viernes, 6 de junio de 2008

La maquinaria del trigo


Eran máquinas fabricadas en fierro, de fierro con fierro, con llantas de metal que rodaban por los caminos de tierra tiradas por las yuntas de bueyes claveles. Más tarde lo fueron por tractores marca Case, que se decía keis y yo no entendía el porqué; había aprendido a leer recién y yo veía Case. Estos vehículos eran made in USA, país en que tenían imaginación de sobra para inventar el ahorro de trabajo de los obreros en la cosecha del trigo.

El recuerdo de la maquinaria del trigo en el pasado me lo trajo el hecho de ver en Renaico el museo al aire libre de las máquinas agrícolas obsoletas de principios del siglo XX, tales como emparvadoras, sembradoras, arados y rastras.

Cuando esos verdaderos engendros de dinosaurios de alegres colores llegaban a aquellos campos de Malleco, nos parecían tan hermosos y nos podíamos subir y sentar en sus duros asientos anatómicos que seguían las formas de las asentaderas. Y soñábamos que las manejábamos.

Llamaban arrenquín al servidor de cada máquina, y un peón lograba llegar a serlo una vez que aprendiera el manejo de las palancas y las funciones que cumplían cuando giraban las ruedas en su caminar. En tiempos de siembra le correspondía esa tarea a la sembradora con depósitos para los granos que al manipular una determinada palanca, distribuía la semilla sobre el terreno barbechado. Un arado de discos iba dando vuelta la tierra y cubriéndola.

Ya maduro el trigo, mientras las espigas se mecían al viento, le tocaba el turno a la emparvadora, que las cortaba y que automáticamente las ordenaba en haces amarrándolos con cáñamo sisal, dejando resbalar con suavidad hasta la tierra la gavilla resultante y que era recogida por el carro emparvador para llevarlas al muelle de acopio. De todas maneras no estaban lejos la echona y ese artefacto de bellas formas, la horqueta de cuatro o cinco ganchos, con su astil de madera veteada y barnizada. Por lo general las herramientas manuales: horquetas, azadones, palas y hachas, además de funcionales son hermosas.

La máquina trilladora y el motor a vapor marcaban la culminación del proceso de la cosecha. Pero con el tiempo, una vez más se impuso el ingenio del hombre y se incorporó un mecanismo que lo hacía todo, moviéndose y funcionando con su propio motor: era la cosechadora que cortaba, trillaba y entregaba los sacos de trigo llenos. Cuando este gigante metálico cortaba el trigo en pie, trazaba filigranas áureas en la loma creando un nuevo paisaje de arte para quienes miraran con pasión el suceder en los días campesinos.

Iván Contreras R.
Artista Plástico

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