domingo, 17 de agosto de 2008

"Monos" y "moneros" (los antiguos retratistas populares)


El retrato de una niña del pasado, una infante de unos tres años de edad en un marco ovalado, ha presidido por mucho tiempo nuestra vida desde un muro importante de la casa. Es mi madre, doña Elena, en una efigie basada en una fotografía suya tomada en 1908, hace exactamente cien años.

Cuando aun no existía la foto en color, ésta tiene hermosos colores, parece un cuadro original de un buen pintor. Una experta en ese arte me contaba que se partía desde un cartón sensibilizado en donde se proyectaba desde la fotografía una imagen en un tamaño mayor, luego un artista de manos ágiles coloreaba este dibujo, con pintura al óleo o al pastel, haciéndolo con gran expedición, de tal modo que la persona quedaba como si estuviera viva.

En ese mismo momento desaparecían las arrugas y manchas propias como las quebraduras y daños del original. Junto con rejuvenecer y lucir buena salud podía cambiar el color del pelo. También era posible reunir en ella a unos familiares, como a hermanos separados o bien emparejar a un matrimonio por una eternidad, aunque provinieran esas figuras de fotografías diferentes. Como la superficie de la pintura es delicada era resguardada por un vidrio cóncavo que no la tocaría. De esta manera el personaje o la pareja quedaban a perpetuidad bajo su cristal enmarcado en bella moldura, para colgar en los hogares de sus descendientes - nietos y bisnietos- y de generaciones futuras.

A quienes se dedicaban a realizar este trabajo se les llamaba “moneros”, pero en realidad se denominaba así a quienes se daban el trabajo de conseguir los encargos de parte de aquellos que tuvieran fotos antiguas, pequeñas y por lo general en deterioro. Esos moneros viajaban en los trenes y en otros medios recorriendo ciudades y campos premunidos de muestras convincentes para ingresar a los hogares y captar de los dueños la reproducción y montaje de esa emotiva foto familiar. El trabajo completo podía estar listo al cabo de un par de meses, pagando parte del total.

Al mismo tiempo, otro trabajo artístico que se ofrecía casa por casa, en las zonas mallequinas, eran las oleografías en sus marcos rococó, que no eran otra cosa que impresiones de litografías en colores, por lo general de naturalezas muertas de duraznos aterciopelados, racimos de uvas con sus brillos y otras frutas en sus fruteras más faisanes o conejos colgando desde el fondo como cuadros para el comedor, ya muy escasos, convertidos en verdaderas antigüedades. Como tales ahora piezas de museo.

Iván Contreras R- 2008
Artista Plástico

viernes, 1 de agosto de 2008

Los cóndores en las alturas - Iván Contreras Rodríguez


Yo creo que los cóndores gozan de buena salud aunque siempre he sabido que están en peligro de extinción, talvez porque los humanos los han perseguido toda la vida según nos lo muestra ese conocido dibujo de Claudio Gay, de 1854. Hace poco, en San Fabián de Alico fue encontrada una hembra juvenil de cóndor, al parecer en etapa de emancipación de sus padres pero aún incapacitada para encontrar su alimento. Como estaba débil, el SAG se hizo cargo del ave y la llevará al centro de rehabilitación que existe para estos efectos en Talagante.

Según el dibujo de Gay, en un pequeño corral se colocaba un animal muerto y los cóndores bajaban a comer, y al engullir una gran cantidad de carne no podían emprender el vuelo sin la cancha necesaria para elevarse. Entonces unos campesinos los cazaban a palos convencidos que esos pájaros mataban su ganado. Representación ajena esa para quienes viven en las tierras de Nahuelbuta en donde jamás se vio un cóndor, pues ellos vuelan a lo largo de la Cordillera de los Andes acercándose a la costa solo en el extremo norte y sur. Como tal es símbolo de esa cordillera y de sus grandes alturas a las que accede llevado por las corrientes de aire ascendentes, planeando sin mover las alas. Anida allí, en grietas o cuevas poniendo un único huevo.

En realidad los cóndores no atacan a los animales, sean guanacos, caballares o vacunos, solamente comen su carroña, la que ubican desde lo alto con su buena vista. Sus patas no les son útiles para agarrar una presa y el fuerte pico solo les sirve para desgarrar y quebrar huesos por lo que no pueden transportar su alimento y han de comerlo en el lugar guardándolo en el buche, para sí o para llevarlo a su cría.

Conocí al cóndor, a los once años, en el parque del Cerro Chumay en Traiguén, y después cada vez que me he acercado a la Cordillera de los Andes los he visto en vuelo y me dio gusto encontrar muchos de ellos en un viaje a Bariloche. No todos los chilenos conocen del natural a los cóndores, Pilar, que es una intelectual penquista, los ha visto únicamente en el escudo nacional en donde figura como ave heráldica junto al huemul. Y al ser ambos distantes y escasos nos parecían- siendo niños- como seres fabulosos inventados por nuestro precursor de la pintura el inglés Carlos Wood, que lo diseñó en 1834. También era sumamente difícil para nosotros dibujar nuestro escudo porque ambos animales eran representados sin atisbos de estilización, lo que hubiese facilitado esa tarea.

Iván Contreras R.
2008-07-
Artista Plástico

domingo, 20 de julio de 2008

La victrola


Era como una verdadera maleta, portátil, que se despertaba cuando se abría. En ese momento aparecía el brazo y la cabeza del diafragma sobre un disco de acetato de 78 revoluciones. Lo que yo siempre miraba con el mayor interés era el logotipo de la tapa con aquel perrito fox-terrier frente a una bocina escuchando la “voz del amo”. Para ver y escuchar lo que nos depararía el funcionamiento de ella solo había que darle cuerda para lo que había que hacer girar una manivela.

La victrola difundía música de autores e intérpretes americanos del 30 y del 40, siempre en español, tangos, valses, polcas y tonadas chilenas; pronto memorizábamos letras y melodías, y aprendimos a escuchar a Carlos Gardel en el propio sonido de ella. Canciones de la victrola que iban a ser entonadas por nosotros, junto a los himnos patrióticos de la escuela y a los religiosos aprendidos en la novena de las Carmenes en casa de los Jara.

Los discos se compraban en Purén, en las tiendas en que además se vendían agujas y repuestos, y algunos eran traídos por los amigos de nuestros padres o por los parientes, en sus fundas de papel con hermosas y decorativas etiquetas, Odeón, Brunswick, RCA Victor, Columbia, Philips etc. Eran bastante delicados tanto que podían rayarse o quebrarse y había que manipularlos con cuidado. También teníamos que cuidar de no “estirar demasiado la cuerda” que podía cortarse y quedar la máquina imposibilitada.

La victrola, era un instrumento mecánico que podía dar muchas satisfacciones sentimentales al permitir la cercanía que propiciaba su música y el baile, apegados ellos y ellas, bailando en parejas estrechamente unidas. Como en los veranos se juntaba la parentela, tíos, primos y visitas, todos jóvenes para quienes siendo la amplia galería un buen lugar, en los atardeceres calurosos era mejor la tierra roja del patio para bailotear. Si hacía falta bailarines, ahí estábamos nosotros, los pequeñitos, para acompañar en el vals y para cumplir con gran entusiasmo nuestros turnos en la manija del aparato.

Cuando hacíamos paseos campestres, la victrola, cuyo sistema de funcionamiento necesitaba sus cuidados, iba entre el cocaví. Entonces se bailaba junto al río y en octubre en el potrero sembrado celebrando la cruz del trigo.
De todas maneras mis padres cantaban canciones que no estaban en los discos, que las habían escuchado de sus padres, hacía tiempo, que enriquecían su acerbo personal y que nosotros también terminábamos aprendiendo y entonando.

Iván Contreras R-2008
Pintor chileno

viernes, 4 de julio de 2008

Otros lugares, otras latitudes - Iván Contreras Rodríguez


Este año hemos tenido un invierno bastante crudo. Pero esta condición palidece ante lo relatado por una dama que vivió un par de inviernos en Coyhaique, ciudad patagónica medio Chile más al sur de Puerto Montt.

A los pocos días de llegar a la Trapananda, el rigor climático la dejó a esta señora sin zapatos, hasta que los lugareños le recomendaran el mejor calzado para la zona, Albano, una marca que ella conocía desde Concepción. Para resistir el frío, y la nieve y la escarcha que hacían las calles resbalosas, encontró así unos verdaderos acorazados con los que venció los pies helados y los resbalones.

Por lo mismo, existe en Coyhaique una verdadera industria de la leña. Unas camionetas recogen por los cerros tocones de ñirres y lengas para abastecer las leñeras locales. Como a un verdadero tesoro se les encastilla para conservarlos. ¿A Ud. no le falta un picador?, pregunta un hombrón que con su hacha recorre las calles ofreciendo sus servicios. Las estufas, muchas a combustión lenta, necesitan limpieza semanal y entonces aparece quien inquiere ¿ Necesita Ud. que le limpie el caño, señora? En cada casa no puede faltar la leña y el fuego debe mantenerse encendido día y noche.

Conocí en persona esta lejana ciudad en época benigna, no en aquéllas en que queda aislada por días al cerrarse el aeropuerto y los caminos están con metros de nieve. Para evitarse las sorpresas en el diario vivir, se construye el quincho para hacer asados en un espacio cerrado y techado. Estuve en un convite en que o nos quitaba el oxígeno el humo de la parrilla, o nos mordía el frío si abríamos la puerta; pero el asado de cordero nos pareció magnífico.

La arquitectura, sin embargo, no siempre estaba de acuerdo con las difíciles condiciones físicas del lugar, levantándose una población en que el esqueleto de madera de las casas sólo era cubierto con planchas de hojalata o fonolita. Las vestimentas deben dejar a un lado las elegancias y se ven las altas autoridades y los comunes habitantes ataviados de gruesos bototos, parkas peludas, guantes y espesas bufandas.

Se trata de otras realidades, de lugares diferentes al nuestro donde los seres humanos resisten estoicamente las lejanías e inclemencias del clima, desarrollando sus tareas con afán y haciendo Chile.

Iván Contreras R
Artista Plástico

Consejos de Don Iván a Puyelli

Pablo Burchard
Ariel: Escribir es un buen ejercicio para la mente y al estar atento a lo que sucede en nuestro alrededor con cierta suspicacia aparecieron algunas frases, hace algún tiempo y revisando unos papeles las encontré. Ahora cuando las leo me parece que las escribió otra persona. ¿ Que siente Ud. cuando lee sus cosas muy anteriores?, ¿No le parece que las escribió otra persona? y sin embargo uno no las encuentra tan mal. O quizás las quisiera corregir......

Cuando veo mis pinturas de décadas atrás por lo general las siento como mías. Y no siento ningun deseo de corregirlas. Un muy buen pintor nuestro- Pablo Burchard- olvidaba firmar sus obras. Si alguien le llevaba una de estas obras para que las rubricara le decía: Déjemela y venga a buscarla la próxima semana ! Cuando llegaba el día de retirarla el propietario recibía una obra totalmente intervenida......

También las normas o convenciones dictan que un pintor no debe restaurar su propia obra dañada. Debe restaurarla un restaurador profesional.

-Cuando la crítica es desfavorable, el artista se resiente un poco y luego la olvida. Cuando es favorable, también la olvida. Yo me olvido hasta de los premios ganados.

-A los que fueron nuestros maestros hay que reconocerlos...nombrándolos.

-Al talento hay que ayudarlo con la técnica. Solo no se sostiene.

-Ver una buena pintura estimula al pintor. Una buena lectura estimula al escritor.

-Escuchar una buena voz hace desear ser un cantante. Una buena lectura hace soñar en ser un escritor.

-Aunque con nuestra profesión creamos obras visuales, no debemos ser tímidos en el escribir y en el decir.

-Quienes tienen genio se cuestionan las rutinas de creación y así encuentran otras nuevas formas de expresarse.

Estuve mirando la nueva página Puyelli, me ecantaron las fotografías y creo que hasta haré unas acuarelitas con los atardeceres. Seguiré mirando la parte literaria.. Saludos a la familia y a su compañera peluda Frida.
Iván Contreras

viernes, 6 de junio de 2008

Una vueltecita al pasado - Iván Contreras


"Le cuento, la foto fue tomada por una tía que tenía el hobby de la fotografía. Tenemos a la vista:

el de más atrás era un tío que a la sazón estudiaba leyes y llegó a ministro de la Corte en Concepción. Más abajo mi madre, doña Elena, a continuación mi hermana doña Tala (un año fue reina de la primavera en Purén) , el niño de abajo derecha soy YO (Iván Contreras), al otro lado asoma otro hermano mío don Nelson (Q.E.P.D.). El varón de sombrero blanco cargado al ojo era mi padre Don Manuel, un hombre memorable con todos los bondades del mundo, que de sólo escribirlo me dio nostalgia, ternura de hombre. Como verá esa foto y otras me las armé este verano ya que estaban en manos de un primo, hijo de la tía doña Elba quien las tomó en su momento. Para obtenerlas me fui de viaje hasta Curacautín. "

(De un mail al editor del Blog)

La maquinaria del trigo


Eran máquinas fabricadas en fierro, de fierro con fierro, con llantas de metal que rodaban por los caminos de tierra tiradas por las yuntas de bueyes claveles. Más tarde lo fueron por tractores marca Case, que se decía keis y yo no entendía el porqué; había aprendido a leer recién y yo veía Case. Estos vehículos eran made in USA, país en que tenían imaginación de sobra para inventar el ahorro de trabajo de los obreros en la cosecha del trigo.

El recuerdo de la maquinaria del trigo en el pasado me lo trajo el hecho de ver en Renaico el museo al aire libre de las máquinas agrícolas obsoletas de principios del siglo XX, tales como emparvadoras, sembradoras, arados y rastras.

Cuando esos verdaderos engendros de dinosaurios de alegres colores llegaban a aquellos campos de Malleco, nos parecían tan hermosos y nos podíamos subir y sentar en sus duros asientos anatómicos que seguían las formas de las asentaderas. Y soñábamos que las manejábamos.

Llamaban arrenquín al servidor de cada máquina, y un peón lograba llegar a serlo una vez que aprendiera el manejo de las palancas y las funciones que cumplían cuando giraban las ruedas en su caminar. En tiempos de siembra le correspondía esa tarea a la sembradora con depósitos para los granos que al manipular una determinada palanca, distribuía la semilla sobre el terreno barbechado. Un arado de discos iba dando vuelta la tierra y cubriéndola.

Ya maduro el trigo, mientras las espigas se mecían al viento, le tocaba el turno a la emparvadora, que las cortaba y que automáticamente las ordenaba en haces amarrándolos con cáñamo sisal, dejando resbalar con suavidad hasta la tierra la gavilla resultante y que era recogida por el carro emparvador para llevarlas al muelle de acopio. De todas maneras no estaban lejos la echona y ese artefacto de bellas formas, la horqueta de cuatro o cinco ganchos, con su astil de madera veteada y barnizada. Por lo general las herramientas manuales: horquetas, azadones, palas y hachas, además de funcionales son hermosas.

La máquina trilladora y el motor a vapor marcaban la culminación del proceso de la cosecha. Pero con el tiempo, una vez más se impuso el ingenio del hombre y se incorporó un mecanismo que lo hacía todo, moviéndose y funcionando con su propio motor: era la cosechadora que cortaba, trillaba y entregaba los sacos de trigo llenos. Cuando este gigante metálico cortaba el trigo en pie, trazaba filigranas áureas en la loma creando un nuevo paisaje de arte para quienes miraran con pasión el suceder en los días campesinos.

Iván Contreras R.
Artista Plástico

lunes, 26 de mayo de 2008

Otras realidades geográficas




En Arica, ciudad de la eterna primavera, los caballeros caminan en camisa por el paseo peatonal 21 de Mayo y algunos otros se van a nadar a la playa La Lisera. Eso sucede mientras en el sur los habitantes están dando diente con diente.

En efecto, en la ciudad nortina se tiene en invierno una temperatura parecida a la nuestra en diciembre o febrero. Allí nunca llueve y las nubes pasan por alto corriendo desde el mar a la cordillera, sin derramarse. Al interior, sólo en verano existe el invierno boliviano, que da lluvias y caudal al río San José.

Arica parece una niña bonita en que florecen los hibiscos; en las calles los gomeros, nuestra planta de interiores, adquieren dimensiones de árboles con troncos retorcidos y grandes hojas.

Admirada desde tiempos incaicos, disputada por siglos por Perú y Bolivia, Arica quedó finalmente en manos de Chile, permaneciendo eso sí en los ojos de esos otros países.

La gente que va por sus calles, de mil etnias, son chilenos que pueden llevar el sol en la piel, lucir un perfil aymara y tener un tono de voz diferente, propio y también de los habitantes de las alturas y de más al norte.

Es motivo de sensaciones especiales recorrer la ciudad, subir al Morro y verla desde lo alto como se desparrama en amplio panorama entre las arenas del desierto. Por ser ingreso desde diversos países se la denomina la “puerta norte de Chile”, abierta a los visitantes.

Mirando hacia el este, se prolonga kilómetros por el valle de Azapa, como fértil vergel. Ese valle verde, en contraste con las arideces, nos provee de frutas y hortalizas que hemos aprendido a comer en el sur, en pleno invierno, sean tomates, maíz o aceitunas.

La feria del Agro muestra un surtido de otros manjares agrícolas, y en estos días se pueden comer melones de Chaca, choclos de dientes grandes, las aceitunas de variada preparación, el maní de granos gordos y productos de otros valles generosos, como los limones y naranjas de Pica, las papas de Ovalle, la uva de Copiapó o Elqui.

Los ariqueños tienen el privilegio de vivir, en efecto, en la eterna primavera. Los sureños que llegan allí añoran por un tiempo sus lares, pero luego dicen: ¡caballero, llevo treinta años aquí, eso que sólo vine a trabajar una temporadita!. Ya no volví más y aquí dejaré mis huesos.

Iván Contreras R.
Artista plástico

martes, 13 de mayo de 2008

Si tiene tiempo libre haga adobes - Iván Contreras Rodríguez


Es un viejo principio el de construir con los materiales más abundantes de la región, por eso que al sur del BioBío se emplea la madera. En el norte extremo se ha usado la piedra y el adobe, y en la zona central se edifica con adobe y tejas.

En la colonia chilena los muros de las casas urbanas y rurales se levantaban con adobes, una especie de módulo de fabricación rápida para el que se ocupa simplemente tierra. Sus medidas eran estándar: O.30 X 0.60 X 0.10 metros, siendo bastante grandes; la anchura del muro dependía de su disposición, que podía ser a lo largo, de “soga”, atravesado o “de cabeza”. De cabeza daban una pared tan ancha como para soportar temblores, siendo muy buen aislante de los excesos de frío y de calor.

Los adobes se fabricaban antes y hoy de la misma manera, de barro, paja y agua. Muy importante es que la tierra sea arcillosa, con un 40% de arena y limpia de materias orgánicas. Elegido el lugar y hecho el foso, se aprovechaba la misma tierra o se traía de otra parte. Se revolvía y apisonaba a pie desnudo hasta tener un barro de suavidad apropiada. Enseguida se le agregaba la paja seca cortada de “un jeme”de largo. También podía usarse crin de caballo y en ambos casos se le amasaba hasta convertirla en un material homogéneo con que llenar los moldes de madera aprensándolos esta vez con un solo pie para alisarlos finalmente con la mano. El molde podía retirarse de inmediato para seguir haciendo otro y llegar así a los 300 o 400 adobes diarios que se secarían con el aire y el sol.

De mayor dimensión era el “adobón” para los murallones que limitaban las propiedades. Para pegarlos, como con los adobes, se utilizaba una argamasa de barro.

El adobe es un material noble que tiene todavía amplias posibilidades de uso. Solo en los últimos 100 años se usó sustitutos industrializados y ha sido la publicidad exagerada y los prejuicios actuales los que nos hicieron creer que unicamente las casas de concreto podían ser duraderas. Arquitectos actuales han estudiado la función del adobe y sistematizado su empleo en la edificación e incluso para restaurar las añosas viviendas.

Al recorrer recientemente los límites de las regiones del BioBío y del Maule tomamos conciencia de los hermosos conjuntos rurales desplegados entre Coelemu y Quirihue, hacia Cauquenes, y de allí hasta la costa, todos ellos de construcción en adobe y tejas. Y en Curanipe leí el diario El Centro de Talca que llama la atención sobre “ las centenarias edificaciones –en el casco antiguo de la ciudad- que ante un terremoto, podrían colapsar debido al evidente deterioro que presentan sus estructuras”. Según el arquitecto Victor H. González esas construcciones en adobe han ido perdiendo firmeza al cambiar los amplios y pesados tejados por cubiertas de zinc, por lo que nadie puede hoy asegurar que resistan la violencia de un sismo..

Sin embargo, porque la arquitectura en adobe forma parte de la riqueza de la expresión y de las tradiciones chilenas, nosotros aspiramos a que ella se restaure y conserve.

Iván Contreras R
Artista pintor