lunes, 2 de febrero de 2009

Días y colores - Iván Contreras Rodríguez


El efecto visual de los calendarios tiñe de colores los días de la semana; de rojos los domingos y de azules los demás. Pero además pueden los días tener sus matices y tonos particulares al colorearlos nosotros según las experiencias propias tenidas en la vida.

No está claro ni cuándo comienza ni cuándo termina la semana. Para algunos países empieza el día domingo, pero para nosotros la semana se inicia el lunes. Su primer día suele parecernos denso, pero para aspirar a una buena semana debemos iniciarla con optimismo.

La rutina semanal de la escuela de cuando yo estudié, se relacionaba con las ideas de peso, de alivio y de respiro. El peso del día lunes; el miércoles con su tarde libre era un alivio y ya el sábado era un verdadero respiro.

Los días feriados, que también están entintados de rojo, serán días perdidos para la economía, pero debemos valorar lo que se gana en el descanso; talvez pensar que estamos permutando ganancias materiales por un día de salud. El descanso también forma parte de la vida laboral. El ocio puede ser muy creador en las actividades del hombre.

La semana misma resulta ser un bloque cerrado, que se extiende a una quincena y luego se convierte en mes. En nuestra percepción los meses tienen, asimismo, sus propios colores y algunos de ellos son más relevantes que otros en la trayectoria personal.

Enero, claro y brillante, de aguas y playas. Febrero, en cambio, me parece un mes humilde, empequeñecido en sus días y hasta deprimido en sus actividades por las vacaciones generalizadas pero ya de perentorio fin. Marzo, de colores sobresaturados, mes de nuevo activo, de inicio de un trayecto que para los estudiantes se alarga hasta diciembre.

En agosto mueren los liles – dice el refrán. Es un mes crítico para la tercera edad, por eso sus representantes festejan el fin de tal fatídico mes en la plaza de Chillán.

Septiembre de exaltación de los colores patrios. El mes de diciembre, lleno de celebraciones, es un mes de colores cálidos y brillantes, pleno de respiros. Siempre he pensado que enero junto a diciembre, y no a febrero, deberían constituir los meses del período de las vacaciones.

Los meses se juntan para formar las estaciones, con sus propios colores, llegando a ser cálidos para el verano y pardo amarillos para los otoños. Grises azules para los inviernos y de verdes gloriosos en las primaveras.

Cuando han pasado las cuatro estaciones, se acabó el año.

Iván Contreras R.


viernes, 23 de enero de 2009

Azul paquete de velas


En el mundo agrario de mediados del siglo XX la oscuridad era la reina de la noche, rota su negrura únicamente por la llama de la vela encendida en el candelabro o la palmatoria. En los breves y oscuros días de invierno se hacían las tareas a la luz de la vela y los ojos se agudizaban para la escasa luminosidad pero a nadie se le acortaba la vista.

Muchas actividades se desarrollaban en la anochecida total, siendo que la vida nocturna había sido una condición originaria desde lo más recóndito de los tiempos.

Cuando había que caminar desde una pieza a otra, las manos hacían de antenas calculando las distancias entre muros y muebles. Las conversaciones, los cuentos y las leyendas tradicionales, junto al fogón o a la cocina económica no requerían de luz, solo memoria e imaginación. Y una voz expresiva. O en las noches de verano, talvez pasar un rato en el patio mirando las estrellas. Los ojos encontraban un destino en la palidez de la luna.

En algunas fechas especiales se prendían muchas velas; para Navidad o Año Nuevo, quizás cuando había visitas. Generalmente se instalaban en lugares de distribución y pasillos diversos expuestas a que un vientecillo o un suave soplo las hiciera parpadear o apagara sus destellos También eran motivo de acopio en la despensa y de encargarlas cuando se fuera al pueblo. Debían ser unos cuantos paquetes azules, con cuatro velas de regular tamaño, barras de combustible, de parafina sólida, cera o esperma con una mecha de algodón. Hubo un tiempo en que mis padres quisieron fabricarlas por si mismos en casa, en unos tubos metálicos de molde, pero la materia prima era escasa y aquellas de sebo de cordero con un pabilo de hilo de bolsa daban un resplandor muy corto, humo, un olor abominable, que terminaron pronto con esa producción incipiente.

Para quienes vivían en las lejanías de vegas, lomas y cerros causaba fuerte impresión llegar al pueblo y recorrer las calles iluminadas. Debemos tener conciencia de la demora de más de un siglo para que la luz eléctrica extendiera los cables y sus beneficios hacia los campos, aminorando así la tradicional industria de los azules paquetes de velas. Aún hoy habrá que guardar unas velitas por si acaso sobreviene una noche de apagón.

Iván Contreras R.

martes, 23 de diciembre de 2008

Navidades en el pasado campesino. Iván Contreras Rodríguez


El árbol de Pascua era escogido por don Manuel, mi padre, en el bosque de pinos insignis. Después de recorrer buscando entre los muchos que tenían la forma esperada, unos más grandes que otros, ahí estaba el nuestro y con dos o tres golpes de hacha caía lentamente al suelo. Ya en casa, el pino de fuerte aroma y agresivas agujas era puesto en una armazón de madera dentro de una barrica llena de trigo.

Luego venía la ornamentación de doña Elena y nuestra ayuda, con viejitos pascueros y monedas de chocolate recubiertos de papel plateado, y algunas pompas de vidrio salvadas de la Pascua anterior. El algodón sobre las ramas representaba la nieve tradicional y finalmente mi madre ponía las velitas en unas especies de sujeta-papeles con formas de manitos que se agarraban en los ganchos.

Esa noche, entre penumbras, nos congregábamos junto al árbol y se prendían las velas que con sus luces perfeccionaban la forma cónica. Como el espíritu de la navidad estaba en el canto de los niños, nosotros entonábamos todos los villancicos aprendidos ese año en la escuela.

Cuando las candelas estaban pequeñitas llegaba el momento de acostarse, ilusionados en lo que nos traería el viejito pascuero y que encontraríamos al otro día en nuestros zapatos puestos en la ventana: seguramente juguetes de lata o de carey, caballos de madera, pelotas de aserrín y su elástico, tambores y sus baquetas, unos largos pitos de lata pintada. Y entre ellos una muñeca con su cara de loza imperturbable, para la única hermana.

En esas fechas, en que se daba una atmósfera navideña, diría yo, la cocina tenía su papel en la dulcería en que lo más celebrado eran el pan de pasas y nueces, y las galletas de miel, a las que se le daban formas de animalitos, que se guardaban en tarros pastilleros y que duraban meses, comidas de a poco dejándolas remojar lentamente en la boca. No se le agregaban muchas especias, talvez cascaritas de limón y algún clavo de olor.

Iván Contreras R.

sábado, 29 de noviembre de 2008

Bellezas olímpicas



La celebración de las recientes olimpíadas en China fue una oportunidad para ver a los deportistas más destacados del mundo y también para apreciar la evolución que puede experimentar la raza humana en un corto período, desde el evento anterior. A todos ha llamado poderosamente la atención la belleza cierta de las deportistas participantes, a quienes el ejercicio físico a que debieron someterse en cada una de sus especialidades ha perfeccionado sus formas. Luego a la hora de competir se presentaban magníficamente maquilladas y peinadas exaltando de esa manera su natural belleza. Se agregaban los trajes imaginados a todo lujo por especialistas en el diseño de cada uno de los países, en el orden que dictan las modas de cada deporte.

Desde el punto de vista físico ha habido un perfeccionamiento dentro de los parámetros femeninos, probablemente por la proscripción de sustancias que buscaban la musculatura y la pérdida de grasas como sucede con los hombres, que sí se fortalecen desarrollando sus capacidades musculares; comprendiendo finalmente que se acentúan las características diferentes, las de la mujer y las del hombre.

Deteniéndonos en las deportistas, además de lo que veíamos en la televisión, los periodistas hacían ranking paralelos de la belleza, cual de ellas era más notable y desde luego cada uno de nosotros tendremos nuestras preferencias y en algunos casos llegaremos a un consenso. No cabe dudas que el ambiente escenográfico en que las vimos, lo intachable de la iluminación y el color resaltaba las potencialidades que nos hacían pensar en lo bonita que es la vida. Cuerpos que evolucionaron hacia la perfección, rostros que estaban en el máximo esplendor de la juventud. Cuando creíamos que las más bellas era las nadadoras desplazando a nuestras ya conocidas tenistas, aparecieron las gimnastas y las jugadoras de voleibol. Eileen y Alicia me reclaman que los varones nadadores y los atletas de hoy tienen sobradamente los atributos de la belleza masculina, cosa que ellas pueden ver y que yo nunca se aquilatar.

Reiterando algunos de los conceptos anteriores, Lyda me cuenta que las australianas en el básquetbol el diseño de su traje las hizo verse mejores que su contendientes del momento, las norteamericanas. Iván, mi nieto, me agrega que ahora las facciones de las deportistas, como las de Yelena Isinbayeva, la campeona del salto con garrocha, podrían transformarse en “rostros” de las campañas publicitarias de una gran empresa de la moda.

Iván Contreras R.

martes, 11 de noviembre de 2008

Nadie conocía el mar - Iván Contreras Rodríguez


Solo asomaba el mar por esos campos de Huitranlebu cuando llegaba aquel trashumante con su animal cargado con dos inmensos atados de cochayuyo. Siempre a pie, tirando de su caballejo, que no tenía que ser tan fuerte porque la carga era livianita y al paso de cada casa o cada ruca quedaba más ligera. Iba caminando por delante para encontrarse con su clientela, a ras de tierra y hacer su negocio o su trueque a gusto de todos. De los varios paquetes ya en casa, mi madre los utilizaba de mil maneras: como ensalada con cebollitas y cilantro; con los porotos; como una especie de charquicán; como un pinito y papas cocidas; tal como budín y en fin era un buen argumento para variar el menú campesino tendiente a ser rutinario. Aun más, de un manojo se sacaba un trocito para que el nene que ya estaba echando dientes mordiera con fruición y nosotros podíamos tostarlo sobre la plancha de la cocina y hasta guardar alguno para tirar de a poco y escuchar su cueteo en la luminaria de la Cruz de mayo.

Cada vez que llegaba el mes del mar, la profesora nos hablaba del sacrificio de Arturo Prat en el combate naval de Iquique. Ese día, el 21 de mayo, sabíamos de la Esmeralda y del Huáscar y su encuentro en las aguas frente a la ciudad del salitre, pero después ya no se tocaba el tema hasta el otro año. Mientras tanto cantábamos a menudo la canción de Yungay, sin tener muy claro a que hecho histórico correspondían los hechos allí relatados. Entonces se nos confundían, en nuestros cortos años, las guerras, los héroes y los himnos.

En general se hablaba poco del mar, porque allí la Cordillera de Nahuelbuta era tan alta y maciza que nada hacía presagiar hallarse al otro lado, que estaba además todo el ancho de la provincia de Arauco. Ni siquiera sabíamos que desde Huitranlebu llegaríamos al mar si enfilábamos hacia Lebu o hacia Concepción y que únicamente lo conseguiríamos yendo en tren durante días. No existían por entonces las líneas de buses que ahora hacen posible ese mismo viaje- a conocer el mar- en el día.

La verdad verdadera es que no nos preocupaba mucho el asunto, ya que no había ni un mapa y menos un globo terráqueo que nos mostrara la abstracta existencia del mar en algún lado, que había más azul que café en esta esfera de tierra que pisamos. Y ni saber que desde el espacio toda la tierra se ve azulita, por efecto de la atmósfera que nos rodea.

Iván Contreras R.

sábado, 25 de octubre de 2008

De paso por osorno - Iván Contreras Rodríguez


El sol se abre paso entre las masas de brumas y cae sobre la ciudad como un mensaje divino. Nos agrada estar en Osorno en un día de sur-sur, con las variantes que hacía tiempo no veíamos, de luz y sombra, de manchas y fundidos de acuarela, de cielos azules que asoman por las densas nubes que galopan formando mil figuras.


Los verdes se repiten por cientos en sus matices, en sus tonos de oscuros y claros a orillas del Rahue, que separa a la ciudad de un barrio que se ve activo e industrioso. Un puente respetable les une, pero los márgenes no hacen costanera. Se podría sacar más provecho visual al hermoso río. Es grato ver un bote con dos pescadores premunidos de sus cañas ejercitando su deporte en plena ciudad.

Las cuadras tienen las verídicas medidas de 125 metros, que nos parecen larguísimas de caminar, flanqueadas por casas de madera, algunas de tiempos coloniales, otras modernos chalets. Estamos en el año 2003 y aquí es curiosa la sujeción a los uniformes azules profundos que opacan a las amables osorninas, caminantes por esas calles.
La vista desde el mirador Rahue nos entrega el panorama de una urbe dispuesta en terrazas, con edificios de altura e infinitos techos de zinc pintados de rojo. Las neblinas de esta tarde no nos dejan ver los nevados que se adivinan al fondo.

Osorno fue fundado por Pedro de Valdivia en 1553, con el nombre de Santa Marina de Gaete y fue refundado en 1558 por García Hurtado de Mendoza, quien le dio la designación definitiva de San Mateo de Osorno, en recuerdo de su abuelo materno. Destruido en 1602, estuvo despoblado por más de un siglo hasta 1789 en que don Ambrosio O“Higgins distribuyó los sitios a nuevos habitantes. El mismo nombre tomaron la provincia en que esta asentado y el cónico volcán que la preside.

Llegados a los campos que rodean la ciudad, vemos muchos árboles solitarios desparramados en las suaves colinas, de verdes veridian, de azules cobaltos y ultramares, y también de amarillos con toques de cadmios anaranjados y rojos, como un homenaje al pintor oriundo Sergio Montecino. Si el paisaje de Osorno es un homenaje a este artista sensible, Montecino le retribuyó pintándolo y legando en herencia a la ciudad una colección de medio centenar de sus obras.

Dinámico, comercial y cultural, turístico por la existencia de adecuada hotelería, Osorno da sin embargo la sensación de ser un lugar de paso, que no retiene a sus turistas en trayecto hacia más al sur o rumbo a la Argentina por el paso hacia Puyehue.

Un día, en el futuro esperamos volver a Osorno para aquilatar su evolución y progreso bajo esos cielos de efectos telúricos monumental.

Iván Contreras R.

lunes, 6 de octubre de 2008

A la hora del almuerzo nuestro. Iván Contreras Rodríguez


Las noticias y los avisos a ser emitidos en la televisión o en la radio, a la hora de almuerzo, deben ser cuidadosamente escogidos. Porque los hechos horrendos no son buena compañía mientras tomamos el obligado alimento del mediodía; ni aquellos referidos a delitos cruentos, a los problemas de escurrimientos de líquidos desde los vertederos, o a lo relacionado a cosas no deseables de seres humanos o animales.

El aviso comercial debe ser meticulosamente planificado para llegar al objetivo deseado. Frecuentemente hay que tragarse a la hora de nuestro sustento consejos u ofertas que producen en nosotros agravios y ofensas a nuestra delicadeza inferidos por unos “creativos” comunicacionales que creen conocer a la masa consumidora y lo que ella tolera escuchar, pero que se equivocan provocando un resultado negativo y más bien contraproducente.

He sabido que en China, pueblo discreto y refinado, se prohíbe entregar – a la hora de las meriendas- todo tipo de noticias o avisos inconvenientes. Y por qué si ellos pudieron – siendo tantos- fijar una norma de vida como esa, ¿no podríamos nosotros, que somos tan pocos, hacer lo mismo?. En Chile, un país en que se tiende a codificar la existencia diaria de los ciudadanos, debería aplicarse leyes taxativas para que no se transmitan noticias ni avisos inoportunos. Nuestros parlamentarios, que a menudo hacen lo que sus electores no querrían que hagan, creo que tienen aquí un buen asunto que los cubriría de gloria y proponer una ley que todos aplaudiríamos y que nos evitaría escuchar “cochinadas” a la hora sagrada de nuestras comidas.

Iván Contreras R.

miércoles, 10 de septiembre de 2008

Un 18 de septiembre (en París) Iván Contreras Rodríguez


Ese día lo habíamos dispuesto para visitar el Museo del Louvre. Esa institución que encabezaba las vastísimas colecciones de arte públicas de Francia, exhibía lo más notable de todas las épocas y culturas del mundo. El museo fue inaugurado en 1793, reuniendo en sus inicios todos los tesoros artísticos de la Corona procedentes de las residencias reales, y que siguió enriqueciéndose por adquisiciones y donaciones. De iglesias y conventos franceses y por obras recogidas en Italia, los Países Bajos y de España. Por la visionaria acción de Francisco I cuenta con el mayor número de obras de Leonardo da Vinci.

Las primeras salas estaban dedicadas a las culturas de la antigüedad clásica. Egipto nos mostró el Escriba Sentado y numerosos ejemplares del arte del Nilo. Más allá, muy destacada la Victoria de Samotracia, la Venus de Milo y otras doncellas y efebos griegos.

Las amplias salas conteniendo pinturas de todos los siglos nos indicaban que el edificio era inmenso y que se requerían días para recorrerlo. Los guardias, tanto ellos como ellas, vestían de azul marino y vigilaban el pasar de visitantes de todos los lugares del orbe, escuchando infinidad de idiomas. Una silla de Viena les permitía el reposo y como nuestro deambular invitaba al cansancio, en las ocasiones en que estaba desocupada era asaltada por nosotros, ya que no había un escaño siquiera.

En eso, vimos a un grupo de orientales que se sacaba fotografías frente al muro en que colgaba la Mona Lisa del gran Leonardo. Ahí estaba ese mítico cuadro, mil veces visto en reproducciones. Es, sin lugar a dudas, el trabajo más conocido del pintor italiano y el más famoso, siendo imposible encontrar a alguien que no haya visto la pintura, ya sea en el original del Louvre o en una de las innumerables representaciones en libros o carteles publicitarios. No es de grandes dimensiones : de 77 x 53 centímetros y la tenían resguardada bajo vidrio para evitar atentados.

Los museos suelen tener obras señeras, con mucha historia, y que todos quieren ver. La Mona Lisa atrae las visitas al Louvre.

En otras de las muchas salas vimos el arte de la edad media, del renacimiento y del barroco. A esas alturas estábamos tan agotados que solo esperábamos el término del día expositivo para retirarnos a nuestro alojamiento.

Por la tarde, ya en el hall de salida, nos reconocimos por el tono familiar de la voz con un matrimonio chileno con quienes entablamos animada conversación, cambiando impresiones sobre lo visto recién. Como nosotros, también hacían el viaje de su vida, como para que ya no les contaran más cuentos. En un momento dado, la esposa de esa pareja nos preguntó:¿ Se han fijado que hoy es el 18 de septiembre?.

Iván Contreras R.

domingo, 17 de agosto de 2008

"Monos" y "moneros" (los antiguos retratistas populares)


El retrato de una niña del pasado, una infante de unos tres años de edad en un marco ovalado, ha presidido por mucho tiempo nuestra vida desde un muro importante de la casa. Es mi madre, doña Elena, en una efigie basada en una fotografía suya tomada en 1908, hace exactamente cien años.

Cuando aun no existía la foto en color, ésta tiene hermosos colores, parece un cuadro original de un buen pintor. Una experta en ese arte me contaba que se partía desde un cartón sensibilizado en donde se proyectaba desde la fotografía una imagen en un tamaño mayor, luego un artista de manos ágiles coloreaba este dibujo, con pintura al óleo o al pastel, haciéndolo con gran expedición, de tal modo que la persona quedaba como si estuviera viva.

En ese mismo momento desaparecían las arrugas y manchas propias como las quebraduras y daños del original. Junto con rejuvenecer y lucir buena salud podía cambiar el color del pelo. También era posible reunir en ella a unos familiares, como a hermanos separados o bien emparejar a un matrimonio por una eternidad, aunque provinieran esas figuras de fotografías diferentes. Como la superficie de la pintura es delicada era resguardada por un vidrio cóncavo que no la tocaría. De esta manera el personaje o la pareja quedaban a perpetuidad bajo su cristal enmarcado en bella moldura, para colgar en los hogares de sus descendientes - nietos y bisnietos- y de generaciones futuras.

A quienes se dedicaban a realizar este trabajo se les llamaba “moneros”, pero en realidad se denominaba así a quienes se daban el trabajo de conseguir los encargos de parte de aquellos que tuvieran fotos antiguas, pequeñas y por lo general en deterioro. Esos moneros viajaban en los trenes y en otros medios recorriendo ciudades y campos premunidos de muestras convincentes para ingresar a los hogares y captar de los dueños la reproducción y montaje de esa emotiva foto familiar. El trabajo completo podía estar listo al cabo de un par de meses, pagando parte del total.

Al mismo tiempo, otro trabajo artístico que se ofrecía casa por casa, en las zonas mallequinas, eran las oleografías en sus marcos rococó, que no eran otra cosa que impresiones de litografías en colores, por lo general de naturalezas muertas de duraznos aterciopelados, racimos de uvas con sus brillos y otras frutas en sus fruteras más faisanes o conejos colgando desde el fondo como cuadros para el comedor, ya muy escasos, convertidos en verdaderas antigüedades. Como tales ahora piezas de museo.

Iván Contreras R- 2008
Artista Plástico