sábado, 25 de octubre de 2008

De paso por osorno - Iván Contreras Rodríguez


El sol se abre paso entre las masas de brumas y cae sobre la ciudad como un mensaje divino. Nos agrada estar en Osorno en un día de sur-sur, con las variantes que hacía tiempo no veíamos, de luz y sombra, de manchas y fundidos de acuarela, de cielos azules que asoman por las densas nubes que galopan formando mil figuras.


Los verdes se repiten por cientos en sus matices, en sus tonos de oscuros y claros a orillas del Rahue, que separa a la ciudad de un barrio que se ve activo e industrioso. Un puente respetable les une, pero los márgenes no hacen costanera. Se podría sacar más provecho visual al hermoso río. Es grato ver un bote con dos pescadores premunidos de sus cañas ejercitando su deporte en plena ciudad.

Las cuadras tienen las verídicas medidas de 125 metros, que nos parecen larguísimas de caminar, flanqueadas por casas de madera, algunas de tiempos coloniales, otras modernos chalets. Estamos en el año 2003 y aquí es curiosa la sujeción a los uniformes azules profundos que opacan a las amables osorninas, caminantes por esas calles.
La vista desde el mirador Rahue nos entrega el panorama de una urbe dispuesta en terrazas, con edificios de altura e infinitos techos de zinc pintados de rojo. Las neblinas de esta tarde no nos dejan ver los nevados que se adivinan al fondo.

Osorno fue fundado por Pedro de Valdivia en 1553, con el nombre de Santa Marina de Gaete y fue refundado en 1558 por García Hurtado de Mendoza, quien le dio la designación definitiva de San Mateo de Osorno, en recuerdo de su abuelo materno. Destruido en 1602, estuvo despoblado por más de un siglo hasta 1789 en que don Ambrosio O“Higgins distribuyó los sitios a nuevos habitantes. El mismo nombre tomaron la provincia en que esta asentado y el cónico volcán que la preside.

Llegados a los campos que rodean la ciudad, vemos muchos árboles solitarios desparramados en las suaves colinas, de verdes veridian, de azules cobaltos y ultramares, y también de amarillos con toques de cadmios anaranjados y rojos, como un homenaje al pintor oriundo Sergio Montecino. Si el paisaje de Osorno es un homenaje a este artista sensible, Montecino le retribuyó pintándolo y legando en herencia a la ciudad una colección de medio centenar de sus obras.

Dinámico, comercial y cultural, turístico por la existencia de adecuada hotelería, Osorno da sin embargo la sensación de ser un lugar de paso, que no retiene a sus turistas en trayecto hacia más al sur o rumbo a la Argentina por el paso hacia Puyehue.

Un día, en el futuro esperamos volver a Osorno para aquilatar su evolución y progreso bajo esos cielos de efectos telúricos monumental.

Iván Contreras R.