sábado, 3 de mayo de 2008

Las muñecas


Entre los muchos objetos del siglo XIX que conformaban la colección de antigüedades de don Carlos Fellmer se encontraba una muñeca. Ubicado en Nueva Brannau, poblado cercano a Puerto Varas, el verdadero museo que guarda una amplia casona de madera, fue armado de a poco por este descendiente de colonos alemanes. Según nos hizo ver, una pieza muy apreciada por él era esa muñeca de cara de porcelana.

Al verla no pudimos evitar un estremecimiento: la misma muñequita que ahora ponía sus ojos de vidrio en nosotros, había mirado otras caras y otros tiempos. Fue mecida en brazos de niñas de entonces y acunada en pequeñas camitas de juguete. Algún día fue paseada por los bosques, participó en cabalgatas, navegó por los lagos e hizo junto a voces infantiles activa vida de colona.

Es posible que la muñeca, con su forma de mujer o de pequeña, sea el más popular juguete de las niñas de todas las generaciones. Como todas las historias parten de la prehistoria, allí tuvo una representación como objeto mágico y religioso. Debe haber existido en manos de los niños egipcios; se la reconoce en la Grecia clásica y a partir de entonces no ha dejado de fabricársela de mil formas y materiales. Nacida en los diversos países y siglos pudo tener su propio carácter, como una forma base para ser vestida con la imagen de su época y cada vez haciéndola con mayor cariño y perfección. Es difícil encontrar ejemplares en los milenios posteriores, salvo hallar alguna asomando por ahí en brazos de jovencitas representadas en pinturas o tal vez abandonada en un rincón de la ambientación de cuadros de altos personajes.

Las más antiguas pudieron ser de madera. Al concepto actual se acercan hacia el siglo XIX, en que además de hacerlas articuladas, se llegó a una verdadera perfección en su confección al incorporarlas a las cajas de música, girando o danzando por medio de sofisticados mecanismos de cuerda, con la misma técnica de los relojes. Hacia 1840 lucen caritas de porcelana y servían, a veces, de modelos cuyas ropas se intercambiaban y podían lucir vestiditos y lencería de moda, a su escala.

La vida de las muñecas en el siglo XX ha tenido altibajos. Las con cara y manos de porcelana alcanzan hasta 1935 y en ese tiempo existieron fábricas alemanas, francesas e inglesas que las hicieron en serie e incluso tenían marcas de nombre y su propio catálogo.

En el presente, en que son más escasas, son motivo de colección y para ello hay que considerar marca, modelo y estado de conservación. Hace años pude ver un bonito conjunto en Concepción, de alguien que prolongó su vida de niña y las reunió en su casa de adulta.

Las muñecas han sido inspiración para la literatura, pues existen escritos sobre ellas, sobre su historia, pero también son motivo comercial, aunque para el que las vende y vive de eso, le es doloroso desprenderse de ellas, ya que fácilmente pasan a ser parte de su vida.

Una de las razones de su escasez actual sería la aparición de los peluches que hicieron presencia en los hogares de las niñitas contemporáneas, representando animalitos de toda la fauna confeccionados con géneros que imitan la forma y la piel. Sofía creció acariciando dinosaurios de peluche y llegó a ser experta en esos especimenes del pasado.

No representa a una niña ni a un bebe sino a una dama joven: es Barbie, que ya tiene
unos 40 años pero no envejece, que se viste de todas las profesiones y trajes tipicos, y siempre está a la moda. Ella se adapta a las épocas y es el eslabón que eterniza a la muñeca como juguete de ternura.

Iván Contreras R.

viernes, 25 de abril de 2008

Ariel Puyelli, Esquel, Patagonia Argentina




BIOGRAFÍA


Supongo que debió ser frío ese atardecer del 23 de julio de 1963 en el policlínico bancario de Capital Federal.

Creo que Tita y Miguel ya tenían el Mercedes Benz modelo 1938, tan taxi inglés ese autito con panel de madera y reloj suizo que un par de años más tarde nos quedó chico. Luego vino el Ford Falcon que contuvo a mis padres, mis cinco hermanos y a mí, que el 25 de julio de ese 1963,ya estaba de regreso en la esquina de Chacabuco y Alsina de San Andrés de Giles, en la provincia de Buenos Aires, para comenzar a crecer.

Desde ese barrio me llevaron al Jardín de Infantes de las monjas, cuando estaba en la calle Moreno, a mitad de cuadra, y nos parecía enorme.

Allí conocí a quienes serían compañeros de escuela hasta el quinto año del secundario. Chicos que luego fueron adolescentes. Más tarde jóvenes. Hoy hombres y mujeres que son parte de mi carne. Historia de mi historia.

Desde ese barrio fui solo al otro colegio de las monjas, al Parroquial, a misa y al dentista. Demasiados rezos, demasiadas esperas nerviosas en la sala del doctor Serra. Los chicos no deberían juntarse con curas ni dentistas hasta, por lo menos, los 20 años. Los primeros dejan culpas; los segundos, momentos que debieran ser ocupados por otros recuerdos.


Esa esquina duró hasta los nueve años. Primera bicicleta, primer barrilete hecho por el entonces tío solterón –Bocha Funes-, primera barra, primeras peleas con los hermanos, primeros sustos, primeros árboles y excursiones "al fin del pueblo" (hoy uno de los barrios más poblados y el pueblo termina mucho más allá), primeras emociones y descubrimientos. Y primeras ventas de publicaciones. Ajenas, claro está.

En la mesa del televisor, las revistas de Tita se veían tentadoras. ¿Vocación periodística o de canillita? En ese momento no estaba claro. La movida era simple: manoteo y venta casa por casa de los vecinos. Luego el reto, la devolución de las monedas y otra vez las revistas debajo del televisor. ¿Quería dinero? ¿No quería ver las revistas en casa? ¿Creería que estaban muertas y que merecían la oportunidad que otros ojos las leyeran?

Por esos años, había demasiada actividad en la calle como para leer. Encima, la casa era chica y los muchachos demasiados. Sin embargo, ya se perfilaban los amores y los odios: amor a la palabra escrita, los dibujos, la música; odio a las matemáticas y al guardapolvo gris y los desfiles más militares que cívicos.

La casa grande de la calle Moreno, en 1974, frente a la plaza principal, trajo todo más grande: el universo de los libros, la biblioteca popular y su enigmática bibliotecaria, las excursiones con el nunca olvidado Negro Borruel por su universo, su barrio y el Tiro Federal; el tocadiscos con Los Beatles, Sui Generis, Chopin, los discos de la Esso; las lecturas de los libros y cuadernos de sicología, filosofía y otras materias que cursaban mis dos hermanos mayores en el colegio salesiano de Ramos Mejía; la afición de mi madre por la música clásica y el ballet, los primeros escritos, más dibujos, los momentos solitarios en el escritorio de mi papá, el cuidado de los más chicos, el reconocimiento del propio espacio, el primero de muchos amores y los sueños. Los sueños.

La primera casa, la de la Chacabuco, fue la casa del barrio. La segunda, la de la aldea que había que pintar, para pintar la Gran Aldea. Salir por su puerta no era solamente salir al centro, a la plaza San Martín. Era la puerta al planeta. A uno de ellos. Al otro se accedía por la puerta del escritorio de mi padre, que de noche era mi cuarto. Allí se forjó otro planeta, el interior, el de papel y tinta, el de sonidos y silencios.

En ese cuarto tipeé en la Olivetti de mi papá -el dactilógrafo más rápido del universo- los primeros cuentos y los originales en stencil de la revista Estudiantina 80, una bazofia que pretendía ser un medio de comunicación que aportara dinero para la promoción. La imprimimos en el mimeógrafo del Nacional. Dejó unos pesos. Nada más.

Mucho más estaba dejando en nosotros la Dictadura y no nos dábamos cuenta.

El golpe me sorprendió en Ramos Mejía, cursando el primer año en el colegio salesiano como pupilo. Más contacto con lo artístico o intelectual. Menos contacto con el mundo. Algo me perdía, tenía que volver a Giles. Instinto puro. Sólo eso. Regresé para empezar el segundo año en –a mi pesar- Comercial.

¿Se acordarán de la secundaria los viejos de cuarenta años? Debí hacerme esta pregunta a los 15 ó 16 años. Si la hice, debí responder que no. Es mucho tiempo. Veinte años es mucho tiempo, seguramente afirmé entonces.

Algunos recordamos demasiado la secundaria. No es nostalgia. Es dolor. El dolor de darnos cuenta hoy que no nos mostraron la mitad del mundo, de la realidad. Que nos ocultaron y mintieron. Que nos quisieron estructurar y en gran parte lo lograron. ¿En Giles sentiste la dictadura? ¿A esa edad? No, a esa edad no. Eso es lo triste. Ni siquiera tuvimos la oportunidad de elegir rebelarnos.

Terminé la secundaria con la intención de estudiar Abogacía. Pero cuando al año trabajé junto a abogados, me di cuenta de que no era eso lo que necesitaba.

Veinticuatro horas después de la fiesta de egresados, con el mismo traje, entré a trabajar en una obra social en Buenos Aires. Revisación médica para la colimba, inmediata firma “de alta” en la libreta -por miope- y regreso a Giles a trabajar en una escribanía.

Malvinas fue Mundial. Y una nueva revelación dolorosa que intentó ahogar la euforia de la incipiente democracia. Mientras tanto, habiendo enterrado Abogacía, me sumergía en la literatura y los primeros poemas, obviamente con nombre y apellido.

Quería ser escritor, pero no hay escuelas de escritores. Las biografías debían aportar una pista. Y el común denominador de muchos de mis escritores preferidos era que habían pasado por el periodismo. O por Letras.

Esos aires democráticos se veían tentadores para hacer periodismo. Y no quería ser profesor de Literatura. Mucho menos crítico literario.

Juan Sofía me abrió la puerta de su mundo de papel y experiencia. Sus libros y revistas. Su ideología y su entusiasmo. Una puerta importante.

En Morón hay una escuela de periodismo, dijo alguien en marzo de 1983.

Al año siguiente, mi primera publicación, “Realidad”, me permitía gritar y dejar gritar, como gritábamos todos en los primeros años de la democracia. Los peronistas empezaban a acusarme de radical y los radicales de peronista, mientras mi cabeza buscaba un socialismo que la contuviera y que jamás encontró. Luego se resignó a la nada de las ideologías políticas. “Podés decir las cosas de otra manera, un poco menos… agresivas” me dijo un viejo político por esos años. Tenía razón. Me calmé un poco, aunque no demasiado, creo.

“El periodismo es la manera más divertida de ser pobre”, rezaba un llavero de un compañero de la escuela de Morón. En lo de pobre, tuvo razón siempre. Respecto a “divertido”, no.

Más que los fracasos económicos de las muchas publicaciones periodísticas e institucionales, creo que fue el fracaso del sueño de cambiar algo de la realidad lo que hizo que en 1999 renunciara a ese oficio. 1998 me encontró con la guardia baja para soportar tantas denuncias de abusos de menores, desnutrición y otros casos de violencia familiar, sobre todo en la localidad de Cucullú (una comunidad rural conformada, principalmente, por ladrilleros), ante el silencio criminal de la clase dirigente que tenía la obligación de hacer algo para impedir, prevenir o castigar.

Y los autores de cuentos, novelas y poesías, no me daban las respuestas. Porque, a decir verdad, no les preguntaba nada. Quería que me consolaran y lo hacían. Sin embargo, en sus páginas sí estaba la respuesta. Hoy lo sé.

Radio Vall me permitió hacer dos programas durante muchos años: “La quinta pata del gato”, periodístico; y “Al fin solos”, que no sé definir. Este último programa se apoyó en la literatura y las entrevistas informales. Y sentó las bases para la construcción de cuentos y un libro tan modesto en su tirada (sólo 50 ejemplares) como en su corrección: “Las historias de Al fin solos”. En 1995 había aparecido “Ella y Él o el amor en los tiempos de estupidez” que no escapa a una regla general: los autores reniegan de su primer libro.

El último intento periodístico fue uno de supervivencia en San Martín de los Andes, Neuquén, entre 1998 y 1999. Necesité irme de Giles. Quería empezar algo de nuevo. Esa ciudad no fue la mejor elección. El momento económico, como suele ser habitual en este país, no colaboró.

Después, el silencio, el retiro, la búsqueda interior dentro de una nube grande y gris, hasta enero del 2002. Pero antes, las señales: la novela corta “El sueño del sabio”, escrita en San Martín de los Andes, “Rita, la araña con peluca y otros cuentos”, escritos en el invierno de 1999 en mi ciudad natal y “La maldición del chenque”, escrito en el 2001. Este libro en particular, sus leyendas, la nostalgia por esa tierra que me había seducido, me devolvió a la Patagonia.

El regreso se hizo realidad por la puerta grande del amor a fines de mayo del 2002. Otro nombre. Otro apellido. Analía -"Anita"- Pizzi. La compañera de viaje ideal. Poetisa de las entrañas y el corazón manchado con dulce de leche. Con la que también compartí aulas en el Comercial y con la que todavía comparto el viaje.

La experiencia del contacto con los chicos en las escuelas y la buena recepción de los libros aun entre los grandes, más la cálida acogida patagónica, decidieron el rumbo.

Nuevos chicos y nuevos grandes apoyaron viejos y nuevos escritos.

La revista literaria “Palabras del alma” abrió puertas y corazones, libros y cuadernos.

Aquel joven que no quería ser profesor de Letras, pronto se vio al frente de cientos de adolescentes de polimodal dando clases de Lengua y Literatura y Lengua y Cultura Global y talleres literarios.

La Patagonia es un barrio grande. Apenas un poco más grande que los míos gilenses. Las barras de este nuevo barrio, las literarias, son como aquellas: compañeras y generosas. Son varios los “Negros Borruel” que me toman de la mano para mostrarme su universo, como Jorge Spíndola, uno de los chicos más grandes del barrio. A pie por las montañas, la meseta o la playa, o en sus Falcon en el que vamos todos aquellos que sentimos esta tierra como madre o hija y que no perdemos la idea de “gran aldea”.

El Ratón Pérez, por medio de Lumen, fue el primero en viajar sistemáticamente por toda esa gran aldea; antes lo habían hecho los otros libros de la mano de turistas. Luego fue otra edición de “La maldición del chenque” y "¿Por qué se durmió el gallo Pinto?", a través de Estrada. Y al momento de escribir estas líneas, están pronto a hacerlo “El Cultrún de Plata", también por Estrada, "Atrapen al Ratón Pérez", por Lumen y "La Flor de Hielo", en edición del autor.

Siguen apareciendo cuentos y novelas. Las poesías aparecieron hace un par de años, alborotadas entre los cabellos de la Magdalena, luego de mucho tiempo de maceración y no exentas de dolor.

Cómo fueron editados los libros es una historia un tanto más larga, quizás más interesante y hasta simpática.

Qué depara el futuro, otra, que escribo todos los días desde esta región maravillosa.

Me encargué una biografía breve. Espero no satisfacer a nadie, porque esta no es la historia de mi vida. Fue mucho más rica, más intensa, más alegre y por momentos más penosa que lo que muestran estas páginas. Quedan muchos nombres por nombrar y otros por no revelar. Quedan muchos momentos para sacar a la luz y otros tantos para que queden guardaditos.

Espero que estos pocos datos susciten preguntas, aunque muchas de ellas están respondidas en los libros.

Allí también existe parte de mi vida. Aparecen bellos recuerdos, nuevas ilusiones y viejos fantasmas.

Los que quieran saber datos, que pregunten. Aquí estoy. Los que deseen entender, que lean. Ahí están mis libros. Aunque no doy garantías de veracidad en ningún caso…

Quienes deseen contactarse conmigo, pueden hacerlo a:

aapuyelli@yahoo.com.ar

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domingo, 20 de abril de 2008

Los caballos en la vida rural


Podrían haberse llamado Bucéfalo o Babieca, pero eran los caballos Sombra o Pidén. Había que nombrarlos de una forma al asignarles el trabajo que debían realizar en esa organización campesina. Cada uno podría ser protagonista de una novela propia si se escribiera sobre sus días como criaturas de la naturaleza.

Había otros como la Favorita, una hermosa yegua blanca, muy chilena, que hacía verse bien al huaso Manuel Contreras en los momentos de mostrar las galas del oficio; o la Pastilla, de limpia mancha blanca en la frente en su total alazán. Era buena madre la Pastilla, de sus potrillos calcados en su tipo, y era doña Elena quien la montaba “de lado”, vistiendo su amplio ropón café, del color de una manda comprometida hacía tiempo. La silla femenina resultaba cómoda para largas travesías, para caminos difíciles y hasta para saltar troncos o canales.

La Sombra, negra tapada, generosa de crines, no tenía una gran alzada, pero era de tronco largo, tanto que a la distancia se le reconocía por el garabato que formaban animal y jinete. Era impaciente vencedora de distancias, en el galopar por horas, entre el cielo y la tierra con destino más allá del horizonte.

De las tareas del campo, como los caballos tenían su status, nadie los ponía al arado- como sí ocurría a sus congéneres de la zona central- y se dejaba ese papel a los bueyes. Los caballos debían rodear los animales, transportar a los administradores, mayordomos y camperos, a los hombres de a caballo; debían llevarnos a los paseos o cabalgatas de placer a algún lugar distante, también hacían los viajes a Purén arreando los animales a la feria o tal vez a buscar el correo que traería El Peneca de ese sábado. Participaban en el deportivo juego de riendas y otro día daban vueltas y vueltas en la era trillando las legumbres. Alguno debía tirar el coche, siempre el Relicario, el más sobrio y de buen trote; para eso no servían los caballos nerviosos.

Los aficionados a correr, y ahí estaba Daniel Vilches, con un solo pellón y unas espuelas pequeñitas “siguiendo” al pingo que tuviera aptitudes para ir a probarse en la cancha de carreras a la chilena del pueblo. No era Pegaso pero con el acicate del chicote, en la recta polvorienta parecía tener alas. De ida a Purén no había que entrar al poblado galopando, porque como cuenta Soledad Uribe en su Historia del lugar, estaba penado hacerlo por la polvareda o la posibilidad de un accidente.

A la hora de los recambios, éstos se hacían por acuerdos entre particulares, mirándoles el diente, recurriendo a la feria de Lucero o a don Chumas Tapia y su hijo Filadelfo, los negociantes de caballos que recorrían la región por las cercanías de Victoria, Traiguén o Lumaco, comprando por aquí y vendiendo por allá.

El caballo desempeñaba un papel esencial en la vida del hombre campesino. El noble bruto estaba siempre presente, amarrado al varón o en el potrero cercano a la casa. Era su confianza y su resguardo infalible.

Iván Contreras R
Artista Plástico

jueves, 10 de abril de 2008

Negociantes en caballos - Iván Contreras Rodríguez




Cuando menos se pensaba aparecían por esas tierras don Chumas Tapia y su hijo Filadelfo, arreando una tropilla de caballos que eran el motivo de sus vidas de comerciantes andariegos. Don Chumas tendría sobre cincuenta años, de tez blanca-cetrina, cabellos lacios y unos grandes bigotes grises. Usaba un sombrero alón, traje de huaso y abrigadoras perneras de cuero de chivo con todos sus pelos, y sobre los zapatos unas pequeñas espuelas de campero. Filadelfo lucía un atuendo similar.


Su llegada era acogida con entusiasmo porque significaba variación en la rutina campesina. Normalmente se quedaban por varios días; nunca querían una cama y buscaban su alojamiento en el galpón, acomodándose cada noche con los arreos de la montura, los pellones y las mantas. Pero sí compartían la mesa con nuestra familia y mientras se merendaba desgranaban historias propias y ajenas, hechos corrientes de sus viajes que se transformaban en anécdotas en el animado relato de don Chumas y de su hijo que le llevaba el amén.

Nos hablaban de los senderos entre los bosques, de los ríos que debían atravesar, de las lomas y de los atajos para avanzar rápido. También sobre los encuentros con diversa gente, a veces facinerosos, con quienes- gracias a la solidaridad que nace del transitar los caminos desamparados- solía no haber altercados. También le llegaba el turno a las noticias de tipo social –casamientos, nacimientos y fallecimientos- entre los chilenos y los colonos europeos habitantes de pueblos y campos de Contulmo, Purén, Angol, Lumaco, Quechereguas, Victoria o Capitán Pastene.

La manada de caballos la formaban ejemplares para todos los gustos; don Chumas buscaba comprar los animales viejos y acabados de los fundos a precios baratos para vender con pequeña ganancia en las reducciones mapuches. Los negocios se hacían al contado y violento y los trueques formaban parte de los tratos. Recuerdo que mi padre compró a los Tapia un macho que forjó su propia historia de mañas equinas, y que cambió mano a mano un envejecido potro inglés nuestro por una carabina Winchester, de repetición, como las de los cowboys, y que permaneció por años en casa.

Don Chumas tenía su centro de operaciones y la casa familiar en Traiguén. Cada salida comercial en temporada de buen clima podía llevarle meses. Asimismo procuraba estar presente donde se celebraran ferias y carreras a la chilena, con la seguridad de encontrar momentos favorables para hacer sus negocios de caballos. En los veranos solía verse a don Chumas y a Filadelfo por los caminos con manta de castilla bajo la canícula, justamente para capear el sol, llevando su tropilla hacia un nuevo destino.

Iván Contreras R-2008

viernes, 4 de abril de 2008

Eloy y su caballo bayo


Nadie recordaba cuándo y cómo había llegado al lugar.

Eloy era sordomudo y con sonidos guturales nombraba las cosas que le rodeaban. El tenía su idioma que, niños por entonces, hicimos propio comunicándonos entre nosotros delante de nuestros padres sin que ellos entendieran nuestros acuerdos. Hoy cuando han pasado más de sesenta años y nos encontramos mis hermanos y yo, todavía podemos entendernos en el habla de Eloy.

Su cuerpo era endemoniado, contrahecho, de piernas y brazos arqueados como los sarmientos de las parras, consecuencia tal vez de un difícil parto en una oscura noche de invierno. Dada esa conformación no podía realizar los trabajos campesinos pesados, de modo que se le fijaron el rol de cocinero y ciertas tareas circunstanciales como la de tirar al río la bolsa con las perritas de la reciente camada o con los gatitos indeseados de los que él no escucharía sus últimos gemidos.

Pese a su contextura deforme y su incapacidad para expresarse, Eloy tenía especiales atractivos para algunas niñas del lugar y ellas contaban con su irrestricta confidencialidad y discreción.

En su cargo de “cuque”, Eloy cocinaba en una inmensa olleta de fierro de tres patas, la gran porotada con locro que sazonaba al final con gruesas pellas de grasa y color. Luego, el gran tiesto cargado en un carretón, pasaba por las lomas en donde los peones cortaban el trigo. Bajo el ardiente sol del mediodía se les repartía la sabrosa ración. Tiraba su carretón un caballo bayo, de ésos que ostentan una línea negra que les une la tusa con la cola y que le confería rasgos aristocráticos de corralero, al que en esos días llamábamos el “Porotero” en alusión a la función que debía cumplir. Todos éramos amigos del animal y aunque a menudo amurraba las orejas, tenía buen carácter y podíamos acariciarlo y pasar bajo su panza sin peligro. Solo se descomponía su genio cuando recibía de Eloy un chicotazo para que apurara el tranco y entonces daba sonora respuesta.

Pero era con Eloy con quien el caballo mejor se entendía, como si hubieran sido verdaderos camaradas, siendo nuestro cocinero quien derramara tantas lágrimas cuando el Porotero ya envejecido en su oficio fue vendido a los mapuches de la reducción vecina, y terminando sus días dentro de las fuentes de greda tradicionales, en calidad de asado y cazuela. Del noble bruto sólo quedaron el cuero de la ancha franja negra que una vez curtido fue convertido en alfombra del interior de la ruca y las cuatro herraduras que permanecieron como recuerdo, clavadas por muchos años en la puerta de la rancha de Eloy.

Iván Contreras R.

lunes, 24 de marzo de 2008

Voces argentinas


La voz de la joven de Talcahuano que participó esa mañana en un programa de radio tenía tantas cualidades de tono, de optimismo y calidez, que parecía provenir de una campanita de plata. Esa voz me ha dado tantas veces vueltas en la cabeza, que la reconocería si la escuchara de nuevo. Querría saber si coincide con la imagen que me he forjado de su dueña. A esta voz habría que sacarle partido como portadora de buenas nuevas.

Hay tonos y tonos de voz, lo que permite reconocer a la gente de sólo aguzar el oído. En mi caso, cuando llamo por teléfono a personas no vistas hace tiempo, inmediatamente me saludan por mi nombre. porque aún pudieron recordar la voz una vez conocida.

Al niño, al adulto y al anciano se les reconoce un modular característico de su edad y a veces familias completas marcan la diferencia en el hablar. Los sistemas foniátricos del hombre y de la mujer no son iguales, por eso los sonidos que emiten tampoco lo son, y en el caso de ellas, al ser más pequeño y de cuerdas vocales más cortas, dan los tonos más altos. La nariz y sus invisibles cavidades son determinantes en la expresión del sonido, así es fundamental para un locutor o para un cantante de ópera, el no resfriarse.

El gobierno anterior se comunicaba a la población a través de un personaje con una voz particularmente constreñida. Pensé que duraría poco en ese cargo de tanta figuración, pero terminó su trabajo ganándose al público y acostumbrándonos a su físico y a su tono .

El cable nos hace oír voces de otros países y nos informa que existen modos y acentos característicos de esas geografías, permitiéndonos descubrir la procedencia de una persona de solo escucharla, también en relación a las regiones de nuestro país, como en Arica donde, al menor esbozo sonoro, queda en evidencia que soy del sur.

La voz cantada es la que está más relacionada con todas las gamas de frecuencias del sonido que emite una persona. En el festival de Viña del Mar pude afirmar que una determinada cantante era argentina, porque esa voz abierta y sonora solo podía ser de alguien de esa nacionalidad. Me trajo el recuerdo de Valeria Lynch, de Ginamaría Hidalgo, de Susana Rinaldi, de la joven Soledad; y de tantas otras que encontramos que cantan tan bien. Como no tengo calificación en el tema, hice una consulta a nuestro artista y maestro Mateo Palma, para quien: “los argentinos tienen una conjunción de etnias muy favorable para tener buenas voces y poseen magníficas escuelas de música. Tienen una impostación innata y esas condiciones naturales las cultivan estudiando mucho “. Agrega que el talento sin escuela, sin técnica, no tiene vida larga, y que la tendencia en nuestro país es a que los cantantes sólo exploten el talento, con lo cual terminan perdiendo la voz tempranamente, porque no la cuidaron. Me repite que en el país vecino los profesionales del canto se preocupan de eliminar sus ripios y que cada cierto tiempo pasan al taller a hacer un reacondicionamiento. Que además de las disposiciones básicas de su babel racial, cultivan semilleros de donde van surgiendo las mejores voces, a las que se proporcionan medios para continuar ascendiendo con calidad.

Por último, desde su punto de vista musical, el especialista deplora que muchos de nuestros jóvenes con dotes bien definidas se orienten hacia otras carreras. No obstante, mantiene la fe en que para el canto chileno existe un destino posible.

Iván Contreras R.

Una Web relacionada: Todo Tango -amplia discografía

sábado, 15 de marzo de 2008

Antigüedades


En esa película de los 40, el joven y la niña se refugiaron en el desván de la casa y éste estaba lleno de los remanentes de años de vivir allí: un caballito de balancín, jarros enlozados, piezas de cerámica, sombreros en sus cajas, cunas de bebés y gramófonos con sus inmensas bocinas. En aquella época mirar hacia el siglo XIX era un asunto cercano y es posible que algunos de los objetos mencionados fueran de entonces. Los hechos históricos o por lo menos los que se recordaban de esa centuria estaban tan próximos que no era raro conocer gente que estuvo presente cuando ellos se produjeron.

En la década del 40 (1940), aún podían encontrarse personas que habían participado en la guerra con los países del norte. Ahí estaban los “veteranos del 79” que tenían sus sedes sociales y mutualidades, y que desfilaban con sus gallardos uniformes durante las fiestas patrias. Usos y costumbres decimonónicas estaban frescas todavía. Los utensilios de cada casa habían sido heredados de esa época pasada y las máquinas domésticas, que eran manuales al principio, sólo cuando llegó a generalizarse el uso de la corriente eléctrica fueron movidas por dicha energía. Conservaron todo su carácter y ya en los primeros años del siglo XX al reconocerse esos efectos como propios del siglo anterior se transformaron en lo que llamamos antigüedades. Y como tales, empezaron a escasear y hasta a adquirir un valor comercial mayor que los del momento. También a ser motivo de colección.

Siguiendo el mismo criterio, ahora que nos encontramos en los inicios del siglo XXI sabemos que los implementos del siglo XX con los que convivimos en parte importante de nuestras vidas, desde los juguetes y muñecas de niños, han pasado hoy a ser antigüedades. Lo son los objetos de uso en la cocina, en el comedor, el dormitorio, los trajes y artilugios rodantes que han cambiado de modelo cada año. Son antigüedades hoy los artefactos de la guerra, los cascos y uniformes, las armas. Las piezas de loza de Lota y de Penco, las obras artesanas entre las que se encuentra ese caballito de madera, negro cariblanco, con su montura y sus riendas de cuero, recuerdo infantil, que ya adulto busqué por años con gran afán. Siempre estamos pensando en que los objetos de vidrio, como los producidos por la fabrica de Schiavi, son antiguos, aunque por su frágil condición cuesta imaginárselos atravesando y sobreviviendo los siglos. A las cosas de otros tiempos les reclamamos, eso sí, cierta condición artística y que tengan atractivo comercial. Esto de escogerlos y atesorarlos lo determinarán las preferencias personales.

Cuando hoy miro el interior de mi casa veo el hogar de un coleccionista de artefactos del siglo XX, de antigüedades recientes.

Iván Contreras Rodríguez

Maestro Iván Contreras, nuevo Profesor Emérito Universidad de Concepción


CONCEPCION CHILE N. 384 MIERCOLES 6 DE SEPTIEMBRE DE 2000

En una ceremonia que se desarrolló en un ambiente muy cálido y emotivo, el artista y profesor del departamento de Artes Plásticas, Iván Contreras Rodríguez, fue investido con la distinción honorífica de Profesor Emérito de la facultad de Humanidades y Artes de la Universidad. Como es ya usual, impusieron los símbolos de tal categoría, máxima distinción para un académico de la Universidad, El rector Sergio Lavanchy y el secretario general, Rodolfo Walter.

Correspondió al decano de la facultad de Humanidades y Artes, profesor Eduardo Núñez, dar a conocer los motivos por los cuales la unidad solicitó a los organismos superiores de la Universidad, conferir al pintor y maestro tal dignidad académica. En su exposición, el decano fue presentando a Iván Contreras en sus diversas facetas de vida, todas las cuales convergían hacia las cualidades humanas, luego de repasar su obra artística por casi medio siglo de producción y reconocimientos.

En partes de su presentación, el decano Núñez expresa: "Ivan Contreras nace en Purén, provincia de Malleco, en 1933. Hasta los 10 años, su infancia transcurre en el campo". Respecto de la huella que deja el lugar de origen en la obra futura, reproduce lo escrito por el crítico de arte, José María Palacios, en el año 1963, con motivo de una exposición de acuarelas prsentada por el maestro en la Sala del ministerio de Educación, en Santiago. "Contreras es un hombre claro, definido. Se expresa con llaneza, a menudo con un sintetismo muy propio de su provincia natal, Malleco, donde el sol sabe dormir con dignidad en el fondo de los valles, donde escala con paso calma los cerros y donde juega con simplicidad entre ramajes verdes. Donde la lluvia sabe hacerse melodía y donde toda la atmósfera tiene un acento campesino de cotidiana y bellas vibraciones".

Titulado profesor de Artes Plásticas en 1956 en la Universidad de Chile, dicta clases en la Escuela de Artes Plásticas de la Universidad Austral de Valdivia. Se traslada a Concepción, ciudad en la que despliega una intensa actividad en el ámbito educacional y cultural a través de cursos y en el montaje y participación en continuas exposiciones. La calidad y macicez de su obra, la municipalidad de Concepción le otorga, en 1971, el Premio Municipal de Arte.

La ceremonia de investidura prosiguió con la presentación del video "Salida de Caza" que muestra al artista en una jornada de trabajo. Perplejo e impactado por esa cinta que no conocía, dicta la Clase Magistral de rigor con el tema "La profesión del artista plástico".

Iván Contreras Rodríguez - Artista plástico- Concepción




Artista pintor y especialista en la enseñanza de las artes plásticas en sus aspectos prácticos y teóricos, nacido en Purén, prov. de Malleco, el 21 de julio de 1933.

Realizó sus estudios profesionales en la Escuela de Bellas Artes de la Universidad de Chile, Santiago. Entre sus maestros destaca a los pintores Carlos Pedraza, Israel Roa, Ramón Vergara Grez y Anita Cortés. En lo concerniente a conceptos estéticos e históricos menciona a Luis Oyarzún Peña y a Eugenio Pereira Salas.

Se tituló como profesor de artes plásticas en la U. de Chile y se graduó como licenciado en Artes, mención pintura en la U. de Concepción.

Desde su ingreso a la academia, en 1952, ha desarrollado preferentemente las técnicas artísticas del óleo, la acuarela y el dibujo. “ La pintura de Iván Contreras R. no es la representación fiel y sumisa de la realidad. Posee un vuelco interpretativo dictado por un pensamiento estético que ordena y descubre elementos”, Sergio Montecino. “Vuela y vuela la mirada de Iván Contreras; vuela y escala la cordillera, penetra valles, busca las quebradas, recorre la nieve y los bosques, cruza el aire y hurga en la tierra con su pincel alado”, Anamaría Maack.

“En su pintura de amplia temática es posible observar el retrato de fidelidad plástica hacia el modelo retratado; cuadros de flores ricos en materia pictórica; paisajes urbanos y rurales en los que se expresa con singular soltura. En sus dibujos y en ágiles bocetos, con maestría fija en instantánea los gestos y expresiones de los modelos”, Antonio Fernández V.

Como pintor ha realizado a nivel nacional numerosas exposiciones individuales y ha tomado parte en eventos colectivos. Obras suyas se encuentran en colecciones particulares, instituciones y museos: Pinacoteca de la U. de Concepción, U. del Bio Bio, Museo de arte Contemporáneo de Chiloé, Municipalidades de Valdivia y de Contulmo, y el Senado de la República.

Desde 1956 a 1959 fue profesor de arte de la U. Austral de Chile. En 1960 se trasladó a Concepción donde ejerció como pintor y maestro en la enseñanza fiscal, privada y universitaria. Es relevante su condición de docente fundador y primer Director del Departamento de Artes Plásticas de la U. de Concepción a partir de 1972.

Ha participado en jornadas de difusión artística en seminarios, encuentros y escuelas de temporada. Ha sido jurado en salones y concursos nacionales e internacionales. Autor de publicaciones especializadas y de orden general.

Es miembro de la Asociación de Pintores y Escultores de Chile y de la Agrupación de Pintores y Escultores de Concepción.

Por su labor docente universitaria en la U. Austral de Chile, U. del Bio Bio y de la U. de Concepción, entregada con dedicación, profesionalismo, por su trabajo creativo y su aporte a la sociedad, se le ha otorgado: en 1972 el Premio Municipal de Arte de Concepción; en 1993 se le designó “Vecino Ilustre de la I. Munipalidad de Contulmo; en 1998 se asignó la “Distinción al Mérito Comunal, I. Municipalidad de San Pedro de la Paz”; en 2000 se le confirió la calidad académica honorífica de “ Profesor Emérito de la Facultad de Humanidades y Arte de la U. de Concepción.