viernes, 9 de abril de 2010

Parral un día antes


La plaza de Parral parece muy grande, tal vez mayor que una manzana, arbolada y equipada para la reunión ciudadana, para el encuentro y la conversación. Atrajo nuestra atención un pino como el que hemos visto en otras plazas, también de gran tamaño -picea pungens- conífera de color glauco y apreciado como planta ornamental de crecimiento muy lento, “árbol que como un rey cuenta monedas de plata”, tal como se lee por ahí. La gente parralina se sitúa en ella para pasar el calor de la tarde. Los muchachos adolescentes juegan con sus tablas y con ellas hacen clap-clap. Las jóvenes visten ropas adecuadas al momento, mini faldas que alargan sus piernas continuándose en tacos altos. Nos pareció que se veían muy bien, de mucha juventud y belleza. El calor arrecia y los diarios decían que ese día traería alta temperatura.

En el paseo por la plaza descubrimos un pequeño monumento de Colón, en mármol, que alguien donó a la ciudad del descubridor de “ estas tierras” de América, incluidas las de Parral. Viajamos desde las termas de Catillo como cada año y hemos andado la ciudad, sobre todo en los tiempos de feria, muy socorridos de frutas y objetos artesanales; ahora a buscar una peineta olvidada para lo que visitamos varias tiendas y en ellas una historia y una gran gentileza. -No tenemos aquí, pero más allá en la cuadra siguiente, en el tercer almacén, encontraran la peineta que buscan-. Hasta que ambos nos sorprendimos de la lozanía y la atención de una joven de ascendencia árabe, quien nos ofreció la peineta PANTERA requerida y un cepillo de dientes. Que volviéramos si necesitábamos algo más, alguna otra cosa.

Siempre he admirado los barrios parralinos, sus calles y avenidas, con sus construcciones de adobe y hermosos revoques que nos agradan a los pintores para nuestros cuadros, o para fotografías de esas casas. En una de ellas nació Pablo Neruda el 12 de julio del año de 1904, en otra vivió Mariano Latorre, allí durmió Fernando Santiván.

Tomamos un refresco en Al Paso, el mismo lugar en que lo hicimos el año anterior. Marta quiso un jugo de piña y yo un néctar, que no estaba el día para un té.

En los negocios visitados pregunté por Leonor Sepúlveda, una recordada alumna de la escuela de arte de la Universidad de Concepción. No sabían de ella y le comenté a Marta que yo estaba equivocado al pensar que en Parral todos se conocían y que sería fácil encontrar a Leonor. Aquel era el día anterior al gran terremoto del 27 de febrero y al día siguiente pasaríamos por el pueblo gentil con el alma compungida de regreso a Concepción, a casa, y ver a los parientes cercanos y lejanos. Parral fue una de las ciudades más dañadas por el terremoto de 8,8 grados con tantas casas destruidas que son demasiadas por todas las calles y con muchas réplicas como las liberaciones de energía que podrán durar meses y cada vez producirán nuevos temores haciendo ver que se trata de un lugar sísmico .

Un hito en la historia de la urbe fue su fundación en 1795 sobre antiguas tierras picunches como la Villa Reina Luisa de Parral, entonces esposa del Rey de España Carlos IV, por parte de don Ambrosio O”Higgins, llegando a ser con los siglos una población cuyos campos han heredado la aptitud para la agricultura, ser alfareros, textiles y de talabartería con los aperos del huaso.

Iván Contreras R-2010


Foto: El Amaule.cl