Cuando llegaron los españoles en el siglo XVI encontraron en la zona de Malleco un panorama muy diferente del actual y se les hacía muy difícil el avance hacia el sur al atravesar bosques de robles, peumos, canelos y una infinidad de árboles naturales de estas tierras. Si hubieran recorrido los mismos lugares a comienzos del siglo XX se habrían encontrado con lomas cubiertas de trigo y vegas en que abundaría la chacarería. Más tarde estarían plantadas de pinos, especie que no existía en el país. Esos cambios en la fisonomía territorial eran consecuencia de actividades vitales en la existencia.
Los árboles nativos son las especies autóctonas del país, provenientes de lejano pasado que acogieron a los habitantes aborígenes, a quienes abrigaron y dieron sustento. Entre los pajonales y ciénagas los bosques tenían sus propias especies capaces de pasar gran parte del año con sus raíces y parte del tronco en el agua, fueran el temo, la pitra o los arrayanes y su madera serviría para encender los fogones, pero además daban consistencia al humedal, fijaban un camino a las corrientes y eran percha de las garzas reales. Por entre las plantas circulaban percas, bagres y otras variedades propias que terminaron cediendo su habitat a la trucha salmonada y a las carpas al ser introducidas y más agresivas.
Huallis, robles, avellanos, coigues, lingues, raulíes, mañios, tepa, laurel, luma, lengas, araucarias, ulmos, boldos, etc. crecían y prosperaban en todo terreno y relieve, siendo motivo para dar nacimiento a las aguas- que formarían ríos- allí en las quebradas, en que sus copas hacían el papel de verdaderos paraguas que guardaban humedades.
Los árboles nativos le dieron la madera de la construcción a las ciudades recién fundadas por los gobernadores españoles o a los pueblos que iban naciendo naturalmente junto a los fuertes, a las márgenes de los caminos como calles largas, alrededor de las estaciones de trenes o para aquellos que formaron los colonos extranjeros llegados en el siglo XIX e inicios del XX. Con roble pellín hasta se hacían los cercos de tranqueros, a pura hacha, antes que llegara el alambre de púas; el lingue la mejor madera para los muebles y cuya corteza por tener mucho tanino se le ha usado en las curtiembres. Entonces a los bosques nativos no los podemos mirar solo como fuente de obtención de buenas maderas para nuestros enseres y nuestras casas sino que debemos valorarlos y emplearlos de la mejor forma reponiéndolos para mantener el medio ambiente, la conservación de los suelos, la generación de las aguas y dar acogida a la escasa fauna. Debemos agregar que la pérdida forestal ha erosionado la tierra, cambiado el clima en poco tiempo, tanto que eso lo hemos podido ver en los años de nuestra existencia.
Alguno de estos tipos arbóreos producen frutos estacionales como la araucaria- que nos da el piñón-, el cóguil, el maqui, el avellano y la murtilla. En general gozamos de especies propias, endémicas y solo encontradas aquí, con nuestras tierras y sus nutrientes, con nuestro clima, que su adecuado manejo contribuye a la vida rural y urbana.
Iván Contreras R-2010
Los árboles nativos son las especies autóctonas del país, provenientes de lejano pasado que acogieron a los habitantes aborígenes, a quienes abrigaron y dieron sustento. Entre los pajonales y ciénagas los bosques tenían sus propias especies capaces de pasar gran parte del año con sus raíces y parte del tronco en el agua, fueran el temo, la pitra o los arrayanes y su madera serviría para encender los fogones, pero además daban consistencia al humedal, fijaban un camino a las corrientes y eran percha de las garzas reales. Por entre las plantas circulaban percas, bagres y otras variedades propias que terminaron cediendo su habitat a la trucha salmonada y a las carpas al ser introducidas y más agresivas.
Huallis, robles, avellanos, coigues, lingues, raulíes, mañios, tepa, laurel, luma, lengas, araucarias, ulmos, boldos, etc. crecían y prosperaban en todo terreno y relieve, siendo motivo para dar nacimiento a las aguas- que formarían ríos- allí en las quebradas, en que sus copas hacían el papel de verdaderos paraguas que guardaban humedades.
Los árboles nativos le dieron la madera de la construcción a las ciudades recién fundadas por los gobernadores españoles o a los pueblos que iban naciendo naturalmente junto a los fuertes, a las márgenes de los caminos como calles largas, alrededor de las estaciones de trenes o para aquellos que formaron los colonos extranjeros llegados en el siglo XIX e inicios del XX. Con roble pellín hasta se hacían los cercos de tranqueros, a pura hacha, antes que llegara el alambre de púas; el lingue la mejor madera para los muebles y cuya corteza por tener mucho tanino se le ha usado en las curtiembres. Entonces a los bosques nativos no los podemos mirar solo como fuente de obtención de buenas maderas para nuestros enseres y nuestras casas sino que debemos valorarlos y emplearlos de la mejor forma reponiéndolos para mantener el medio ambiente, la conservación de los suelos, la generación de las aguas y dar acogida a la escasa fauna. Debemos agregar que la pérdida forestal ha erosionado la tierra, cambiado el clima en poco tiempo, tanto que eso lo hemos podido ver en los años de nuestra existencia.
Alguno de estos tipos arbóreos producen frutos estacionales como la araucaria- que nos da el piñón-, el cóguil, el maqui, el avellano y la murtilla. En general gozamos de especies propias, endémicas y solo encontradas aquí, con nuestras tierras y sus nutrientes, con nuestro clima, que su adecuado manejo contribuye a la vida rural y urbana.
Iván Contreras R-2010