martes, 16 de marzo de 2010
viernes, 12 de marzo de 2010
Mis terremotos y sus réplicas

En mi vida que ya suma varios años, me han tocado unos cuantos terremotos y temblores, grandes y menores. De ellos, el de este año de 2010 ha sido el peor, es decir el más brutal y extendido en el tiempo.
El 24 de enero de 1939, en los campos de Purén, en una antigua casa de madera y cuando yo tenía seis añitos- como dicen quienes creen que los niños tienen años más chicos- ante un fuerte sismo mi padre, don Manuel, me agarró del pellejo del espinazo y me dejó caer por la ventana... y ya todos en el patio le oí decir: ¡Éste ha sido terremoto en alguna parte!. Como por entonces las noticias andaban muy lento solo días después se supo que lo había sido y tremendo en Concepción y en Chillán. Aún más tarde se conoció de 10.000 y 20.000 muertos respectivamente. Una canción popular nació prontamente junto al sonido de la guitarra traspuesta: Chillán, Chillán, Chillán/ ciudad del movimiento/ en donde los cadáveres caminan bajo el pavimento/. Nunca se había visto tanta desolación...
Gran impresión y también consuelo trajo la visita del presidente don Pedro Aguirre Cerda y su esposa doña Juanita Aguirre a esa dolida ciudad.
En 1949 una inmensa sacudida telúrica me sorprendió una noche en el internado del liceo de hombres de Concepción y todos los jóvenes que alojábamos allí arrancamos al gran patio siendo una fea experiencia esperar la llegada del día en pijamas y a patita pelada.
Con Marta estábamos en 1960 en Concepción, de visita en casa de Tala, Nino e hijas, en una antiquísima casa de gruesas paredes de adobes y cubierta de tejas cuya vida terminó con el terremoto del 21 de mayo y hubo de ser demolida. A la apresurada salida resbaló una teja sobre la cabeza de Marta quien nada dijo esa mañana. Nos acomodamos todos en el departamento de una amiga y al día siguiente, a las 15 horas, asustados ante las virulentas réplicas bajamos a la Plaza de los Tribunales, momento en que se inició tan fuerte temblor, de epicentro ahora en Valdivia, siendo el mayor terremoto del mundo.
Tal sismo nos hizo decidirnos a viajar de inmediato a Contulmo en donde encontraríamos acogida y algo de calma en casa de mis padres, aunque allí sentimos por días tantas réplicas, con ladridos, mugidos y relinchos previos de la fauna local. Enseguida se agregaban los crujidos de las arquitecturas y los sonidos vegetales de hojas y el rechinar de ganchos y ramas de los bosque nativos que rodeaban al pueblo. Las secuelas, expresión de energía y tensión, durarán meses produciéndonos nuevos temores y no nos dejarían olvidar nuestro país sísmico.
Hasta este del 27 de febrero de 2010 que nos encontró en nuestra anual estadía en las Termas de Catillo, alojados en uno de los pabellones coloniales de nobles adobes y de muros recién restaurados. Caí del lecho y arrastré también a Marta terminando de despertar en el piso, esperando que el hueco entre las camas nos serviría de resguardo. Era un movimiento eterno, violento y agresivo, sin miras de parar. Cuando se aplacó había que vestirse con lo que hubiera a mano para salir de la habitación. Como en el pasado, yo dije a mi esposa: ¡este ha sido terremoto en alguna parte!. Y como siempre me acompaño de mi radio digital escuché desde emisoras argentinas que ya hablaban de un fuerte sismo en la zona central de Chile llegando así a la certeza de haber vivido un nuevo y gran terremoto.
Iván Contreras R. 2010
El 24 de enero de 1939, en los campos de Purén, en una antigua casa de madera y cuando yo tenía seis añitos- como dicen quienes creen que los niños tienen años más chicos- ante un fuerte sismo mi padre, don Manuel, me agarró del pellejo del espinazo y me dejó caer por la ventana... y ya todos en el patio le oí decir: ¡Éste ha sido terremoto en alguna parte!. Como por entonces las noticias andaban muy lento solo días después se supo que lo había sido y tremendo en Concepción y en Chillán. Aún más tarde se conoció de 10.000 y 20.000 muertos respectivamente. Una canción popular nació prontamente junto al sonido de la guitarra traspuesta: Chillán, Chillán, Chillán/ ciudad del movimiento/ en donde los cadáveres caminan bajo el pavimento/. Nunca se había visto tanta desolación...
Gran impresión y también consuelo trajo la visita del presidente don Pedro Aguirre Cerda y su esposa doña Juanita Aguirre a esa dolida ciudad.
En 1949 una inmensa sacudida telúrica me sorprendió una noche en el internado del liceo de hombres de Concepción y todos los jóvenes que alojábamos allí arrancamos al gran patio siendo una fea experiencia esperar la llegada del día en pijamas y a patita pelada.
Con Marta estábamos en 1960 en Concepción, de visita en casa de Tala, Nino e hijas, en una antiquísima casa de gruesas paredes de adobes y cubierta de tejas cuya vida terminó con el terremoto del 21 de mayo y hubo de ser demolida. A la apresurada salida resbaló una teja sobre la cabeza de Marta quien nada dijo esa mañana. Nos acomodamos todos en el departamento de una amiga y al día siguiente, a las 15 horas, asustados ante las virulentas réplicas bajamos a la Plaza de los Tribunales, momento en que se inició tan fuerte temblor, de epicentro ahora en Valdivia, siendo el mayor terremoto del mundo.
Tal sismo nos hizo decidirnos a viajar de inmediato a Contulmo en donde encontraríamos acogida y algo de calma en casa de mis padres, aunque allí sentimos por días tantas réplicas, con ladridos, mugidos y relinchos previos de la fauna local. Enseguida se agregaban los crujidos de las arquitecturas y los sonidos vegetales de hojas y el rechinar de ganchos y ramas de los bosque nativos que rodeaban al pueblo. Las secuelas, expresión de energía y tensión, durarán meses produciéndonos nuevos temores y no nos dejarían olvidar nuestro país sísmico.
Hasta este del 27 de febrero de 2010 que nos encontró en nuestra anual estadía en las Termas de Catillo, alojados en uno de los pabellones coloniales de nobles adobes y de muros recién restaurados. Caí del lecho y arrastré también a Marta terminando de despertar en el piso, esperando que el hueco entre las camas nos serviría de resguardo. Era un movimiento eterno, violento y agresivo, sin miras de parar. Cuando se aplacó había que vestirse con lo que hubiera a mano para salir de la habitación. Como en el pasado, yo dije a mi esposa: ¡este ha sido terremoto en alguna parte!. Y como siempre me acompaño de mi radio digital escuché desde emisoras argentinas que ya hablaban de un fuerte sismo en la zona central de Chile llegando así a la certeza de haber vivido un nuevo y gran terremoto.
Iván Contreras R. 2010
lunes, 22 de febrero de 2010
El mate y la yerba mate
El mate y la yerba mate
Doña Elena decía que le dolía la cabeza cuando no tomaba su mate a la hora acostumbrada. Al desayuno y a las onces. Nosotros como niños que éramos, tomábamos leche con café de trigo que le daba sabor y color.
Desde luego no podía faltar la yerba mate entre los encargos a mi padre o a quien viajara esa semana al pueblo. Los almacenes la expendían directamente de la barrica y con la poruña colmada hacían los kilos. Pasados varios años le regalé a mi madre una yerba mate que había comprado en otro país y la encontró más fuerte que la nuestra. Me pregunté el porqué de eso y más tarde supe que a la yerba mate, llegada del Paraguay o de Argentina, los proveedores de aquí la suavizaban con el agregado de hojas de árboles nativos de Nahuelbuta.
El mate tiene una forma propia, la de una calabaza decorada y a veces con una guarnición metálica en los bordes. Lo que era motivo de curiosidad para nosotros era la bombilla, de plata con sus agujeros, y que siempre queríamos verla y tocarla de nuevo. Escuché que las hacían en la cárcel, como verdaderas joyas artesanales con las monedas de 1933, lo que seguramente era cierto, porque el mate siempre se ha usado entre los internos de los penales.
La conversación sería muy interesante cuando teníamos visitas y a la hora conveniente mi madre cebaría el mate y todas sorberían de la misma bombilla a medida que lo iba distribuyendo en el circulo que se formaba, de entretención colectiva por el intercambio de noticias y comentarios: del viaje de don Pedro Aguirre Cerda a Chillán, después del terremoto del 39, con tantos muertos que dicen que no hubo familia que no tuviera uno entre sus miembros o bien de lo sucedido en Concepción en los mismos días. Era un tiempo en que las noticias caminaban muy lento, sobre todo si no había electricidad y sin tener una radio de aquellas que parecían catedrales.
A algunas materas les gustaba con azúcar o tal vez el mate amargo, pero siempre aceptarían agregarle otras hierbas para introducirle un nuevo aroma, fuera una cascarita de limón, hojitas de menta o poleo, quizás de cedrón o toronjil. Para los varones se le agregaría un chorro de aguardiente – de alambre de púas como dicen en Purén - y para nosotros de leche con borraja con fines curativos.
Se consume desde tiempos inmemoriales en aquellos lugares de producción, y su uso fue generalizado en la colonia y república, mas en el siglo XX se fue reemplazando por el té o el café. En Chile es frecuente hoy en las regiones meridionales, de preferencia en la patagonia; igualmente son consumidores los países del cono sur de América y nos causa admiración como los visitantes trasandinos, en donde es bebida patria, lo traen en sus viajes veraniegos, viéndolos como se acompañan de un termo, del mate y su yerba mate.
Iván Contreras R.
Prof. Emérito, U. de C. 2010
Doña Elena decía que le dolía la cabeza cuando no tomaba su mate a la hora acostumbrada. Al desayuno y a las onces. Nosotros como niños que éramos, tomábamos leche con café de trigo que le daba sabor y color.
Desde luego no podía faltar la yerba mate entre los encargos a mi padre o a quien viajara esa semana al pueblo. Los almacenes la expendían directamente de la barrica y con la poruña colmada hacían los kilos. Pasados varios años le regalé a mi madre una yerba mate que había comprado en otro país y la encontró más fuerte que la nuestra. Me pregunté el porqué de eso y más tarde supe que a la yerba mate, llegada del Paraguay o de Argentina, los proveedores de aquí la suavizaban con el agregado de hojas de árboles nativos de Nahuelbuta.
El mate tiene una forma propia, la de una calabaza decorada y a veces con una guarnición metálica en los bordes. Lo que era motivo de curiosidad para nosotros era la bombilla, de plata con sus agujeros, y que siempre queríamos verla y tocarla de nuevo. Escuché que las hacían en la cárcel, como verdaderas joyas artesanales con las monedas de 1933, lo que seguramente era cierto, porque el mate siempre se ha usado entre los internos de los penales.
La conversación sería muy interesante cuando teníamos visitas y a la hora conveniente mi madre cebaría el mate y todas sorberían de la misma bombilla a medida que lo iba distribuyendo en el circulo que se formaba, de entretención colectiva por el intercambio de noticias y comentarios: del viaje de don Pedro Aguirre Cerda a Chillán, después del terremoto del 39, con tantos muertos que dicen que no hubo familia que no tuviera uno entre sus miembros o bien de lo sucedido en Concepción en los mismos días. Era un tiempo en que las noticias caminaban muy lento, sobre todo si no había electricidad y sin tener una radio de aquellas que parecían catedrales.
A algunas materas les gustaba con azúcar o tal vez el mate amargo, pero siempre aceptarían agregarle otras hierbas para introducirle un nuevo aroma, fuera una cascarita de limón, hojitas de menta o poleo, quizás de cedrón o toronjil. Para los varones se le agregaría un chorro de aguardiente – de alambre de púas como dicen en Purén - y para nosotros de leche con borraja con fines curativos.
Se consume desde tiempos inmemoriales en aquellos lugares de producción, y su uso fue generalizado en la colonia y república, mas en el siglo XX se fue reemplazando por el té o el café. En Chile es frecuente hoy en las regiones meridionales, de preferencia en la patagonia; igualmente son consumidores los países del cono sur de América y nos causa admiración como los visitantes trasandinos, en donde es bebida patria, lo traen en sus viajes veraniegos, viéndolos como se acompañan de un termo, del mate y su yerba mate.
Iván Contreras R.
Prof. Emérito, U. de C. 2010

Una muy buena Web sobre el mate y sus costumbres:
http://www.folkloreando.com.ar/el_mate.html
viernes, 6 de noviembre de 2009
La Harina tostada

El trigo limpio de pajas y cizañas era tostado en la callana por Eloy, el “cuque” del fundo. Entonces ese trigo era delicioso y en un descuido suyo nos llenábamos los bolsillos del grano calientito que quitaba el frío a nuestras manos y cuerpos menudos. Luego entre los juegos, los comíamos de a uno por uno, mientras la saliva hacía su trabajo.
Pasado por el molinillo, como harina tostada nada se pierde porque del trigo van su cascarilla y sus nutrientes. A la peonada se le entregaba de ración en las tardes una poruña rellena, recibida en la bolsa de osnaburgo cerrada con su jareta. Ha de ser parte importante de la alimentación del día siguiente en el frente de trabajo.
Comer la harina, de tantas maneras, como “agüita con harina”, primer cariño a la visita en las casas de campo, para refrescar el caminar. Puede dársele diferentes espesores; liviana para la sed; espesa justamente para el hambre.
La recordamos en unos grandes muños con miel que el abuelo Apolonio nos daba al regreso de la loma, junto a jarros con agua para irla pasando. De la misma manera la recibíamos en el internado del Liceo, para matar la añoranza del hogar. Y tal cual se llevaba en las alforjas en los largos viajes a caballo en aquellos tiempos.
A las onces, nuestra madre nos daba un plato de leche con harina, como copos flotantes. A veces en taza como ulpo con azúcar. En el almuerzo, un pavo de harina con agua caliente, sal y algo de manteca podía ser el segundo plato. En el sartén se llamaba huañaca, frita en manteca y sal, entonces deliciosa y crujiente. O bien con el agregado de un cocido de cebollas y ají o de carne. Por las mañanas como “caldo del pobre”, de harina tostada con papas en cubitos era el mejor desayuno de los campesinos.
Combinada con frutas, siempre manjar de dioses; las sandías, hay quienes sólo las comen con harina. Otros la agregan a los melones. Siendo también buena con uvas, con higos, con peras. Rica es con jugo de uvas en tiempo de vendimia. Mejor es con arrope, esa miel de uva. O con chicha de manzana en Purén, Contulmo, Valdivia o Chiloé.
Clásica es usarla con vino, la chupilca, para arreglar el cuerpo, con o sin azúcar. La malta con harina tostada para la madre que cría.
Tiene sus aplicaciones diferentes según tiempos históricos y latitudes. La mayor sorpresa como helado de harina tostada en Arica. Me contaba Hernán Rivera Letelier, el escritor del desierto, que se consumía en las oficinas salitreras y que él la comía por lo menos dos veces al día como agüita con harina, que allí llamaban “ulpo”, y que a nuestro ulpo lo llaman “cocho”. Estuvo vigente en los tiempos coloniales; formó partes de la comida de los constructores del Puente de Cal y Canto,1767-1781; en la travesía de los Andes del ejercito libertador; en las excursiones por el desierto de Atacama, hacia 1844, del científico polaco Ignacio Domeyko, con charqui y galletas. Ración diaria del llamado ejercito de la pacificación de la Araucanía, asimismo en el siglo decimonónico.
El pintor Orlando Mellado que participó en las veranadas de animales hacia 1940,en los Andes, frente a Curicó, nos contaba que el arriero entre caballos y mulas, rocas, coirones, nieve, vientos huracanados, truenos estentóreos, espacio y libertad, junto al mate y el charqui: tenía la harina tostada.
Iván Contreras R.
Prof. Emérito, U. de Concepción
Pasado por el molinillo, como harina tostada nada se pierde porque del trigo van su cascarilla y sus nutrientes. A la peonada se le entregaba de ración en las tardes una poruña rellena, recibida en la bolsa de osnaburgo cerrada con su jareta. Ha de ser parte importante de la alimentación del día siguiente en el frente de trabajo.
Comer la harina, de tantas maneras, como “agüita con harina”, primer cariño a la visita en las casas de campo, para refrescar el caminar. Puede dársele diferentes espesores; liviana para la sed; espesa justamente para el hambre.
La recordamos en unos grandes muños con miel que el abuelo Apolonio nos daba al regreso de la loma, junto a jarros con agua para irla pasando. De la misma manera la recibíamos en el internado del Liceo, para matar la añoranza del hogar. Y tal cual se llevaba en las alforjas en los largos viajes a caballo en aquellos tiempos.
A las onces, nuestra madre nos daba un plato de leche con harina, como copos flotantes. A veces en taza como ulpo con azúcar. En el almuerzo, un pavo de harina con agua caliente, sal y algo de manteca podía ser el segundo plato. En el sartén se llamaba huañaca, frita en manteca y sal, entonces deliciosa y crujiente. O bien con el agregado de un cocido de cebollas y ají o de carne. Por las mañanas como “caldo del pobre”, de harina tostada con papas en cubitos era el mejor desayuno de los campesinos.
Combinada con frutas, siempre manjar de dioses; las sandías, hay quienes sólo las comen con harina. Otros la agregan a los melones. Siendo también buena con uvas, con higos, con peras. Rica es con jugo de uvas en tiempo de vendimia. Mejor es con arrope, esa miel de uva. O con chicha de manzana en Purén, Contulmo, Valdivia o Chiloé.
Clásica es usarla con vino, la chupilca, para arreglar el cuerpo, con o sin azúcar. La malta con harina tostada para la madre que cría.
Tiene sus aplicaciones diferentes según tiempos históricos y latitudes. La mayor sorpresa como helado de harina tostada en Arica. Me contaba Hernán Rivera Letelier, el escritor del desierto, que se consumía en las oficinas salitreras y que él la comía por lo menos dos veces al día como agüita con harina, que allí llamaban “ulpo”, y que a nuestro ulpo lo llaman “cocho”. Estuvo vigente en los tiempos coloniales; formó partes de la comida de los constructores del Puente de Cal y Canto,1767-1781; en la travesía de los Andes del ejercito libertador; en las excursiones por el desierto de Atacama, hacia 1844, del científico polaco Ignacio Domeyko, con charqui y galletas. Ración diaria del llamado ejercito de la pacificación de la Araucanía, asimismo en el siglo decimonónico.
El pintor Orlando Mellado que participó en las veranadas de animales hacia 1940,en los Andes, frente a Curicó, nos contaba que el arriero entre caballos y mulas, rocas, coirones, nieve, vientos huracanados, truenos estentóreos, espacio y libertad, junto al mate y el charqui: tenía la harina tostada.
Iván Contreras R.
Prof. Emérito, U. de Concepción
martes, 15 de septiembre de 2009
¡Viva el Dieziocho! - Iván Contreras Rodríguez

¡VIVA EL DIEZIOCHO!
¡Viva el dieziocho , señores!/ ¡Viva la fecha inmortal/ que es preciso celebrar/ como en años anteriores!. (La lira popular )
En septiembre se siente la atmósfera de fiestas patrias, se embanderó la casa, quedó hermosa con los colores patrios en la fachada principal.
Es diferente la celebración en la ciudad y en el campo, en el mar y cordillera, y habrá cambios en el norte, el centro y en el sur. Allá habrán guardado chicha de uva -vaya y curadora- por acá más bien vinito tinto pipeño.
Son tan variados los agasajos como lo son las geografías. En Arica, junto a su pabellón de 10 metros izado todos los días del año en la cima del Morro, se alzan miles de otros menores y la ciudad flamea con el viento de la tarde. Como en ella muchos otros pueblos del desierto.
La insignia nacional hace palpitar los corazones de los chilenos y en esos momentos pensamos en nuestros hermanos que viven en lugares tan distantes, tierras que a vuelo de cóndor veríamos como un jardín blanco, rojo y azul. También en nuestros compatriotas en el extranjero quienes en esa fecha y en “Saarbrücken -Alemania- se juntan para comer empanadas con un Casillero del Diablo y platicar la amistad celebrando y recordando”.
Lugar de desfiles es Contulmo con el contingentes de mantas de Elicura, con trutrucas y pifilcas; las escuelas, los bomberos, el personal cívico y las damas de rojo y otros colores.
Tiempo de juegos tradicionales y sobre todo de festejos en las fondas y ramadas, de canelo y avellano, en que los valseados, las rancheras, las cumbias y las cuecas hacen bailar al buen padre de familia, a los novios o simples jóvenes emparejados, talvez algunos pasados los ochenta. Los músicos adolecen siempre del anonimato, menos la Empera famosa en rasguear y cantar, y llevar el compás con su pata de palo.
Iván Contreras R.
En septiembre se siente la atmósfera de fiestas patrias, se embanderó la casa, quedó hermosa con los colores patrios en la fachada principal.
Es diferente la celebración en la ciudad y en el campo, en el mar y cordillera, y habrá cambios en el norte, el centro y en el sur. Allá habrán guardado chicha de uva -vaya y curadora- por acá más bien vinito tinto pipeño.
Son tan variados los agasajos como lo son las geografías. En Arica, junto a su pabellón de 10 metros izado todos los días del año en la cima del Morro, se alzan miles de otros menores y la ciudad flamea con el viento de la tarde. Como en ella muchos otros pueblos del desierto.
La insignia nacional hace palpitar los corazones de los chilenos y en esos momentos pensamos en nuestros hermanos que viven en lugares tan distantes, tierras que a vuelo de cóndor veríamos como un jardín blanco, rojo y azul. También en nuestros compatriotas en el extranjero quienes en esa fecha y en “Saarbrücken -Alemania- se juntan para comer empanadas con un Casillero del Diablo y platicar la amistad celebrando y recordando”.
Lugar de desfiles es Contulmo con el contingentes de mantas de Elicura, con trutrucas y pifilcas; las escuelas, los bomberos, el personal cívico y las damas de rojo y otros colores.
Tiempo de juegos tradicionales y sobre todo de festejos en las fondas y ramadas, de canelo y avellano, en que los valseados, las rancheras, las cumbias y las cuecas hacen bailar al buen padre de familia, a los novios o simples jóvenes emparejados, talvez algunos pasados los ochenta. Los músicos adolecen siempre del anonimato, menos la Empera famosa en rasguear y cantar, y llevar el compás con su pata de palo.
Iván Contreras R.
El caqui - Iván Contreras Rodríguez

Podemos decir que el caqui es una planta rara para el medio chileno. Y claro que lo es, porque proviene de China y Japón. Tendemos a relacionarlo con el Oriente al comportarse en una forma diferente a la de los productos vegetales comunes nuestros: cuando el árbol se cubre de frutos anaranjados, se queda al mismo tiempo sin hojas y sus ramas tejen mil filigranas.
Conocí los caquis en Santiago, pues en mis lares de Purén y Contulmo no existian. Por entonces, en la década del 50, iniciaba mis estudios en la Escuela de Bellas Artes, en Santiago, y allí pude ver que era la fruta preferida como modelo en las “naturalezas muertas” que proponían a sus alumnos los maestros Carlos Pedraza, Jorge Caballero o Pablo Burchard. Dos razones avalaban esta preferencia de los profesores: al ser esos frutos muy puros de formas, se logran traspasar al papel o a la tela con muy pocos trazos; y sus variantes de anaranjados pueden contrastar armoniosamente con azules ultramares, cobaltos y cerúleos. Allí se dibujaron miles de hojas con conjuntos de caquis distribuidos sobre los manteles y también contenidos en tiestos domésticos entre los que destacaban unas fruteras de loza de forma de copa abierta.
¿Qué pintor chileno no ha pintado caquis, sea en conjuntos o formando parte de composiciones mayores?. Ricardo Bindis, Sergio Berthoud, Orlando Mellado, Albino Echeverría. Ximena Cristi y Eduardo Ossandón representaron caquis en muchas de sus obras y yo mismo estoy mirando, en este instante, un pequeño óleo salido de mi mano en alguna temporada pasada, con caquis y la sempiterna frutera blanca. Este fruto tiene su época, que es el invierno, y entonces anima con sus colores los entristecidos predios o quintas urbanas, invitando a quedar perpetuados en los trabajos de los artistas.
Años atrás al pasar por la calle Paicaví, cercana a San Martín, en Concepción, me alegró inmensamente la vista de un hermoso árbol de caquis en la plenitud de sus frutos. Inspirado y sin pensar más toqué el timbre para solicitar algunos y llevarlos como modelo a mi curso de dibujo en la escuela de arte de la Universidad. Me atendió una dama mayor que sin agregar más, a mi entusiasta petición dijo ¡ No ¡.
Este año pude encontrar caquis en las ferias populares en los barrios de Concepción y los compré todavía firmes, es decir, tiernos y, por lo demás, mucres al gusto. Maduraron muy bien en el alféizar de la ventana de la cocina y en cuestión de dos o tres días fue posible degustar sus dulzuras.
El árbol es de hojas grandes y de coloridos anaranjados, rojos y verdes. Del fruto, además de ser comido al natural, se pueden hacer mermeladas, tomarlos como jugo en leche; de su madera, que es muy dura y de hermoso color oscuro, se pueden construir muebles finos e instrumentos musicales. El diccionario Durvan dice que el caqui es de la familia ebanácea y que pertenece al género diospyros, que viene del griego y que significa “fruto divino”. Que el comerlo proporciona vitaminas y minerales a nuestra humanidad.
Carlos e Ivette me contaban que ellos plantarían árboles frutales en el sitio de su casa nueva en vez de aquellos que tan sólo son decorativos. Entonces yo pensé en el caqui, del cual existen variedades resistentes a los hongos y alguno de gran rendimiento, que puede ser un buen ejemplar para cultivar, ya que siempre será un buen adorno, y al recordar sus frutos, un ornamento muy provechoso.
Iván Contreras R.
Conocí los caquis en Santiago, pues en mis lares de Purén y Contulmo no existian. Por entonces, en la década del 50, iniciaba mis estudios en la Escuela de Bellas Artes, en Santiago, y allí pude ver que era la fruta preferida como modelo en las “naturalezas muertas” que proponían a sus alumnos los maestros Carlos Pedraza, Jorge Caballero o Pablo Burchard. Dos razones avalaban esta preferencia de los profesores: al ser esos frutos muy puros de formas, se logran traspasar al papel o a la tela con muy pocos trazos; y sus variantes de anaranjados pueden contrastar armoniosamente con azules ultramares, cobaltos y cerúleos. Allí se dibujaron miles de hojas con conjuntos de caquis distribuidos sobre los manteles y también contenidos en tiestos domésticos entre los que destacaban unas fruteras de loza de forma de copa abierta.
¿Qué pintor chileno no ha pintado caquis, sea en conjuntos o formando parte de composiciones mayores?. Ricardo Bindis, Sergio Berthoud, Orlando Mellado, Albino Echeverría. Ximena Cristi y Eduardo Ossandón representaron caquis en muchas de sus obras y yo mismo estoy mirando, en este instante, un pequeño óleo salido de mi mano en alguna temporada pasada, con caquis y la sempiterna frutera blanca. Este fruto tiene su época, que es el invierno, y entonces anima con sus colores los entristecidos predios o quintas urbanas, invitando a quedar perpetuados en los trabajos de los artistas.
Años atrás al pasar por la calle Paicaví, cercana a San Martín, en Concepción, me alegró inmensamente la vista de un hermoso árbol de caquis en la plenitud de sus frutos. Inspirado y sin pensar más toqué el timbre para solicitar algunos y llevarlos como modelo a mi curso de dibujo en la escuela de arte de la Universidad. Me atendió una dama mayor que sin agregar más, a mi entusiasta petición dijo ¡ No ¡.
Este año pude encontrar caquis en las ferias populares en los barrios de Concepción y los compré todavía firmes, es decir, tiernos y, por lo demás, mucres al gusto. Maduraron muy bien en el alféizar de la ventana de la cocina y en cuestión de dos o tres días fue posible degustar sus dulzuras.
El árbol es de hojas grandes y de coloridos anaranjados, rojos y verdes. Del fruto, además de ser comido al natural, se pueden hacer mermeladas, tomarlos como jugo en leche; de su madera, que es muy dura y de hermoso color oscuro, se pueden construir muebles finos e instrumentos musicales. El diccionario Durvan dice que el caqui es de la familia ebanácea y que pertenece al género diospyros, que viene del griego y que significa “fruto divino”. Que el comerlo proporciona vitaminas y minerales a nuestra humanidad.
Carlos e Ivette me contaban que ellos plantarían árboles frutales en el sitio de su casa nueva en vez de aquellos que tan sólo son decorativos. Entonces yo pensé en el caqui, del cual existen variedades resistentes a los hongos y alguno de gran rendimiento, que puede ser un buen ejemplar para cultivar, ya que siempre será un buen adorno, y al recordar sus frutos, un ornamento muy provechoso.
Iván Contreras R.
martes, 2 de junio de 2009
La cocina económica

Cocina yo te recuerdo / Quisiera hacerte un altar / Junto a mi madre, el invierno / Era suave, ante tu hogar. Nos dice Tirso Rodríguez Sanhueza, poeta hoy aysenino que dedicó estos versos a la cocina económica que dio punto a sus alimentos y entibió sus días de niño.
Las cocinas económicas tienen un origen sumido en el tiempo y las encontramos preferentemente en aquellas regiones de Chile en donde el combustible fundamental es la leña. En los centros mineros del carbón las ha encendido este producto fósil, haciendo lo mismo en las casas de los ferroviarios de las antiguas locomotoras a vapor.
Fabricadas en el país de planchas de fierro fundido o de elegante enlozado, obedecen a un modelo que se impuso por lo práctico y funcional, con variantes en sus proporciones, pues las he conocido de tamaños diversos, según a quien debían prestar sus servicios. En una amplia cubierta, un gran plato anillado da acceso al calor directo, mientras otros están alejados para graduar su intensidad. El horno permanece caliente y la temperatura se acrecienta con el agregado de brasas para cocer el pan de cada día. El receptáculo de la ceniza, en mis recuerdos de niño, era buen lugar de donde obtener las papas asadas o escuchar la reventazón de las castañas.
Estas cocinas han servido fielmente a las casas campesinas y a las de las ciudades; siendo los fogones de instituciones comunitarias y sociales. Son de presencia y nobleza mayor en pueblos y pampas de la patagonia. Allí donde la leña es abundante, la cocina y su ámbito es el centro de la actividad familiar. Además de la preparación en ella de los alimentos, también puede ser generadora de la calefacción de toda la casa y el agua caliente que facilita otras tareas del diario vivir.
En la cocina económica nacieron los platos más propios de la comida chilena, los caldos y estofados; en ella tuvieron su génesis los fuertes resultantes del guisado de los productos del mar, de la tierra y del aire.
Las cocinas de leña, además de propiciar la reunión familiar, originaban los olores del recuerdo, el perfume del pan recién horneado, el aroma del asado y de la dulce fragancia de la repostería.
¡Cuántas veces habré mirado a mi madre frente a la plancha de la cocina económica revolviendo por horas la “caña dulce” del trigo recién nacido, o bien, el manjar blanco en la gran paila de cobre martillado!.
Iván Contreras R.

martes, 12 de mayo de 2009
El mar como tema de la pintura chilena - Iván Contreras Rodríguez

Álvaro Casanova: "Crucero O´Higgins"
A comienzos del Chile republicano llegaron a estas tierras dos artistas ingleses quienes junto con contribuir al nacimiento de nuestra pintura, iniciaron también el género del paisaje marino: Carlos Wood y más tarde Thomas Somerscales.
Wood, marino de profesión, ha de pintar aquí nuestro océano con ojos ya educados en descubrir la belleza atornasolada de cielos y aguas que en la simulada quietud del horizonte guardan movimiento y ritmo natural. Por su parte la ascendencia que sobre la pintura del mar ejerció Somerscales está magnificada al rendir culto a la veracidad de los hechos heroicos acaecidos en el Pacífico en la misma época de su permanencia americana:” El combate naval de Iquique “ repetido en varias versiones;” La escuadra chilena antes de la campaña de 1879”; “Toma del Huáscar”, en fin, toda una iconografía épica recreada en sus telas para admiración de sus coetáneos y hombres del futuro.
A Wood y Somerscales hay que agregar al pintor nacional Alvaro Casanova Centeno por fijar una tendencia, la escuela marinista que alcanzó un alto rango en el siglo XIX y XX.
Aguas, arenas y rocas; nubes y pájaros inspiraron también a Antonio Smith, Enrique Linch, Pedro Lira, Enrique Swinburn, Alfredo Helsby, Juan Francisco González, Benito Rebolledo Correa, a Pablo Burchard, muchos de ellos artistas de tierra adentro que atendieron al misterioso llamado hacia los grandes puertos o a sus incontables bahías y caletas. Algunos pintores han formado escuelas regionales, como sucedió en Puerto Montt en torno a Arturo Pacheco Altamirano que descubrió el austro para Chile, con sus goletas y velámenes. En Valparaíso con Roko Matjasic, Guillermo Grossmacht y Carlos Ludsted más el antecedente de las largas permanencias de Pedro Luna, Camilo Mori y Arturo Gordon. Imperioso es agregar entre los pintores del mar a : Marco Bontá, Sergio Montecino, Reinaldo Villaseñor, Israel Roa, Hardy Wistuba, Orlando Mellado, Albino Echeverría, y a tantos otros que han representado la atmósfera entenebrecida del sur, la luminosidad de las costas veraniegas de la zona central; la claridad y el áspero azul en el mar del norte que se apoya en los bordes de la meseta pampina.
El mar ha sido para los chilenos una realidad que está tan presente como la Cordillera de los Andes y ambos han sido testigos geográficos que le han dado un carácter al país siendo sus factores de unidad territorial. Y en este mes de mayo, el mar inmanente adquiere realce para todos los habitantes y para los artistas pintores repertorio y estímulo de expresión que ha tenido la gracia de seducirnos con su imagen y una grata obligación de ser portavoces de la sensibilidad general.
Iván Contreras R
Wood, marino de profesión, ha de pintar aquí nuestro océano con ojos ya educados en descubrir la belleza atornasolada de cielos y aguas que en la simulada quietud del horizonte guardan movimiento y ritmo natural. Por su parte la ascendencia que sobre la pintura del mar ejerció Somerscales está magnificada al rendir culto a la veracidad de los hechos heroicos acaecidos en el Pacífico en la misma época de su permanencia americana:” El combate naval de Iquique “ repetido en varias versiones;” La escuadra chilena antes de la campaña de 1879”; “Toma del Huáscar”, en fin, toda una iconografía épica recreada en sus telas para admiración de sus coetáneos y hombres del futuro.
A Wood y Somerscales hay que agregar al pintor nacional Alvaro Casanova Centeno por fijar una tendencia, la escuela marinista que alcanzó un alto rango en el siglo XIX y XX.
Aguas, arenas y rocas; nubes y pájaros inspiraron también a Antonio Smith, Enrique Linch, Pedro Lira, Enrique Swinburn, Alfredo Helsby, Juan Francisco González, Benito Rebolledo Correa, a Pablo Burchard, muchos de ellos artistas de tierra adentro que atendieron al misterioso llamado hacia los grandes puertos o a sus incontables bahías y caletas. Algunos pintores han formado escuelas regionales, como sucedió en Puerto Montt en torno a Arturo Pacheco Altamirano que descubrió el austro para Chile, con sus goletas y velámenes. En Valparaíso con Roko Matjasic, Guillermo Grossmacht y Carlos Ludsted más el antecedente de las largas permanencias de Pedro Luna, Camilo Mori y Arturo Gordon. Imperioso es agregar entre los pintores del mar a : Marco Bontá, Sergio Montecino, Reinaldo Villaseñor, Israel Roa, Hardy Wistuba, Orlando Mellado, Albino Echeverría, y a tantos otros que han representado la atmósfera entenebrecida del sur, la luminosidad de las costas veraniegas de la zona central; la claridad y el áspero azul en el mar del norte que se apoya en los bordes de la meseta pampina.
El mar ha sido para los chilenos una realidad que está tan presente como la Cordillera de los Andes y ambos han sido testigos geográficos que le han dado un carácter al país siendo sus factores de unidad territorial. Y en este mes de mayo, el mar inmanente adquiere realce para todos los habitantes y para los artistas pintores repertorio y estímulo de expresión que ha tenido la gracia de seducirnos con su imagen y una grata obligación de ser portavoces de la sensibilidad general.
Iván Contreras R
martes, 14 de abril de 2009
Israel Roa: a 100 años de su nacimiento

De los grandes maestros hay que recordar sus nombres y sus quehaceres: Israel Roa Villagra, pilar de nuestra acuarelística y Premio Nacional de Arte 1985. El pintor nació en Angol el 28 de mayo de 1909 y luego de una notable existencia falleció en Santiago el 13 de mayo de 2002.
Realizó sus estudios profesionales en la Escuela de Bellas Artes, en la capital, a partir de 1927 y fue alumno de Juan Francisco González y Ricardo Richon Brunet. En 1937 obtuvo la beca Humbolt que le permitió perfeccionarse por dos años en Alemania especializándose en la acuarela y a su regreso ocupó esa cátedra en el mismo centro artístico de su juventud.
Desde el curso de Acuarela, con entusiasmo y simpatía, entregó la información técnica y su elocuencia a casi todos los artistas chilenos de las generaciones del medio siglo. Se hicieron tradicionales y legendarias las tardes de acuarela con Roa y su modelo preferida, Dalila. De voz gruesa, en una figura que le valió el que sus pares le llamaran el “Chico Roa”, imponía en sus clases una fuerte disciplina en las que“no volaba una mosca” y sus indicaciones podían ser impartidas en forma personalizada o a veces generalizaba en tono alto cuando encontraba algo notable y digno de exaltarse. En otras oportunidades podíamos escuchar: ¡ Dé vuelta la hoja! dirigiéndose a alguien que no le apuntó al dibujo de base.
Así pues, fue el gran maestro en este arte para quienes como sus discípulos han sabido difundirlo e implantarlo con aportes personales. No obstante los balbuceos y la discontinuidad con que apareció la acuarela en el siglo XIX, gracias a Roa tuvo un desarrollo mayor y continuado en el siglo XX y que suponemos continuará un camino ascendente en los tiempos actuales de la mano del maestro angolino y de sus seguidores.
Israel Roa hizo su vida artística en la capital, pero mantuvo estrecha relación afectiva con Angol y con su familia que todavía se domicilia allí. Vivió cultivando en sus acuarelas las atmósferas del sur, costas y mares, gente de nuestro pueblo, frutos del agua y de la tierra. Gabriela Mistral le dedicó uno de sus Recados en que con intuitivos juicios le expresaba: “ la acuarela delicada en el triple sentido de la fragilidad, del pudor y de la intimidad le sedujo los sentidos y tomó posesión, por fin de la mano de un criollo digno de ella y que sería en su servicio tan escrupulosa como la mano oriental . En la acuarela había de vaciar Roa su tierna y medrosa luz austral, sobre ella posaría los capullos cerrados y húmedos de sus cuatro provincias pluviales. Desde esta materia preferida por él como una lengua más leal, hablan sus verdes refrenados, sus grises de tórtola nueva y sus blancos sin crudeza: su manera de luz, que no es tímida, pero si cautelosa y acuciosa.”
Con las palabras de la poetisa, a titulo personal y representando los sentimientos de los artistas de regiones recuerdo con emoción a Israel Roa Villagra, a quien como hombre del sur, conquistó Chile desde la expresión de una técnica pictórica tan particular, la pintura a la acuarela.
Iván Contreras R.
Realizó sus estudios profesionales en la Escuela de Bellas Artes, en la capital, a partir de 1927 y fue alumno de Juan Francisco González y Ricardo Richon Brunet. En 1937 obtuvo la beca Humbolt que le permitió perfeccionarse por dos años en Alemania especializándose en la acuarela y a su regreso ocupó esa cátedra en el mismo centro artístico de su juventud.
Desde el curso de Acuarela, con entusiasmo y simpatía, entregó la información técnica y su elocuencia a casi todos los artistas chilenos de las generaciones del medio siglo. Se hicieron tradicionales y legendarias las tardes de acuarela con Roa y su modelo preferida, Dalila. De voz gruesa, en una figura que le valió el que sus pares le llamaran el “Chico Roa”, imponía en sus clases una fuerte disciplina en las que“no volaba una mosca” y sus indicaciones podían ser impartidas en forma personalizada o a veces generalizaba en tono alto cuando encontraba algo notable y digno de exaltarse. En otras oportunidades podíamos escuchar: ¡ Dé vuelta la hoja! dirigiéndose a alguien que no le apuntó al dibujo de base.
Así pues, fue el gran maestro en este arte para quienes como sus discípulos han sabido difundirlo e implantarlo con aportes personales. No obstante los balbuceos y la discontinuidad con que apareció la acuarela en el siglo XIX, gracias a Roa tuvo un desarrollo mayor y continuado en el siglo XX y que suponemos continuará un camino ascendente en los tiempos actuales de la mano del maestro angolino y de sus seguidores.
Israel Roa hizo su vida artística en la capital, pero mantuvo estrecha relación afectiva con Angol y con su familia que todavía se domicilia allí. Vivió cultivando en sus acuarelas las atmósferas del sur, costas y mares, gente de nuestro pueblo, frutos del agua y de la tierra. Gabriela Mistral le dedicó uno de sus Recados en que con intuitivos juicios le expresaba: “ la acuarela delicada en el triple sentido de la fragilidad, del pudor y de la intimidad le sedujo los sentidos y tomó posesión, por fin de la mano de un criollo digno de ella y que sería en su servicio tan escrupulosa como la mano oriental . En la acuarela había de vaciar Roa su tierna y medrosa luz austral, sobre ella posaría los capullos cerrados y húmedos de sus cuatro provincias pluviales. Desde esta materia preferida por él como una lengua más leal, hablan sus verdes refrenados, sus grises de tórtola nueva y sus blancos sin crudeza: su manera de luz, que no es tímida, pero si cautelosa y acuciosa.”
Con las palabras de la poetisa, a titulo personal y representando los sentimientos de los artistas de regiones recuerdo con emoción a Israel Roa Villagra, a quien como hombre del sur, conquistó Chile desde la expresión de una técnica pictórica tan particular, la pintura a la acuarela.
Iván Contreras R.
2009-o4
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