jueves, 2 de diciembre de 2010

De leer libros… Domeyko



Del total del libro de turno uno encuentra determinados episodios que quisiera compartir, así de este diario del joven científico polaco Ignacio Domeyko, contratado por el país en 1838, cabe citar parte del testimonio de su viaje desde Buenos Aires hasta Mendoza en compañía de un amigo y un guía. Como la cordillera de los Andes quedaría cerrada con el invierno que se aproximaba no descansó en la capital argentina y partió prontamente ya que tenía más 500 kilómetros por delante para llegar a ella.

Lo primero era comprar un pasaporte de postas, sistema que organizaba aquel gobierno para realizar estos viajes, lo que le permitiría ir cambiando caballos después de un gran recorrido desde el principio al galope por la pampa, extensión inmensa bajo un cielo azul y un horizonte que se combaba al tomar la curva de la corteza terrestre.

Quedaban atrás pequeños pueblos en su vida de domingo, ranchos y posadas que iban emergiendo adelante, acercándose y alejándose a medida que iban pasando en su galopar infinito. Rompían la monotonía bosques que asomaban azules de lejanía y que al aproximarse no eran más que rebaños de vacunos o caballares cimarrones, quizás ser caravanas de carretas pamperas moviéndose lentamente en el hacer el comercio de cueros, grasas y trigo entre las ciudades del interior y la misma Buenos Aires. A veces veían brillantes y hermosos lagos que al acercarse a ellos no eran otra cosa que espejismos.

Los pastos de la pampa que alimentaban a tantos animales son diferentes a los nuestros y los tréboles y chépicas se van renovando con las estaciones, por lo que nunca faltaban en su alimentación. En esta planicie se encontraban de vez en cuando con otros jinetes galopando a prisa: “ nos cruzamos con un gaucho de poncho azul levemente inclinado hacia adelante pareciendo formar un solo cuerpo con el caballo, su rostro no es salvaje ni severo, sino sereno y grave …”. Aquel iba sumido en sus pensamientos, los ojos en lontananza, ignorando totalmente a quienes cabalgaban en sentido contrario.

Domeyko describe la vestimenta del hombre natural de esas tierras como pintoresca contrastando con el campo verde, con su poncho azul con forro rojo- encargado a Chile nos dice- y bajo él la chaquetilla, el cinturón y el cuchillo al cinto. Desde la cintura la prenda llamada chiripá, calzado de cuero crudo de potro, largas espuelas, sombrero negro y la cabeza envuelta en su pañuelo que le protegerá la cara del fiero viento pampero. Junto a la montura lleva el lazo, rebenque y un juego de boleadoras heredadas de mapuches y patagones como armas de defensa y herramientas de trabajo. Los gauchos no son agricultores, comerciantes ni artesanos, son pastores ganaderos o de vida errante que llevan consigo enorme soledad, realzan la pampa con la diversidad de su ropaje, su postura en el caballo con el que mantienen estrecha relación, su vitalidad y espíritu de libertad.
Iván Contreras R- 2010



Ignacio Domeyko


Imagen de gaucho: argentour.com