona.

Es posible que la muñeca, con su forma de mujer o de pequeña, sea el más popular juguete de las niñas de todas las generaciones. Como todas las historias parten de la prehistoria, allí tuvo una representación como objeto mágico y religioso. Debe haber existido en manos de los niños egipcios; se la reconoce en la Grecia clásica y a partir de entonces no ha dejado de fabricársela de mil formas y materiales. Nacida en los diversos países y siglos pudo tener su propio carácter, como una forma base para ser vestida con la imagen de su época y cada vez haciéndola con mayor cariño y perfección. Es difícil encontrar ejemplares en los milenios posteriores, salvo hallar alguna asomando por ahí en brazos de jovencitas representadas en pinturas o tal vez abandonada en un rincón de la ambientación de cuadros de altos personajes.

Las más antiguas pudieron ser de madera. Al concepto actual se acercan hacia el siglo XIX, en que además de hacerlas articuladas, se llegó a una verdadera perfección en su confección al incorporarlas a las cajas de música, girando o danzando por medio de sofisticados mecanismos de cuerda, con la misma técnica de los relojes. Hacia 1840 lucen caritas de porcelana y servían, a veces, de modelos cuyas ropas se intercambiaban y podían lucir vestiditos y lencería de moda, a su escala.

La vida de las muñecas en el siglo XX ha tenido altibajos. Las con cara y manos de porcelana alcanzan hasta 1935 y en ese tiempo existieron fábricas alemanas, francesas e inglesas que las hicieron en serie e incluso tenían marcas de nombre y su propio catálogo.

En el presente, en que son más escasas, son motivo de colección y para ello hay que considerar marca, modelo y estado de conservación. Hace años pude ver un bonito conjunto en Concepción, de alguien que prolongó su vida de niña y las reunió en su casa de adulta.

Las muñecas han sido inspiración para la literatura, pues existen escritos sobre ellas, sobre su historia, pero también son motivo comercial, aunque para el que las vende y vive de eso, le es doloroso desprenderse de ellas, ya que fácilmente pasan a ser parte de su vida.

Una de las razones de su escasez actual sería la aparición de los peluches que hicieron presencia en los hogares de las niñitas contemporáneas, representando animalitos de toda la fauna confeccionados con géneros que imitan la forma y la piel. Sofía creció acariciando dinosaurios de peluche y llegó a ser experta en esos especimenes del pasado.

No representa a una niña ni a un bebe sino a una dama joven: es Barbie, que ya tiene
unos 40 años pero no envejece, que se viste de todas las profesiones y trajes tipicos, y siempre está a la moda. Ella se adapta a las épocas y es el eslabón que eterniza a la muñeca como juguete de ternura.

Iván Contreras R.

viernes, 25 de abril de 2008

Ariel Puyelli, Esquel, Patagonia Argentina




BIOGRAFÍA


Supongo que debió ser frío ese atardecer del 23 de julio de 1963 en el policlínico bancario de Capital Federal.

Creo que Tita y Miguel ya tenían el Mercedes Benz modelo 1938, tan taxi inglés ese autito con panel de madera y reloj suizo que un par de años más tarde nos quedó chico. Luego vino el Ford Falcon que contuvo a mis padres, mis cinco hermanos y a mí, que el 25 de julio de ese 1963,ya estaba de regreso en la esquina de Chacabuco y Alsina de San Andrés de Giles, en la provincia de Buenos Aires, para comenzar a crecer.

Desde ese barrio me llevaron al Jardín de Infantes de las monjas, cuando estaba en la calle Moreno, a mitad de cuadra, y nos parecía enorme.

Allí conocí a quienes serían compañeros de escuela hasta el quinto año del secundario. Chicos que luego fueron adolescentes. Más tarde jóvenes. Hoy hombres y mujeres que son parte de mi carne. Historia de mi historia.

Desde ese barrio fui solo al otro colegio de las monjas, al Parroquial, a misa y al dentista. Demasiados rezos, demasiadas esperas nerviosas en la sala del doctor Serra. Los chicos no deberían juntarse con curas ni dentistas hasta, por lo menos, los 20 años. Los primeros dejan culpas; los segundos, momentos que debieran ser ocupados por otros recuerdos.


Esa esquina duró hasta los nueve años. Primera bicicleta, primer barrilete hecho por el entonces tío solterón –Bocha Funes-, primera barra, primeras peleas con los hermanos, primeros sustos, primeros árboles y excursiones "al fin del pueblo" (hoy uno de los barrios más poblados y el pueblo termina mucho más allá), primeras emociones y descubrimientos. Y primeras ventas de publicaciones. Ajenas, claro está.

En la mesa del televisor, las revistas de Tita se veían tentadoras. ¿Vocación periodística o de canillita? En ese momento no estaba claro. La movida era simple: manoteo y venta casa por casa de los vecinos. Luego el reto, la devolución de las monedas y otra vez las revistas debajo del televisor. ¿Quería dinero? ¿No quería ver las revistas en casa? ¿Creería que estaban muertas y que merecían la oportunidad que otros ojos las leyeran?

Por esos años, había demasiada actividad en la calle como para leer. Encima, la casa era chica y los muchachos demasiados. Sin embargo, ya se perfilaban los amores y los odios: amor a la palabra escrita, los dibujos, la música; odio a las matemáticas y al guardapolvo gris y los desfiles más militares que cívicos.

La casa grande de la calle Moreno, en 1974, frente a la plaza principal, trajo todo más grande: el universo de los libros, la biblioteca popular y su enigmática bibliotecaria, las excursiones con el nunca olvidado Negro Borruel por su universo, su barrio y el Tiro Federal; el tocadiscos con Los Beatles, Sui Generis, Chopin, los discos de la Esso; las lecturas de los libros y cuadernos de sicología, filosofía y otras materias que cursaban mis dos hermanos mayores en el colegio salesiano de Ramos Mejía; la afición de mi madre por la música clásica y el ballet, los primeros escritos, más dibujos, los momentos solitarios en el escritorio de mi papá, el cuidado de los más chicos, el reconocimiento del propio espacio, el primero de muchos amores y los sueños. Los sueños.

La primera casa, la de la Chacabuco, fue la casa del barrio. La segunda, la de la aldea que había que pintar, para pintar la Gran Aldea. Salir por su puerta no era solamente salir al centro, a la plaza San Martín. Era la puerta al planeta. A uno de ellos. Al otro se accedía por la puerta del escritorio de mi padre, que de noche era mi cuarto. Allí se forjó otro planeta, el interior, el de papel y tinta, el de sonidos y silencios.

En ese cuarto tipeé en la Olivetti de mi papá -el dactilógrafo más rápido del universo- los primeros cuentos y los originales en stencil de la revista Estudiantina 80, una bazofia que pretendía ser un medio de comunicación que aportara dinero para la promoción. La imprimimos en el mimeógrafo del Nacional. Dejó unos pesos. Nada más.

Mucho más estaba dejando en nosotros la Dictadura y no nos dábamos cuenta.

El golpe me sorprendió en Ramos Mejía, cursando el primer año en el colegio salesiano como pupilo. Más contacto con lo artístico o intelectual. Menos contacto con el mundo. Algo me perdía, tenía que volver a Giles. Instinto puro. Sólo eso. Regresé para empezar el segundo año en –a mi pesar- Comercial.

¿Se acordarán de la secundaria los viejos de cuarenta años? Debí hacerme esta pregunta a los 15 ó 16 años. Si la hice, debí responder que no. Es mucho tiempo. Veinte años es mucho tiempo, seguramente afirmé entonces.

Algunos recordamos demasiado la secundaria. No es nostalgia. Es dolor. El dolor de darnos cuenta hoy que no nos mostraron la mitad del mundo, de la realidad. Que nos ocultaron y mintieron. Que nos quisieron estructurar y en gran parte lo lograron. ¿En Giles sentiste la dictadura? ¿A esa edad? No, a esa edad no. Eso es lo triste. Ni siquiera tuvimos la oportunidad de elegir rebelarnos.

Terminé la secundaria con la intención de estudiar Abogacía. Pero cuando al año trabajé junto a abogados, me di cuenta de que no era eso lo que necesitaba.

Veinticuatro horas después de la fiesta de egresados, con el mismo traje, entré a trabajar en una obra social en Buenos Aires. Revisación médica para la colimba, inmediata firma “de alta” en la libreta -por miope- y regreso a Giles a trabajar en una escribanía.

Malvinas fue Mundial. Y una nueva revelación dolorosa que intentó ahogar la euforia de la incipiente democracia. Mientras tanto, habiendo enterrado Abogacía, me sumergía en la literatura y los primeros poemas, obviamente con nombre y apellido.

Quería ser escritor, pero no hay escuelas de escritores. Las biografías debían aportar una pista. Y el común denominador de muchos de mis escritores preferidos era que habían pasado por el periodismo. O por Letras.

Esos aires democráticos se veían tentadores para hacer periodismo. Y no quería ser profesor de Literatura. Mucho menos crítico literario.

Juan Sofía me abrió la puerta de su mundo de papel y experiencia. Sus libros y revistas. Su ideología y su entusiasmo. Una puerta importante.

En Morón hay una escuela de periodismo, dijo alguien en marzo de 1983.

Al año siguiente, mi primera publicación, “Realidad”, me permitía gritar y dejar gritar, como gritábamos todos en los primeros años de la democracia. Los peronistas empezaban a acusarme de radical y los radicales de peronista, mientras mi cabeza buscaba un socialismo que la contuviera y que jamás encontró. Luego se resignó a la nada de las ideologías políticas. “Podés decir las cosas de otra manera, un poco menos… agresivas” me dijo un viejo político por esos años. Tenía razón. Me calmé un poco, aunque no demasiado, creo.

“El periodismo es la manera más divertida de ser pobre”, rezaba un llavero de un compañero de la escuela de Morón. En lo de pobre, tuvo razón siempre. Respecto a “divertido”, no.

Más que los fracasos económicos de las muchas publicaciones periodísticas e institucionales, creo que fue el fracaso del sueño de cambiar algo de la realidad lo que hizo que en 1999 renunciara a ese oficio. 1998 me encontró con la guardia baja para soportar tantas denuncias de abusos de menores, desnutrición y otros casos de violencia familiar, sobre todo en la localidad de Cucullú (una comunidad rural conformada, principalmente, por ladrilleros), ante el silencio criminal de la clase dirigente que tenía la obligación de hacer algo para impedir, prevenir o castigar.

Y los autores de cuentos, novelas y poesías, no me daban las respuestas. Porque, a decir verdad, no les preguntaba nada. Quería que me consolaran y lo hacían. Sin embargo, en sus páginas sí estaba la respuesta. Hoy lo sé.

Radio Vall me permitió hacer dos programas durante muchos años: “La quinta pata del gato”, periodístico; y “Al fin solos”, que no sé definir. Este último programa se apoyó en la literatura y las entrevistas informales. Y sentó las bases para la construcción de cuentos y un libro tan modesto en su tirada (sólo 50 ejemplares) como en su corrección: “Las historias de Al fin solos”. En 1995 había aparecido “Ella y Él o el amor en los tiempos de estupidez” que no escapa a una regla general: los autores reniegan de su primer libro.

El último intento periodístico fue uno de supervivencia en San Martín de los Andes, Neuquén, entre 1998 y 1999. Necesité irme de Giles. Quería empezar algo de nuevo. Esa ciudad no fue la mejor elección. El momento económico, como suele ser habitual en este país, no colaboró.

Después, el silencio, el retiro, la búsqueda interior dentro de una nube grande y gris, hasta enero del 2002. Pero antes, las señales: la novela corta “El sueño del sabio”, escrita en San Martín de los Andes, “Rita, la araña con peluca y otros cuentos”, escritos en el invierno de 1999 en mi ciudad natal y “La maldición del chenque”, escrito en el 2001. Este libro en particular, sus leyendas, la nostalgia por esa tierra que me había seducido, me devolvió a la Patagonia.

El regreso se hizo realidad por la puerta grande del amor a fines de mayo del 2002. Otro nombre. Otro apellido. Analía -"Anita"- Pizzi. La compañera de viaje ideal. Poetisa de las entrañas y el corazón manchado con dulce de leche. Con la que también compartí aulas en el Comercial y con la que todavía comparto el viaje.

La experiencia del contacto con los chicos en las escuelas y la buena recepción de los libros aun entre los grandes, más la cálida acogida patagónica, decidieron el rumbo.

Nuevos chicos y nuevos grandes apoyaron viejos y nuevos escritos.

La revista literaria “Palabras del alma” abrió puertas y corazones, libros y cuadernos.

Aquel joven que no quería ser profesor de Letras, pronto se vio al frente de cientos de adolescentes de polimodal dando clases de Lengua y Literatura y Lengua y Cultura Global y talleres literarios.

La Patagonia es un barrio grande. Apenas un poco más grande que los míos gilenses. Las barras de este nuevo barrio, las literarias, son como aquellas: compañeras y generosas. Son varios los “Negros Borruel” que me toman de la mano para mostrarme su universo, como Jorge Spíndola, uno de los chicos más grandes del barrio. A pie por las montañas, la meseta o la playa, o en sus Falcon en el que vamos todos aquellos que sentimos esta tierra como madre o hija y que no perdemos la idea de “gran aldea”.

El Ratón Pérez, por medio de Lumen, fue el primero en viajar sistemáticamente por toda esa gran aldea; antes lo habían hecho los otros libros de la mano de turistas. Luego fue otra edición de “La maldición del chenque” y "¿Por qué se durmió el gallo Pinto?", a través de Estrada. Y al momento de escribir estas líneas, están pronto a hacerlo “El Cultrún de Plata", también por Estrada, "Atrapen al Ratón Pérez", por Lumen y "La Flor de Hielo", en edición del autor.

Siguen apareciendo cuentos y novelas. Las poesías aparecieron hace un par de años, alborotadas entre los cabellos de la Magdalena, luego de mucho tiempo de maceración y no exentas de dolor.

Cómo fueron editados los libros es una historia un tanto más larga, quizás más interesante y hasta simpática.

Qué depara el futuro, otra, que escribo todos los días desde esta región maravillosa.

Me encargué una biografía breve. Espero no satisfacer a nadie, porque esta no es la historia de mi vida. Fue mucho más rica, más intensa, más alegre y por momentos más penosa que lo que muestran estas páginas. Quedan muchos nombres por nombrar y otros por no revelar. Quedan muchos momentos para sacar a la luz y otros tantos para que queden guardaditos.

Espero que estos pocos datos susciten preguntas, aunque muchas de ellas están respondidas en los libros.

Allí también existe parte de mi vida. Aparecen bellos recuerdos, nuevas ilusiones y viejos fantasmas.

Los que quieran saber datos, que pregunten. Aquí estoy. Los que deseen entender, que lean. Ahí están mis libros. Aunque no doy garantías de veracidad en ningún caso…

Quienes deseen contactarse conmigo, pueden hacerlo a:

aapuyelli@yahoo.com.ar

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domingo, 20 de abril de 2008

Los caballos en la vida rural


Podrían haberse llamado Bucéfalo o Babieca, pero eran los caballos Sombra o Pidén. Había que nombrarlos de una forma al asignarles el trabajo que debían realizar en esa organización campesina. Cada uno podría ser protagonista de una novela propia si se escribiera sobre sus días como criaturas de la naturaleza.

Había otros como la Favorita, una hermosa yegua blanca, muy chilena, que hacía verse bien al huaso Manuel Contreras en los momentos de mostrar las galas del oficio; o la Pastilla, de limpia mancha blanca en la frente en su total alazán. Era buena madre la Pastilla, de sus potrillos calcados en su tipo, y era doña Elena quien la montaba “de lado”, vistiendo su amplio ropón café, del color de una manda comprometida hacía tiempo. La silla femenina resultaba cómoda para largas travesías, para caminos difíciles y hasta para saltar troncos o canales.

La Sombra, negra tapada, generosa de crines, no tenía una gran alzada, pero era de tronco largo, tanto que a la distancia se le reconocía por el garabato que formaban animal y jinete. Era impaciente vencedora de distancias, en el galopar por horas, entre el cielo y la tierra con destino más allá del horizonte.

De las tareas del campo, como los caballos tenían su status, nadie los ponía al arado- como sí ocurría a sus congéneres de la zona central- y se dejaba ese papel a los bueyes. Los caballos debían rodear los animales, transportar a los administradores, mayordomos y camperos, a los hombres de a caballo; debían llevarnos a los paseos o cabalgatas de placer a algún lugar distante, también hacían los viajes a Purén arreando los animales a la feria o tal vez a buscar el correo que traería El Peneca de ese sábado. Participaban en el deportivo juego de riendas y otro día daban vueltas y vueltas en la era trillando las legumbres. Alguno debía tirar el coche, siempre el Relicario, el más sobrio y de buen trote; para eso no servían los caballos nerviosos.

Los aficionados a correr, y ahí estaba Daniel Vilches, con un solo pellón y unas espuelas pequeñitas “siguiendo” al pingo que tuviera aptitudes para ir a probarse en la cancha de carreras a la chilena del pueblo. No era Pegaso pero con el acicate del chicote, en la recta polvorienta parecía tener alas. De ida a Purén no había que entrar al poblado galopando, porque como cuenta Soledad Uribe en su Historia del lugar, estaba penado hacerlo por la polvareda o la posibilidad de un accidente.

A la hora de los recambios, éstos se hacían por acuerdos entre particulares, mirándoles el diente, recurriendo a la feria de Lucero o a don Chumas Tapia y su hijo Filadelfo, los negociantes de caballos que recorrían la región por las cercanías de Victoria, Traiguén o Lumaco, comprando por aquí y vendiendo por allá.

El caballo desempeñaba un papel esencial en la vida del hombre campesino. El noble bruto estaba siempre presente, amarrado al varón o en el potrero cercano a la casa. Era su confianza y su resguardo infalible.

Iván Contreras R
Artista Plástico

jueves, 10 de abril de 2008

Negociantes en caballos - Iván Contreras Rodríguez




Cuando menos se pensaba aparecían por esas tierras don Chumas Tapia y su hijo Filadelfo, arreando una tropilla de caballos que eran el motivo de sus vidas de comerciantes andariegos. Don Chumas tendría sobre cincuenta años, de tez blanca-cetrina, cabellos lacios y unos grandes bigotes grises. Usaba un sombrero alón, traje de huaso y abrigadoras perneras de cuero de chivo con todos sus pelos, y sobre los zapatos unas pequeñas espuelas de campero. Filadelfo lucía un atuendo similar.


Su llegada era acogida con entusiasmo porque significaba variación en la rutina campesina. Normalmente se quedaban por varios días; nunca querían una cama y buscaban su alojamiento en el galpón, acomodándose cada noche con los arreos de la montura, los pellones y las mantas. Pero sí compartían la mesa con nuestra familia y mientras se merendaba desgranaban historias propias y ajenas, hechos corrientes de sus viajes que se transformaban en anécdotas en el animado relato de don Chumas y de su hijo que le llevaba el amén.

Nos hablaban de los senderos entre los bosques, de los ríos que debían atravesar, de las lomas y de los atajos para avanzar rápido. También sobre los encuentros con diversa gente, a veces facinerosos, con quienes- gracias a la solidaridad que nace del transitar los caminos desamparados- solía no haber altercados. También le llegaba el turno a las noticias de tipo social –casamientos, nacimientos y fallecimientos- entre los chilenos y los colonos europeos habitantes de pueblos y campos de Contulmo, Purén, Angol, Lumaco, Quechereguas, Victoria o Capitán Pastene.

La manada de caballos la formaban ejemplares para todos los gustos; don Chumas buscaba comprar los animales viejos y acabados de los fundos a precios baratos para vender con pequeña ganancia en las reducciones mapuches. Los negocios se hacían al contado y violento y los trueques formaban parte de los tratos. Recuerdo que mi padre compró a los Tapia un macho que forjó su propia historia de mañas equinas, y que cambió mano a mano un envejecido potro inglés nuestro por una carabina Winchester, de repetición, como las de los cowboys, y que permaneció por años en casa.

Don Chumas tenía su centro de operaciones y la casa familiar en Traiguén. Cada salida comercial en temporada de buen clima podía llevarle meses. Asimismo procuraba estar presente donde se celebraran ferias y carreras a la chilena, con la seguridad de encontrar momentos favorables para hacer sus negocios de caballos. En los veranos solía verse a don Chumas y a Filadelfo por los caminos con manta de castilla bajo la canícula, justamente para capear el sol, llevando su tropilla hacia un nuevo destino.

Iván Contreras R-2008

viernes, 4 de abril de 2008

Eloy y su caballo bayo


Nadie recordaba cuándo y cómo había llegado al lugar.

Eloy era sordomudo y con sonidos guturales nombraba las cosas que le rodeaban. El tenía su idioma que, niños por entonces, hicimos propio comunicándonos entre nosotros delante de nuestros padres sin que ellos entendieran nuestros acuerdos. Hoy cuando han pasado más de sesenta años y nos encontramos mis hermanos y yo, todavía podemos entendernos en el habla de Eloy.

Su cuerpo era endemoniado, contrahecho, de piernas y brazos arqueados como los sarmientos de las parras, consecuencia tal vez de un difícil parto en una oscura noche de invierno. Dada esa conformación no podía realizar los trabajos campesinos pesados, de modo que se le fijaron el rol de cocinero y ciertas tareas circunstanciales como la de tirar al río la bolsa con las perritas de la reciente camada o con los gatitos indeseados de los que él no escucharía sus últimos gemidos.

Pese a su contextura deforme y su incapacidad para expresarse, Eloy tenía especiales atractivos para algunas niñas del lugar y ellas contaban con su irrestricta confidencialidad y discreción.

En su cargo de “cuque”, Eloy cocinaba en una inmensa olleta de fierro de tres patas, la gran porotada con locro que sazonaba al final con gruesas pellas de grasa y color. Luego, el gran tiesto cargado en un carretón, pasaba por las lomas en donde los peones cortaban el trigo. Bajo el ardiente sol del mediodía se les repartía la sabrosa ración. Tiraba su carretón un caballo bayo, de ésos que ostentan una línea negra que les une la tusa con la cola y que le confería rasgos aristocráticos de corralero, al que en esos días llamábamos el “Porotero” en alusión a la función que debía cumplir. Todos éramos amigos del animal y aunque a menudo amurraba las orejas, tenía buen carácter y podíamos acariciarlo y pasar bajo su panza sin peligro. Solo se descomponía su genio cuando recibía de Eloy un chicotazo para que apurara el tranco y entonces daba sonora respuesta.

Pero era con Eloy con quien el caballo mejor se entendía, como si hubieran sido verdaderos camaradas, siendo nuestro cocinero quien derramara tantas lágrimas cuando el Porotero ya envejecido en su oficio fue vendido a los mapuches de la reducción vecina, y terminando sus días dentro de las fuentes de greda tradicionales, en calidad de asado y cazuela. Del noble bruto sólo quedaron el cuero de la ancha franja negra que una vez curtido fue convertido en alfombra del interior de la ruca y las cuatro herraduras que permanecieron como recuerdo, clavadas por muchos años en la puerta de la rancha de Eloy.

Iván Contreras R.

lunes, 24 de marzo de 2008

Voces argentinas


La voz de la joven de Talcahuano que participó esa mañana en un programa de radio tenía tantas cualidades de tono, de optimismo y calidez, que parecía provenir de una campanita de plata. Esa voz me ha dado tantas veces vueltas en la cabeza, que la reconocería si la escuchara de nuevo. Querría saber si coincide con la imagen que me he forjado de su dueña. A esta voz habría que sacarle partido como portadora de buenas nuevas.

Hay tonos y tonos de voz, lo que permite reconocer a la gente de sólo aguzar el oído. En mi caso, cuando llamo por teléfono a personas no vistas hace tiempo, inmediatamente me saludan por mi nombre. porque aún pudieron recordar la voz una vez conocida.

Al niño, al adulto y al anciano se les reconoce un modular característico de su edad y a veces familias completas marcan la diferencia en el hablar. Los sistemas foniátricos del hombre y de la mujer no son iguales, por eso los sonidos que emiten tampoco lo son, y en el caso de ellas, al ser más pequeño y de cuerdas vocales más cortas, dan los tonos más altos. La nariz y sus invisibles cavidades son determinantes en la expresión del sonido, así es fundamental para un locutor o para un cantante de ópera, el no resfriarse.

El gobierno anterior se comunicaba a la población a través de un personaje con una voz particularmente constreñida. Pensé que duraría poco en ese cargo de tanta figuración, pero terminó su trabajo ganándose al público y acostumbrándonos a su físico y a su tono .

El cable nos hace oír voces de otros países y nos informa que existen modos y acentos característicos de esas geografías, permitiéndonos descubrir la procedencia de una persona de solo escucharla, también en relación a las regiones de nuestro país, como en Arica donde, al menor esbozo sonoro, queda en evidencia que soy del sur.

La voz cantada es la que está más relacionada con todas las gamas de frecuencias del sonido que emite una persona. En el festival de Viña del Mar pude afirmar que una determinada cantante era argentina, porque esa voz abierta y sonora solo podía ser de alguien de esa nacionalidad. Me trajo el recuerdo de Valeria Lynch, de Ginamaría Hidalgo, de Susana Rinaldi, de la joven Soledad; y de tantas otras que encontramos que cantan tan bien. Como no tengo calificación en el tema, hice una consulta a nuestro artista y maestro Mateo Palma, para quien: “los argentinos tienen una conjunción de etnias muy favorable para tener buenas voces y poseen magníficas escuelas de música. Tienen una impostación innata y esas condiciones naturales las cultivan estudiando mucho “. Agrega que el talento sin escuela, sin técnica, no tiene vida larga, y que la tendencia en nuestro país es a que los cantantes sólo exploten el talento, con lo cual terminan perdiendo la voz tempranamente, porque no la cuidaron. Me repite que en el país vecino los profesionales del canto se preocupan de eliminar sus ripios y que cada cierto tiempo pasan al taller a hacer un reacondicionamiento. Que además de las disposiciones básicas de su babel racial, cultivan semilleros de donde van surgiendo las mejores voces, a las que se proporcionan medios para continuar ascendiendo con calidad.

Por último, desde su punto de vista musical, el especialista deplora que muchos de nuestros jóvenes con dotes bien definidas se orienten hacia otras carreras. No obstante, mantiene la fe en que para el canto chileno existe un destino posible.

Iván Contreras R.

Una Web relacionada: Todo Tango -amplia discografía

sábado, 15 de marzo de 2008

Antigüedades


En esa película de los 40, el joven y la niña se refugiaron en el desván de la casa y éste estaba lleno de los remanentes de años de vivir allí: un caballito de balancín, jarros enlozados, piezas de cerámica, sombreros en sus cajas, cunas de bebés y gramófonos con sus inmensas bocinas. En aquella época mirar hacia el siglo XIX era un asunto cercano y es posible que algunos de los objetos mencionados fueran de entonces. Los hechos históricos o por lo menos los que se recordaban de esa centuria estaban tan próximos que no era raro conocer gente que estuvo presente cuando ellos se produjeron.

En la década del 40 (1940), aún podían encontrarse personas que habían participado en la guerra con los países del norte. Ahí estaban los “veteranos del 79” que tenían sus sedes sociales y mutualidades, y que desfilaban con sus gallardos uniformes durante las fiestas patrias. Usos y costumbres decimonónicas estaban frescas todavía. Los utensilios de cada casa habían sido heredados de esa época pasada y las máquinas domésticas, que eran manuales al principio, sólo cuando llegó a generalizarse el uso de la corriente eléctrica fueron movidas por dicha energía. Conservaron todo su carácter y ya en los primeros años del siglo XX al reconocerse esos efectos como propios del siglo anterior se transformaron en lo que llamamos antigüedades. Y como tales, empezaron a escasear y hasta a adquirir un valor comercial mayor que los del momento. También a ser motivo de colección.

Siguiendo el mismo criterio, ahora que nos encontramos en los inicios del siglo XXI sabemos que los implementos del siglo XX con los que convivimos en parte importante de nuestras vidas, desde los juguetes y muñecas de niños, han pasado hoy a ser antigüedades. Lo son los objetos de uso en la cocina, en el comedor, el dormitorio, los trajes y artilugios rodantes que han cambiado de modelo cada año. Son antigüedades hoy los artefactos de la guerra, los cascos y uniformes, las armas. Las piezas de loza de Lota y de Penco, las obras artesanas entre las que se encuentra ese caballito de madera, negro cariblanco, con su montura y sus riendas de cuero, recuerdo infantil, que ya adulto busqué por años con gran afán. Siempre estamos pensando en que los objetos de vidrio, como los producidos por la fabrica de Schiavi, son antiguos, aunque por su frágil condición cuesta imaginárselos atravesando y sobreviviendo los siglos. A las cosas de otros tiempos les reclamamos, eso sí, cierta condición artística y que tengan atractivo comercial. Esto de escogerlos y atesorarlos lo determinarán las preferencias personales.

Cuando hoy miro el interior de mi casa veo el hogar de un coleccionista de artefactos del siglo XX, de antigüedades recientes.

Iván Contreras Rodríguez

Maestro Iván Contreras, nuevo Profesor Emérito Universidad de Concepción


CONCEPCION CHILE N. 384 MIERCOLES 6 DE SEPTIEMBRE DE 2000

En una ceremonia que se desarrolló en un ambiente muy cálido y emotivo, el artista y profesor del departamento de Artes Plásticas, Iván Contreras Rodríguez, fue investido con la distinción honorífica de Profesor Emérito de la facultad de Humanidades y Artes de la Universidad. Como es ya usual, impusieron los símbolos de tal categoría, máxima distinción para un académico de la Universidad, El rector Sergio Lavanchy y el secretario general, Rodolfo Walter.

Correspondió al decano de la facultad de Humanidades y Artes, profesor Eduardo Núñez, dar a conocer los motivos por los cuales la unidad solicitó a los organismos superiores de la Universidad, conferir al pintor y maestro tal dignidad académica. En su exposición, el decano fue presentando a Iván Contreras en sus diversas facetas de vida, todas las cuales convergían hacia las cualidades humanas, luego de repasar su obra artística por casi medio siglo de producción y reconocimientos.

En partes de su presentación, el decano Núñez expresa: "Ivan Contreras nace en Purén, provincia de Malleco, en 1933. Hasta los 10 años, su infancia transcurre en el campo". Respecto de la huella que deja el lugar de origen en la obra futura, reproduce lo escrito por el crítico de arte, José María Palacios, en el año 1963, con motivo de una exposición de acuarelas prsentada por el maestro en la Sala del ministerio de Educación, en Santiago. "Contreras es un hombre claro, definido. Se expresa con llaneza, a menudo con un sintetismo muy propio de su provincia natal, Malleco, donde el sol sabe dormir con dignidad en el fondo de los valles, donde escala con paso calma los cerros y donde juega con simplicidad entre ramajes verdes. Donde la lluvia sabe hacerse melodía y donde toda la atmósfera tiene un acento campesino de cotidiana y bellas vibraciones".

Titulado profesor de Artes Plásticas en 1956 en la Universidad de Chile, dicta clases en la Escuela de Artes Plásticas de la Universidad Austral de Valdivia. Se traslada a Concepción, ciudad en la que despliega una intensa actividad en el ámbito educacional y cultural a través de cursos y en el montaje y participación en continuas exposiciones. La calidad y macicez de su obra, la municipalidad de Concepción le otorga, en 1971, el Premio Municipal de Arte.

La ceremonia de investidura prosiguió con la presentación del video "Salida de Caza" que muestra al artista en una jornada de trabajo. Perplejo e impactado por esa cinta que no conocía, dicta la Clase Magistral de rigor con el tema "La profesión del artista plástico".

Iván Contreras Rodríguez - Artista plástico- Concepción




Artista pintor y especialista en la enseñanza de las artes plásticas en sus aspectos prácticos y teóricos, nacido en Purén, prov. de Malleco, el 21 de julio de 1933.

Realizó sus estudios profesionales en la Escuela de Bellas Artes de la Universidad de Chile, Santiago. Entre sus maestros destaca a los pintores Carlos Pedraza, Israel Roa, Ramón Vergara Grez y Anita Cortés. En lo concerniente a conceptos estéticos e históricos menciona a Luis Oyarzún Peña y a Eugenio Pereira Salas.

Se tituló como profesor de artes plásticas en la U. de Chile y se graduó como licenciado en Artes, mención pintura en la U. de Concepción.

Desde su ingreso a la academia, en 1952, ha desarrollado preferentemente las técnicas artísticas del óleo, la acuarela y el dibujo. “ La pintura de Iván Contreras R. no es la representación fiel y sumisa de la realidad. Posee un vuelco interpretativo dictado por un pensamiento estético que ordena y descubre elementos”, Sergio Montecino. “Vuela y vuela la mirada de Iván Contreras; vuela y escala la cordillera, penetra valles, busca las quebradas, recorre la nieve y los bosques, cruza el aire y hurga en la tierra con su pincel alado”, Anamaría Maack.

“En su pintura de amplia temática es posible observar el retrato de fidelidad plástica hacia el modelo retratado; cuadros de flores ricos en materia pictórica; paisajes urbanos y rurales en los que se expresa con singular soltura. En sus dibujos y en ágiles bocetos, con maestría fija en instantánea los gestos y expresiones de los modelos”, Antonio Fernández V.

Como pintor ha realizado a nivel nacional numerosas exposiciones individuales y ha tomado parte en eventos colectivos. Obras suyas se encuentran en colecciones particulares, instituciones y museos: Pinacoteca de la U. de Concepción, U. del Bio Bio, Museo de arte Contemporáneo de Chiloé, Municipalidades de Valdivia y de Contulmo, y el Senado de la República.

Desde 1956 a 1959 fue profesor de arte de la U. Austral de Chile. En 1960 se trasladó a Concepción donde ejerció como pintor y maestro en la enseñanza fiscal, privada y universitaria. Es relevante su condición de docente fundador y primer Director del Departamento de Artes Plásticas de la U. de Concepción a partir de 1972.

Ha participado en jornadas de difusión artística en seminarios, encuentros y escuelas de temporada. Ha sido jurado en salones y concursos nacionales e internacionales. Autor de publicaciones especializadas y de orden general.

Es miembro de la Asociación de Pintores y Escultores de Chile y de la Agrupación de Pintores y Escultores de Concepción.

Por su labor docente universitaria en la U. Austral de Chile, U. del Bio Bio y de la U. de Concepción, entregada con dedicación, profesionalismo, por su trabajo creativo y su aporte a la sociedad, se le ha otorgado: en 1972 el Premio Municipal de Arte de Concepción; en 1993 se le designó “Vecino Ilustre de la I. Munipalidad de Contulmo; en 1998 se asignó la “Distinción al Mérito Comunal, I. Municipalidad de San Pedro de la Paz”; en 2000 se le confirió la calidad académica honorífica de “ Profesor Emérito de la Facultad de Humanidades y Arte de la U. de Concepción.

martes, 11 de marzo de 2008

Cuando escribir y de qué escribir

Lo ideal parece ser escribir en la misma noche, para que no se vaya ese asunto que nos desveló por horas, porque si no lo hacemos de inmediato al otro día no nos acordaremos de nada. ¡ Y era tan buena la idea!

Lástima que no pueda escribir en la ducha; ahí es mejor cantar un viejo bolero, “con una queja en el alma/ hasta mi tierra llegué/ con una queja en el alma/ de aquel lugar me alejé”.
Es bueno anotar pensamientos en la consulta del médico de turno, aunque talvez es mejor dedicarse a dibujar a esa dama de formas dibujables que mantiene quieta espera. Organizar frases mentalmente mientras caminas por las calles de la ciudad, tales como que “esas personas que caminan por el paseo de la gente linda no es muy linda que digamos”. Escribir desde un asiento urbano, siempre lleno de luminosidad y de otros jubilados semejantes a uno.

No es conveniente fabular mientras manejas el auto, el cuento puede terminar mal.

Redactar frente al mar, en donde las ideas van y vuelven según el ritmo de las olas. Escribir en la m
esita de ese café del centro comercial, donde también lo hicieron otros tantos.

Tomar un viaje como motivo para registrar sensaciones y emociones superlativas. Traer a la actualidad recuerdos que fueron detonados por una palabra escuchada al pasar y llevarlos a la luz, escribiéndolos. Seguro contendrán mucho de imaginación, porque es imposible vivir tales momentos de nuevo, tal cual fueron, reviviendo época, ambiente, color y calor.

Escribir impulsado por la relectura casual de esa carta de Villaseñor, el amigo pintor ya ido de este mundo. Escribir sobre la escritura de cartas, antiguo arte, como las misivas enviadas a esas novias lejanas. Relativo a las sobrias y concisas cartas del padre, descubriendo el hilo de su amor paternal.

No a toda la gente le gusta escribir, y cuando se recomienda ufano que escriban sus reflexiones, se descubre en su cara que eso nada les interesa. Tampoco se puede forzar a quien tiene talento para escribir, a que escriba.

Se puede escribir sobre lugares geográficos que se quisieran pisar de nuevo o acerca de la Isla Mocha, donde probablemente nunca vamos a estar, porque nos mareamos en bote o por temor a subirnos a ese avioncito que hace la travesía. Escribir sobre lo que viene, y que justo lo desconocemos. Sobre lo que yo escribo, que si me gusta o no me gusta y que después de varias correcciones queda redondito, inexpugnable a nuevas correcciones. Escribir sobre lo que desearías seguir escribiendo.

Escribir sobre las cosas que quisieras arreglar en la vida del país . Escribir que la vida es bella, que quieres que siga siendo bella.

Iván Contreras R.