martes, 13 de julio de 2010

Andariegos


El ocaso que en verano es más largo se iluminaba además con una gran fogata. Entre los peones congregados en el patio habría un concurso de logas y había gran interés entre ellos por escuchar a los afuerinos que traerían novedades como andariegos que eran; algunos parecían verdaderos maestros en esos relatos, con un principio y un desarrollo sin final definido, de sus andanzas por otras tierras, mostrando sus vivencias y su imaginación.

Así todo empezó cuando uno de ellos tomó la palabra y con un cierto ritmo, daba a conocer historias de su vida, hablando como si no existieran los puntos apartes, sin pausa de un tema a otro. Comenzó su perorata contando acerca de el cariño suyo por las mulas que cuidaba en aquella lejana oficina salitrera, y la diligencia con que debía uncirlas a los grandes carretones que transportaban el caliche y la materia ya tratada hacia la punta de desechos, cada vez más larga y alta sobre la tierra yerma.

Pasaba pena cuando escaseaba el pasto y debía disminuir las raciones a los pobres animales que igual debían ir a laborar bajo el fuerte sol y como él, al limpiarlas con las rasquetas y escobillas, más bien, las acariciaba desde la cabeza hasta la cola. A partir del cierre de Rica Ventura, recorrió la pampa, por sus propios pies, visitando otras oficinas en funcionamiento sin encontrar empleo, por lo que decidió volverse a sus lares tanto caminando por las huellas indelebles del desierto como subiendo furtivamente a los carros de carga del longino, el tren del norte, y así había llegado hasta donde se encontraba hoy en la faena del trigo.

Después tomó la palabra otro peón, quien inició su loga en el ferrocarril que se estaba construyendo hacia el sur, de su fascinación por aquellas grandes máquinas a fuego y vapor que iban avanzando según ellos colocaban durmientes y montaban rieles. Para cada obra tenían sus técnicas vigiladas por los ingenieros gringos que contrataba la empresa en la misma Europa. Solían darse accidentes, algunos mortales, en la trocha o en la construcción de los puentes sobre los muchos ríos a atravesar. Y que venía a las cosechas del trigo para variar las comidas y las jornadas diarias. En marzo volvería a ser carrilano porque estaba seguro que los gringos lo recibirían de nuevo, ya que necesitaban mucha gente para seguir la línea en su avance austral.

Terminó la sesión de logas un muchacho joven, llegado el día anterior, que adoptando una entonación muy personal hizo ver que provenía de la zona central y nos habló de uvas y vinos, y de aquel día en que había cortado 300 adobes para la construcción de las viviendas de los inquilinos de aquel gran fundo de viñas. Junto con recrear todo el proceso de los caldos tintos y blancos, y de la fabricación de las casas de barro y tejas, se refirió a su andar por los caminos entre pueblos diversos, y de cómo a su paso por Angol le habían informado que en estas lomas de Purén encontraría trabajo, buen rancho y niñas bonitas.

No sé cuál de los tres lo hizo mejor en esa noche estival, pero recuerdo impresionado la figura del nortino, de barba espesa que le hacía mayor, y en cuya faja se veía el mango del cuchillo, con el que decía cortaría los cueros y las correas de sus ojotas.

Lucía asimismo sombrero gacho y diente de oro.

Iván Contreras R. 2010


Foto: La Cueca Centrina