jueves, 7 de octubre de 2010

En plena colonia


Fueron casi tres siglos de los que sabemos muy poco, desde que se instaura la colonia hasta que el pueblo de Chile estima declararse independiente, en las ciudades y en las encomiendas donde se va fraguando una civilización que ha sido trasfondo de nuestra vida actual. Quiero llegar a la esencia en palabras, dar el sentido de época con civiles, religiosos y soldados siempre listos para lo que fuere en la tierra tomada y más allá del Biobio límite y frontera impuesta por el sentido común.

La ciudad trazada a escuadra como un tablero de ajedrez fue asiento para el español con espacio para la iglesia, los conventos, el colegio, la plaza, los solares y las casas de los habitantes. Todos estuvieron en la fundación, que tenía su protocolo con participación perentoria del gobernador y en el poblamiento las mujeres tenían un papel relevante, eran muchos sus roles y muy sacrificados como ignorados. Españolas y criollas, mestizas e indias responsables de la descendencia significaban la continuidad cultural. Lo urbano se extendía a lo rural en las chacras y heredades para las siembras y mantención de los ganados. Aquí y allá se levantaban fabricas de adobes, ladrillos y tejas, junto a maderas de los bosques nativos se alzaban las construcciones, no siempre capacitadas para soportar los frecuentes temblores.

Los hijos de esas mujeres estudiaban en los conventos y allí alguien les contaría de España, siempre presente, como del Rey también siempre de oídas, invisible, porque jamás vino un rey a América, y con tanto poder que de él se recibían los favores y también los castigos. Hastiados de ser ciudadanos de segunda o menores de edad por ser considerados de poca capacidad intelectual, indios, mestizos y criollos, de formación española mantenían la influencia india por el lado materno, y se hacían fuertes y diestros en cosas del campo y de la guerra viviendo a plena naturaleza. Ya crecidos los buenos trabajos se daban a los nacidos en la península y un criollo que tuviera aspiraciones no podría cumplirlas, y así incubar el descontento que creó la atmósfera para la eclosión libertaria de 1810.

La tarea de los españoles era ser evangelizadores del nuevo mundo y la del gobernador la de constructor de iglesias, fundador de ciudades, defensor de los débiles, explorador de nuevas tierras y protector de la colonia de los piratas ingleses y holandeses. Los viajes al sur del BioBio se hacían por la costa o por el interior para lo que debían tener la autorización de las tribus lugareñas y aún así. Debía además el señor gobernador velar porque el ganado se multiplicase en las haciendas donde se le faenaría a fin de producir sebo, charqui y cueros, que en aquella época todo se amarraba con correas; que hubiera piedra donde moler el trigo o el maíz; telares para tejidos de la tierra; carretas y barcos para llevar a vender lo producido dentro y fuera del país.

Debemos recordar que ahora en estos cataclismos hemos reconocido algunas necesidades básicas para la existencia, ellos tenían carencia de lo elemental y podía ser una muy incómoda forma de vivir en esos siglos. El territorio se dominaba ocupándolo y recorriéndolo por expediciones que unían las ciudades del norte o del sur por caminos de tierra, por ríos de difícil paso y estableciendo posadas para descansar y cambiar caballos, siendo a menudo lugares en que nacieron pueblos y se fundaron ciudades a la distancia de una jornada de viaje.
Iván Contreras R. 2010


Imagen: aldeaeducativa.com

viernes, 24 de septiembre de 2010

“Conquistar e poblar”


Reeditar los tiempos de la colonia española en América, de quienes pisaron entonces nuestras tierras, puede ser un buen ejercicio para la memoria. Es cosa de echar a andar la imaginación para descubrir realidades, quizás penalidades de cerca de 500 años atrás. Atenernos a ellas en los hoy países de este cono sur del continente: Perú, Bolivia, Uruguay, Paraguay, Argentina y Chile, basando los límites en cambios de relieve o de clima. También de que raza más belicosa poblara las comarcas descubiertas, luego “conquistadas e pobladas”.

Todo empezaba allá en España al organizar la expedición, con la anuencia del rey, reuniendo naos, bajeles, carabelas, galeones y bergantines, para enseguida surtirlas, ojalá, sobradamente para el regreso en un par de años. Víveres frescos, bizcochos, abundante vino en barriles, mercaderías y alimentación para 150 individuos. Otra historia era contratar a marineros, soldados y civiles, entre ellos contadas mujeres. Aceptar hasta treinta extranjeros con tal que no fueran franceses. Y para embarcarse cumplir algunas condiciones como estar confesados y dejar hecho el testamento. Ya en ruta no jugar a los naipes o a los dados ni renegar de Dios. Los que tenían un oficio, de herrero, carpintero u otro traerían sus herramientas. El abastecimiento del agua debía ser suficiente o habría problemas, sobre todo si además se incluían animales en ese viaje tal como vacas, yeguas y caballos.

La travesía del Atlántico pudo efectuarse sin tropiezos, en unos tres meses y medio, o tal vez tener percances en las tormentas y al buscar reparo en la costa ya cercana estrellarse contra las rocas y encallar en los bajíos. Entonces no habría socorro posible. En tanto tiempo aparecían enfermedades, no siempre de causas conocidas, y al que se moría se le lanzaba al mar acompañado de algunas oraciones.

La gente venía diseminada por las cubiertas y entrepuentes, lo que mejoró cuando conocieron la hamaca encontrada en el trópico. Llevar un Diario de navegación fue de gran interés para saber de esos viajes. Solía suceder que la expedición que venía a Chile llegara a otro destino en el Atlántico o en el Caribe o por alguna razón de peso regresara a España.

Ya en tierra, levantaban pueblos con repartición de predios y heredades edificando casas con los materiales del lugar, y “ficieron sementeras de pan”. Porque las vecindades eran preparadas para la labranza en terrenos que producían todo, trigo, cebada, que el maíz se daba dos veces en el año, y porotos, habas, calabazas y melones. Además los colonos comerían carne y pescado. Sin embargo si los tiempos eran malos, el hambre podía ser mucha y la desnudez tanta al romperse la ropa y gastarse los zapatos que “deseaban todos la muerte más que la vida”.

En buenos momentos de las relaciones con los naturales intercambiarían abalorios, espejos, peines, tijeras y cuchillos por víveres, fueran gallinas, pavos, perdices, carne de venado, o también por cestos de papas y por piezas tejidas. No era raro que algún español, cansado de sufrir penurias, desertara y se fuera a vivir entre los indígenas asegurándose así la comida y la vestimenta. Conviviría con ellos tantos años que terminaría formando familia y llegaría a ser útil auxiliar de las expediciones posteriores por conocer las costumbres de las tribus y sobre todo por dominar el idioma que hacía posible el entendimiento y las negociaciones.

Iván Contreras R. 2010
Prof.Emérito, U.de Concepción

lunes, 30 de agosto de 2010

De libros que hay que leer... Gabriela


Notable trabajo sería rastrear la prensa y las revistas del pasado en la seguridad de encontrar escritos que Gabriela Mistral iba desparramando, como sembrando en los muchos lugares que ella recorrió. Habría que rehacer su itinerario de poeta, de maestra y de cónsul honoraria de Chile, y revisar los medios sincrónicos para ver qué se encuentra. Así , de compilador, el educador Luis Vargas Saavedra logró encontrar en un seguimiento de este tipo suficiente material para armar “Recados para hoy y mañana” que nosotros podemos asegurar que no lo hemos leído antes.

Vi ese libro a precio barato, lo compré como por si acaso y resultó sumamente interesante - por lo rico en su temática - y fui apreciando su lengua en prosa como quien degusta un manjar. Unos buenos escritos que me hicieron reaccionar fisiológicamente como me sucede cuando veo un buen cuadro. En dicho libro aparece reproducida una conferencia dictada por Gabriela, en 1931, en la Universidad de Puerto Rico que tiene la gracia de ser un texto destinado a ser hablado y que al leerlo me parecía escuchar su voz lenta y arrastrada que le he conocido en más de alguna grabación de la época. Además descubrir la profusión de su vocabulario, de palabras nuevas que fui apartando y verificando en el diccionario para terminar cerciorándome que no eran inventadas por ella. También floreé algunas frases e ideas que me han ayudado a completar esta columna.

Llamó a aquella clase como “De libros que hay que leer y libros que hay que escribir” y en ella cuando se refiere a Alonso de Ercilla y Zúñiga, le critica que en su “Araucana” por apasionarse por la gesta del hombre no se ocupó del paisaje:” El ojo despreciador o desamorado de Ercilla hacia la naturaleza prócer sirve para fijar este concepto que se ha llamado insensibilidad del hombre español hacia el paisaje”... Y es cierto que en la literatura colonial por este efecto se hace nula referencia al ambiente natural y es cierto que el paisaje chileno fue sólo descubierto en el siglo XIX a partir de las voces románticas de los visitantes extranjeros con Rugendas en el principio y luego con los chilenos Antonio Smith y los mayores Pedro Lira, Alberto Valenzuela Llanos, Juan Francisco González y toda una línea estilística que llega hasta hoy, porque ellos lo hicieron suyo y le enseñaron a los chilenos a distinguirlo y amarlo.

En algunas páginas por ahí dice: “Fijemos el principio de que una lengua abandonada por descuido o anegada por otra, no se afirma y se robustece sino en la lectura diaria y un poco sistemática en el hábito de contar o simplemente de conversar bien”. Porque le gustaba conversar lo que afirma cuando dice:” me gusta acaso de más, acaso de sobra, el rodearme de gente que converse y guste de la conversa...”, además aconsejaba ese día a su público:” ensayen ustedes hablar mejor para mejor escribir”. Asimismo recomienda anotar las impresiones de cuando se viaja: “cabe hacer en los viajes descripción objetiva y subjetiva; se puede escribir monografías de palmeras y piñas como quien hace crónica noticiosa de gremios; los animales no solo se prestan sino que se dan para calcomanías pintorescas”.

“Infórmense del mundo, tomen posesión de su año, de su década y de su siglo”, parece que Gabriela Mistral era esponja natural que podía contener todos los oficios y que el escribir lo consideraba una artesanía, pero piensa que la prosa debe ser cuidada y honesta, pero no fastidiosa y manoseada: “La artesanía debe recordar la manipulación del obrero pero no oler demasiado al sudor de su mano”.

Iván Contreras R.


Gabriela en Biblioteca Miguel de Cervantes

martes, 3 de agosto de 2010

Frío en el pasado


Siempre me he preguntado cómo se defenderían del frío nuestros antepasados, allá por los primeros años de la república, por fijar una época determinada.

He visto un cuadro de Goya, titulado “La nevada”, en que aparecen los personajes muy tapados con mantos, sobre todo cubriéndose la cabeza; los pies están enfundados en botas de cuero. Un perrillo en actitud de estar entumido, aumenta la sensación de frío.

Siglos antes Pieter Bruegel también representó escenas con nieve y gente aterida. Para él el invierno venía acompañado de aletargamiento y muerte. Meissonnier pintó a Napoleón volviendo desde Rusia, montado en su caballo blanco, muy abrigado.

En América el poncho arrebujaba a la gente de la colonia. Su uso tiene siglos. En Chile esa prenda era motivo de un activo comercio entre mapuches y españoles, y a todos aislaba el cuerpo del exterior inhóspito. En los 40 del siglo pasado, la manta de castilla reinaba en campos y poblados. Nuestros abuelos además usaban calzoncillos largos y camisetas afraneladas; también los pies se protegían con gruesos calcetines de lana.

Otro asunto era cómo pasaban los inviernos dentro de sus casas, en comparación con los elaborados medios actuales de calefacción. Desde luego nadie se desabrigaba estando en el interior y debemos suponer que resguardaban sus moradas tapando cuanta rendija diera entrada al aire helado. Aún hoy se recomienda hacerlo en el inicio de cada estación invernal. Si se aseguraban las ventanas por dentro, los postigos las cubrían y protegían por fuera -hubiera o no vidrios-. Seguridad y abrigo proporcionaban también las puertas y mamparas que cerraban la vivienda.

En la zona central, donde casi todas las construcciones eran de adobes, los braseros, prendidos en el exterior para evitar el gas nocivo de la combustión, entibiaban las grandes habitaciones. En las residencias alemanas del sur, las estufas fundidas en hierro -llamadas salamandras y simplemente calentadores- eran útiles, y en Valdivia según Vicente Pérez Rosales arrastraban un tronco hasta el frente de la casa y le iban sacando astillas. Aún hoy es posible ver cómo en pleno verano se atesora en los zócalos la leña para el invierno. En Punta Arenas los negocios de cualquier rubro mantienen cerradas las puertas y es el propio cliente el que las abre al ingresar a hacer su compra.

Las camas, con colchones de lana de ovejas, eran cubiertas con pesadas frazadas tejidas en telares artesanales, pero además no era raro poner a los pies todas las ropas del día. Se recurría a los ladrillos calientes envueltos en suaves paños, a las botellas de cerámica con agua hirviente y a los aún actuales guateros para desentumecer las sábanas. Enteraban el atuendo nocturno camisones de dormir de moletón y un gorro para la cabeza.

El lugar más acogedor de la casa era indudablemente la cocina, en que el fuego estaba encendido permanentemente y en donde tendía a concentrarse la actividad de la familia. Las chimeneas nunca fueron muy populares, por su carísima construcción y porque en ellas – según un antiguo estudio en la U. de Concepción- apenas se aprovecha el 5 % de su efecto.

Del empleo sucesivo de la leña, del carbón y de otros combustibles convertidos en calor, durante siglos ha persistido la utilización de la noble madera, proveniente de bosques que nadie se preocupó por renovar, la que ha servido para quitar el frío a nuestros antepasados, para entibiar los ambientes de sus casas como para cocinar y cocer el pan de todos los días.

Iván Contreras R.

martes, 13 de julio de 2010

Andariegos


El ocaso que en verano es más largo se iluminaba además con una gran fogata. Entre los peones congregados en el patio habría un concurso de logas y había gran interés entre ellos por escuchar a los afuerinos que traerían novedades como andariegos que eran; algunos parecían verdaderos maestros en esos relatos, con un principio y un desarrollo sin final definido, de sus andanzas por otras tierras, mostrando sus vivencias y su imaginación.

Así todo empezó cuando uno de ellos tomó la palabra y con un cierto ritmo, daba a conocer historias de su vida, hablando como si no existieran los puntos apartes, sin pausa de un tema a otro. Comenzó su perorata contando acerca de el cariño suyo por las mulas que cuidaba en aquella lejana oficina salitrera, y la diligencia con que debía uncirlas a los grandes carretones que transportaban el caliche y la materia ya tratada hacia la punta de desechos, cada vez más larga y alta sobre la tierra yerma.

Pasaba pena cuando escaseaba el pasto y debía disminuir las raciones a los pobres animales que igual debían ir a laborar bajo el fuerte sol y como él, al limpiarlas con las rasquetas y escobillas, más bien, las acariciaba desde la cabeza hasta la cola. A partir del cierre de Rica Ventura, recorrió la pampa, por sus propios pies, visitando otras oficinas en funcionamiento sin encontrar empleo, por lo que decidió volverse a sus lares tanto caminando por las huellas indelebles del desierto como subiendo furtivamente a los carros de carga del longino, el tren del norte, y así había llegado hasta donde se encontraba hoy en la faena del trigo.

Después tomó la palabra otro peón, quien inició su loga en el ferrocarril que se estaba construyendo hacia el sur, de su fascinación por aquellas grandes máquinas a fuego y vapor que iban avanzando según ellos colocaban durmientes y montaban rieles. Para cada obra tenían sus técnicas vigiladas por los ingenieros gringos que contrataba la empresa en la misma Europa. Solían darse accidentes, algunos mortales, en la trocha o en la construcción de los puentes sobre los muchos ríos a atravesar. Y que venía a las cosechas del trigo para variar las comidas y las jornadas diarias. En marzo volvería a ser carrilano porque estaba seguro que los gringos lo recibirían de nuevo, ya que necesitaban mucha gente para seguir la línea en su avance austral.

Terminó la sesión de logas un muchacho joven, llegado el día anterior, que adoptando una entonación muy personal hizo ver que provenía de la zona central y nos habló de uvas y vinos, y de aquel día en que había cortado 300 adobes para la construcción de las viviendas de los inquilinos de aquel gran fundo de viñas. Junto con recrear todo el proceso de los caldos tintos y blancos, y de la fabricación de las casas de barro y tejas, se refirió a su andar por los caminos entre pueblos diversos, y de cómo a su paso por Angol le habían informado que en estas lomas de Purén encontraría trabajo, buen rancho y niñas bonitas.

No sé cuál de los tres lo hizo mejor en esa noche estival, pero recuerdo impresionado la figura del nortino, de barba espesa que le hacía mayor, y en cuya faja se veía el mango del cuchillo, con el que decía cortaría los cueros y las correas de sus ojotas.

Lucía asimismo sombrero gacho y diente de oro.

Iván Contreras R. 2010


Foto: La Cueca Centrina

martes, 29 de junio de 2010

Oficios que se fueron


Un día cualquiera supe que mi abuelo materno y su padre fueron carroceros, es decir sabían como se fabricaban las ruedas y los carruajes de su época, finales del siglo XIX y comienzos del XX. Éste era un oficio muy apreciado que tenía bastante demanda de trabajo. Sin embargo, las tecnologías que venían como el motor de combustión interna y la utilización del neumático, dejó a esta actividad fuera del sistema.

Cuando transcurría la década de los 40, era lugar de reunión de un grupo de niños del pueblo el taller de zapatería del maestro Varela, quien ejercía gran atracción e influjo sobre nosotros. A cada uno nos hacía trabajar en las diversas etapas de la fabricación de zapatos, manipular los cueros mojados y fijarlos por medio de estaquillas a la horma de madera. En seguida había que coser sin aguja, con la lezna y pitilla aguzada con cera virgen. Él era el maestro y nosotros los aprendices. Desarrollando una avanzada didáctica, la propia de todos los oficios, la de la educación del ojo y de la mano y sobre todo la de la humildad, él decía a las posibles clientes: A sus pies, señorita.

En otras ocasiones concurríamos a mirar la fragua de la herrería en donde el maestro Santander machucaba los fierros calientes que se convertían como por obra de magia en herraduras, puntas de arado o en otras herramientas, que con un fuerte sonido de vapores eran enfriadas violentamente en la barrica del agua. Mientras el maestro martillaba el metal sobre el yunque seguía el ritmo con un movimiento de la boca y sus espesos mostachos, hacia allá y hacia acá, gestos que nos parecían muy cómicos.

En la cuadra siguiente el maestro Alarcón, carpintero, hacía tanto una mesa y sus sillas como una puerta o una ventana. El trabajo suyo era convertir la roja madera nativa en los muebles que se le encargaba realizar con diseños generalmente de la tradición familiar, llegando a sus formas con herramientas características: serruchos para cortar, gubias y formones, cepillos y garlopas para alisar las superficies.

Don Carlos Anwandter recomendaba a los colonos alemanes que venían a Chile que usaran toneles para empacar sus menestras. Daba ese consejo basado en el hermetismo de los barriles fabricados por el tonelero con una técnica propia y por la facilidad de hacerlos rodar y arrumar en la bodega del barco. Aunque el origen de la tonelería es muy antigua tendemos a relacionarla con el siglo XIX, y en el día de hoy entrada en receso.

El maestro Erices fabricaba las monturas de la zona, torcía los lazos y tramaba las riendas y sus frenos. Cuando se murió el maestro Erices, se cerró la talabartería y se acabaron las monturas.

Iván Contreras R.
Artista Plástico


Imagen: ventana de Purén (Flick)

sábado, 12 de junio de 2010

El Copihue, flor nacional


Aunque siempre ha sido considerado el copihue la flor nacional solo desde el 20 de septiembre de 1984 se le declaró como tal con el correspondiente decreto. Se lo encuentra desde la zona central al sur de Chile y en Elicura lo vi cubriendo en pleno los matorrales del cerro de la Virgen, en un otoño de hace años. Igualmente como puede ascender sobre arbustos lo hace sobre los grandes árboles nativos, probablemente maquis y boldos en lugares húmedos de nuestras montañas. Es una gloria ver los copihues cuando recorremos la cordillera de Nahuelbuta, en donde crece trepador con hojas en forma de corazón y flores como campana por sus pétalos grandes y carnosos, con estambres amarillos como si fueran el badajo, destacando sobre los verdes y sus matices.

Rojos, rosados y blancos pueden cultivarse en esos y otros colores en las copihueras del molino Grollmus en Contulmo, o en otros viveros y vergeles privados. Es difícil reproducirlo y las plantitas recogidas en las quebradas escasamente fructifican. Por lo mismo es una especie protegida porque ha sido depredada al armar esos espesos ramos que se venden en las estaciones de trenes o se ofrecen en las carreteras.

Crece solo en Chile y tarda por lo menos unos diez años en florecer, produciendo frutos comestibles, bayas llenas de semillas y agradable sabor dulce. Perenne, de tallos retorcidos como enredadera muy resistente lo que permite ensayar artesanías con ellos, canastillos, talvez pájaros o animalitos trenzados. Según la medicina popular sus raíces tienen usos variados y se dice que entre los mapuches existen leyendas surgidas del colorido rojo que se le equipara con el de la sangre vertida en las guerras por la tierra o la existencia.

Ignacio Verdugo Cavada, 1887-1970, poeta penquista, motivado por su belleza y la apreciación amorosa del pueblo chileno compuso una canción que es inspirada descripción,” Los copihues rojos”. Era cantada entre las décadas del 30 y del 40 por la soprano Ruth González y que la llevó a mayores alturas la cantante lírica Rayen Quitral, 1916-1979, época en que también se hacía popular La Tranquera y el Ayayay que difundían las victrolas en sus discos de 78 revoluciones:

“Soy una chispa de fuego/ que del bosque en los abrojos/ abro mis pétalos rojos/ en el nocturno sosiego./ Soy la flor que me despliego/ junto a las rucas indianas; / la que al surgir las mañanas,/ en mis noches soñolientas,/ guardo en mis hojas sangrientas/ las lagrimas araucanas”.

Al distinguirse en la naturaleza por su gracia y lindura ha sido razón para que hermosas fotografías suyas se encuentren en los stand de tarjetas postales y turismo, que tenga su lugar en la música con la canción de Verdugo Cavada. En la pintura ha sido representado por artistas nacionales, recordando en especial a Ricardo Anwandter que en Valdivia realizaba en sus primeros tiempos de pintor ramilletes colgantes de copihues y esas obras le permitían sortear las necesidades de su vida y las de su familia.
Iván Contreras R. 2010

sábado, 22 de mayo de 2010

Escribir la vida

De este ambiente nacional creado por el terremoto 27/F como se le ha denominado haciendo parangón al 11/S de los Estados Unidos. Tanto golpeó aquel hecho de la caída de las Torres Gemelas a un gran país quizá tanto como nos afectó este cataclismo a nosotros. Ni siquiera los acontecimientos telúricos de la colonia o de antes como aquel de 1647 en Santiago que creo al Señor de Mayo o el de 1751 en Penco con maremoto y todo y que determinó el traslado de la ciudad de Concepción al valle de la Mocha fueron parecidos a éste que nos ha tocado sufrir este año de 2010, pensando que aún pasarán unos cuantos meses para recuperar la tranquilidad y llegar a la paz de una rutina de paz diaria, haciendo excepción de aquellas familias que sufrieron pérdidas de sus parientes, o de aquellas que perdieron sus viviendas. Y tendrán que pasar generaciones para que llegue el olvido y que ya está inserto en la historia como el quinto más violento con sus 8,8º, porque antes en el siglo XX hasta ahora se ha podido calibrar el de Valdivia, Chile, el 22-5-1960 con 9.5 º como el mayor. Los otros : el de Alaska, el 28-3-1964 con 9.2 º; en Rusia el 4-11-1952 con 9.0 º; el de Indonesia, el 28-12-2004 y el nuestro en este año con 8.8º.

El de Valdivia, hace 50 años, se ha considerado el mayor del mundo, un fatal record agravado con el derrumbe en la salida del Lago Riñihue que alargó la agonía por varios meses más. En lo personal afectó a mi familia con el fallecimiento de Amelia, la magnífica auxiliar huilliche tenida por años y que se vendría a nuestro nuevo destino en Concepción unos días después, sólo que entonces apareció su nombre entre los fallecidos y desde luego jamás llegaría y sí su recuerdo está siempre con nosotros.

El caso es que nos haya tocado sentirlo y aguantar las consecuencias de este 27/F, la falencia de las necesidades básicas en el principio, cosa tremenda, especie de tiempo de guerra, más el horror de los compatriotas que perdieron el horizonte y adoptaron actitudes inaceptables y que de alguna manera pagarán­- aunque sea solo con el arrepentimiento- durante todo el resto de sus vidas.

El terremoto, es una realidad que nos correspondió en suerte a los chilenos, con un país que cuelga sobre el Pacífico y que no tiene miras de estabilizarse. Que nos lo recuerda cada cierto tiempo la réplica solapada, alguna tan violenta que nos parece un nuevo terremoto. Una cosa es soportar los movimientos, soportar la destrucción de nuestro ambiente en Concepción, solucionar el problema de quedarse sin puentes cuando el gran río del que nos sentimos orgullosos por fuerte, extenso y caudaloso, nacido en la patria nuestra y que no deja de tener su belleza, también ahora nos parece un enemigo. Volver al pasado en que el BioBio, hasta donde llegó el conquistador, establecía un norte y un sur de Chile.

La causal de nuestro mundo sísmico bien explicado por los científicos de la geología, de existencia propia, no es comprendida por aquellos países, principalmente europeos, porque ellos no tienen estos fenómenos en su cultura y eso es lo que hace que mantengan incólumes sus antigüedades, su ayer, todo aquello que nosotros vamos a conocer como en una peregrinación. Su arquitectura, los objetos de creación de sus hombres, seguramente no existirían de tener una realidad semejante a la nuestra.

Iván Contreras R.
Prof. Emérito, U. de Concepción

sábado, 8 de mayo de 2010

Frutas de la tierra


Algunas especies arbóreas nativas producen frutos estacionales como la araucaria- que nos da el piñón- el cóguil, el maqui, el avellano y la murtilla, pequeño arbusto. Cada una tiene su época y tanto los habitantes como las aves concurren a cosecharlos en su momento.

La mayoría de las plantas frutales que conocemos y cultivamos hoy han sido introducidas dando la vuelta al Cabo de Hornos y aquí se han dado bien: naranjos, limoneros, olivos, higueras, duraznos, ciruelos, cerezos, manzanos, castaños, perales, membrillos, la vid etc. Desde nuestros viveros pasaron las plantitas nuevas en tiempos coloniales a los huertos de Cuyo, de Tucuman y a pueblos ya fundados al otro lado de la cordillera; los jesuitas llevaron desde Chile la uva a Mendoza para producir su vino de misa y fueron el origen de los viñedos y caldos vinosos de esa región. Algunas han venido de países de América como la lúcuma, la chirimoya y la palta llegadas desde el Perú las primeras y de Centro América la última que se asentaron en nuestra tierra y clima alejado de los trópicos.

Sandra trae desde el campo, de las cercanías de Rere donde viven sus padres, unos duraznos peludos, de cuesco despegado, no muy grandes y cuya cáscara sale con gran facilidad desparramando su aroma, tampoco han pasado por refrigeradores. Otra vez trajo unos higos blancos en su mejor momento. En Contulmo en una casa de veraneo en las cercanías del lago Lanalhue encontré unos duraznos pelados del definido gusto y perfume de la fruta de mis recuerdos que hicieron famosos a los predios de ese pueblo araucano. Debo pensar que es una especie terminal, salvo que se hiciera el esfuerzo por recuperarla.

Los árboles frutales, huérfanos en la inmensidad o las hileras de membrillos o de ciruelos blancos y negros junto a los cercos se alejan de los frutos estandarizados de las grandes quintas. Los manzanos que conservan antiguas especies, reineta o graffe de aquellas que aprendimos a consumir desde pequeños. Aquel castaño solitario en una curva del camino que enriquece su paisaje en otoño. Arboles hijos del rigor, asilvestrados, que acentúan su sabor allí en tierras de secano. De cada planta y sus frutos se podría decir tanto, escribir una surtida biografía de los cerezos y sus variedades, de los guindos cuyos frutos asemejan a un buen trago fuerte con su gusto agridulce que quedan recordando nuestras papilas gustativas. Las uvas de esos parronales que se enroscan en otros vegetales, blancas doradas o negras de piel blanquecina verdadero desafío para el pintor.

En las ferias rotativas de los barrios hay que saber elegir las frutas venidas de los campos virginales, de bellos colores, de formas y tamaños reconociendo que no han sido fumigadas. Se ve que la feriante ha recorrido su propio huerto escogiéndolas y sin gran publicidad las ofrece en su mesón y hasta más baratas, solo hay que reconocerlas.

En una desprevenida esquina de Purén una pequeña feria de habitantes del entorno, pude ver ese día los membrillos de las lomas de Lumaco, ciruelas de las montañas de Coyancahuin, manzanas de La Isla, aquellas peritas diminutas de gran dulzor, ideales como orejones. También hortalizas de las vegas, pequeños frutos y desde luego el merken.

Iván Contreras R. 2010


Foto: http://www.cayucupil.cl/