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Ese día en la feria de libros usados me llamó la atención un título de portada verde y la fotografía de una mujer y su guitarra: “La cantora popular, fuente de nueva vida”. Allí uno tiene tiempo solo para hojearlo, tal vez para leer un párrafo. Lo demás lo hace la tincada y que esa obra se haga querer. El resto habrá que dejarlo para la casa, que nos pueda sorprender o que no le hallemos mayor gracia.
Las ferias no siempre ofrecen buenos precios, pero sí la posibilidad de encontrar libros que se han hecho escasos, que son de décadas pasadas como este de la cantora popular que es de 1988 y además de una edición privada que jamás llega a las librerías formales. El Taller de Acción Cultural – Quinchamalí, le dio forma en base a entrevistas a cantoras populares de la zona de Ñuble. De los campos y de los pueblos, ellas consideran un don tener voz y el manejo de una guitarra. Podían tener voz para cantar composiciones de su pertenencia o lo de otras, pero lo que siempre - según decían - era difícil hacerse del instrumento y una de ellas contaba que tocaba en una guitarra heredada, muy vieja y nunca afinada. Lo otro era tener “una memoria grande y dotes” y también que no “tuvieran vergüenza para cantar”, o sea no amilanarse ante el público de esa fiesta, trilla de enero, casorio, novena de las Carmenes, el Mes de María o velorio de angelito al que “uno le cantaba sus tonás,” para donde son requeridas, queridas y muy bien atendidas.
Con ese libro, el Taller quiso rescatar la historia y conocer nuestra identidad. Descubrir desde luego que cada cantora tiene muy adentro el lugar en que ha vivido, su familia, sus casas, sus patios apisonados, sentir el perfume de sus flores y de sus huertos. Y una cantora no se hace por generación espontánea sino que hay un destino que recorrer, desde la niñez, de la herencia de sus mayores, de madres y abuelas, vecinas y parientes, de canciones ajenas que se vienen cantando en el tiempo y propias principalmente. “Aprendí a tocar por tercera alta, por transporte españa y por guitarra. Hay tantos toquíos, pero son más antiguos. Es un don que nuestro señor me dio al nacer, y que tendré que morir con él. Por eso es lo más grande que tengo. Por eso no me he casado porque tenía un novio campesino. Un hombre muy buen mozo, de muy buena familia, de dinero. Entonces yo pololeaba con él. Un día me dijo que él se iba a casar conmigo, pero yo tenía que dejar la guitarra.”
Cuando escuchó eso, le dolió mucho y se expresó diciendo: “si uno con cantar no hace nada, no comete nada malo. Porque a mí todo el mundo me respeta cuando salgo a cantar”.
Entonces doña Edith le agregó que se acababa todo, que se olvidara de ella, “que prefería mil veces la guitarra antes que él”.
Ver como ese grupo TAC hizo recorridos aquel año por los campos de Chillán, por Quinchamalí, en donde las loceras hicieron tradición de la guitarrera de greda negra y sus filigranas, por San Nicolás y Portezuelo, sobre todo en este último pueblo en donde se pusieron en contacto con las cantoras populares, con su oficio de cantar, con las tradiciones y comprendieron que ellas eran fuentes de nueva vida.
Iván Contreras R. 2011
Las ferias no siempre ofrecen buenos precios, pero sí la posibilidad de encontrar libros que se han hecho escasos, que son de décadas pasadas como este de la cantora popular que es de 1988 y además de una edición privada que jamás llega a las librerías formales. El Taller de Acción Cultural – Quinchamalí, le dio forma en base a entrevistas a cantoras populares de la zona de Ñuble. De los campos y de los pueblos, ellas consideran un don tener voz y el manejo de una guitarra. Podían tener voz para cantar composiciones de su pertenencia o lo de otras, pero lo que siempre - según decían - era difícil hacerse del instrumento y una de ellas contaba que tocaba en una guitarra heredada, muy vieja y nunca afinada. Lo otro era tener “una memoria grande y dotes” y también que no “tuvieran vergüenza para cantar”, o sea no amilanarse ante el público de esa fiesta, trilla de enero, casorio, novena de las Carmenes, el Mes de María o velorio de angelito al que “uno le cantaba sus tonás,” para donde son requeridas, queridas y muy bien atendidas.
Con ese libro, el Taller quiso rescatar la historia y conocer nuestra identidad. Descubrir desde luego que cada cantora tiene muy adentro el lugar en que ha vivido, su familia, sus casas, sus patios apisonados, sentir el perfume de sus flores y de sus huertos. Y una cantora no se hace por generación espontánea sino que hay un destino que recorrer, desde la niñez, de la herencia de sus mayores, de madres y abuelas, vecinas y parientes, de canciones ajenas que se vienen cantando en el tiempo y propias principalmente. “Aprendí a tocar por tercera alta, por transporte españa y por guitarra. Hay tantos toquíos, pero son más antiguos. Es un don que nuestro señor me dio al nacer, y que tendré que morir con él. Por eso es lo más grande que tengo. Por eso no me he casado porque tenía un novio campesino. Un hombre muy buen mozo, de muy buena familia, de dinero. Entonces yo pololeaba con él. Un día me dijo que él se iba a casar conmigo, pero yo tenía que dejar la guitarra.”
Cuando escuchó eso, le dolió mucho y se expresó diciendo: “si uno con cantar no hace nada, no comete nada malo. Porque a mí todo el mundo me respeta cuando salgo a cantar”.
Entonces doña Edith le agregó que se acababa todo, que se olvidara de ella, “que prefería mil veces la guitarra antes que él”.
Ver como ese grupo TAC hizo recorridos aquel año por los campos de Chillán, por Quinchamalí, en donde las loceras hicieron tradición de la guitarrera de greda negra y sus filigranas, por San Nicolás y Portezuelo, sobre todo en este último pueblo en donde se pusieron en contacto con las cantoras populares, con su oficio de cantar, con las tradiciones y comprendieron que ellas eran fuentes de nueva vida.
Iván Contreras R. 2011
Fotografía "Guitarrera de Quinchamalí": manosdelalma.cl
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