martes, 21 de diciembre de 2010

El siglo XIX, tiempo de progreso


Carro de tracción animal, Temuco, año 1911

Se ha estimado que los días de la colonia española alcanzaron hasta 1810, por lo que nos parece que aquel período se prolonga por sobre el siglo XIX y que su espíritu se continúa como un sustrato de las costumbres hasta el día de hoy. Es posible que sumidos en el ahora no percibamos los remanentes coloniales que se encuentran en lugares geográficos aislados o en espacios muy cercanos siendo las artes y la literatura principalmente las que los sacan a la superficie. El folklore también los hace presente.

En la enseñanza media y sus contenidos se puso mucho énfasis en el desarrollo político, de los decenios y sus presidentes, en las guerras con los países del norte y vimos poco de la vida social y cultural. Todo, más bien, situado en el valle central, siempre con el Biobio como frontera meridional, por lo que ya pasada la mitad del siglo el gobierno empieza a correr esos confines al preocuparse de lo que significa el mapa del país, de sus límites y descubrir que había territorios estratégicamente vacíos en el sur continental por lo que se optó por ocuparlos con moradores de países lejanos, organizando la colonización extranjera junto a la chilena. Alemanes, suizos y franceses llegan a las tierras habitables al lado de los ríos y lagos de ese extremo.

Asimismo el estado se percata que existen grandes extensiones ocupadas por la etnia original en la Araucanía y se tomó posesión de ellas por un proceso que se llamó de pacificación. En ese siglo XIX, ya criollo, se optó por entrar a considerarlas como entidad nacional, sobre todo cuando esas regiones eran una aspiración de propiedad para pueblos ajenos intentando establecer una extraña monarquía. Antes se recuperó Chiloé y Valdivia que siempre se habían entendido directamente con el virreinato del Perú; había que nacionalizar esos campos. En suma se formó el país geográficamente con el suelo circunscrito por la colonia española que incluía tierras allende los Andes pero que ya habían pasado al virreinato de la Plata; pues hay que saber que hubo chilenos nacidos al otro lado de la gran cordillera y el resultado fue un país extenso, largo y angosto volado sobre el mar Pacífico, por tanto de gran variedad en relieve, clima y producción.

En las últimas décadas alcanza una extensión mayor sobre el gran desierto del norte. El tendido de líneas y puentes metálicos del tren fue como una columna vertebral junto a las vías camineras para comunicar sus distancias. Es, pues, ese siglo de fuerte acción política, social y académica, porque había que ponerse al día con la cultura universal y estructurar una nación en todo sentido, sea de la industria, la minería del carbón, del salitre y el cobre, de la agricultura del trigo. El progreso viene con el vapor y la electricidad.

Así el resultado fue muy atractivo para los viajeros y los científicos europeos constreñidos por las antiguas prohibiciones y celo español. Llega a ser un siglo bien conocido y sistematizado, y para los chilenos puede ser la vida decimonónica como raíz y fuente de desarrollo de casi todas las ciencias y técnicas actuales.

Iván Contreras R. 2010



Fuente de las imágenes: Tranvías de Chile

jueves, 2 de diciembre de 2010

De leer libros… Domeyko



Del total del libro de turno uno encuentra determinados episodios que quisiera compartir, así de este diario del joven científico polaco Ignacio Domeyko, contratado por el país en 1838, cabe citar parte del testimonio de su viaje desde Buenos Aires hasta Mendoza en compañía de un amigo y un guía. Como la cordillera de los Andes quedaría cerrada con el invierno que se aproximaba no descansó en la capital argentina y partió prontamente ya que tenía más 500 kilómetros por delante para llegar a ella.

Lo primero era comprar un pasaporte de postas, sistema que organizaba aquel gobierno para realizar estos viajes, lo que le permitiría ir cambiando caballos después de un gran recorrido desde el principio al galope por la pampa, extensión inmensa bajo un cielo azul y un horizonte que se combaba al tomar la curva de la corteza terrestre.

Quedaban atrás pequeños pueblos en su vida de domingo, ranchos y posadas que iban emergiendo adelante, acercándose y alejándose a medida que iban pasando en su galopar infinito. Rompían la monotonía bosques que asomaban azules de lejanía y que al aproximarse no eran más que rebaños de vacunos o caballares cimarrones, quizás ser caravanas de carretas pamperas moviéndose lentamente en el hacer el comercio de cueros, grasas y trigo entre las ciudades del interior y la misma Buenos Aires. A veces veían brillantes y hermosos lagos que al acercarse a ellos no eran otra cosa que espejismos.

Los pastos de la pampa que alimentaban a tantos animales son diferentes a los nuestros y los tréboles y chépicas se van renovando con las estaciones, por lo que nunca faltaban en su alimentación. En esta planicie se encontraban de vez en cuando con otros jinetes galopando a prisa: “ nos cruzamos con un gaucho de poncho azul levemente inclinado hacia adelante pareciendo formar un solo cuerpo con el caballo, su rostro no es salvaje ni severo, sino sereno y grave …”. Aquel iba sumido en sus pensamientos, los ojos en lontananza, ignorando totalmente a quienes cabalgaban en sentido contrario.

Domeyko describe la vestimenta del hombre natural de esas tierras como pintoresca contrastando con el campo verde, con su poncho azul con forro rojo- encargado a Chile nos dice- y bajo él la chaquetilla, el cinturón y el cuchillo al cinto. Desde la cintura la prenda llamada chiripá, calzado de cuero crudo de potro, largas espuelas, sombrero negro y la cabeza envuelta en su pañuelo que le protegerá la cara del fiero viento pampero. Junto a la montura lleva el lazo, rebenque y un juego de boleadoras heredadas de mapuches y patagones como armas de defensa y herramientas de trabajo. Los gauchos no son agricultores, comerciantes ni artesanos, son pastores ganaderos o de vida errante que llevan consigo enorme soledad, realzan la pampa con la diversidad de su ropaje, su postura en el caballo con el que mantienen estrecha relación, su vitalidad y espíritu de libertad.
Iván Contreras R- 2010



Ignacio Domeyko


Imagen de gaucho: argentour.com

domingo, 14 de noviembre de 2010

Atmósfera previa a 1810


Fernando VII

Si sabemos poco, intuimos más de los momentos previos a aquel año glorioso de 1810 en que varios países de América despiertan de una larga siesta de tres siglos y cambian su status en el que habían permanecido por tanto tiempo. No fue algo repentino, no fue un despertar súbito sino que fue algo posible de pronosticar, como presentimos todas las noches el amanecer por el trinar de los pajarillos que traen consigo a la luz del nuevo día. Es que el siglo XVIII trajo cambios en las ideas generales y aún de antes venían madurando - como todo evoluciona- en la sociedad colonial.

En aquel ambiente, pese a la lentitud con que se conocen las noticias y las experiencias terminan por asentarse y hacerse carne en las mentes de los personajes como la insurrección de las colonias norteamericanas contra Inglaterra, el país que les aflige. La revolución francesa puso cierto poder en el pueblo y aquí eran tierras de españoles y de portugueses fértiles en el recibir ese sentido libertario que atraviesa los mares y vuela por los territorios. Todo se conjuga, es posible leer a los filósofos franceses que manejan ideas nuevas, de un hombre nuevo, y tuvimos nuestros propios pensadores, por allá Miranda y acá Martínez de Rozas.

Si en las colonias se da una respuesta parecida, una reacción esperada, fue por que los mismos reyes españoles procuraron una unidad conseguida por la dictación de leyes y ordenanzas que afectaban a todas por igual, tolerando algunas diferencias y son parecidas reacciones aunque las distancias entre ellas fueran tremendas.

Nuestro Chile separado del Perú por un desierto imposible; por unas alturas que apunan del Alto Perú o por una muralla ciclópea, la cordillera de los Andes y la pampa infinita hasta Buenos Aires, sin embargo los vientos vencen las imposibilidades e informan y uniforman el sentido de la época.

Un mismo nivel cultural, la vida económica y aunque las etnias originarias fueran diferentes la raza europea como estaba en todas partes le daba uniformidad, maneras de gobierno y trato. Hasta el lenguaje da los lineamientos castellanos. El mar unía todo, pero su desarrollo no era tan grande más al encuentro de los siglos los barcos extranjeros, los venidos de Boston, de Francia o de Holanda hicieron ver que había otras formas de vivir, la forma independiente, el autogobierno y el pensar libremente.

Y aunque España fue maestra en enseñar a los demás países europeos a como organizar el funcionamiento de una colonia, la misma metrópolis tuvo su propia crisis y lo fue el ser invadida por Napoleón y atender a la abdicación de los reyes, y es José quien quiere dominar los asuntos españoles aún la vida de ultramar. Pues el Consejo de Indias se ha mantenido libre y sigue manejando la América india, pero aquí en cada lugar perciben la debilidad con que llegan ahora sus mandatos. Y la idea de incorporarnos al Mundo napoleónico recibe el más grande rechazo nuestro y a la hora de tomar importantes acuerdos se establecen juntas de personas brillantes en cada país y esas gentes son criollas que nunca obtenían cargos representativos, pero como eran los tenedores de la tierra y de la fortuna, ahora al tomar decisiones si fueron importantes.

Iván Contreras R, 2010

miércoles, 27 de octubre de 2010

La fuerza del siglo XVIII


Es 1700 año de un gran cambio en España por marcar el término de los Austria con el fallecimiento de Carlos II y vendría Felipe de Anjou como Felipe V, el primer Borbón e ideas francesas que para América significaron una vida política muy activa con el envío de más representantes peninsulares, una modernización de los ejércitos y marina, también del comercio y la producción. Se cimenta la agricultura con obras de regadío. Crece la industria manufacturera de tejidos, de artículos metalúrgicos, armas, loza, muebles etc. Los virreyes y gobernadores debían cumplir mejor sus cargos de modo de mantener el resurgimiento en las colonias, aunque Chile sigue aislado por su tremenda lejanía.

Se hace importante la ruta por el Cabo de Hornos y las naves al pasar por el extremo sur encontraban canoeros que les ofrecían extraños insumos, pasando por los puertos de Chiloé, Valdivia, Concepción y Valparaíso aumentando su afluencia y de mercaderías españolas y europeas. En aquellos últimos años coloniales desaparece el monopolio y ante la presión externa llega el contrabando de artículos franceses desembarcados en Concepción e ingleses desde Buenos Aires. Chile despacha sus productos a Lima, el trigo, vinos, cueros, charqui, cobre en barra, frutas secas, legumbres, velas de sebo, quesos, madera – de alerce de Valdivia y Chiloé- y hacia el otro lado, los ponchos azules o rojos tan apreciados por los gauchos. Desde el Perú nos llegaba el azúcar, piedras de sal, salitre, tabaco, telas de bayeta, chocolate, arroz etc., y de Argentina o Paraguay principalmente la yerba mate, oro verde para algunos y vicio deleznable para otros. Por 1790 España autorizó a EEUU e Inglaterra la caza de la ballena y el lobo marino en el Pacífico lo que trae muchos barcos a nuestras costas y aumento del movimiento intercolonial de los diferentes tipos de producción.

El trigo, cuya semilla llegó desde Andalucía, hacía andar la actividad en las haciendas, porque había que cultivar ya que el oro era para unos pocos y los criollos aprendieron a enriquecerse con la pertenencia del suelo y la crianza de ganados haciendo nacer el inquilinaje que trabaja las tierras lejanas pagando su uso en cosechas, leña, miel o dinero. Peones mestizos se ocupan en las minas y entre los agricultores ha de conformarse al tipo del huaso, encargado también por los medios de transporte en las rutas entre las ciudades y los puertos, con caravanas de carretas y recuas de mulas. En la cercanía de las urbes se explotaba la chacarería y las quintas de frutas; las viñas desde Concepción y en la zona central. Se establecen costumbres, la vida social y la economía, una cultura, que son mensajes a los siglos posteriores a 1810. Las artesanías florecían en los telares, géneros ordinarios, ponchos y frazadas. La arcilla proveía de vasijas, tinajas para la chicha y el vino. El cuero para el calzado, las monturas y sus aperos. De cobre los alambiques, palanganas y ollas. Si de el cáñamo podía producirse cordeles, jarcias y lonas. De la platería, la vajilla en que fue importante la labor de los monjes jesuitas de Calera de Tango.

El más notable gobernador del siglo XVIII don Ambrosio O”Higgins, el padre de nuestro prócer máximo don Bernardo, se hizo recordar fundando ciudades, impulsando los caminos, canalizando tierras de cultivo, la construcción del puente de Cal y Canto, contratando a Joaquin Toesca para levantar la Casa de Moneda, los tajamares del Mapocho y la Catedral.

Iván Contreras R. 2010

jueves, 7 de octubre de 2010

En plena colonia


Fueron casi tres siglos de los que sabemos muy poco, desde que se instaura la colonia hasta que el pueblo de Chile estima declararse independiente, en las ciudades y en las encomiendas donde se va fraguando una civilización que ha sido trasfondo de nuestra vida actual. Quiero llegar a la esencia en palabras, dar el sentido de época con civiles, religiosos y soldados siempre listos para lo que fuere en la tierra tomada y más allá del Biobio límite y frontera impuesta por el sentido común.

La ciudad trazada a escuadra como un tablero de ajedrez fue asiento para el español con espacio para la iglesia, los conventos, el colegio, la plaza, los solares y las casas de los habitantes. Todos estuvieron en la fundación, que tenía su protocolo con participación perentoria del gobernador y en el poblamiento las mujeres tenían un papel relevante, eran muchos sus roles y muy sacrificados como ignorados. Españolas y criollas, mestizas e indias responsables de la descendencia significaban la continuidad cultural. Lo urbano se extendía a lo rural en las chacras y heredades para las siembras y mantención de los ganados. Aquí y allá se levantaban fabricas de adobes, ladrillos y tejas, junto a maderas de los bosques nativos se alzaban las construcciones, no siempre capacitadas para soportar los frecuentes temblores.

Los hijos de esas mujeres estudiaban en los conventos y allí alguien les contaría de España, siempre presente, como del Rey también siempre de oídas, invisible, porque jamás vino un rey a América, y con tanto poder que de él se recibían los favores y también los castigos. Hastiados de ser ciudadanos de segunda o menores de edad por ser considerados de poca capacidad intelectual, indios, mestizos y criollos, de formación española mantenían la influencia india por el lado materno, y se hacían fuertes y diestros en cosas del campo y de la guerra viviendo a plena naturaleza. Ya crecidos los buenos trabajos se daban a los nacidos en la península y un criollo que tuviera aspiraciones no podría cumplirlas, y así incubar el descontento que creó la atmósfera para la eclosión libertaria de 1810.

La tarea de los españoles era ser evangelizadores del nuevo mundo y la del gobernador la de constructor de iglesias, fundador de ciudades, defensor de los débiles, explorador de nuevas tierras y protector de la colonia de los piratas ingleses y holandeses. Los viajes al sur del BioBio se hacían por la costa o por el interior para lo que debían tener la autorización de las tribus lugareñas y aún así. Debía además el señor gobernador velar porque el ganado se multiplicase en las haciendas donde se le faenaría a fin de producir sebo, charqui y cueros, que en aquella época todo se amarraba con correas; que hubiera piedra donde moler el trigo o el maíz; telares para tejidos de la tierra; carretas y barcos para llevar a vender lo producido dentro y fuera del país.

Debemos recordar que ahora en estos cataclismos hemos reconocido algunas necesidades básicas para la existencia, ellos tenían carencia de lo elemental y podía ser una muy incómoda forma de vivir en esos siglos. El territorio se dominaba ocupándolo y recorriéndolo por expediciones que unían las ciudades del norte o del sur por caminos de tierra, por ríos de difícil paso y estableciendo posadas para descansar y cambiar caballos, siendo a menudo lugares en que nacieron pueblos y se fundaron ciudades a la distancia de una jornada de viaje.
Iván Contreras R. 2010


Imagen: aldeaeducativa.com

viernes, 24 de septiembre de 2010

“Conquistar e poblar”


Reeditar los tiempos de la colonia española en América, de quienes pisaron entonces nuestras tierras, puede ser un buen ejercicio para la memoria. Es cosa de echar a andar la imaginación para descubrir realidades, quizás penalidades de cerca de 500 años atrás. Atenernos a ellas en los hoy países de este cono sur del continente: Perú, Bolivia, Uruguay, Paraguay, Argentina y Chile, basando los límites en cambios de relieve o de clima. También de que raza más belicosa poblara las comarcas descubiertas, luego “conquistadas e pobladas”.

Todo empezaba allá en España al organizar la expedición, con la anuencia del rey, reuniendo naos, bajeles, carabelas, galeones y bergantines, para enseguida surtirlas, ojalá, sobradamente para el regreso en un par de años. Víveres frescos, bizcochos, abundante vino en barriles, mercaderías y alimentación para 150 individuos. Otra historia era contratar a marineros, soldados y civiles, entre ellos contadas mujeres. Aceptar hasta treinta extranjeros con tal que no fueran franceses. Y para embarcarse cumplir algunas condiciones como estar confesados y dejar hecho el testamento. Ya en ruta no jugar a los naipes o a los dados ni renegar de Dios. Los que tenían un oficio, de herrero, carpintero u otro traerían sus herramientas. El abastecimiento del agua debía ser suficiente o habría problemas, sobre todo si además se incluían animales en ese viaje tal como vacas, yeguas y caballos.

La travesía del Atlántico pudo efectuarse sin tropiezos, en unos tres meses y medio, o tal vez tener percances en las tormentas y al buscar reparo en la costa ya cercana estrellarse contra las rocas y encallar en los bajíos. Entonces no habría socorro posible. En tanto tiempo aparecían enfermedades, no siempre de causas conocidas, y al que se moría se le lanzaba al mar acompañado de algunas oraciones.

La gente venía diseminada por las cubiertas y entrepuentes, lo que mejoró cuando conocieron la hamaca encontrada en el trópico. Llevar un Diario de navegación fue de gran interés para saber de esos viajes. Solía suceder que la expedición que venía a Chile llegara a otro destino en el Atlántico o en el Caribe o por alguna razón de peso regresara a España.

Ya en tierra, levantaban pueblos con repartición de predios y heredades edificando casas con los materiales del lugar, y “ficieron sementeras de pan”. Porque las vecindades eran preparadas para la labranza en terrenos que producían todo, trigo, cebada, que el maíz se daba dos veces en el año, y porotos, habas, calabazas y melones. Además los colonos comerían carne y pescado. Sin embargo si los tiempos eran malos, el hambre podía ser mucha y la desnudez tanta al romperse la ropa y gastarse los zapatos que “deseaban todos la muerte más que la vida”.

En buenos momentos de las relaciones con los naturales intercambiarían abalorios, espejos, peines, tijeras y cuchillos por víveres, fueran gallinas, pavos, perdices, carne de venado, o también por cestos de papas y por piezas tejidas. No era raro que algún español, cansado de sufrir penurias, desertara y se fuera a vivir entre los indígenas asegurándose así la comida y la vestimenta. Conviviría con ellos tantos años que terminaría formando familia y llegaría a ser útil auxiliar de las expediciones posteriores por conocer las costumbres de las tribus y sobre todo por dominar el idioma que hacía posible el entendimiento y las negociaciones.

Iván Contreras R. 2010
Prof.Emérito, U.de Concepción

lunes, 30 de agosto de 2010

De libros que hay que leer... Gabriela


Notable trabajo sería rastrear la prensa y las revistas del pasado en la seguridad de encontrar escritos que Gabriela Mistral iba desparramando, como sembrando en los muchos lugares que ella recorrió. Habría que rehacer su itinerario de poeta, de maestra y de cónsul honoraria de Chile, y revisar los medios sincrónicos para ver qué se encuentra. Así , de compilador, el educador Luis Vargas Saavedra logró encontrar en un seguimiento de este tipo suficiente material para armar “Recados para hoy y mañana” que nosotros podemos asegurar que no lo hemos leído antes.

Vi ese libro a precio barato, lo compré como por si acaso y resultó sumamente interesante - por lo rico en su temática - y fui apreciando su lengua en prosa como quien degusta un manjar. Unos buenos escritos que me hicieron reaccionar fisiológicamente como me sucede cuando veo un buen cuadro. En dicho libro aparece reproducida una conferencia dictada por Gabriela, en 1931, en la Universidad de Puerto Rico que tiene la gracia de ser un texto destinado a ser hablado y que al leerlo me parecía escuchar su voz lenta y arrastrada que le he conocido en más de alguna grabación de la época. Además descubrir la profusión de su vocabulario, de palabras nuevas que fui apartando y verificando en el diccionario para terminar cerciorándome que no eran inventadas por ella. También floreé algunas frases e ideas que me han ayudado a completar esta columna.

Llamó a aquella clase como “De libros que hay que leer y libros que hay que escribir” y en ella cuando se refiere a Alonso de Ercilla y Zúñiga, le critica que en su “Araucana” por apasionarse por la gesta del hombre no se ocupó del paisaje:” El ojo despreciador o desamorado de Ercilla hacia la naturaleza prócer sirve para fijar este concepto que se ha llamado insensibilidad del hombre español hacia el paisaje”... Y es cierto que en la literatura colonial por este efecto se hace nula referencia al ambiente natural y es cierto que el paisaje chileno fue sólo descubierto en el siglo XIX a partir de las voces románticas de los visitantes extranjeros con Rugendas en el principio y luego con los chilenos Antonio Smith y los mayores Pedro Lira, Alberto Valenzuela Llanos, Juan Francisco González y toda una línea estilística que llega hasta hoy, porque ellos lo hicieron suyo y le enseñaron a los chilenos a distinguirlo y amarlo.

En algunas páginas por ahí dice: “Fijemos el principio de que una lengua abandonada por descuido o anegada por otra, no se afirma y se robustece sino en la lectura diaria y un poco sistemática en el hábito de contar o simplemente de conversar bien”. Porque le gustaba conversar lo que afirma cuando dice:” me gusta acaso de más, acaso de sobra, el rodearme de gente que converse y guste de la conversa...”, además aconsejaba ese día a su público:” ensayen ustedes hablar mejor para mejor escribir”. Asimismo recomienda anotar las impresiones de cuando se viaja: “cabe hacer en los viajes descripción objetiva y subjetiva; se puede escribir monografías de palmeras y piñas como quien hace crónica noticiosa de gremios; los animales no solo se prestan sino que se dan para calcomanías pintorescas”.

“Infórmense del mundo, tomen posesión de su año, de su década y de su siglo”, parece que Gabriela Mistral era esponja natural que podía contener todos los oficios y que el escribir lo consideraba una artesanía, pero piensa que la prosa debe ser cuidada y honesta, pero no fastidiosa y manoseada: “La artesanía debe recordar la manipulación del obrero pero no oler demasiado al sudor de su mano”.

Iván Contreras R.


Gabriela en Biblioteca Miguel de Cervantes

martes, 3 de agosto de 2010

Frío en el pasado


Siempre me he preguntado cómo se defenderían del frío nuestros antepasados, allá por los primeros años de la república, por fijar una época determinada.

He visto un cuadro de Goya, titulado “La nevada”, en que aparecen los personajes muy tapados con mantos, sobre todo cubriéndose la cabeza; los pies están enfundados en botas de cuero. Un perrillo en actitud de estar entumido, aumenta la sensación de frío.

Siglos antes Pieter Bruegel también representó escenas con nieve y gente aterida. Para él el invierno venía acompañado de aletargamiento y muerte. Meissonnier pintó a Napoleón volviendo desde Rusia, montado en su caballo blanco, muy abrigado.

En América el poncho arrebujaba a la gente de la colonia. Su uso tiene siglos. En Chile esa prenda era motivo de un activo comercio entre mapuches y españoles, y a todos aislaba el cuerpo del exterior inhóspito. En los 40 del siglo pasado, la manta de castilla reinaba en campos y poblados. Nuestros abuelos además usaban calzoncillos largos y camisetas afraneladas; también los pies se protegían con gruesos calcetines de lana.

Otro asunto era cómo pasaban los inviernos dentro de sus casas, en comparación con los elaborados medios actuales de calefacción. Desde luego nadie se desabrigaba estando en el interior y debemos suponer que resguardaban sus moradas tapando cuanta rendija diera entrada al aire helado. Aún hoy se recomienda hacerlo en el inicio de cada estación invernal. Si se aseguraban las ventanas por dentro, los postigos las cubrían y protegían por fuera -hubiera o no vidrios-. Seguridad y abrigo proporcionaban también las puertas y mamparas que cerraban la vivienda.

En la zona central, donde casi todas las construcciones eran de adobes, los braseros, prendidos en el exterior para evitar el gas nocivo de la combustión, entibiaban las grandes habitaciones. En las residencias alemanas del sur, las estufas fundidas en hierro -llamadas salamandras y simplemente calentadores- eran útiles, y en Valdivia según Vicente Pérez Rosales arrastraban un tronco hasta el frente de la casa y le iban sacando astillas. Aún hoy es posible ver cómo en pleno verano se atesora en los zócalos la leña para el invierno. En Punta Arenas los negocios de cualquier rubro mantienen cerradas las puertas y es el propio cliente el que las abre al ingresar a hacer su compra.

Las camas, con colchones de lana de ovejas, eran cubiertas con pesadas frazadas tejidas en telares artesanales, pero además no era raro poner a los pies todas las ropas del día. Se recurría a los ladrillos calientes envueltos en suaves paños, a las botellas de cerámica con agua hirviente y a los aún actuales guateros para desentumecer las sábanas. Enteraban el atuendo nocturno camisones de dormir de moletón y un gorro para la cabeza.

El lugar más acogedor de la casa era indudablemente la cocina, en que el fuego estaba encendido permanentemente y en donde tendía a concentrarse la actividad de la familia. Las chimeneas nunca fueron muy populares, por su carísima construcción y porque en ellas – según un antiguo estudio en la U. de Concepción- apenas se aprovecha el 5 % de su efecto.

Del empleo sucesivo de la leña, del carbón y de otros combustibles convertidos en calor, durante siglos ha persistido la utilización de la noble madera, proveniente de bosques que nadie se preocupó por renovar, la que ha servido para quitar el frío a nuestros antepasados, para entibiar los ambientes de sus casas como para cocinar y cocer el pan de todos los días.

Iván Contreras R.

martes, 13 de julio de 2010

Andariegos


El ocaso que en verano es más largo se iluminaba además con una gran fogata. Entre los peones congregados en el patio habría un concurso de logas y había gran interés entre ellos por escuchar a los afuerinos que traerían novedades como andariegos que eran; algunos parecían verdaderos maestros en esos relatos, con un principio y un desarrollo sin final definido, de sus andanzas por otras tierras, mostrando sus vivencias y su imaginación.

Así todo empezó cuando uno de ellos tomó la palabra y con un cierto ritmo, daba a conocer historias de su vida, hablando como si no existieran los puntos apartes, sin pausa de un tema a otro. Comenzó su perorata contando acerca de el cariño suyo por las mulas que cuidaba en aquella lejana oficina salitrera, y la diligencia con que debía uncirlas a los grandes carretones que transportaban el caliche y la materia ya tratada hacia la punta de desechos, cada vez más larga y alta sobre la tierra yerma.

Pasaba pena cuando escaseaba el pasto y debía disminuir las raciones a los pobres animales que igual debían ir a laborar bajo el fuerte sol y como él, al limpiarlas con las rasquetas y escobillas, más bien, las acariciaba desde la cabeza hasta la cola. A partir del cierre de Rica Ventura, recorrió la pampa, por sus propios pies, visitando otras oficinas en funcionamiento sin encontrar empleo, por lo que decidió volverse a sus lares tanto caminando por las huellas indelebles del desierto como subiendo furtivamente a los carros de carga del longino, el tren del norte, y así había llegado hasta donde se encontraba hoy en la faena del trigo.

Después tomó la palabra otro peón, quien inició su loga en el ferrocarril que se estaba construyendo hacia el sur, de su fascinación por aquellas grandes máquinas a fuego y vapor que iban avanzando según ellos colocaban durmientes y montaban rieles. Para cada obra tenían sus técnicas vigiladas por los ingenieros gringos que contrataba la empresa en la misma Europa. Solían darse accidentes, algunos mortales, en la trocha o en la construcción de los puentes sobre los muchos ríos a atravesar. Y que venía a las cosechas del trigo para variar las comidas y las jornadas diarias. En marzo volvería a ser carrilano porque estaba seguro que los gringos lo recibirían de nuevo, ya que necesitaban mucha gente para seguir la línea en su avance austral.

Terminó la sesión de logas un muchacho joven, llegado el día anterior, que adoptando una entonación muy personal hizo ver que provenía de la zona central y nos habló de uvas y vinos, y de aquel día en que había cortado 300 adobes para la construcción de las viviendas de los inquilinos de aquel gran fundo de viñas. Junto con recrear todo el proceso de los caldos tintos y blancos, y de la fabricación de las casas de barro y tejas, se refirió a su andar por los caminos entre pueblos diversos, y de cómo a su paso por Angol le habían informado que en estas lomas de Purén encontraría trabajo, buen rancho y niñas bonitas.

No sé cuál de los tres lo hizo mejor en esa noche estival, pero recuerdo impresionado la figura del nortino, de barba espesa que le hacía mayor, y en cuya faja se veía el mango del cuchillo, con el que decía cortaría los cueros y las correas de sus ojotas.

Lucía asimismo sombrero gacho y diente de oro.

Iván Contreras R. 2010


Foto: La Cueca Centrina

martes, 29 de junio de 2010

Oficios que se fueron


Un día cualquiera supe que mi abuelo materno y su padre fueron carroceros, es decir sabían como se fabricaban las ruedas y los carruajes de su época, finales del siglo XIX y comienzos del XX. Éste era un oficio muy apreciado que tenía bastante demanda de trabajo. Sin embargo, las tecnologías que venían como el motor de combustión interna y la utilización del neumático, dejó a esta actividad fuera del sistema.

Cuando transcurría la década de los 40, era lugar de reunión de un grupo de niños del pueblo el taller de zapatería del maestro Varela, quien ejercía gran atracción e influjo sobre nosotros. A cada uno nos hacía trabajar en las diversas etapas de la fabricación de zapatos, manipular los cueros mojados y fijarlos por medio de estaquillas a la horma de madera. En seguida había que coser sin aguja, con la lezna y pitilla aguzada con cera virgen. Él era el maestro y nosotros los aprendices. Desarrollando una avanzada didáctica, la propia de todos los oficios, la de la educación del ojo y de la mano y sobre todo la de la humildad, él decía a las posibles clientes: A sus pies, señorita.

En otras ocasiones concurríamos a mirar la fragua de la herrería en donde el maestro Santander machucaba los fierros calientes que se convertían como por obra de magia en herraduras, puntas de arado o en otras herramientas, que con un fuerte sonido de vapores eran enfriadas violentamente en la barrica del agua. Mientras el maestro martillaba el metal sobre el yunque seguía el ritmo con un movimiento de la boca y sus espesos mostachos, hacia allá y hacia acá, gestos que nos parecían muy cómicos.

En la cuadra siguiente el maestro Alarcón, carpintero, hacía tanto una mesa y sus sillas como una puerta o una ventana. El trabajo suyo era convertir la roja madera nativa en los muebles que se le encargaba realizar con diseños generalmente de la tradición familiar, llegando a sus formas con herramientas características: serruchos para cortar, gubias y formones, cepillos y garlopas para alisar las superficies.

Don Carlos Anwandter recomendaba a los colonos alemanes que venían a Chile que usaran toneles para empacar sus menestras. Daba ese consejo basado en el hermetismo de los barriles fabricados por el tonelero con una técnica propia y por la facilidad de hacerlos rodar y arrumar en la bodega del barco. Aunque el origen de la tonelería es muy antigua tendemos a relacionarla con el siglo XIX, y en el día de hoy entrada en receso.

El maestro Erices fabricaba las monturas de la zona, torcía los lazos y tramaba las riendas y sus frenos. Cuando se murió el maestro Erices, se cerró la talabartería y se acabaron las monturas.

Iván Contreras R.
Artista Plástico


Imagen: ventana de Purén (Flick)

sábado, 12 de junio de 2010

El Copihue, flor nacional


Aunque siempre ha sido considerado el copihue la flor nacional solo desde el 20 de septiembre de 1984 se le declaró como tal con el correspondiente decreto. Se lo encuentra desde la zona central al sur de Chile y en Elicura lo vi cubriendo en pleno los matorrales del cerro de la Virgen, en un otoño de hace años. Igualmente como puede ascender sobre arbustos lo hace sobre los grandes árboles nativos, probablemente maquis y boldos en lugares húmedos de nuestras montañas. Es una gloria ver los copihues cuando recorremos la cordillera de Nahuelbuta, en donde crece trepador con hojas en forma de corazón y flores como campana por sus pétalos grandes y carnosos, con estambres amarillos como si fueran el badajo, destacando sobre los verdes y sus matices.

Rojos, rosados y blancos pueden cultivarse en esos y otros colores en las copihueras del molino Grollmus en Contulmo, o en otros viveros y vergeles privados. Es difícil reproducirlo y las plantitas recogidas en las quebradas escasamente fructifican. Por lo mismo es una especie protegida porque ha sido depredada al armar esos espesos ramos que se venden en las estaciones de trenes o se ofrecen en las carreteras.

Crece solo en Chile y tarda por lo menos unos diez años en florecer, produciendo frutos comestibles, bayas llenas de semillas y agradable sabor dulce. Perenne, de tallos retorcidos como enredadera muy resistente lo que permite ensayar artesanías con ellos, canastillos, talvez pájaros o animalitos trenzados. Según la medicina popular sus raíces tienen usos variados y se dice que entre los mapuches existen leyendas surgidas del colorido rojo que se le equipara con el de la sangre vertida en las guerras por la tierra o la existencia.

Ignacio Verdugo Cavada, 1887-1970, poeta penquista, motivado por su belleza y la apreciación amorosa del pueblo chileno compuso una canción que es inspirada descripción,” Los copihues rojos”. Era cantada entre las décadas del 30 y del 40 por la soprano Ruth González y que la llevó a mayores alturas la cantante lírica Rayen Quitral, 1916-1979, época en que también se hacía popular La Tranquera y el Ayayay que difundían las victrolas en sus discos de 78 revoluciones:

“Soy una chispa de fuego/ que del bosque en los abrojos/ abro mis pétalos rojos/ en el nocturno sosiego./ Soy la flor que me despliego/ junto a las rucas indianas; / la que al surgir las mañanas,/ en mis noches soñolientas,/ guardo en mis hojas sangrientas/ las lagrimas araucanas”.

Al distinguirse en la naturaleza por su gracia y lindura ha sido razón para que hermosas fotografías suyas se encuentren en los stand de tarjetas postales y turismo, que tenga su lugar en la música con la canción de Verdugo Cavada. En la pintura ha sido representado por artistas nacionales, recordando en especial a Ricardo Anwandter que en Valdivia realizaba en sus primeros tiempos de pintor ramilletes colgantes de copihues y esas obras le permitían sortear las necesidades de su vida y las de su familia.
Iván Contreras R. 2010

sábado, 22 de mayo de 2010

Escribir la vida

De este ambiente nacional creado por el terremoto 27/F como se le ha denominado haciendo parangón al 11/S de los Estados Unidos. Tanto golpeó aquel hecho de la caída de las Torres Gemelas a un gran país quizá tanto como nos afectó este cataclismo a nosotros. Ni siquiera los acontecimientos telúricos de la colonia o de antes como aquel de 1647 en Santiago que creo al Señor de Mayo o el de 1751 en Penco con maremoto y todo y que determinó el traslado de la ciudad de Concepción al valle de la Mocha fueron parecidos a éste que nos ha tocado sufrir este año de 2010, pensando que aún pasarán unos cuantos meses para recuperar la tranquilidad y llegar a la paz de una rutina de paz diaria, haciendo excepción de aquellas familias que sufrieron pérdidas de sus parientes, o de aquellas que perdieron sus viviendas. Y tendrán que pasar generaciones para que llegue el olvido y que ya está inserto en la historia como el quinto más violento con sus 8,8º, porque antes en el siglo XX hasta ahora se ha podido calibrar el de Valdivia, Chile, el 22-5-1960 con 9.5 º como el mayor. Los otros : el de Alaska, el 28-3-1964 con 9.2 º; en Rusia el 4-11-1952 con 9.0 º; el de Indonesia, el 28-12-2004 y el nuestro en este año con 8.8º.

El de Valdivia, hace 50 años, se ha considerado el mayor del mundo, un fatal record agravado con el derrumbe en la salida del Lago Riñihue que alargó la agonía por varios meses más. En lo personal afectó a mi familia con el fallecimiento de Amelia, la magnífica auxiliar huilliche tenida por años y que se vendría a nuestro nuevo destino en Concepción unos días después, sólo que entonces apareció su nombre entre los fallecidos y desde luego jamás llegaría y sí su recuerdo está siempre con nosotros.

El caso es que nos haya tocado sentirlo y aguantar las consecuencias de este 27/F, la falencia de las necesidades básicas en el principio, cosa tremenda, especie de tiempo de guerra, más el horror de los compatriotas que perdieron el horizonte y adoptaron actitudes inaceptables y que de alguna manera pagarán­- aunque sea solo con el arrepentimiento- durante todo el resto de sus vidas.

El terremoto, es una realidad que nos correspondió en suerte a los chilenos, con un país que cuelga sobre el Pacífico y que no tiene miras de estabilizarse. Que nos lo recuerda cada cierto tiempo la réplica solapada, alguna tan violenta que nos parece un nuevo terremoto. Una cosa es soportar los movimientos, soportar la destrucción de nuestro ambiente en Concepción, solucionar el problema de quedarse sin puentes cuando el gran río del que nos sentimos orgullosos por fuerte, extenso y caudaloso, nacido en la patria nuestra y que no deja de tener su belleza, también ahora nos parece un enemigo. Volver al pasado en que el BioBio, hasta donde llegó el conquistador, establecía un norte y un sur de Chile.

La causal de nuestro mundo sísmico bien explicado por los científicos de la geología, de existencia propia, no es comprendida por aquellos países, principalmente europeos, porque ellos no tienen estos fenómenos en su cultura y eso es lo que hace que mantengan incólumes sus antigüedades, su ayer, todo aquello que nosotros vamos a conocer como en una peregrinación. Su arquitectura, los objetos de creación de sus hombres, seguramente no existirían de tener una realidad semejante a la nuestra.

Iván Contreras R.
Prof. Emérito, U. de Concepción

sábado, 8 de mayo de 2010

Frutas de la tierra


Algunas especies arbóreas nativas producen frutos estacionales como la araucaria- que nos da el piñón- el cóguil, el maqui, el avellano y la murtilla, pequeño arbusto. Cada una tiene su época y tanto los habitantes como las aves concurren a cosecharlos en su momento.

La mayoría de las plantas frutales que conocemos y cultivamos hoy han sido introducidas dando la vuelta al Cabo de Hornos y aquí se han dado bien: naranjos, limoneros, olivos, higueras, duraznos, ciruelos, cerezos, manzanos, castaños, perales, membrillos, la vid etc. Desde nuestros viveros pasaron las plantitas nuevas en tiempos coloniales a los huertos de Cuyo, de Tucuman y a pueblos ya fundados al otro lado de la cordillera; los jesuitas llevaron desde Chile la uva a Mendoza para producir su vino de misa y fueron el origen de los viñedos y caldos vinosos de esa región. Algunas han venido de países de América como la lúcuma, la chirimoya y la palta llegadas desde el Perú las primeras y de Centro América la última que se asentaron en nuestra tierra y clima alejado de los trópicos.

Sandra trae desde el campo, de las cercanías de Rere donde viven sus padres, unos duraznos peludos, de cuesco despegado, no muy grandes y cuya cáscara sale con gran facilidad desparramando su aroma, tampoco han pasado por refrigeradores. Otra vez trajo unos higos blancos en su mejor momento. En Contulmo en una casa de veraneo en las cercanías del lago Lanalhue encontré unos duraznos pelados del definido gusto y perfume de la fruta de mis recuerdos que hicieron famosos a los predios de ese pueblo araucano. Debo pensar que es una especie terminal, salvo que se hiciera el esfuerzo por recuperarla.

Los árboles frutales, huérfanos en la inmensidad o las hileras de membrillos o de ciruelos blancos y negros junto a los cercos se alejan de los frutos estandarizados de las grandes quintas. Los manzanos que conservan antiguas especies, reineta o graffe de aquellas que aprendimos a consumir desde pequeños. Aquel castaño solitario en una curva del camino que enriquece su paisaje en otoño. Arboles hijos del rigor, asilvestrados, que acentúan su sabor allí en tierras de secano. De cada planta y sus frutos se podría decir tanto, escribir una surtida biografía de los cerezos y sus variedades, de los guindos cuyos frutos asemejan a un buen trago fuerte con su gusto agridulce que quedan recordando nuestras papilas gustativas. Las uvas de esos parronales que se enroscan en otros vegetales, blancas doradas o negras de piel blanquecina verdadero desafío para el pintor.

En las ferias rotativas de los barrios hay que saber elegir las frutas venidas de los campos virginales, de bellos colores, de formas y tamaños reconociendo que no han sido fumigadas. Se ve que la feriante ha recorrido su propio huerto escogiéndolas y sin gran publicidad las ofrece en su mesón y hasta más baratas, solo hay que reconocerlas.

En una desprevenida esquina de Purén una pequeña feria de habitantes del entorno, pude ver ese día los membrillos de las lomas de Lumaco, ciruelas de las montañas de Coyancahuin, manzanas de La Isla, aquellas peritas diminutas de gran dulzor, ideales como orejones. También hortalizas de las vegas, pequeños frutos y desde luego el merken.

Iván Contreras R. 2010


Foto: http://www.cayucupil.cl/

sábado, 24 de abril de 2010

Nuestros árboles nativos


Cuando llegaron los españoles en el siglo XVI encontraron en la zona de Malleco un panorama muy diferente del actual y se les hacía muy difícil el avance hacia el sur al atravesar bosques de robles, peumos, canelos y una infinidad de árboles naturales de estas tierras. Si hubieran recorrido los mismos lugares a comienzos del siglo XX se habrían encontrado con lomas cubiertas de trigo y vegas en que abundaría la chacarería. Más tarde estarían plantadas de pinos, especie que no existía en el país. Esos cambios en la fisonomía territorial eran consecuencia de actividades vitales en la existencia.

Los árboles nativos son las especies autóctonas del país, provenientes de lejano pasado que acogieron a los habitantes aborígenes, a quienes abrigaron y dieron sustento. Entre los pajonales y ciénagas los bosques tenían sus propias especies capaces de pasar gran parte del año con sus raíces y parte del tronco en el agua, fueran el temo, la pitra o los arrayanes y su madera serviría para encender los fogones, pero además daban consistencia al humedal, fijaban un camino a las corrientes y eran percha de las garzas reales. Por entre las plantas circulaban percas, bagres y otras variedades propias que terminaron cediendo su habitat a la trucha salmonada y a las carpas al ser introducidas y más agresivas.

Huallis, robles, avellanos, coigues, lingues, raulíes, mañios, tepa, laurel, luma, lengas, araucarias, ulmos, boldos, etc. crecían y prosperaban en todo terreno y relieve, siendo motivo para dar nacimiento a las aguas- que formarían ríos- allí en las quebradas, en que sus copas hacían el papel de verdaderos paraguas que guardaban humedades.

Los árboles nativos le dieron la madera de la construcción a las ciudades recién fundadas por los gobernadores españoles o a los pueblos que iban naciendo naturalmente junto a los fuertes, a las márgenes de los caminos como calles largas, alrededor de las estaciones de trenes o para aquellos que formaron los colonos extranjeros llegados en el siglo XIX e inicios del XX. Con roble pellín hasta se hacían los cercos de tranqueros, a pura hacha, antes que llegara el alambre de púas; el lingue la mejor madera para los muebles y cuya corteza por tener mucho tanino se le ha usado en las curtiembres. Entonces a los bosques nativos no los podemos mirar solo como fuente de obtención de buenas maderas para nuestros enseres y nuestras casas sino que debemos valorarlos y emplearlos de la mejor forma reponiéndolos para mantener el medio ambiente, la conservación de los suelos, la generación de las aguas y dar acogida a la escasa fauna. Debemos agregar que la pérdida forestal ha erosionado la tierra, cambiado el clima en poco tiempo, tanto que eso lo hemos podido ver en los años de nuestra existencia.

Alguno de estos tipos arbóreos producen frutos estacionales como la araucaria- que nos da el piñón-, el cóguil, el maqui, el avellano y la murtilla. En general gozamos de especies propias, endémicas y solo encontradas aquí, con nuestras tierras y sus nutrientes, con nuestro clima, que su adecuado manejo contribuye a la vida rural y urbana.

Iván Contreras R-2010

viernes, 9 de abril de 2010

Parral un día antes


La plaza de Parral parece muy grande, tal vez mayor que una manzana, arbolada y equipada para la reunión ciudadana, para el encuentro y la conversación. Atrajo nuestra atención un pino como el que hemos visto en otras plazas, también de gran tamaño -picea pungens- conífera de color glauco y apreciado como planta ornamental de crecimiento muy lento, “árbol que como un rey cuenta monedas de plata”, tal como se lee por ahí. La gente parralina se sitúa en ella para pasar el calor de la tarde. Los muchachos adolescentes juegan con sus tablas y con ellas hacen clap-clap. Las jóvenes visten ropas adecuadas al momento, mini faldas que alargan sus piernas continuándose en tacos altos. Nos pareció que se veían muy bien, de mucha juventud y belleza. El calor arrecia y los diarios decían que ese día traería alta temperatura.

En el paseo por la plaza descubrimos un pequeño monumento de Colón, en mármol, que alguien donó a la ciudad del descubridor de “ estas tierras” de América, incluidas las de Parral. Viajamos desde las termas de Catillo como cada año y hemos andado la ciudad, sobre todo en los tiempos de feria, muy socorridos de frutas y objetos artesanales; ahora a buscar una peineta olvidada para lo que visitamos varias tiendas y en ellas una historia y una gran gentileza. -No tenemos aquí, pero más allá en la cuadra siguiente, en el tercer almacén, encontraran la peineta que buscan-. Hasta que ambos nos sorprendimos de la lozanía y la atención de una joven de ascendencia árabe, quien nos ofreció la peineta PANTERA requerida y un cepillo de dientes. Que volviéramos si necesitábamos algo más, alguna otra cosa.

Siempre he admirado los barrios parralinos, sus calles y avenidas, con sus construcciones de adobe y hermosos revoques que nos agradan a los pintores para nuestros cuadros, o para fotografías de esas casas. En una de ellas nació Pablo Neruda el 12 de julio del año de 1904, en otra vivió Mariano Latorre, allí durmió Fernando Santiván.

Tomamos un refresco en Al Paso, el mismo lugar en que lo hicimos el año anterior. Marta quiso un jugo de piña y yo un néctar, que no estaba el día para un té.

En los negocios visitados pregunté por Leonor Sepúlveda, una recordada alumna de la escuela de arte de la Universidad de Concepción. No sabían de ella y le comenté a Marta que yo estaba equivocado al pensar que en Parral todos se conocían y que sería fácil encontrar a Leonor. Aquel era el día anterior al gran terremoto del 27 de febrero y al día siguiente pasaríamos por el pueblo gentil con el alma compungida de regreso a Concepción, a casa, y ver a los parientes cercanos y lejanos. Parral fue una de las ciudades más dañadas por el terremoto de 8,8 grados con tantas casas destruidas que son demasiadas por todas las calles y con muchas réplicas como las liberaciones de energía que podrán durar meses y cada vez producirán nuevos temores haciendo ver que se trata de un lugar sísmico .

Un hito en la historia de la urbe fue su fundación en 1795 sobre antiguas tierras picunches como la Villa Reina Luisa de Parral, entonces esposa del Rey de España Carlos IV, por parte de don Ambrosio O”Higgins, llegando a ser con los siglos una población cuyos campos han heredado la aptitud para la agricultura, ser alfareros, textiles y de talabartería con los aperos del huaso.

Iván Contreras R-2010


Foto: El Amaule.cl

lunes, 22 de marzo de 2010

Post terremoto


Correo para Fernando: Todas las casas de la Villa San Pedro resistieron bien los movimientos, provienen de la década del 60 y fueron de construcción cuidadosa. Las noticias nos informan que nos corrimos tres metros hacia el mar, pero uno no se da cuenta de eso y en todo caso pienso que estamos a una distancia suficiente para no temer maremotos. Por lo general no corremos ante las fuertes réplicas de aquel cataclismo del 27 de febrero de 2010, como esa de 6,7 grados, bastante dura que nos hizo ver como se movía el gran mueble librero que más parecía galopar como un equino sobre sus patas y que en aquel día tremendo cayeron de él, rompiéndose muchas cosas, amados recuerdos, y que se barrió para la basura.

El amigo Albino tampoco tuvo problemas con su casa- de madera y levantada por él mismo y sus maestros- pero se le quebraron muchas piezas de su colección de loza de Lota. Pienso que las más notables las restaure, en lo que es tan hábil, con uno de esos pegamentos modernos. Orlando Mellado, el amigo pintor de Talca con peligro de vida recuperó más de 300 obras suyas y de su colección particular desde su casa-taller en tierra. Consuelo Saavedra que exponía sus terracotas en la sala Bíobío, en Concepción, se llevó a su casa obras que se rompieron en trozos grandes y otras en añicos. Algo hará con ellas, recreándolas.

La ciudad de Concepción es ahora otra cosa y hay muchos daños siendo difícil de recorrerla porque han cerrado las calles con arquitectura fracturada y es un fastidio vivir al sur del Biobio por el problema de los puentes que al quedar uno solo en pie cuesta hasta horas atravesar por una de las tres vías, dos para allá y una para acá...

Respecto de la secuela de réplicas seguimos ocupando nuestra habitación y la cama de siempre y algunos de esos soterrados tiritones no los hemos sentido. Lo que angustia bastante son los cortes de luz y tener encima las amenazas de otros posibles por la debilidad del sistema y para ser honrados desde aquella fecha ominosa solo hemos tenido agua para bañarnos unas pocas veces, lo demás ha sido lavarse por partes, unas hoy otras mañana.

La parentela mía, está bien y preocupados unos de otros. Hugo con sus 83 años y sostén de una extendida familia, se las arregla bien y está mejor que yo de salud que he recurrido a Mercedes, que es una experta kinesióloga, para que me trate el cuello, según ella receptor del 95 % de las tensiones que se traducen en dolores fatigosos como aquellas tortícolis tenidas cuando niños. Los hijos propios y sus familias han salido bien librados del cataclismo y he tenido de parte de ellos solo gentilezas de benévolas personas. De Contulmo tengo noticias buenas, salvo el pánico suscitado por las réplicas amplificadas por las casas de tablas, más el entorno de bosques y montañas de Nahuelbuta.

Debo agradecer la preocupación de colegas pintores, amigos y parientes lejanos al comunicarse para saber de nuestra situación, hasta de venir a vernos exclusivamente y traernos insumos necesarios a los que uno no puede negarse ya que al comienzo se veía mal el desabastecimiento y se temía llegar a pasar apuros.

Fernando, en mi correo anterior te sugería enviar a tu circulo de amistades el escrito de Mis terremotos y sus réplicas como hiciste con el de aquella sicóloga capitalina tan en boga...Creo haberte dado adecuada respuesta sobre mi situación post terremoto y que estoy en condiciones de ampliarte estas noticias en próximos contactos, junto con compartir con los vecinos alrededor de una fogata. Con el afecto de siempre.

Iván Contreras R. 2010

martes, 16 de marzo de 2010

viernes, 12 de marzo de 2010

Mis terremotos y sus réplicas


En mi vida que ya suma varios años, me han tocado unos cuantos terremotos y temblores, grandes y menores. De ellos, el de este año de 2010 ha sido el peor, es decir el más brutal y extendido en el tiempo.

El 24 de enero de 1939, en los campos de Purén, en una antigua casa de madera y cuando yo tenía seis añitos- como dicen quienes creen que los niños tienen años más chicos- ante un fuerte sismo mi padre, don Manuel, me agarró del pellejo del espinazo y me dejó caer por la ventana... y ya todos en el patio le oí decir: ¡Éste ha sido terremoto en alguna parte!. Como por entonces las noticias andaban muy lento solo días después se supo que lo había sido y tremendo en Concepción y en Chillán. Aún más tarde se conoció de 10.000 y 20.000 muertos respectivamente. Una canción popular nació prontamente junto al sonido de la guitarra traspuesta: Chillán, Chillán, Chillán/ ciudad del movimiento/ en donde los cadáveres caminan bajo el pavimento/. Nunca se había visto tanta desolación...

Gran impresión y también consuelo trajo la visita del presidente don Pedro Aguirre Cerda y su esposa doña Juanita Aguirre a esa dolida ciudad.

En 1949 una inmensa sacudida telúrica me sorprendió una noche en el internado del liceo de hombres de Concepción y todos los jóvenes que alojábamos allí arrancamos al gran patio siendo una fea experiencia esperar la llegada del día en pijamas y a patita pelada.

Con Marta estábamos en 1960 en Concepción, de visita en casa de Tala, Nino e hijas, en una antiquísima casa de gruesas paredes de adobes y cubierta de tejas cuya vida terminó con el terremoto del 21 de mayo y hubo de ser demolida. A la apresurada salida resbaló una teja sobre la cabeza de Marta quien nada dijo esa mañana. Nos acomodamos todos en el departamento de una amiga y al día siguiente, a las 15 horas, asustados ante las virulentas réplicas bajamos a la Plaza de los Tribunales, momento en que se inició tan fuerte temblor, de epicentro ahora en Valdivia, siendo el mayor terremoto del mundo.

Tal sismo nos hizo decidirnos a viajar de inmediato a Contulmo en donde encontraríamos acogida y algo de calma en casa de mis padres, aunque allí sentimos por días tantas réplicas, con ladridos, mugidos y relinchos previos de la fauna local. Enseguida se agregaban los crujidos de las arquitecturas y los sonidos vegetales de hojas y el rechinar de ganchos y ramas de los bosque nativos que rodeaban al pueblo. Las secuelas, expresión de energía y tensión, durarán meses produciéndonos nuevos temores y no nos dejarían olvidar nuestro país sísmico.

Hasta este del 27 de febrero de 2010 que nos encontró en nuestra anual estadía en las Termas de Catillo, alojados en uno de los pabellones coloniales de nobles adobes y de muros recién restaurados. Caí del lecho y arrastré también a Marta terminando de despertar en el piso, esperando que el hueco entre las camas nos serviría de resguardo. Era un movimiento eterno, violento y agresivo, sin miras de parar. Cuando se aplacó había que vestirse con lo que hubiera a mano para salir de la habitación. Como en el pasado, yo dije a mi esposa: ¡este ha sido terremoto en alguna parte!. Y como siempre me acompaño de mi radio digital escuché desde emisoras argentinas que ya hablaban de un fuerte sismo en la zona central de Chile llegando así a la certeza de haber vivido un nuevo y gran terremoto.

Iván Contreras R. 2010




lunes, 22 de febrero de 2010

El mate y la yerba mate

El mate y la yerba mate

Doña Elena decía que le dolía la cabeza cuando no tomaba su mate a la hora acostumbrada. Al desayuno y a las onces. Nosotros como niños que éramos, tomábamos leche con café de trigo que le daba sabor y color.

Desde luego no podía faltar la yerba mate entre los encargos a mi padre o a quien viajara esa semana al pueblo. Los almacenes la expendían directamente de la barrica y con la poruña colmada hacían los kilos. Pasados varios años le regalé a mi madre una yerba mate que había comprado en otro país y la encontró más fuerte que la nuestra. Me pregunté el porqué de eso y más tarde supe que a la yerba mate, llegada del Paraguay o de Argentina, los proveedores de aquí la suavizaban con el agregado de hojas de árboles nativos de Nahuelbuta.

El mate tiene una forma propia, la de una calabaza decorada y a veces con una guarnición metálica en los bordes. Lo que era motivo de curiosidad para nosotros era la bombilla, de plata con sus agujeros, y que siempre queríamos verla y tocarla de nuevo. Escuché que las hacían en la cárcel, como verdaderas joyas artesanales con las monedas de 1933, lo que seguramente era cierto, porque el mate siempre se ha usado entre los internos de los penales.

La conversación sería muy interesante cuando teníamos visitas y a la hora conveniente mi madre cebaría el mate y todas sorberían de la misma bombilla a medida que lo iba distribuyendo en el circulo que se formaba, de entretención colectiva por el intercambio de noticias y comentarios: del viaje de don Pedro Aguirre Cerda a Chillán, después del terremoto del 39, con tantos muertos que dicen que no hubo familia que no tuviera uno entre sus miembros o bien de lo sucedido en Concepción en los mismos días. Era un tiempo en que las noticias caminaban muy lento, sobre todo si no había electricidad y sin tener una radio de aquellas que parecían catedrales.

A algunas materas les gustaba con azúcar o tal vez el mate amargo, pero siempre aceptarían agregarle otras hierbas para introducirle un nuevo aroma, fuera una cascarita de limón, hojitas de menta o poleo, quizás de cedrón o toronjil. Para los varones se le agregaría un chorro de aguardiente – de alambre de púas como dicen en Purén - y para nosotros de leche con borraja con fines curativos.

Se consume desde tiempos inmemoriales en aquellos lugares de producción, y su uso fue generalizado en la colonia y república, mas en el siglo XX se fue reemplazando por el té o el café. En Chile es frecuente hoy en las regiones meridionales, de preferencia en la patagonia; igualmente son consumidores los países del cono sur de América y nos causa admiración como los visitantes trasandinos, en donde es bebida patria, lo traen en sus viajes veraniegos, viéndolos como se acompañan de un termo, del mate y su yerba mate.

Iván Contreras R.
Prof. Emérito, U. de C. 2010




Una muy buena Web sobre el mate y sus costumbres:
http://www.folkloreando.com.ar/el_mate.html