Era como una verdadera maleta, portátil, que se despertaba cuando se abría. En ese momento aparecía el brazo y la cabeza del diafragma sobre un disco de acetato de 78 revoluciones. Lo que yo siempre miraba con el mayor interés era el logotipo de la tapa con aquel perrito fox-terrier frente a una bocina escuchando la “voz del amo”. Para ver y escuchar lo que nos depararía el funcionamiento de ella solo había que darle cuerda para lo que había que hacer girar una manivela.
La victrola difundía música de autores e intérpretes americanos del 30 y del 40, siempre en español, tangos, valses, polcas y tonadas chilenas; pronto memorizábamos letras y melodías, y aprendimos a escuchar a Carlos Gardel en el propio sonido de ella. Canciones de la victrola que iban a ser entonadas por nosotros, junto a los himnos patrióticos de la escuela y a los religiosos aprendidos en la novena de las Carmenes en casa de los Jara.
Los discos se compraban en Purén, en las tiendas en que además se vendían agujas y repuestos, y algunos eran traídos por los amigos de nuestros padres o por los parientes, en sus fundas de papel con hermosas y decorativas etiquetas, Odeón, Brunswick, RCA Victor, Columbia, Philips etc. Eran bastante delicados tanto que podían rayarse o quebrarse y había que manipularlos con cuidado. También teníamos que cuidar de no “estirar demasiado la cuerda” que podía cortarse y quedar la máquina imposibilitada.
La victrola, era un instrumento mecánico que podía dar muchas satisfacciones sentimentales al permitir la cercanía que propiciaba su música y el baile, apegados ellos y ellas, bailando en parejas estrechamente unidas. Como en los veranos se juntaba la parentela, tíos, primos y visitas, todos jóvenes para quienes siendo la amplia galería un buen lugar, en los atardeceres calurosos era mejor la tierra roja del patio para bailotear. Si hacía falta bailarines, ahí estábamos nosotros, los pequeñitos, para acompañar en el vals y para cumplir con gran entusiasmo nuestros turnos en la manija del aparato.
Cuando hacíamos paseos campestres, la victrola, cuyo sistema de funcionamiento necesitaba sus cuidados, iba entre el cocaví. Entonces se bailaba junto al río y en octubre en el potrero sembrado celebrando la cruz del trigo.
De todas maneras mis padres cantaban canciones que no estaban en los discos, que las habían escuchado de sus padres, hacía tiempo, que enriquecían su acerbo personal y que nosotros también terminábamos aprendiendo y entonando.
Iván Contreras R-2008
Pintor chileno
La victrola difundía música de autores e intérpretes americanos del 30 y del 40, siempre en español, tangos, valses, polcas y tonadas chilenas; pronto memorizábamos letras y melodías, y aprendimos a escuchar a Carlos Gardel en el propio sonido de ella. Canciones de la victrola que iban a ser entonadas por nosotros, junto a los himnos patrióticos de la escuela y a los religiosos aprendidos en la novena de las Carmenes en casa de los Jara.
Los discos se compraban en Purén, en las tiendas en que además se vendían agujas y repuestos, y algunos eran traídos por los amigos de nuestros padres o por los parientes, en sus fundas de papel con hermosas y decorativas etiquetas, Odeón, Brunswick, RCA Victor, Columbia, Philips etc. Eran bastante delicados tanto que podían rayarse o quebrarse y había que manipularlos con cuidado. También teníamos que cuidar de no “estirar demasiado la cuerda” que podía cortarse y quedar la máquina imposibilitada.
La victrola, era un instrumento mecánico que podía dar muchas satisfacciones sentimentales al permitir la cercanía que propiciaba su música y el baile, apegados ellos y ellas, bailando en parejas estrechamente unidas. Como en los veranos se juntaba la parentela, tíos, primos y visitas, todos jóvenes para quienes siendo la amplia galería un buen lugar, en los atardeceres calurosos era mejor la tierra roja del patio para bailotear. Si hacía falta bailarines, ahí estábamos nosotros, los pequeñitos, para acompañar en el vals y para cumplir con gran entusiasmo nuestros turnos en la manija del aparato.
Cuando hacíamos paseos campestres, la victrola, cuyo sistema de funcionamiento necesitaba sus cuidados, iba entre el cocaví. Entonces se bailaba junto al río y en octubre en el potrero sembrado celebrando la cruz del trigo.
De todas maneras mis padres cantaban canciones que no estaban en los discos, que las habían escuchado de sus padres, hacía tiempo, que enriquecían su acerbo personal y que nosotros también terminábamos aprendiendo y entonando.
Iván Contreras R-2008
Pintor chileno