martes, 2 de junio de 2009

La cocina económica



Cocina yo te recuerdo / Quisiera hacerte un altar / Junto a mi madre, el invierno / Era suave, ante tu hogar. Nos dice Tirso Rodríguez Sanhueza, poeta hoy aysenino que dedicó estos versos a la cocina económica que dio punto a sus alimentos y entibió sus días de niño.

Las cocinas económicas tienen un origen sumido en el tiempo y las encontramos preferentemente en aquellas regiones de Chile en donde el combustible fundamental es la leña. En los centros mineros del carbón las ha encendido este producto fósil, haciendo lo mismo en las casas de los ferroviarios de las antiguas locomotoras a vapor.

Fabricadas en el país de planchas de fierro fundido o de elegante enlozado, obedecen a un modelo que se impuso por lo práctico y funcional, con variantes en sus proporciones, pues las he conocido de tamaños diversos, según a quien debían prestar sus servicios. En una amplia cubierta, un gran plato anillado da acceso al calor directo, mientras otros están alejados para graduar su intensidad. El horno permanece caliente y la temperatura se acrecienta con el agregado de brasas para cocer el pan de cada día. El receptáculo de la ceniza, en mis recuerdos de niño, era buen lugar de donde obtener las papas asadas o escuchar la reventazón de las castañas.

Estas cocinas han servido fielmente a las casas campesinas y a las de las ciudades; siendo los fogones de instituciones comunitarias y sociales. Son de presencia y nobleza mayor en pueblos y pampas de la patagonia. Allí donde la leña es abundante, la cocina y su ámbito es el centro de la actividad familiar. Además de la preparación en ella de los alimentos, también puede ser generadora de la calefacción de toda la casa y el agua caliente que facilita otras tareas del diario vivir.

En la cocina económica nacieron los platos más propios de la comida chilena, los caldos y estofados; en ella tuvieron su génesis los fuertes resultantes del guisado de los productos del mar, de la tierra y del aire.

Las cocinas de leña, además de propiciar la reunión familiar, originaban los olores del recuerdo, el perfume del pan recién horneado, el aroma del asado y de la dulce fragancia de la repostería.

¡Cuántas veces habré mirado a mi madre frente a la plancha de la cocina económica revolviendo por horas la “caña dulce” del trigo recién nacido, o bien, el manjar blanco en la gran paila de cobre martillado!.

Iván Contreras R.

martes, 12 de mayo de 2009

El mar como tema de la pintura chilena - Iván Contreras Rodríguez


Álvaro Casanova: "Crucero O´Higgins"

A comienzos del Chile republicano llegaron a estas tierras dos artistas ingleses quienes junto con contribuir al nacimiento de nuestra pintura, iniciaron también el género del paisaje marino: Carlos Wood y más tarde Thomas Somerscales.

Wood, marino de profesión, ha de pintar aquí nuestro océano con ojos ya educados en descubrir la belleza atornasolada de cielos y aguas que en la simulada quietud del horizonte guardan movimiento y ritmo natural. Por su parte la ascendencia que sobre la pintura del mar ejerció Somerscales está magnificada al rendir culto a la veracidad de los hechos heroicos acaecidos en el Pacífico en la misma época de su permanencia americana:” El combate naval de Iquique “ repetido en varias versiones;” La escuadra chilena antes de la campaña de 1879”; “Toma del Huáscar”, en fin, toda una iconografía épica recreada en sus telas para admiración de sus coetáneos y hombres del futuro.

A Wood y Somerscales hay que agregar al pintor nacional Alvaro Casanova Centeno por fijar una tendencia, la escuela marinista que alcanzó un alto rango en el siglo XIX y XX.

Aguas, arenas y rocas; nubes y pájaros inspiraron también a Antonio Smith, Enrique Linch, Pedro Lira, Enrique Swinburn, Alfredo Helsby, Juan Francisco González, Benito Rebolledo Correa, a Pablo Burchard, muchos de ellos artistas de tierra adentro que atendieron al misterioso llamado hacia los grandes puertos o a sus incontables bahías y caletas. Algunos pintores han formado escuelas regionales, como sucedió en Puerto Montt en torno a Arturo Pacheco Altamirano que descubrió el austro para Chile, con sus goletas y velámenes. En Valparaíso con Roko Matjasic, Guillermo Grossmacht y Carlos Ludsted más el antecedente de las largas permanencias de Pedro Luna, Camilo Mori y Arturo Gordon. Imperioso es agregar entre los pintores del mar a : Marco Bontá, Sergio Montecino, Reinaldo Villaseñor, Israel Roa, Hardy Wistuba, Orlando Mellado, Albino Echeverría, y a tantos otros que han representado la atmósfera entenebrecida del sur, la luminosidad de las costas veraniegas de la zona central; la claridad y el áspero azul en el mar del norte que se apoya en los bordes de la meseta pampina.

El mar ha sido para los chilenos una realidad que está tan presente como la Cordillera de los Andes y ambos han sido testigos geográficos que le han dado un carácter al país siendo sus factores de unidad territorial. Y en este mes de mayo, el mar inmanente adquiere realce para todos los habitantes y para los artistas pintores repertorio y estímulo de expresión que ha tenido la gracia de seducirnos con su imagen y una grata obligación de ser portavoces de la sensibilidad general.

Iván Contreras R

martes, 14 de abril de 2009

Israel Roa: a 100 años de su nacimiento


De los grandes maestros hay que recordar sus nombres y sus quehaceres: Israel Roa Villagra, pilar de nuestra acuarelística y Premio Nacional de Arte 1985. El pintor nació en Angol el 28 de mayo de 1909 y luego de una notable existencia falleció en Santiago el 13 de mayo de 2002.

Realizó sus estudios profesionales en la Escuela de Bellas Artes, en la capital, a partir de 1927 y fue alumno de Juan Francisco González y Ricardo Richon Brunet. En 1937 obtuvo la beca Humbolt que le permitió perfeccionarse por dos años en Alemania especializándose en la acuarela y a su regreso ocupó esa cátedra en el mismo centro artístico de su juventud.

Desde el curso de Acuarela, con entusiasmo y simpatía, entregó la información técnica y su elocuencia a casi todos los artistas chilenos de las generaciones del medio siglo. Se hicieron tradicionales y legendarias las tardes de acuarela con Roa y su modelo preferida, Dalila. De voz gruesa, en una figura que le valió el que sus pares le llamaran el “Chico Roa”, imponía en sus clases una fuerte disciplina en las que“no volaba una mosca” y sus indicaciones podían ser impartidas en forma personalizada o a veces generalizaba en tono alto cuando encontraba algo notable y digno de exaltarse. En otras oportunidades podíamos escuchar: ¡ Dé vuelta la hoja! dirigiéndose a alguien que no le apuntó al dibujo de base.

Así pues, fue el gran maestro en este arte para quienes como sus discípulos han sabido difundirlo e implantarlo con aportes personales. No obstante los balbuceos y la discontinuidad con que apareció la acuarela en el siglo XIX, gracias a Roa tuvo un desarrollo mayor y continuado en el siglo XX y que suponemos continuará un camino ascendente en los tiempos actuales de la mano del maestro angolino y de sus seguidores.

Israel Roa hizo su vida artística en la capital, pero mantuvo estrecha relación afectiva con Angol y con su familia que todavía se domicilia allí. Vivió cultivando en sus acuarelas las atmósferas del sur, costas y mares, gente de nuestro pueblo, frutos del agua y de la tierra. Gabriela Mistral le dedicó uno de sus Recados en que con intuitivos juicios le expresaba: “ la acuarela delicada en el triple sentido de la fragilidad, del pudor y de la intimidad le sedujo los sentidos y tomó posesión, por fin de la mano de un criollo digno de ella y que sería en su servicio tan escrupulosa como la mano oriental . En la acuarela había de vaciar Roa su tierna y medrosa luz austral, sobre ella posaría los capullos cerrados y húmedos de sus cuatro provincias pluviales. Desde esta materia preferida por él como una lengua más leal, hablan sus verdes refrenados, sus grises de tórtola nueva y sus blancos sin crudeza: su manera de luz, que no es tímida, pero si cautelosa y acuciosa.”

Con las palabras de la poetisa, a titulo personal y representando los sentimientos de los artistas de regiones recuerdo con emoción a Israel Roa Villagra, a quien como hombre del sur, conquistó Chile desde la expresión de una técnica pictórica tan particular, la pintura a la acuarela.

Iván Contreras R.

2009-o4

domingo, 29 de marzo de 2009

El mes de Febrero - Iván Contreras Rodríguez


El cielo, muy azul, estaba en esos días permanentemente moteado de nubes muy blancas. Eran aún días de calor, luminosos sobre las lomas. Ya se terminaba la cosecha del trigo y los sacos llenaban las bodegas.

Los peones permanentes eran apoyados por los hijos de los inquilinos y con los recién llegados de otras cosechas, ya concluidas. Algunos habían hecho un paréntesis en su trabajo en la construcción de las vías ferroviarias para solazarse en el trabajo agrícola y variar las comidas. Nos contaban que años antes mi padre viajaba a buscar un “enganche” a la plaza de Chillán y entonces la rancha se llenaba de afuerinos, entre ellos alguno de diente de oro y cuchillo en la faja, al que todos le tendrían respeto o, más bien, bastante temor. El que usara el sombrero cargado al ojo era peligroso para las niñas del lugar.

Todos alojaban en la rancha, sobre las pallazas de yute rellenas con paja y envueltos en sus mantas. Almorzaban porotos con locro aliñados con una cucharada de color, y mordisqueaban un ajicito cacho de cabra, ojalá con una cebolla en vinagre. Otros días tendrían un plato de cazuela, cuando se había matado una oveja- seguro la más vieja del redil- que daría un caldo fuerte con una gran presa, papas y trigo partido. Al atardecer recibían una ración de harina tostada y una gran galleta.

Las lomas ya eran sólo rastrojos y desde lejos no se veían más que unas mujeres vestidas de negro, como las viudas, destacando en las claridades de las cañas, recogiendo las espigas quedadas de la emparva. Era posible encontrarse con una araña poto colorado y por eso eran cuidadosas. Tampoco era raro que tropezaran con una culebra de buen porte, a la que, aunque las señoras sabían que no les haría nada y que seguramente se deslizaría huyendo por entre los terrones, se le tendría miedo. El trigo recogido se convertía en una harina tostada de un gusto especial.

En el mes de febrero, de vez en cuando caían unos buenos chaparrones, por lo que a los muelles se les hacía una especie de techo de dos aguas con las mismas gavillas. Aunque la sequedad y la falta de agua era grave, estas lluvias no eran bienvenidas.

En nuestra casa la cocina se reforzaba y mi madre parecía un general dando ordenes al personal, en esos días siempre había visita, sobre todo de parientes, tíos y primos que venían a pasar las vacaciones. Los almuerzos eran de varios platos y la comida de la noche - a luz de las velas- era un poquito menor; y para terminar agüita de hierbas coloreada con azúcar quemada. En la sobremesa la conversación podía extenderse hasta tarde discurriendo sobre temas familiares y otros recuerdos, los que incorporábamos a nuestras vidas y mundo, como una valiosa herencia de la generación anterior.

Iván Contreras R. 2008

sábado, 28 de febrero de 2009

Canciones de antes - Iván Contreras Rodríguez


Mi madre cantaba canciones que no estaban en los discos de la victrola, ni se escuchaban en la radio, que eran de antes de 1940: “Manuel mío, Manuel mío gritaba ella/ no me mates, no me mates, ten piedad”...Relato dramático en que el hijo volvía convertido en un infame asesino y que se encuentra con su madre a quien no reconoce..... Siendo niños nos impresionaba mucho la historia que contaban esos versos.

Seguramente la cantaron mis abuelos de quienes la aprendió ella. No era raro que viniera de hacía mucho tiempo, pues nosotros ahora cantamos con naturalidad melodías de cincuenta años atrás. En algún momento mi padre también tarareaba canciones oídas a sus padres, que quizás provenían del siglo XIX. Nos imaginamos su difusión en el tren por músicos populares, en las fiestas familiares, en las ramadas del 18, que se hacían conocidas de boca en boca, de oído a oído, tomando como tema sucesos tremendos de la época o de grandes tragedias amorosas. En 1928, frente a Lebu se hundió el Angamos y para Críspulo Gándara fue un magnífico asunto para una composición que alcanzó gran popularidad en todos los medios, y luego grabada por él y Los Huasos de Pichidegua en un disco Odeón, siendo repuesta por grupos modernos: “Escúchame destino/ por que eres tan tirano/ con este ser amado/ a quien quiero con fervor/ la ley inexorable hundió al transporte Angamos/ dejando como huella/ la angustia y el dolor”.

Lo curioso era que el público participaba en la trama imputándole contenidos que el autor nunca tuvo en mente, como en “Nosotros,” vigente aún, con el protagonista condenado a morir a corto plazo de una insidiosa enfermedad... Más tarde de “Vanidad” se hacían sensibleras interpretaciones.

Las letras de los tangos, de por sí muy explícitas en sus tristezas, daban para conversar en los mesones o frente a las artesas.

El padre italiano de Marta cantaba o silbaba trozos de opera y algunas melodías montañesas de su tierra de Favale di Malvaro, mientras su madre chilena entonaba letras del sur o algún trozo de himno religioso venido de las novenas campesinas.

“Al pasar por el atajo/ me encontré con el cartero/ pensando que me traía/ la ansiada carta/ que de él espero/ pero fue mi pena grande/ cuando al llegar a mi lado/ moviendo así la cabeza/ por el camino siguió callado...” esta letra tuvo su momento de gloria y para nuestros antepasados no pudo haber mejor y que no se dejaría de cantar jamás. Para que al cabo de unos meses apareciera una nueva creación musical luchando por imponerse sobre ella.

Iván Contreras R-2008
Artista Plástico

lunes, 2 de febrero de 2009

Días y colores - Iván Contreras Rodríguez


El efecto visual de los calendarios tiñe de colores los días de la semana; de rojos los domingos y de azules los demás. Pero además pueden los días tener sus matices y tonos particulares al colorearlos nosotros según las experiencias propias tenidas en la vida.

No está claro ni cuándo comienza ni cuándo termina la semana. Para algunos países empieza el día domingo, pero para nosotros la semana se inicia el lunes. Su primer día suele parecernos denso, pero para aspirar a una buena semana debemos iniciarla con optimismo.

La rutina semanal de la escuela de cuando yo estudié, se relacionaba con las ideas de peso, de alivio y de respiro. El peso del día lunes; el miércoles con su tarde libre era un alivio y ya el sábado era un verdadero respiro.

Los días feriados, que también están entintados de rojo, serán días perdidos para la economía, pero debemos valorar lo que se gana en el descanso; talvez pensar que estamos permutando ganancias materiales por un día de salud. El descanso también forma parte de la vida laboral. El ocio puede ser muy creador en las actividades del hombre.

La semana misma resulta ser un bloque cerrado, que se extiende a una quincena y luego se convierte en mes. En nuestra percepción los meses tienen, asimismo, sus propios colores y algunos de ellos son más relevantes que otros en la trayectoria personal.

Enero, claro y brillante, de aguas y playas. Febrero, en cambio, me parece un mes humilde, empequeñecido en sus días y hasta deprimido en sus actividades por las vacaciones generalizadas pero ya de perentorio fin. Marzo, de colores sobresaturados, mes de nuevo activo, de inicio de un trayecto que para los estudiantes se alarga hasta diciembre.

En agosto mueren los liles – dice el refrán. Es un mes crítico para la tercera edad, por eso sus representantes festejan el fin de tal fatídico mes en la plaza de Chillán.

Septiembre de exaltación de los colores patrios. El mes de diciembre, lleno de celebraciones, es un mes de colores cálidos y brillantes, pleno de respiros. Siempre he pensado que enero junto a diciembre, y no a febrero, deberían constituir los meses del período de las vacaciones.

Los meses se juntan para formar las estaciones, con sus propios colores, llegando a ser cálidos para el verano y pardo amarillos para los otoños. Grises azules para los inviernos y de verdes gloriosos en las primaveras.

Cuando han pasado las cuatro estaciones, se acabó el año.

Iván Contreras R.


viernes, 23 de enero de 2009

Azul paquete de velas


En el mundo agrario de mediados del siglo XX la oscuridad era la reina de la noche, rota su negrura únicamente por la llama de la vela encendida en el candelabro o la palmatoria. En los breves y oscuros días de invierno se hacían las tareas a la luz de la vela y los ojos se agudizaban para la escasa luminosidad pero a nadie se le acortaba la vista.

Muchas actividades se desarrollaban en la anochecida total, siendo que la vida nocturna había sido una condición originaria desde lo más recóndito de los tiempos.

Cuando había que caminar desde una pieza a otra, las manos hacían de antenas calculando las distancias entre muros y muebles. Las conversaciones, los cuentos y las leyendas tradicionales, junto al fogón o a la cocina económica no requerían de luz, solo memoria e imaginación. Y una voz expresiva. O en las noches de verano, talvez pasar un rato en el patio mirando las estrellas. Los ojos encontraban un destino en la palidez de la luna.

En algunas fechas especiales se prendían muchas velas; para Navidad o Año Nuevo, quizás cuando había visitas. Generalmente se instalaban en lugares de distribución y pasillos diversos expuestas a que un vientecillo o un suave soplo las hiciera parpadear o apagara sus destellos También eran motivo de acopio en la despensa y de encargarlas cuando se fuera al pueblo. Debían ser unos cuantos paquetes azules, con cuatro velas de regular tamaño, barras de combustible, de parafina sólida, cera o esperma con una mecha de algodón. Hubo un tiempo en que mis padres quisieron fabricarlas por si mismos en casa, en unos tubos metálicos de molde, pero la materia prima era escasa y aquellas de sebo de cordero con un pabilo de hilo de bolsa daban un resplandor muy corto, humo, un olor abominable, que terminaron pronto con esa producción incipiente.

Para quienes vivían en las lejanías de vegas, lomas y cerros causaba fuerte impresión llegar al pueblo y recorrer las calles iluminadas. Debemos tener conciencia de la demora de más de un siglo para que la luz eléctrica extendiera los cables y sus beneficios hacia los campos, aminorando así la tradicional industria de los azules paquetes de velas. Aún hoy habrá que guardar unas velitas por si acaso sobreviene una noche de apagón.

Iván Contreras R.

martes, 23 de diciembre de 2008

Navidades en el pasado campesino. Iván Contreras Rodríguez


El árbol de Pascua era escogido por don Manuel, mi padre, en el bosque de pinos insignis. Después de recorrer buscando entre los muchos que tenían la forma esperada, unos más grandes que otros, ahí estaba el nuestro y con dos o tres golpes de hacha caía lentamente al suelo. Ya en casa, el pino de fuerte aroma y agresivas agujas era puesto en una armazón de madera dentro de una barrica llena de trigo.

Luego venía la ornamentación de doña Elena y nuestra ayuda, con viejitos pascueros y monedas de chocolate recubiertos de papel plateado, y algunas pompas de vidrio salvadas de la Pascua anterior. El algodón sobre las ramas representaba la nieve tradicional y finalmente mi madre ponía las velitas en unas especies de sujeta-papeles con formas de manitos que se agarraban en los ganchos.

Esa noche, entre penumbras, nos congregábamos junto al árbol y se prendían las velas que con sus luces perfeccionaban la forma cónica. Como el espíritu de la navidad estaba en el canto de los niños, nosotros entonábamos todos los villancicos aprendidos ese año en la escuela.

Cuando las candelas estaban pequeñitas llegaba el momento de acostarse, ilusionados en lo que nos traería el viejito pascuero y que encontraríamos al otro día en nuestros zapatos puestos en la ventana: seguramente juguetes de lata o de carey, caballos de madera, pelotas de aserrín y su elástico, tambores y sus baquetas, unos largos pitos de lata pintada. Y entre ellos una muñeca con su cara de loza imperturbable, para la única hermana.

En esas fechas, en que se daba una atmósfera navideña, diría yo, la cocina tenía su papel en la dulcería en que lo más celebrado eran el pan de pasas y nueces, y las galletas de miel, a las que se le daban formas de animalitos, que se guardaban en tarros pastilleros y que duraban meses, comidas de a poco dejándolas remojar lentamente en la boca. No se le agregaban muchas especias, talvez cascaritas de limón y algún clavo de olor.

Iván Contreras R.

sábado, 29 de noviembre de 2008

Bellezas olímpicas



La celebración de las recientes olimpíadas en China fue una oportunidad para ver a los deportistas más destacados del mundo y también para apreciar la evolución que puede experimentar la raza humana en un corto período, desde el evento anterior. A todos ha llamado poderosamente la atención la belleza cierta de las deportistas participantes, a quienes el ejercicio físico a que debieron someterse en cada una de sus especialidades ha perfeccionado sus formas. Luego a la hora de competir se presentaban magníficamente maquilladas y peinadas exaltando de esa manera su natural belleza. Se agregaban los trajes imaginados a todo lujo por especialistas en el diseño de cada uno de los países, en el orden que dictan las modas de cada deporte.

Desde el punto de vista físico ha habido un perfeccionamiento dentro de los parámetros femeninos, probablemente por la proscripción de sustancias que buscaban la musculatura y la pérdida de grasas como sucede con los hombres, que sí se fortalecen desarrollando sus capacidades musculares; comprendiendo finalmente que se acentúan las características diferentes, las de la mujer y las del hombre.

Deteniéndonos en las deportistas, además de lo que veíamos en la televisión, los periodistas hacían ranking paralelos de la belleza, cual de ellas era más notable y desde luego cada uno de nosotros tendremos nuestras preferencias y en algunos casos llegaremos a un consenso. No cabe dudas que el ambiente escenográfico en que las vimos, lo intachable de la iluminación y el color resaltaba las potencialidades que nos hacían pensar en lo bonita que es la vida. Cuerpos que evolucionaron hacia la perfección, rostros que estaban en el máximo esplendor de la juventud. Cuando creíamos que las más bellas era las nadadoras desplazando a nuestras ya conocidas tenistas, aparecieron las gimnastas y las jugadoras de voleibol. Eileen y Alicia me reclaman que los varones nadadores y los atletas de hoy tienen sobradamente los atributos de la belleza masculina, cosa que ellas pueden ver y que yo nunca se aquilatar.

Reiterando algunos de los conceptos anteriores, Lyda me cuenta que las australianas en el básquetbol el diseño de su traje las hizo verse mejores que su contendientes del momento, las norteamericanas. Iván, mi nieto, me agrega que ahora las facciones de las deportistas, como las de Yelena Isinbayeva, la campeona del salto con garrocha, podrían transformarse en “rostros” de las campañas publicitarias de una gran empresa de la moda.

Iván Contreras R.