sábado, 12 de junio de 2010

El Copihue, flor nacional


Aunque siempre ha sido considerado el copihue la flor nacional solo desde el 20 de septiembre de 1984 se le declaró como tal con el correspondiente decreto. Se lo encuentra desde la zona central al sur de Chile y en Elicura lo vi cubriendo en pleno los matorrales del cerro de la Virgen, en un otoño de hace años. Igualmente como puede ascender sobre arbustos lo hace sobre los grandes árboles nativos, probablemente maquis y boldos en lugares húmedos de nuestras montañas. Es una gloria ver los copihues cuando recorremos la cordillera de Nahuelbuta, en donde crece trepador con hojas en forma de corazón y flores como campana por sus pétalos grandes y carnosos, con estambres amarillos como si fueran el badajo, destacando sobre los verdes y sus matices.

Rojos, rosados y blancos pueden cultivarse en esos y otros colores en las copihueras del molino Grollmus en Contulmo, o en otros viveros y vergeles privados. Es difícil reproducirlo y las plantitas recogidas en las quebradas escasamente fructifican. Por lo mismo es una especie protegida porque ha sido depredada al armar esos espesos ramos que se venden en las estaciones de trenes o se ofrecen en las carreteras.

Crece solo en Chile y tarda por lo menos unos diez años en florecer, produciendo frutos comestibles, bayas llenas de semillas y agradable sabor dulce. Perenne, de tallos retorcidos como enredadera muy resistente lo que permite ensayar artesanías con ellos, canastillos, talvez pájaros o animalitos trenzados. Según la medicina popular sus raíces tienen usos variados y se dice que entre los mapuches existen leyendas surgidas del colorido rojo que se le equipara con el de la sangre vertida en las guerras por la tierra o la existencia.

Ignacio Verdugo Cavada, 1887-1970, poeta penquista, motivado por su belleza y la apreciación amorosa del pueblo chileno compuso una canción que es inspirada descripción,” Los copihues rojos”. Era cantada entre las décadas del 30 y del 40 por la soprano Ruth González y que la llevó a mayores alturas la cantante lírica Rayen Quitral, 1916-1979, época en que también se hacía popular La Tranquera y el Ayayay que difundían las victrolas en sus discos de 78 revoluciones:

“Soy una chispa de fuego/ que del bosque en los abrojos/ abro mis pétalos rojos/ en el nocturno sosiego./ Soy la flor que me despliego/ junto a las rucas indianas; / la que al surgir las mañanas,/ en mis noches soñolientas,/ guardo en mis hojas sangrientas/ las lagrimas araucanas”.

Al distinguirse en la naturaleza por su gracia y lindura ha sido razón para que hermosas fotografías suyas se encuentren en los stand de tarjetas postales y turismo, que tenga su lugar en la música con la canción de Verdugo Cavada. En la pintura ha sido representado por artistas nacionales, recordando en especial a Ricardo Anwandter que en Valdivia realizaba en sus primeros tiempos de pintor ramilletes colgantes de copihues y esas obras le permitían sortear las necesidades de su vida y las de su familia.
Iván Contreras R. 2010

sábado, 22 de mayo de 2010

Escribir la vida

De este ambiente nacional creado por el terremoto 27/F como se le ha denominado haciendo parangón al 11/S de los Estados Unidos. Tanto golpeó aquel hecho de la caída de las Torres Gemelas a un gran país quizá tanto como nos afectó este cataclismo a nosotros. Ni siquiera los acontecimientos telúricos de la colonia o de antes como aquel de 1647 en Santiago que creo al Señor de Mayo o el de 1751 en Penco con maremoto y todo y que determinó el traslado de la ciudad de Concepción al valle de la Mocha fueron parecidos a éste que nos ha tocado sufrir este año de 2010, pensando que aún pasarán unos cuantos meses para recuperar la tranquilidad y llegar a la paz de una rutina de paz diaria, haciendo excepción de aquellas familias que sufrieron pérdidas de sus parientes, o de aquellas que perdieron sus viviendas. Y tendrán que pasar generaciones para que llegue el olvido y que ya está inserto en la historia como el quinto más violento con sus 8,8º, porque antes en el siglo XX hasta ahora se ha podido calibrar el de Valdivia, Chile, el 22-5-1960 con 9.5 º como el mayor. Los otros : el de Alaska, el 28-3-1964 con 9.2 º; en Rusia el 4-11-1952 con 9.0 º; el de Indonesia, el 28-12-2004 y el nuestro en este año con 8.8º.

El de Valdivia, hace 50 años, se ha considerado el mayor del mundo, un fatal record agravado con el derrumbe en la salida del Lago Riñihue que alargó la agonía por varios meses más. En lo personal afectó a mi familia con el fallecimiento de Amelia, la magnífica auxiliar huilliche tenida por años y que se vendría a nuestro nuevo destino en Concepción unos días después, sólo que entonces apareció su nombre entre los fallecidos y desde luego jamás llegaría y sí su recuerdo está siempre con nosotros.

El caso es que nos haya tocado sentirlo y aguantar las consecuencias de este 27/F, la falencia de las necesidades básicas en el principio, cosa tremenda, especie de tiempo de guerra, más el horror de los compatriotas que perdieron el horizonte y adoptaron actitudes inaceptables y que de alguna manera pagarán­- aunque sea solo con el arrepentimiento- durante todo el resto de sus vidas.

El terremoto, es una realidad que nos correspondió en suerte a los chilenos, con un país que cuelga sobre el Pacífico y que no tiene miras de estabilizarse. Que nos lo recuerda cada cierto tiempo la réplica solapada, alguna tan violenta que nos parece un nuevo terremoto. Una cosa es soportar los movimientos, soportar la destrucción de nuestro ambiente en Concepción, solucionar el problema de quedarse sin puentes cuando el gran río del que nos sentimos orgullosos por fuerte, extenso y caudaloso, nacido en la patria nuestra y que no deja de tener su belleza, también ahora nos parece un enemigo. Volver al pasado en que el BioBio, hasta donde llegó el conquistador, establecía un norte y un sur de Chile.

La causal de nuestro mundo sísmico bien explicado por los científicos de la geología, de existencia propia, no es comprendida por aquellos países, principalmente europeos, porque ellos no tienen estos fenómenos en su cultura y eso es lo que hace que mantengan incólumes sus antigüedades, su ayer, todo aquello que nosotros vamos a conocer como en una peregrinación. Su arquitectura, los objetos de creación de sus hombres, seguramente no existirían de tener una realidad semejante a la nuestra.

Iván Contreras R.
Prof. Emérito, U. de Concepción

sábado, 8 de mayo de 2010

Frutas de la tierra


Algunas especies arbóreas nativas producen frutos estacionales como la araucaria- que nos da el piñón- el cóguil, el maqui, el avellano y la murtilla, pequeño arbusto. Cada una tiene su época y tanto los habitantes como las aves concurren a cosecharlos en su momento.

La mayoría de las plantas frutales que conocemos y cultivamos hoy han sido introducidas dando la vuelta al Cabo de Hornos y aquí se han dado bien: naranjos, limoneros, olivos, higueras, duraznos, ciruelos, cerezos, manzanos, castaños, perales, membrillos, la vid etc. Desde nuestros viveros pasaron las plantitas nuevas en tiempos coloniales a los huertos de Cuyo, de Tucuman y a pueblos ya fundados al otro lado de la cordillera; los jesuitas llevaron desde Chile la uva a Mendoza para producir su vino de misa y fueron el origen de los viñedos y caldos vinosos de esa región. Algunas han venido de países de América como la lúcuma, la chirimoya y la palta llegadas desde el Perú las primeras y de Centro América la última que se asentaron en nuestra tierra y clima alejado de los trópicos.

Sandra trae desde el campo, de las cercanías de Rere donde viven sus padres, unos duraznos peludos, de cuesco despegado, no muy grandes y cuya cáscara sale con gran facilidad desparramando su aroma, tampoco han pasado por refrigeradores. Otra vez trajo unos higos blancos en su mejor momento. En Contulmo en una casa de veraneo en las cercanías del lago Lanalhue encontré unos duraznos pelados del definido gusto y perfume de la fruta de mis recuerdos que hicieron famosos a los predios de ese pueblo araucano. Debo pensar que es una especie terminal, salvo que se hiciera el esfuerzo por recuperarla.

Los árboles frutales, huérfanos en la inmensidad o las hileras de membrillos o de ciruelos blancos y negros junto a los cercos se alejan de los frutos estandarizados de las grandes quintas. Los manzanos que conservan antiguas especies, reineta o graffe de aquellas que aprendimos a consumir desde pequeños. Aquel castaño solitario en una curva del camino que enriquece su paisaje en otoño. Arboles hijos del rigor, asilvestrados, que acentúan su sabor allí en tierras de secano. De cada planta y sus frutos se podría decir tanto, escribir una surtida biografía de los cerezos y sus variedades, de los guindos cuyos frutos asemejan a un buen trago fuerte con su gusto agridulce que quedan recordando nuestras papilas gustativas. Las uvas de esos parronales que se enroscan en otros vegetales, blancas doradas o negras de piel blanquecina verdadero desafío para el pintor.

En las ferias rotativas de los barrios hay que saber elegir las frutas venidas de los campos virginales, de bellos colores, de formas y tamaños reconociendo que no han sido fumigadas. Se ve que la feriante ha recorrido su propio huerto escogiéndolas y sin gran publicidad las ofrece en su mesón y hasta más baratas, solo hay que reconocerlas.

En una desprevenida esquina de Purén una pequeña feria de habitantes del entorno, pude ver ese día los membrillos de las lomas de Lumaco, ciruelas de las montañas de Coyancahuin, manzanas de La Isla, aquellas peritas diminutas de gran dulzor, ideales como orejones. También hortalizas de las vegas, pequeños frutos y desde luego el merken.

Iván Contreras R. 2010


Foto: http://www.cayucupil.cl/

sábado, 24 de abril de 2010

Nuestros árboles nativos


Cuando llegaron los españoles en el siglo XVI encontraron en la zona de Malleco un panorama muy diferente del actual y se les hacía muy difícil el avance hacia el sur al atravesar bosques de robles, peumos, canelos y una infinidad de árboles naturales de estas tierras. Si hubieran recorrido los mismos lugares a comienzos del siglo XX se habrían encontrado con lomas cubiertas de trigo y vegas en que abundaría la chacarería. Más tarde estarían plantadas de pinos, especie que no existía en el país. Esos cambios en la fisonomía territorial eran consecuencia de actividades vitales en la existencia.

Los árboles nativos son las especies autóctonas del país, provenientes de lejano pasado que acogieron a los habitantes aborígenes, a quienes abrigaron y dieron sustento. Entre los pajonales y ciénagas los bosques tenían sus propias especies capaces de pasar gran parte del año con sus raíces y parte del tronco en el agua, fueran el temo, la pitra o los arrayanes y su madera serviría para encender los fogones, pero además daban consistencia al humedal, fijaban un camino a las corrientes y eran percha de las garzas reales. Por entre las plantas circulaban percas, bagres y otras variedades propias que terminaron cediendo su habitat a la trucha salmonada y a las carpas al ser introducidas y más agresivas.

Huallis, robles, avellanos, coigues, lingues, raulíes, mañios, tepa, laurel, luma, lengas, araucarias, ulmos, boldos, etc. crecían y prosperaban en todo terreno y relieve, siendo motivo para dar nacimiento a las aguas- que formarían ríos- allí en las quebradas, en que sus copas hacían el papel de verdaderos paraguas que guardaban humedades.

Los árboles nativos le dieron la madera de la construcción a las ciudades recién fundadas por los gobernadores españoles o a los pueblos que iban naciendo naturalmente junto a los fuertes, a las márgenes de los caminos como calles largas, alrededor de las estaciones de trenes o para aquellos que formaron los colonos extranjeros llegados en el siglo XIX e inicios del XX. Con roble pellín hasta se hacían los cercos de tranqueros, a pura hacha, antes que llegara el alambre de púas; el lingue la mejor madera para los muebles y cuya corteza por tener mucho tanino se le ha usado en las curtiembres. Entonces a los bosques nativos no los podemos mirar solo como fuente de obtención de buenas maderas para nuestros enseres y nuestras casas sino que debemos valorarlos y emplearlos de la mejor forma reponiéndolos para mantener el medio ambiente, la conservación de los suelos, la generación de las aguas y dar acogida a la escasa fauna. Debemos agregar que la pérdida forestal ha erosionado la tierra, cambiado el clima en poco tiempo, tanto que eso lo hemos podido ver en los años de nuestra existencia.

Alguno de estos tipos arbóreos producen frutos estacionales como la araucaria- que nos da el piñón-, el cóguil, el maqui, el avellano y la murtilla. En general gozamos de especies propias, endémicas y solo encontradas aquí, con nuestras tierras y sus nutrientes, con nuestro clima, que su adecuado manejo contribuye a la vida rural y urbana.

Iván Contreras R-2010

viernes, 9 de abril de 2010

Parral un día antes


La plaza de Parral parece muy grande, tal vez mayor que una manzana, arbolada y equipada para la reunión ciudadana, para el encuentro y la conversación. Atrajo nuestra atención un pino como el que hemos visto en otras plazas, también de gran tamaño -picea pungens- conífera de color glauco y apreciado como planta ornamental de crecimiento muy lento, “árbol que como un rey cuenta monedas de plata”, tal como se lee por ahí. La gente parralina se sitúa en ella para pasar el calor de la tarde. Los muchachos adolescentes juegan con sus tablas y con ellas hacen clap-clap. Las jóvenes visten ropas adecuadas al momento, mini faldas que alargan sus piernas continuándose en tacos altos. Nos pareció que se veían muy bien, de mucha juventud y belleza. El calor arrecia y los diarios decían que ese día traería alta temperatura.

En el paseo por la plaza descubrimos un pequeño monumento de Colón, en mármol, que alguien donó a la ciudad del descubridor de “ estas tierras” de América, incluidas las de Parral. Viajamos desde las termas de Catillo como cada año y hemos andado la ciudad, sobre todo en los tiempos de feria, muy socorridos de frutas y objetos artesanales; ahora a buscar una peineta olvidada para lo que visitamos varias tiendas y en ellas una historia y una gran gentileza. -No tenemos aquí, pero más allá en la cuadra siguiente, en el tercer almacén, encontraran la peineta que buscan-. Hasta que ambos nos sorprendimos de la lozanía y la atención de una joven de ascendencia árabe, quien nos ofreció la peineta PANTERA requerida y un cepillo de dientes. Que volviéramos si necesitábamos algo más, alguna otra cosa.

Siempre he admirado los barrios parralinos, sus calles y avenidas, con sus construcciones de adobe y hermosos revoques que nos agradan a los pintores para nuestros cuadros, o para fotografías de esas casas. En una de ellas nació Pablo Neruda el 12 de julio del año de 1904, en otra vivió Mariano Latorre, allí durmió Fernando Santiván.

Tomamos un refresco en Al Paso, el mismo lugar en que lo hicimos el año anterior. Marta quiso un jugo de piña y yo un néctar, que no estaba el día para un té.

En los negocios visitados pregunté por Leonor Sepúlveda, una recordada alumna de la escuela de arte de la Universidad de Concepción. No sabían de ella y le comenté a Marta que yo estaba equivocado al pensar que en Parral todos se conocían y que sería fácil encontrar a Leonor. Aquel era el día anterior al gran terremoto del 27 de febrero y al día siguiente pasaríamos por el pueblo gentil con el alma compungida de regreso a Concepción, a casa, y ver a los parientes cercanos y lejanos. Parral fue una de las ciudades más dañadas por el terremoto de 8,8 grados con tantas casas destruidas que son demasiadas por todas las calles y con muchas réplicas como las liberaciones de energía que podrán durar meses y cada vez producirán nuevos temores haciendo ver que se trata de un lugar sísmico .

Un hito en la historia de la urbe fue su fundación en 1795 sobre antiguas tierras picunches como la Villa Reina Luisa de Parral, entonces esposa del Rey de España Carlos IV, por parte de don Ambrosio O”Higgins, llegando a ser con los siglos una población cuyos campos han heredado la aptitud para la agricultura, ser alfareros, textiles y de talabartería con los aperos del huaso.

Iván Contreras R-2010


Foto: El Amaule.cl

lunes, 22 de marzo de 2010

Post terremoto


Correo para Fernando: Todas las casas de la Villa San Pedro resistieron bien los movimientos, provienen de la década del 60 y fueron de construcción cuidadosa. Las noticias nos informan que nos corrimos tres metros hacia el mar, pero uno no se da cuenta de eso y en todo caso pienso que estamos a una distancia suficiente para no temer maremotos. Por lo general no corremos ante las fuertes réplicas de aquel cataclismo del 27 de febrero de 2010, como esa de 6,7 grados, bastante dura que nos hizo ver como se movía el gran mueble librero que más parecía galopar como un equino sobre sus patas y que en aquel día tremendo cayeron de él, rompiéndose muchas cosas, amados recuerdos, y que se barrió para la basura.

El amigo Albino tampoco tuvo problemas con su casa- de madera y levantada por él mismo y sus maestros- pero se le quebraron muchas piezas de su colección de loza de Lota. Pienso que las más notables las restaure, en lo que es tan hábil, con uno de esos pegamentos modernos. Orlando Mellado, el amigo pintor de Talca con peligro de vida recuperó más de 300 obras suyas y de su colección particular desde su casa-taller en tierra. Consuelo Saavedra que exponía sus terracotas en la sala Bíobío, en Concepción, se llevó a su casa obras que se rompieron en trozos grandes y otras en añicos. Algo hará con ellas, recreándolas.

La ciudad de Concepción es ahora otra cosa y hay muchos daños siendo difícil de recorrerla porque han cerrado las calles con arquitectura fracturada y es un fastidio vivir al sur del Biobio por el problema de los puentes que al quedar uno solo en pie cuesta hasta horas atravesar por una de las tres vías, dos para allá y una para acá...

Respecto de la secuela de réplicas seguimos ocupando nuestra habitación y la cama de siempre y algunos de esos soterrados tiritones no los hemos sentido. Lo que angustia bastante son los cortes de luz y tener encima las amenazas de otros posibles por la debilidad del sistema y para ser honrados desde aquella fecha ominosa solo hemos tenido agua para bañarnos unas pocas veces, lo demás ha sido lavarse por partes, unas hoy otras mañana.

La parentela mía, está bien y preocupados unos de otros. Hugo con sus 83 años y sostén de una extendida familia, se las arregla bien y está mejor que yo de salud que he recurrido a Mercedes, que es una experta kinesióloga, para que me trate el cuello, según ella receptor del 95 % de las tensiones que se traducen en dolores fatigosos como aquellas tortícolis tenidas cuando niños. Los hijos propios y sus familias han salido bien librados del cataclismo y he tenido de parte de ellos solo gentilezas de benévolas personas. De Contulmo tengo noticias buenas, salvo el pánico suscitado por las réplicas amplificadas por las casas de tablas, más el entorno de bosques y montañas de Nahuelbuta.

Debo agradecer la preocupación de colegas pintores, amigos y parientes lejanos al comunicarse para saber de nuestra situación, hasta de venir a vernos exclusivamente y traernos insumos necesarios a los que uno no puede negarse ya que al comienzo se veía mal el desabastecimiento y se temía llegar a pasar apuros.

Fernando, en mi correo anterior te sugería enviar a tu circulo de amistades el escrito de Mis terremotos y sus réplicas como hiciste con el de aquella sicóloga capitalina tan en boga...Creo haberte dado adecuada respuesta sobre mi situación post terremoto y que estoy en condiciones de ampliarte estas noticias en próximos contactos, junto con compartir con los vecinos alrededor de una fogata. Con el afecto de siempre.

Iván Contreras R. 2010

martes, 16 de marzo de 2010

viernes, 12 de marzo de 2010

Mis terremotos y sus réplicas


En mi vida que ya suma varios años, me han tocado unos cuantos terremotos y temblores, grandes y menores. De ellos, el de este año de 2010 ha sido el peor, es decir el más brutal y extendido en el tiempo.

El 24 de enero de 1939, en los campos de Purén, en una antigua casa de madera y cuando yo tenía seis añitos- como dicen quienes creen que los niños tienen años más chicos- ante un fuerte sismo mi padre, don Manuel, me agarró del pellejo del espinazo y me dejó caer por la ventana... y ya todos en el patio le oí decir: ¡Éste ha sido terremoto en alguna parte!. Como por entonces las noticias andaban muy lento solo días después se supo que lo había sido y tremendo en Concepción y en Chillán. Aún más tarde se conoció de 10.000 y 20.000 muertos respectivamente. Una canción popular nació prontamente junto al sonido de la guitarra traspuesta: Chillán, Chillán, Chillán/ ciudad del movimiento/ en donde los cadáveres caminan bajo el pavimento/. Nunca se había visto tanta desolación...

Gran impresión y también consuelo trajo la visita del presidente don Pedro Aguirre Cerda y su esposa doña Juanita Aguirre a esa dolida ciudad.

En 1949 una inmensa sacudida telúrica me sorprendió una noche en el internado del liceo de hombres de Concepción y todos los jóvenes que alojábamos allí arrancamos al gran patio siendo una fea experiencia esperar la llegada del día en pijamas y a patita pelada.

Con Marta estábamos en 1960 en Concepción, de visita en casa de Tala, Nino e hijas, en una antiquísima casa de gruesas paredes de adobes y cubierta de tejas cuya vida terminó con el terremoto del 21 de mayo y hubo de ser demolida. A la apresurada salida resbaló una teja sobre la cabeza de Marta quien nada dijo esa mañana. Nos acomodamos todos en el departamento de una amiga y al día siguiente, a las 15 horas, asustados ante las virulentas réplicas bajamos a la Plaza de los Tribunales, momento en que se inició tan fuerte temblor, de epicentro ahora en Valdivia, siendo el mayor terremoto del mundo.

Tal sismo nos hizo decidirnos a viajar de inmediato a Contulmo en donde encontraríamos acogida y algo de calma en casa de mis padres, aunque allí sentimos por días tantas réplicas, con ladridos, mugidos y relinchos previos de la fauna local. Enseguida se agregaban los crujidos de las arquitecturas y los sonidos vegetales de hojas y el rechinar de ganchos y ramas de los bosque nativos que rodeaban al pueblo. Las secuelas, expresión de energía y tensión, durarán meses produciéndonos nuevos temores y no nos dejarían olvidar nuestro país sísmico.

Hasta este del 27 de febrero de 2010 que nos encontró en nuestra anual estadía en las Termas de Catillo, alojados en uno de los pabellones coloniales de nobles adobes y de muros recién restaurados. Caí del lecho y arrastré también a Marta terminando de despertar en el piso, esperando que el hueco entre las camas nos serviría de resguardo. Era un movimiento eterno, violento y agresivo, sin miras de parar. Cuando se aplacó había que vestirse con lo que hubiera a mano para salir de la habitación. Como en el pasado, yo dije a mi esposa: ¡este ha sido terremoto en alguna parte!. Y como siempre me acompaño de mi radio digital escuché desde emisoras argentinas que ya hablaban de un fuerte sismo en la zona central de Chile llegando así a la certeza de haber vivido un nuevo y gran terremoto.

Iván Contreras R. 2010




lunes, 22 de febrero de 2010

El mate y la yerba mate

El mate y la yerba mate

Doña Elena decía que le dolía la cabeza cuando no tomaba su mate a la hora acostumbrada. Al desayuno y a las onces. Nosotros como niños que éramos, tomábamos leche con café de trigo que le daba sabor y color.

Desde luego no podía faltar la yerba mate entre los encargos a mi padre o a quien viajara esa semana al pueblo. Los almacenes la expendían directamente de la barrica y con la poruña colmada hacían los kilos. Pasados varios años le regalé a mi madre una yerba mate que había comprado en otro país y la encontró más fuerte que la nuestra. Me pregunté el porqué de eso y más tarde supe que a la yerba mate, llegada del Paraguay o de Argentina, los proveedores de aquí la suavizaban con el agregado de hojas de árboles nativos de Nahuelbuta.

El mate tiene una forma propia, la de una calabaza decorada y a veces con una guarnición metálica en los bordes. Lo que era motivo de curiosidad para nosotros era la bombilla, de plata con sus agujeros, y que siempre queríamos verla y tocarla de nuevo. Escuché que las hacían en la cárcel, como verdaderas joyas artesanales con las monedas de 1933, lo que seguramente era cierto, porque el mate siempre se ha usado entre los internos de los penales.

La conversación sería muy interesante cuando teníamos visitas y a la hora conveniente mi madre cebaría el mate y todas sorberían de la misma bombilla a medida que lo iba distribuyendo en el circulo que se formaba, de entretención colectiva por el intercambio de noticias y comentarios: del viaje de don Pedro Aguirre Cerda a Chillán, después del terremoto del 39, con tantos muertos que dicen que no hubo familia que no tuviera uno entre sus miembros o bien de lo sucedido en Concepción en los mismos días. Era un tiempo en que las noticias caminaban muy lento, sobre todo si no había electricidad y sin tener una radio de aquellas que parecían catedrales.

A algunas materas les gustaba con azúcar o tal vez el mate amargo, pero siempre aceptarían agregarle otras hierbas para introducirle un nuevo aroma, fuera una cascarita de limón, hojitas de menta o poleo, quizás de cedrón o toronjil. Para los varones se le agregaría un chorro de aguardiente – de alambre de púas como dicen en Purén - y para nosotros de leche con borraja con fines curativos.

Se consume desde tiempos inmemoriales en aquellos lugares de producción, y su uso fue generalizado en la colonia y república, mas en el siglo XX se fue reemplazando por el té o el café. En Chile es frecuente hoy en las regiones meridionales, de preferencia en la patagonia; igualmente son consumidores los países del cono sur de América y nos causa admiración como los visitantes trasandinos, en donde es bebida patria, lo traen en sus viajes veraniegos, viéndolos como se acompañan de un termo, del mate y su yerba mate.

Iván Contreras R.
Prof. Emérito, U. de C. 2010




Una muy buena Web sobre el mate y sus costumbres:
http://www.folkloreando.com.ar/el_mate.html