martes, 3 de agosto de 2010

Frío en el pasado


Siempre me he preguntado cómo se defenderían del frío nuestros antepasados, allá por los primeros años de la república, por fijar una época determinada.

He visto un cuadro de Goya, titulado “La nevada”, en que aparecen los personajes muy tapados con mantos, sobre todo cubriéndose la cabeza; los pies están enfundados en botas de cuero. Un perrillo en actitud de estar entumido, aumenta la sensación de frío.

Siglos antes Pieter Bruegel también representó escenas con nieve y gente aterida. Para él el invierno venía acompañado de aletargamiento y muerte. Meissonnier pintó a Napoleón volviendo desde Rusia, montado en su caballo blanco, muy abrigado.

En América el poncho arrebujaba a la gente de la colonia. Su uso tiene siglos. En Chile esa prenda era motivo de un activo comercio entre mapuches y españoles, y a todos aislaba el cuerpo del exterior inhóspito. En los 40 del siglo pasado, la manta de castilla reinaba en campos y poblados. Nuestros abuelos además usaban calzoncillos largos y camisetas afraneladas; también los pies se protegían con gruesos calcetines de lana.

Otro asunto era cómo pasaban los inviernos dentro de sus casas, en comparación con los elaborados medios actuales de calefacción. Desde luego nadie se desabrigaba estando en el interior y debemos suponer que resguardaban sus moradas tapando cuanta rendija diera entrada al aire helado. Aún hoy se recomienda hacerlo en el inicio de cada estación invernal. Si se aseguraban las ventanas por dentro, los postigos las cubrían y protegían por fuera -hubiera o no vidrios-. Seguridad y abrigo proporcionaban también las puertas y mamparas que cerraban la vivienda.

En la zona central, donde casi todas las construcciones eran de adobes, los braseros, prendidos en el exterior para evitar el gas nocivo de la combustión, entibiaban las grandes habitaciones. En las residencias alemanas del sur, las estufas fundidas en hierro -llamadas salamandras y simplemente calentadores- eran útiles, y en Valdivia según Vicente Pérez Rosales arrastraban un tronco hasta el frente de la casa y le iban sacando astillas. Aún hoy es posible ver cómo en pleno verano se atesora en los zócalos la leña para el invierno. En Punta Arenas los negocios de cualquier rubro mantienen cerradas las puertas y es el propio cliente el que las abre al ingresar a hacer su compra.

Las camas, con colchones de lana de ovejas, eran cubiertas con pesadas frazadas tejidas en telares artesanales, pero además no era raro poner a los pies todas las ropas del día. Se recurría a los ladrillos calientes envueltos en suaves paños, a las botellas de cerámica con agua hirviente y a los aún actuales guateros para desentumecer las sábanas. Enteraban el atuendo nocturno camisones de dormir de moletón y un gorro para la cabeza.

El lugar más acogedor de la casa era indudablemente la cocina, en que el fuego estaba encendido permanentemente y en donde tendía a concentrarse la actividad de la familia. Las chimeneas nunca fueron muy populares, por su carísima construcción y porque en ellas – según un antiguo estudio en la U. de Concepción- apenas se aprovecha el 5 % de su efecto.

Del empleo sucesivo de la leña, del carbón y de otros combustibles convertidos en calor, durante siglos ha persistido la utilización de la noble madera, proveniente de bosques que nadie se preocupó por renovar, la que ha servido para quitar el frío a nuestros antepasados, para entibiar los ambientes de sus casas como para cocinar y cocer el pan de todos los días.

Iván Contreras R.

martes, 13 de julio de 2010

Andariegos


El ocaso que en verano es más largo se iluminaba además con una gran fogata. Entre los peones congregados en el patio habría un concurso de logas y había gran interés entre ellos por escuchar a los afuerinos que traerían novedades como andariegos que eran; algunos parecían verdaderos maestros en esos relatos, con un principio y un desarrollo sin final definido, de sus andanzas por otras tierras, mostrando sus vivencias y su imaginación.

Así todo empezó cuando uno de ellos tomó la palabra y con un cierto ritmo, daba a conocer historias de su vida, hablando como si no existieran los puntos apartes, sin pausa de un tema a otro. Comenzó su perorata contando acerca de el cariño suyo por las mulas que cuidaba en aquella lejana oficina salitrera, y la diligencia con que debía uncirlas a los grandes carretones que transportaban el caliche y la materia ya tratada hacia la punta de desechos, cada vez más larga y alta sobre la tierra yerma.

Pasaba pena cuando escaseaba el pasto y debía disminuir las raciones a los pobres animales que igual debían ir a laborar bajo el fuerte sol y como él, al limpiarlas con las rasquetas y escobillas, más bien, las acariciaba desde la cabeza hasta la cola. A partir del cierre de Rica Ventura, recorrió la pampa, por sus propios pies, visitando otras oficinas en funcionamiento sin encontrar empleo, por lo que decidió volverse a sus lares tanto caminando por las huellas indelebles del desierto como subiendo furtivamente a los carros de carga del longino, el tren del norte, y así había llegado hasta donde se encontraba hoy en la faena del trigo.

Después tomó la palabra otro peón, quien inició su loga en el ferrocarril que se estaba construyendo hacia el sur, de su fascinación por aquellas grandes máquinas a fuego y vapor que iban avanzando según ellos colocaban durmientes y montaban rieles. Para cada obra tenían sus técnicas vigiladas por los ingenieros gringos que contrataba la empresa en la misma Europa. Solían darse accidentes, algunos mortales, en la trocha o en la construcción de los puentes sobre los muchos ríos a atravesar. Y que venía a las cosechas del trigo para variar las comidas y las jornadas diarias. En marzo volvería a ser carrilano porque estaba seguro que los gringos lo recibirían de nuevo, ya que necesitaban mucha gente para seguir la línea en su avance austral.

Terminó la sesión de logas un muchacho joven, llegado el día anterior, que adoptando una entonación muy personal hizo ver que provenía de la zona central y nos habló de uvas y vinos, y de aquel día en que había cortado 300 adobes para la construcción de las viviendas de los inquilinos de aquel gran fundo de viñas. Junto con recrear todo el proceso de los caldos tintos y blancos, y de la fabricación de las casas de barro y tejas, se refirió a su andar por los caminos entre pueblos diversos, y de cómo a su paso por Angol le habían informado que en estas lomas de Purén encontraría trabajo, buen rancho y niñas bonitas.

No sé cuál de los tres lo hizo mejor en esa noche estival, pero recuerdo impresionado la figura del nortino, de barba espesa que le hacía mayor, y en cuya faja se veía el mango del cuchillo, con el que decía cortaría los cueros y las correas de sus ojotas.

Lucía asimismo sombrero gacho y diente de oro.

Iván Contreras R. 2010


Foto: La Cueca Centrina

martes, 29 de junio de 2010

Oficios que se fueron


Un día cualquiera supe que mi abuelo materno y su padre fueron carroceros, es decir sabían como se fabricaban las ruedas y los carruajes de su época, finales del siglo XIX y comienzos del XX. Éste era un oficio muy apreciado que tenía bastante demanda de trabajo. Sin embargo, las tecnologías que venían como el motor de combustión interna y la utilización del neumático, dejó a esta actividad fuera del sistema.

Cuando transcurría la década de los 40, era lugar de reunión de un grupo de niños del pueblo el taller de zapatería del maestro Varela, quien ejercía gran atracción e influjo sobre nosotros. A cada uno nos hacía trabajar en las diversas etapas de la fabricación de zapatos, manipular los cueros mojados y fijarlos por medio de estaquillas a la horma de madera. En seguida había que coser sin aguja, con la lezna y pitilla aguzada con cera virgen. Él era el maestro y nosotros los aprendices. Desarrollando una avanzada didáctica, la propia de todos los oficios, la de la educación del ojo y de la mano y sobre todo la de la humildad, él decía a las posibles clientes: A sus pies, señorita.

En otras ocasiones concurríamos a mirar la fragua de la herrería en donde el maestro Santander machucaba los fierros calientes que se convertían como por obra de magia en herraduras, puntas de arado o en otras herramientas, que con un fuerte sonido de vapores eran enfriadas violentamente en la barrica del agua. Mientras el maestro martillaba el metal sobre el yunque seguía el ritmo con un movimiento de la boca y sus espesos mostachos, hacia allá y hacia acá, gestos que nos parecían muy cómicos.

En la cuadra siguiente el maestro Alarcón, carpintero, hacía tanto una mesa y sus sillas como una puerta o una ventana. El trabajo suyo era convertir la roja madera nativa en los muebles que se le encargaba realizar con diseños generalmente de la tradición familiar, llegando a sus formas con herramientas características: serruchos para cortar, gubias y formones, cepillos y garlopas para alisar las superficies.

Don Carlos Anwandter recomendaba a los colonos alemanes que venían a Chile que usaran toneles para empacar sus menestras. Daba ese consejo basado en el hermetismo de los barriles fabricados por el tonelero con una técnica propia y por la facilidad de hacerlos rodar y arrumar en la bodega del barco. Aunque el origen de la tonelería es muy antigua tendemos a relacionarla con el siglo XIX, y en el día de hoy entrada en receso.

El maestro Erices fabricaba las monturas de la zona, torcía los lazos y tramaba las riendas y sus frenos. Cuando se murió el maestro Erices, se cerró la talabartería y se acabaron las monturas.

Iván Contreras R.
Artista Plástico


Imagen: ventana de Purén (Flick)

sábado, 12 de junio de 2010

El Copihue, flor nacional


Aunque siempre ha sido considerado el copihue la flor nacional solo desde el 20 de septiembre de 1984 se le declaró como tal con el correspondiente decreto. Se lo encuentra desde la zona central al sur de Chile y en Elicura lo vi cubriendo en pleno los matorrales del cerro de la Virgen, en un otoño de hace años. Igualmente como puede ascender sobre arbustos lo hace sobre los grandes árboles nativos, probablemente maquis y boldos en lugares húmedos de nuestras montañas. Es una gloria ver los copihues cuando recorremos la cordillera de Nahuelbuta, en donde crece trepador con hojas en forma de corazón y flores como campana por sus pétalos grandes y carnosos, con estambres amarillos como si fueran el badajo, destacando sobre los verdes y sus matices.

Rojos, rosados y blancos pueden cultivarse en esos y otros colores en las copihueras del molino Grollmus en Contulmo, o en otros viveros y vergeles privados. Es difícil reproducirlo y las plantitas recogidas en las quebradas escasamente fructifican. Por lo mismo es una especie protegida porque ha sido depredada al armar esos espesos ramos que se venden en las estaciones de trenes o se ofrecen en las carreteras.

Crece solo en Chile y tarda por lo menos unos diez años en florecer, produciendo frutos comestibles, bayas llenas de semillas y agradable sabor dulce. Perenne, de tallos retorcidos como enredadera muy resistente lo que permite ensayar artesanías con ellos, canastillos, talvez pájaros o animalitos trenzados. Según la medicina popular sus raíces tienen usos variados y se dice que entre los mapuches existen leyendas surgidas del colorido rojo que se le equipara con el de la sangre vertida en las guerras por la tierra o la existencia.

Ignacio Verdugo Cavada, 1887-1970, poeta penquista, motivado por su belleza y la apreciación amorosa del pueblo chileno compuso una canción que es inspirada descripción,” Los copihues rojos”. Era cantada entre las décadas del 30 y del 40 por la soprano Ruth González y que la llevó a mayores alturas la cantante lírica Rayen Quitral, 1916-1979, época en que también se hacía popular La Tranquera y el Ayayay que difundían las victrolas en sus discos de 78 revoluciones:

“Soy una chispa de fuego/ que del bosque en los abrojos/ abro mis pétalos rojos/ en el nocturno sosiego./ Soy la flor que me despliego/ junto a las rucas indianas; / la que al surgir las mañanas,/ en mis noches soñolientas,/ guardo en mis hojas sangrientas/ las lagrimas araucanas”.

Al distinguirse en la naturaleza por su gracia y lindura ha sido razón para que hermosas fotografías suyas se encuentren en los stand de tarjetas postales y turismo, que tenga su lugar en la música con la canción de Verdugo Cavada. En la pintura ha sido representado por artistas nacionales, recordando en especial a Ricardo Anwandter que en Valdivia realizaba en sus primeros tiempos de pintor ramilletes colgantes de copihues y esas obras le permitían sortear las necesidades de su vida y las de su familia.
Iván Contreras R. 2010

sábado, 22 de mayo de 2010

Escribir la vida

De este ambiente nacional creado por el terremoto 27/F como se le ha denominado haciendo parangón al 11/S de los Estados Unidos. Tanto golpeó aquel hecho de la caída de las Torres Gemelas a un gran país quizá tanto como nos afectó este cataclismo a nosotros. Ni siquiera los acontecimientos telúricos de la colonia o de antes como aquel de 1647 en Santiago que creo al Señor de Mayo o el de 1751 en Penco con maremoto y todo y que determinó el traslado de la ciudad de Concepción al valle de la Mocha fueron parecidos a éste que nos ha tocado sufrir este año de 2010, pensando que aún pasarán unos cuantos meses para recuperar la tranquilidad y llegar a la paz de una rutina de paz diaria, haciendo excepción de aquellas familias que sufrieron pérdidas de sus parientes, o de aquellas que perdieron sus viviendas. Y tendrán que pasar generaciones para que llegue el olvido y que ya está inserto en la historia como el quinto más violento con sus 8,8º, porque antes en el siglo XX hasta ahora se ha podido calibrar el de Valdivia, Chile, el 22-5-1960 con 9.5 º como el mayor. Los otros : el de Alaska, el 28-3-1964 con 9.2 º; en Rusia el 4-11-1952 con 9.0 º; el de Indonesia, el 28-12-2004 y el nuestro en este año con 8.8º.

El de Valdivia, hace 50 años, se ha considerado el mayor del mundo, un fatal record agravado con el derrumbe en la salida del Lago Riñihue que alargó la agonía por varios meses más. En lo personal afectó a mi familia con el fallecimiento de Amelia, la magnífica auxiliar huilliche tenida por años y que se vendría a nuestro nuevo destino en Concepción unos días después, sólo que entonces apareció su nombre entre los fallecidos y desde luego jamás llegaría y sí su recuerdo está siempre con nosotros.

El caso es que nos haya tocado sentirlo y aguantar las consecuencias de este 27/F, la falencia de las necesidades básicas en el principio, cosa tremenda, especie de tiempo de guerra, más el horror de los compatriotas que perdieron el horizonte y adoptaron actitudes inaceptables y que de alguna manera pagarán­- aunque sea solo con el arrepentimiento- durante todo el resto de sus vidas.

El terremoto, es una realidad que nos correspondió en suerte a los chilenos, con un país que cuelga sobre el Pacífico y que no tiene miras de estabilizarse. Que nos lo recuerda cada cierto tiempo la réplica solapada, alguna tan violenta que nos parece un nuevo terremoto. Una cosa es soportar los movimientos, soportar la destrucción de nuestro ambiente en Concepción, solucionar el problema de quedarse sin puentes cuando el gran río del que nos sentimos orgullosos por fuerte, extenso y caudaloso, nacido en la patria nuestra y que no deja de tener su belleza, también ahora nos parece un enemigo. Volver al pasado en que el BioBio, hasta donde llegó el conquistador, establecía un norte y un sur de Chile.

La causal de nuestro mundo sísmico bien explicado por los científicos de la geología, de existencia propia, no es comprendida por aquellos países, principalmente europeos, porque ellos no tienen estos fenómenos en su cultura y eso es lo que hace que mantengan incólumes sus antigüedades, su ayer, todo aquello que nosotros vamos a conocer como en una peregrinación. Su arquitectura, los objetos de creación de sus hombres, seguramente no existirían de tener una realidad semejante a la nuestra.

Iván Contreras R.
Prof. Emérito, U. de Concepción

sábado, 8 de mayo de 2010

Frutas de la tierra


Algunas especies arbóreas nativas producen frutos estacionales como la araucaria- que nos da el piñón- el cóguil, el maqui, el avellano y la murtilla, pequeño arbusto. Cada una tiene su época y tanto los habitantes como las aves concurren a cosecharlos en su momento.

La mayoría de las plantas frutales que conocemos y cultivamos hoy han sido introducidas dando la vuelta al Cabo de Hornos y aquí se han dado bien: naranjos, limoneros, olivos, higueras, duraznos, ciruelos, cerezos, manzanos, castaños, perales, membrillos, la vid etc. Desde nuestros viveros pasaron las plantitas nuevas en tiempos coloniales a los huertos de Cuyo, de Tucuman y a pueblos ya fundados al otro lado de la cordillera; los jesuitas llevaron desde Chile la uva a Mendoza para producir su vino de misa y fueron el origen de los viñedos y caldos vinosos de esa región. Algunas han venido de países de América como la lúcuma, la chirimoya y la palta llegadas desde el Perú las primeras y de Centro América la última que se asentaron en nuestra tierra y clima alejado de los trópicos.

Sandra trae desde el campo, de las cercanías de Rere donde viven sus padres, unos duraznos peludos, de cuesco despegado, no muy grandes y cuya cáscara sale con gran facilidad desparramando su aroma, tampoco han pasado por refrigeradores. Otra vez trajo unos higos blancos en su mejor momento. En Contulmo en una casa de veraneo en las cercanías del lago Lanalhue encontré unos duraznos pelados del definido gusto y perfume de la fruta de mis recuerdos que hicieron famosos a los predios de ese pueblo araucano. Debo pensar que es una especie terminal, salvo que se hiciera el esfuerzo por recuperarla.

Los árboles frutales, huérfanos en la inmensidad o las hileras de membrillos o de ciruelos blancos y negros junto a los cercos se alejan de los frutos estandarizados de las grandes quintas. Los manzanos que conservan antiguas especies, reineta o graffe de aquellas que aprendimos a consumir desde pequeños. Aquel castaño solitario en una curva del camino que enriquece su paisaje en otoño. Arboles hijos del rigor, asilvestrados, que acentúan su sabor allí en tierras de secano. De cada planta y sus frutos se podría decir tanto, escribir una surtida biografía de los cerezos y sus variedades, de los guindos cuyos frutos asemejan a un buen trago fuerte con su gusto agridulce que quedan recordando nuestras papilas gustativas. Las uvas de esos parronales que se enroscan en otros vegetales, blancas doradas o negras de piel blanquecina verdadero desafío para el pintor.

En las ferias rotativas de los barrios hay que saber elegir las frutas venidas de los campos virginales, de bellos colores, de formas y tamaños reconociendo que no han sido fumigadas. Se ve que la feriante ha recorrido su propio huerto escogiéndolas y sin gran publicidad las ofrece en su mesón y hasta más baratas, solo hay que reconocerlas.

En una desprevenida esquina de Purén una pequeña feria de habitantes del entorno, pude ver ese día los membrillos de las lomas de Lumaco, ciruelas de las montañas de Coyancahuin, manzanas de La Isla, aquellas peritas diminutas de gran dulzor, ideales como orejones. También hortalizas de las vegas, pequeños frutos y desde luego el merken.

Iván Contreras R. 2010


Foto: http://www.cayucupil.cl/

sábado, 24 de abril de 2010

Nuestros árboles nativos


Cuando llegaron los españoles en el siglo XVI encontraron en la zona de Malleco un panorama muy diferente del actual y se les hacía muy difícil el avance hacia el sur al atravesar bosques de robles, peumos, canelos y una infinidad de árboles naturales de estas tierras. Si hubieran recorrido los mismos lugares a comienzos del siglo XX se habrían encontrado con lomas cubiertas de trigo y vegas en que abundaría la chacarería. Más tarde estarían plantadas de pinos, especie que no existía en el país. Esos cambios en la fisonomía territorial eran consecuencia de actividades vitales en la existencia.

Los árboles nativos son las especies autóctonas del país, provenientes de lejano pasado que acogieron a los habitantes aborígenes, a quienes abrigaron y dieron sustento. Entre los pajonales y ciénagas los bosques tenían sus propias especies capaces de pasar gran parte del año con sus raíces y parte del tronco en el agua, fueran el temo, la pitra o los arrayanes y su madera serviría para encender los fogones, pero además daban consistencia al humedal, fijaban un camino a las corrientes y eran percha de las garzas reales. Por entre las plantas circulaban percas, bagres y otras variedades propias que terminaron cediendo su habitat a la trucha salmonada y a las carpas al ser introducidas y más agresivas.

Huallis, robles, avellanos, coigues, lingues, raulíes, mañios, tepa, laurel, luma, lengas, araucarias, ulmos, boldos, etc. crecían y prosperaban en todo terreno y relieve, siendo motivo para dar nacimiento a las aguas- que formarían ríos- allí en las quebradas, en que sus copas hacían el papel de verdaderos paraguas que guardaban humedades.

Los árboles nativos le dieron la madera de la construcción a las ciudades recién fundadas por los gobernadores españoles o a los pueblos que iban naciendo naturalmente junto a los fuertes, a las márgenes de los caminos como calles largas, alrededor de las estaciones de trenes o para aquellos que formaron los colonos extranjeros llegados en el siglo XIX e inicios del XX. Con roble pellín hasta se hacían los cercos de tranqueros, a pura hacha, antes que llegara el alambre de púas; el lingue la mejor madera para los muebles y cuya corteza por tener mucho tanino se le ha usado en las curtiembres. Entonces a los bosques nativos no los podemos mirar solo como fuente de obtención de buenas maderas para nuestros enseres y nuestras casas sino que debemos valorarlos y emplearlos de la mejor forma reponiéndolos para mantener el medio ambiente, la conservación de los suelos, la generación de las aguas y dar acogida a la escasa fauna. Debemos agregar que la pérdida forestal ha erosionado la tierra, cambiado el clima en poco tiempo, tanto que eso lo hemos podido ver en los años de nuestra existencia.

Alguno de estos tipos arbóreos producen frutos estacionales como la araucaria- que nos da el piñón-, el cóguil, el maqui, el avellano y la murtilla. En general gozamos de especies propias, endémicas y solo encontradas aquí, con nuestras tierras y sus nutrientes, con nuestro clima, que su adecuado manejo contribuye a la vida rural y urbana.

Iván Contreras R-2010

viernes, 9 de abril de 2010

Parral un día antes


La plaza de Parral parece muy grande, tal vez mayor que una manzana, arbolada y equipada para la reunión ciudadana, para el encuentro y la conversación. Atrajo nuestra atención un pino como el que hemos visto en otras plazas, también de gran tamaño -picea pungens- conífera de color glauco y apreciado como planta ornamental de crecimiento muy lento, “árbol que como un rey cuenta monedas de plata”, tal como se lee por ahí. La gente parralina se sitúa en ella para pasar el calor de la tarde. Los muchachos adolescentes juegan con sus tablas y con ellas hacen clap-clap. Las jóvenes visten ropas adecuadas al momento, mini faldas que alargan sus piernas continuándose en tacos altos. Nos pareció que se veían muy bien, de mucha juventud y belleza. El calor arrecia y los diarios decían que ese día traería alta temperatura.

En el paseo por la plaza descubrimos un pequeño monumento de Colón, en mármol, que alguien donó a la ciudad del descubridor de “ estas tierras” de América, incluidas las de Parral. Viajamos desde las termas de Catillo como cada año y hemos andado la ciudad, sobre todo en los tiempos de feria, muy socorridos de frutas y objetos artesanales; ahora a buscar una peineta olvidada para lo que visitamos varias tiendas y en ellas una historia y una gran gentileza. -No tenemos aquí, pero más allá en la cuadra siguiente, en el tercer almacén, encontraran la peineta que buscan-. Hasta que ambos nos sorprendimos de la lozanía y la atención de una joven de ascendencia árabe, quien nos ofreció la peineta PANTERA requerida y un cepillo de dientes. Que volviéramos si necesitábamos algo más, alguna otra cosa.

Siempre he admirado los barrios parralinos, sus calles y avenidas, con sus construcciones de adobe y hermosos revoques que nos agradan a los pintores para nuestros cuadros, o para fotografías de esas casas. En una de ellas nació Pablo Neruda el 12 de julio del año de 1904, en otra vivió Mariano Latorre, allí durmió Fernando Santiván.

Tomamos un refresco en Al Paso, el mismo lugar en que lo hicimos el año anterior. Marta quiso un jugo de piña y yo un néctar, que no estaba el día para un té.

En los negocios visitados pregunté por Leonor Sepúlveda, una recordada alumna de la escuela de arte de la Universidad de Concepción. No sabían de ella y le comenté a Marta que yo estaba equivocado al pensar que en Parral todos se conocían y que sería fácil encontrar a Leonor. Aquel era el día anterior al gran terremoto del 27 de febrero y al día siguiente pasaríamos por el pueblo gentil con el alma compungida de regreso a Concepción, a casa, y ver a los parientes cercanos y lejanos. Parral fue una de las ciudades más dañadas por el terremoto de 8,8 grados con tantas casas destruidas que son demasiadas por todas las calles y con muchas réplicas como las liberaciones de energía que podrán durar meses y cada vez producirán nuevos temores haciendo ver que se trata de un lugar sísmico .

Un hito en la historia de la urbe fue su fundación en 1795 sobre antiguas tierras picunches como la Villa Reina Luisa de Parral, entonces esposa del Rey de España Carlos IV, por parte de don Ambrosio O”Higgins, llegando a ser con los siglos una población cuyos campos han heredado la aptitud para la agricultura, ser alfareros, textiles y de talabartería con los aperos del huaso.

Iván Contreras R-2010


Foto: El Amaule.cl

lunes, 22 de marzo de 2010

Post terremoto


Correo para Fernando: Todas las casas de la Villa San Pedro resistieron bien los movimientos, provienen de la década del 60 y fueron de construcción cuidadosa. Las noticias nos informan que nos corrimos tres metros hacia el mar, pero uno no se da cuenta de eso y en todo caso pienso que estamos a una distancia suficiente para no temer maremotos. Por lo general no corremos ante las fuertes réplicas de aquel cataclismo del 27 de febrero de 2010, como esa de 6,7 grados, bastante dura que nos hizo ver como se movía el gran mueble librero que más parecía galopar como un equino sobre sus patas y que en aquel día tremendo cayeron de él, rompiéndose muchas cosas, amados recuerdos, y que se barrió para la basura.

El amigo Albino tampoco tuvo problemas con su casa- de madera y levantada por él mismo y sus maestros- pero se le quebraron muchas piezas de su colección de loza de Lota. Pienso que las más notables las restaure, en lo que es tan hábil, con uno de esos pegamentos modernos. Orlando Mellado, el amigo pintor de Talca con peligro de vida recuperó más de 300 obras suyas y de su colección particular desde su casa-taller en tierra. Consuelo Saavedra que exponía sus terracotas en la sala Bíobío, en Concepción, se llevó a su casa obras que se rompieron en trozos grandes y otras en añicos. Algo hará con ellas, recreándolas.

La ciudad de Concepción es ahora otra cosa y hay muchos daños siendo difícil de recorrerla porque han cerrado las calles con arquitectura fracturada y es un fastidio vivir al sur del Biobio por el problema de los puentes que al quedar uno solo en pie cuesta hasta horas atravesar por una de las tres vías, dos para allá y una para acá...

Respecto de la secuela de réplicas seguimos ocupando nuestra habitación y la cama de siempre y algunos de esos soterrados tiritones no los hemos sentido. Lo que angustia bastante son los cortes de luz y tener encima las amenazas de otros posibles por la debilidad del sistema y para ser honrados desde aquella fecha ominosa solo hemos tenido agua para bañarnos unas pocas veces, lo demás ha sido lavarse por partes, unas hoy otras mañana.

La parentela mía, está bien y preocupados unos de otros. Hugo con sus 83 años y sostén de una extendida familia, se las arregla bien y está mejor que yo de salud que he recurrido a Mercedes, que es una experta kinesióloga, para que me trate el cuello, según ella receptor del 95 % de las tensiones que se traducen en dolores fatigosos como aquellas tortícolis tenidas cuando niños. Los hijos propios y sus familias han salido bien librados del cataclismo y he tenido de parte de ellos solo gentilezas de benévolas personas. De Contulmo tengo noticias buenas, salvo el pánico suscitado por las réplicas amplificadas por las casas de tablas, más el entorno de bosques y montañas de Nahuelbuta.

Debo agradecer la preocupación de colegas pintores, amigos y parientes lejanos al comunicarse para saber de nuestra situación, hasta de venir a vernos exclusivamente y traernos insumos necesarios a los que uno no puede negarse ya que al comienzo se veía mal el desabastecimiento y se temía llegar a pasar apuros.

Fernando, en mi correo anterior te sugería enviar a tu circulo de amistades el escrito de Mis terremotos y sus réplicas como hiciste con el de aquella sicóloga capitalina tan en boga...Creo haberte dado adecuada respuesta sobre mi situación post terremoto y que estoy en condiciones de ampliarte estas noticias en próximos contactos, junto con compartir con los vecinos alrededor de una fogata. Con el afecto de siempre.

Iván Contreras R. 2010