martes, 27 de diciembre de 2011

Las flores son las que van

Carlos Pedraza

Una canción en una antigua película mejicana en blanco y negro decía así: Cuando se cortan las flores/ parecen llorar perfumes/ con lágrimas de colores/ que alegran los corazones. Versos y melodía que no he olvidado en tanto tiempo.

Las flores que siempre me han acompañado desde que las veía en los campos de Purén luchar contra la intensa sequía. Los cardenales o geranios seguían el derredor de las casas modestas de los inquilinos por lo mismo llamadas “flores de los pobres” y además son carne de perro pues de cualquier patilla caída en tierra saldrá una nueva planta. Asimismo lucen variados colores, podrán ser rojos, carmines, blancos, rosados o jaspeados de mezclarse unos con otros.

Si me pongo en otro lugar de este largo país, al estar en Arica en donde las bugambilias y los hibiscos aparecen por los muros en busca del cielo; en Pica, casi frente a Iquique, se sienten los aromas de los azahares de naranjas y limones. En cada oasis del desierto podemos sorprendernos con una flor y en Atacama el desierto florido es una gloria ante un poco de humedad. Al mismo tiempo la patagonia, a las alturas de Coyhaique, se cubre de lupinos, esos chochos de matices que van pasando por todo el espectro. Nacieron cuando se fueron las nieves y hacen arte de las colinas durante meses.

De nuevo en Malleco, las lomas de colores quemados en los veranos, en la primavera se tiñeron de rojos, de azules, violetas y amarillos de las flores de esas plantas que estudiamos y coleccionamos en los herbarios de la escuela. Así la naturaleza se va renovando y los botánicos del siglo XIX encontraron que las gentes originarias eran tan meticulosas y observadoras que la flor más pequeñita ya tenía nombre adecuado y que ellos solo le agregaron el latinazgo de la denominación culta.

Por septiembre y octubre las flores originan los frutos de cerezos, manzanos o ciruelos. Antes, en agosto los aromos y sus mimosas indicaban que venían los tiempos buenos. De pequeños nos comíamos las flores de los membrillares, pero no era mucho el daño que hacíamos ya que siempre amarilleaban los membrillos en su época, y de allí saldrían los dulces y mermeladas para el año. El territorio es por entonces una alfombra, en el parque de Lota y sus hortensias; con las azaleas y rododendros de Valdivia. Los copihues, la flor nacional, silvestres enmarañados en las montañas o domesticados en las copihueras de Angol y Contulmo. 

Cuando pintamos el tema de las flores no debemos ignorar sus estructuras, la conformación fantasiosa de las corolas, el entretejido de los tallos y todas son beldad en mano del hombre artista, en cada una se establece un canon ideal pensando en quienes las pintaron hermosas como Juan Francisco González, Carlos Pedraza y Anita Cortes que nos dejaron una tarea. De las flores que serán frutos o de los frutos que fueron flores. O de flores que solo crean semillas para eternizarse y que vienen de muy antiguo en el renovarse cada año. Son ellas las que van, las que nos muestran como camina el tiempo.

Existen personas que se preocupan especialmente de las flores, las damas de los clubes de jardines que cada primavera hacen exposiciones y compiten entre sí. En una de esas muestras vi un jarrón de lirios azules soñado para hacer una buena pintura. Los fotógrafos en sus agrupaciones también aceptan desafíos de captarlas en sus formas y colores y cuando no los había los pintores y dibujantes científicos reproducían las flores como motivo de estudio y catalogación. Y entonces hacían belleza.

Iván Contreras R
Prof. Emérito, U.de Concepción

jueves, 1 de diciembre de 2011

Qué culpa tiene el tomate


En el periódico de ese día se anunciaba una charla sobre la historia y evolución de las hortalizas que consume el pueblo chileno. El tema me interesaba, pues quería saber que había en cada metro cuadrado de nuestro territorio y por ser novedoso había bastantes oyentes al llegar al auditorio. El charlista, un ingeniero agrónomo estaba preparando lo necesario del material visual y su exposición la inició diciendo que él era un perito en maíz que vivió desparramándolo por todo el país y también experto en tomates.

Pero ahora quiso hablar del tomate que – según nos expresó – es la hortaliza de mayor uso en el mundo. Es una solanácea propia de América y se le reconoce, más bien, un origen en México y Perú siendo cultivada en los diversos países para ser tratada fresca, natural y en conserva, como fruto, en salsas o como jugo. De ser silvestre pasó a ser domesticado, lo que nos está diciendo que detrás del tomate actual – como de todas las otras hortalizas- está la mano del hombre. Las plantas rústicas tienen genes de gran calidad y son los que se van mezclando para hacerlas domesticas. En los primeros tiempos era de pequeña producción y duraba muy poco. Todas sus falencias se fueron mejorando en los huertos de personas preocupadas, como él mismo en las cercanías de Quillón y por ejemplo para lograr una mayor duración en el mercado se llegó a una cosecha escalonada. Por ser delicados, un gen suyo -el gen rin dijo el charlista- le dio firmeza, por hibridación, por mutación para que tolerara los viajes sin arruinarse. Firmeza es lo que más le interesa al intermediario.

Entre las ideas que expresó el conferencista, me pareció digno de consignar que en general no consumimos lo que debemos consumir, que comemos lo que le interesa al proveedor que hagamos y que para él queda el doble de lo que recibe el agricultor o productor. El tomate varía según el polen del ejemplar que esté al lado o sea se van formando dos tipos de plantas. Del más antiguo, aquel que conocimos con las características de tomate primario cuando éramos pequeños, su semilla es la AC 55. Que la germinación necesita agua, que no hay que sembrar demasiado profundo la semilla preparada en los viveros. Si se la pone muy hondo no tendrá fuerza para salir, tampoco en tierra muy apretada. Hay que dejar una distancia aproximada de 40 centímetros entre cada mata y para evitar las plagas plantar temprano, antes que se desarrollen los insectos.

Cosas que nosotros no conocemos, pero que los vegetales sí saben recibir son ciertas unidades calóricas que se distribuyen en el año, necesarias para llegar a su plenitud, lo mismo ha de suceder con el agua, que la que ha de caer caerá. Lo que como remate de la disertación me admiró fue el consejo de dejarlos unos días en la cocina para consumirlos en su sazón, pues su color rojo oculta cierta falta de madurez.

Iván Contreras R. 2011

jueves, 10 de noviembre de 2011

El 11.11.11 y los 100 años de Roberto Matta


El 11 de este mes se cumpliran 100 años del nacimiento de Roberto Matta, nuestro pintor estrella. La prensa chilena aprovecha de exaltar esa personalidad, también la televisión. Mientras para nosotros ha sido de importancia el espacio visual, todo lo contenido en nuestro rededor, digamos la naturaleza llena de cosas; a él parece no interesarle y sólo cuenta el espacio artístico, las grandes o pequeñas telas o papeles de diversos formatos y allí crea un mundo propio que no tiene ni antes ni despues. Aunque todas las artes anteriores a él pudieron ser sólo referencias para comparar, me parece encontrar cierta hermandad con el arte egipcio, porque ellos estaban creando algo nuevo para entonces, con el antecedente de las pinturas prehistóricas llenas de valores plásticos inaugurando siempre texturas, lineas, colores , claro-oscuros, totalidades que uno puede ver, que da que pensar y comprender que eso se consigue con un trabajo especializado. Organizado como algo nuevo, como arte. Con una técnica creada por él dotado de una facilidad otorgada sólo a los genios. Entonces me da por pensar que los pintores del Nilo conocieron a Matta y siguieron a Matta para crear sus personajes, sus ambientes, los mundos murales.

Su pintura es tan suya que los pintores que lo siguen se nota que lo siguen, pero que sepan que se puede crear algo diferente, tomar su filosofía, fundirla con la propia.......

Ivan Contreras R. 
11 del 11, 2011


martes, 18 de octubre de 2011

De dibujo en el zoológico


Cuando estudiaba en la Escuela de Bellas Artes, el maestro Ramón Vergara Grez nos llevaba a dibujar al zoológico ubicado en los faldeos del cerro San Cristóbal. Los monos eran muy movedizos; los leones y tigres estaban tras rejas muy tupidas para que nadie metiera las manos, pero además pasaban flojamente echados dormitando; la elefanta era inmensa y no dejaba de balancearse, la amable Fresia, en un espacio tan estrecho. De la jirafa era difícil hacer algo interesante con su cuello desmesurado: los pájaros no tenían ningún encanto.

Lo que sí dibujamos todos los futuros artistas fueron los camellos que estaban quietos, generalmente rumiando, en un corral más amplio de modo que teníamos mejor campo de visión. El todo del camello primero, en un croquis liviano, enseguida las correcciones y acentuaciones. Había que observar que sólo resultaban camélidos si se dibujaban largas sus corvas y cortas las piernas, así tomaban aplomo. También había que hacerles caras de camellos, con sus belfos colgantes, sus narices que a veces se cerraban y poner atención en sus ojos: dulces, mansos, tal vez pícaros y llenos de malas intenciones, seguro con ganas de tirarnos unos salivazos llenos de pasto verde.

Lo que si era difícil de captar eran sus extremidades totalmente desacostumbradas, que no se parecían a las del caballo ni a las del buey. Sus patas como planchas planas, redondas y aplastadas que según supimos se agrandaban al apoyarlas sobre la arena de los desiertos y entonces no se hundían. Eran un mal término para los miembros de la hermosa mole, tan llena de ritmos, del movimiento de su cuello, de sus jorobas, ancas y peludeces. Según como los dibujáramos resultarían muy naturales y figurativos, o bien constructivos y abstractos al estilo de Paul Klee en sus acuarelas de viaje por el norte de Africa, característicos eso sí al repetir los ritmos sus formas primordiales. Entonces cuando nos quedaban bien y parecían camellos los encontrábamos lindos y hasta nos daban deseos de acariciarlos con ternura, aun desde lejos tras el vallado que los separaba del público. Quizá venga desde entonces la afición a estos lejanos animales que me persigue y descubro su historia, su antigüedad, su probable paso desde América a los otros continentes, que hay dos clases de camellos, de una sola joroba, el dromedario de Africa y el de dos o bactriano en Asia. Que el pelo puede servir para varios usos como telas carísimas, alfombras, chaquetas de cuero y para hacer pinceles para artistas pintores siendo la mejor materia prima junto al de marta cebellina.

Como animales de los desiertos ellos son exclusivos de esos lugares, hechos para esos terrenos, que a la falta del agua la asimilan de una forma propia. Llevan grasa en sus jorobas en calidad de alimentación y energía. Que al estar acomodados para el desierto no pueden vivir en otro lugar como sucedió cuando en el siglo XIX (1846) se les trajo para atravesar desde Cobija a Potosí reeditando las caravanas saharianas y no prosperaron al no poder subir al altiplano boliviano.

Iván Contreras R. 2011

domingo, 4 de septiembre de 2011

Cantando himnos

Cantando himnos

Los himnos tienen una vida antigua y siempre se han cantado para honrar a los dioses, glorificar a los héroes y exaltar los grandes hechos de la historia. Corresponden a una composición poética de carácter funcional que adquiere una entonación musical o quizás al revés, una pieza musical que requiere de una letra que sirva para cantar y para marchar expresando sentimientos elevados.

Los himnos religiosos han sido especialmente importantes a cantar en las celebraciones de la liturgia. Recuerdo en aquellos años infantiles como se cantaba a la virgen en los atardeceres de la novena campesina allá en la provincia de Malleco, en casa de la familia Jara. En coro, canto colectivo de hombres y mujeres y sobre todo de los niños, como alabanzas en la procesión con que terminaba, elevaba el alma y agrandaba el corazón.

Los himnos se transformaron en expresiones políticas cuando fue necesario resaltar los ideales de la independencia de los pueblos americanos; algunos nacieron como cantos patrióticos en versos inflamados en contra del español, tanto, que luego hubo que moderarlos para no prolongar hasta el infinito una desavenencia puntual. En Francia, La Marsellesa de Rouget de Lisle, compuesta en 1792, fue el ejemplo que tomaron nuestros países para componer sus canciones patrióticas.

De nuestro himno nacional, con muchos versos, sólo se cantan el coro y la quinta estrofa, encendiendo las emociones al inicio de todo acto de importancia. Su impacto emotivo es el mismo en cualquier lugar del territorio y es, es por lo tanto, razón de unidad del pueblo chileno. La canción de Yungay, nacida en el siglo XIX, que entonábamos con entusiasmo marcial ensalzaba una victoria de guerra. Hacia 1940, en la escuela de la infancia, en lo alto de una loma de Huitranlebu, el patriotismo nos hacía entonar:” 18 de Septiembre/ por ti tenemos gloria/ tu fecha nos recuerda/ el mágico tesoro/ de puro y claro anhelo/ de patria y libertad/ de patria y libertad ...”, pero composición que ya nunca más oí.

Creo que no hay liceo en la república que no tenga su himno, motivo de entusiasmo en los actos escolares y de reminiscencias en las reuniones de ex alumnos, versos tal como: ”Oh, liceo en tus aulas resuena/ hoy un himno de afán creador...” o “En las aulas en que destella/ el verdor del Parque aún sin sol...” y“Juventud del liceo angelino/ esperanza de un mundo mejor......”

Las ciudades, asimismo, crean sus himnos útiles de usar en momentos de alegría y también en los de tristeza: “Soy de Lebu, soy de Lebu/ bajo el cielo y sobre el mar”. En la ciudad más septentrional de Chile, llamada de la eterna primavera, escuché culminar su canción entonando con toda el alma : “ Arica, siempre Arica/ siempre Arica hasta morir”.

Iván Contreras R.
Artista Plástico
Prof. Emérito U. de Concepción

Imagen: Escáner Cultural (Sobre la Canción Nacional)

jueves, 18 de agosto de 2011

Flores silvestres

Las  Amapolas - Monet 
(para ampliar haz click en la imagen)

Decimos bellas cosas de las flores de nuestros jardines y avenidas, pero no mencionamos a las que nacen solas en los campos. Lo que suele hablarse de las flores silvestres es que son hierbas, a veces malas hierbas, aunque sabemos que las flores de jardín fueron también alguna vez agrestes y que ha sido el cuidado de muchas generaciones el que las ha transformado en las que hoy tenemos. Las amapolas que pintó en 1873 Claude Monet, en un pastizal de Francia, por entonces eran silvestres.

No es extraño que en tumbas muy antiguas aparezca polen o semillas de las mismas plantas de hoy, porque aquellas que nadie cuidó supieron hacer sobrevivir su naturaleza, cubriendo los territorios y los tiempos. Una especie nuestra pudo colonizar Europa, después de viajar desde aquí en los bajeles coloniales que llevaban el oro americano.

Las flores silvestres siempre están presentes, las hay en cada estación del año, sólo que en primavera hacen eclosión en los campos abiertos, en los márgenes de las aguas, o bajo los bosques nativos. También entre las piedras de la alta cordillera o a nivel del mar sujetando las arenas con sus raicillas. Las encontramos al borde de los caminos y en los trechos de las líneas férreas, de donde recogimos los especimenes para nuestros herbarios escolares, aplastadas entre dos hojas de papel de diario.

Tener los conocimientos de un botánico puede ser valioso, pero lo será más tener gusto por ver las plantas del campo en esos días de sol en que las flores abren sus corolas. Para apreciarlas ayudará visitar los lugares en que proliferan, como en Malleco que enseña sus tierras cubiertas de azules, rojos o amarillos. Allí, a través de las flores muestran las lomas su espíritu. Mientras tanto en un zumbido liban los insectos el néctar de ellas; los escarabajos corren mil veces por entre las hierbas, subiendo y bajando los terrones. Es hermoso pasear la vista por las planicies verdes y descubrir en ellas la individualidad de cada flor.

Hace algunos años vi el despliegue de los mantos de coloridos chochos de la patagonia en Coyhaique después de haber estado meses bajo la nieve. En el norte encontramos, como en un alarde de supervivencia, los matices del desierto florido de la Tercera Región.

Las plantas silvestres y sus flores vivirán su martirio en los incendios casuales o provocados y frente al jardinero irreductible que no las perdona si su cultura le dice que son hierbas. Pero en ambos casos se terminarán reponiendo por su tenacidad y persistencia.

Las flores silvestres no sólo son propias del campo. Aunque no nos demos cuenta están muy cerca, y si miramos nuestras vías pavimentadas veremos en cualquier traza de tierra o en lo alto de una pared, algún llantén o diente de león.

Iván Contreras R.

domingo, 24 de julio de 2011

La cazuela, plato para armar


Aquel viaje de 1968 hasta Arica lo llamamos “la campaña de la cazuela”, ya que el plato obligado en cada pueblo por el que pasábamos era este condumio nacional. A los hijos pequeños se les daba primero el caldo y luego, en plato aparte, lo sólido. Como era un viaje de ida y vuelta, fueron muchas las cazuelas que probamos, de hoteles y restaurantes; de modestísimas posadas en paradas del camino, en medio del desierto.

En cada lugar, siendo la misma era diferente. Ser sabrosa o desabrida era cosa de latitud o de la mano de la cocinera y pudimos comprender que si el mar nos daba las pailas marinas y el caldillo de congrio, la tierra nos da la cazuela. Lo característico de ella proviene de la carne que se use, que si es de vacuno, cordero o ave. La de cerdo o pava han de acompañarse con chuchoca.

A la cazuela se la come en los hogares de todo Chile y adopta sus formas regionales dependiendo de los ingredientes disponibles para armarla. Y existen tantas recetas como cocineras quieran hacerla. Lucinda cuenta que fríe verdura picada en algo de aceite, luego pone las presas de carne a que se doren con ella. Cuando está esto listo le agrega agua hirviendo y el pollo sigue así por media hora, el vacuno por más tiempo. Momento para agregar las papas, zapallo y choclo. Finalmente, arroz. Una vecina la hace de otra manera, cociendo aparte y juntando todo después en el caldo de la carne.

Tiene su edad y su nacimiento se pierde en la oscuridad de los tiempos. La hemos visto inscrita en el diario de Gustave Verniory, el ingeniero belga que trabajó diez años en la construcción de los puentes ferroviarios entre Victoria y Pitrufquen, a fines del siglo XIX. La menciona y alaba en manos de doña Peta, la cocinera que le hacía “deliciosas cazuelas de perdices y también de loros”, (choroyes). Otra vez la describe como una especie “de caldo con trozos de pollo, zapallo, choclo, porotos verdes, todo aliñado con ají; se acompaña con vino blanco”.

En casa de nuestros padres había cazuela todos los días del año, casi siempre de ave. A partir del pollo cazuelero, al cual mi madre le tiraba el pescuezo, se completaba con lo que se tenía a mano, incluidas hierbas naturales del campo. Resultaba diferente la de verano a la del invierno.

Me gusta recordar que allí mismo, parajes de Purén, de vez en cuando se mataba una oveja para la peonada, siendo la más vieja del rebaño, de sabor fuerte, entregando una cazuela espesa de carne, locro y papas, acompañándola tal vez con alguna cebolla y unos capis de ajíes arrancados de la ristra ahumada clavada en la pared.

Iván Contreras R. 2009

sábado, 2 de julio de 2011

Girasoles

(Para ampliar haz click en foto)

Un cuadro representando girasoles, estaba haciendo de fondo a una mesa redonda de un tema regional en la televisión. Me llamó la atención que se viera mejor que en la realidad del muro de la galería en sus colores y armonías. En pueblos y campos de Chile es posible encontrar la planta de esta flor y en el caso de esa pintura fue resultado de recorrer las calles de Santa Juana en donde pude encontrarlas tras los cercos de los huertos, plantas altas floridas visibles que se ofrecen a los paseantes y que en este caso como artista poder apropiarse de ellas. Seguramente fueron plantas silvestres, pero con el tiempo domesticadas aportando sus matices dorados brillando como el mismo sol o más bien reproduciéndolo como si fueran un espejo y en los interiores de las habitaciones como conjuntos de floreros generosos. En la agricultura se le cultiva con fines industriales por sus semillas para exprimirlas y obtener de ellas un sano aceite para cocinar. Por entonces en las vegas y chacras de Malleco se sembraban matas de girasoles, más bien, como notas de alegría y sus flores siempre dirigidas al sol aprovechando su cualidad de fototropismo de tal modo que su luz y calor estará madurando hasta el último grano.

Llamada también maravilla o mirasol es originaria de América, de maduración anual podía alcanzar grandes tamaños y sus flores eran atractivas para pájaros, insectos y animales, y el hombre habrá trabajado junto a ellos probándolas como inconvenientes o que fueran buenas para la vida. Se estima que su cultivo provenga del año 1000 A. C y junto a otras plantas como las papas, zapallos, maíz, paltas etc forma parte de alimentos útiles a los antiguos americanos, que en este caso consideraban además sus flores como una imagen o símbolo del sol. Hay una fecha, se calcula que en 1515 pasaron los primeros girasoles a Europa y allí supieron usarlos como alimento, sobre todo el aceite de sus semillas siendo desde entonces cultivado como oleaginosa y como planta ornamental.

La forma de la flor es muy característica, amarillos variados en sus pétalos y su corazón circular de semillas cafés, ocres, rojizas algunas. El pintor Vincent van Gogh – 1853-1890- siempre pobre de temas para sus pinturas tuvo en los girasoles, motivos magníficos, que él conseguía en los potreros y las florerías. Organizaba su trabajo en series y de los girasoles realizó conjuntos de cuadros en jarrones grandes para unas flores grandes, frescas, marchitas y secas guardadas en el taller, aplicándole abundante pintura para acentuar las fuerzas de sus texturas, encontrándose en los principales museos de Europa. Realizó diferentes versiones alcanzando altos precios en el mercado del arte y en 1987 se vendió en un remate un florero con quince ejemplares a un precio altísimo y que fue llevado al Japón. Hoy todos nosotros relacionamos esa planta con el pintor holandés, con la síntesis de su forma, de sus hojas y de sus bellos colores.

Iván Contreras R.2011

miércoles, 8 de junio de 2011

Regalos


Eduardo Ossandón

¡Cómo se le ocurre al Iván traerle una piedra de regalo de cumpleaños al Eugenio!, fue la expresión de su esposa que olvidó que su marido entendía de piedras por su oficio de escultor y que aquella que yo le había llevado – no como un sácame de apuros – era un notable trozo de madera fosilizada encontrada por mi mismo en las cercanías de Angol. Supe por el gesto y por el brillo de sus ojos que "al Eugenio" (Eugenio Brito) le había fascinado el regalo porque él supo que le estaba entregando miles de años en esa muestra material, los que había demorado en formarse conservando las vetas y señales de un árbol de Nahuelbuta. Además ese regalo cumplía con otra condición de tal, que a mí me doliera deshacerme de ella ya que llevaba años entre mis cosas queridas. Marta me había advertido que algo así podía pasar, que no fuera comprendido mi gesto, pero yo había pensado que ese era el presente indicado para esa persona. Pasado algún tiempo vi la piedra en un lugar destacado en aquel hogar.

El pintor Eduardo Ossandón recibió agradecido esas fotos de árboles y paisajes que le había llevado como posibles temas para sus pinturas. Además de conversar largamente de nosotros mismos, de sus males y soledades, cuando ya me retiraba y pasar por el living en un ágil movimiento descolgó un cuadro suyo y me lo pasó, Sorprendido yo amagué una devolución y que solo había venido por verle a él y traído esas fotografías como un regalo desinteresado. ¿ Que no puedo ser espontáneo yo… huevón?. Al responderme así y ante esas palabras ciertas e ineludibles acepté su regalo que hoy cuelga en uno de mis muros.

El único regalo de matrimonio que conservamos, desde hace unos 55 años, es un cuadro de don Carlos Pedraza, mi maestro de pintura. Como siempre ha estado en un lugar preferente se conserva en perfectas condiciones y por eso yo suelo aconsejar que se regalen obras de arte en los casamientos, no grandes pinturas, pero que estén bien enmarcadas y que el artista lo respalde con una buena trayectoria.

Cuando se trata de que yo obsequie un cuadro a una nueva pareja tengo buen cuidado en que los novios y su familia comprendan la calidad de la gentileza, pues si no es así temo que digan “no tiene ninguna gracia el regalo de Iván, total lo hace él mismo y no le cuesta nada”. En ese caso prefiero comprar alguno de las listas que se hacen llegar al propósito. Si alguien me compra un cuadro como regalo y se pone a pensar que le gustará a la persona en cuestión le aconsejo que se decida por algo que le guste a si misma, o sea algo con lo cual ella se quisiera quedar.

Al gran pintor Sergio Montecino, Premio Nacional de Arte 1993, le pedí que me enviara un cuadrito desde su taller para mi pequeña colección y me cobró solo el valor del marco por lo que entendí que la obra como tal era un regalo que rubricaba una larga amistad. Cada vez que lo veo me recuerda al querido maestro y siento orgullo de poseer esa muestra de su aprecio.

Iván Contreras R.
2011-04-17
Prof. Emérito, U. de Concepción

viernes, 13 de mayo de 2011

Esencia en gotas


Gallina trintre enana

Los habitantes de Malleco tienen genes comunes que les permiten fácil amistad. He sabido que hasta en el extranjero saben reconocerse. Eso es tener “química” como me lo dijo una profesora de química.

Las fotografías antiguas de pueblos y campos son testimonios visuales de tiempos idos. Así se puede ver en el museo de Purén.

Si conocemos el pasado provincial podemos movernos con propiedad en el presente.

Los tiempos de entonces no es que fueran mejores. A la hora del relato se olvidan las penas, las dificultades, los dolores, sí se agrega la fantasía.

Las comidas que provienen de la tradición mallequina son interpretadas por la buena mano actual.

Junto al río las ramas y hojas de los sauces llorones se convierten en laureles al ceñirse como coronas clásicas a las sienes de los bañistas.

En los veranos a la hora de la fresca, las tardes y sus atardeceres brillantes de los celajes y sus colores románticos.

En los inviernos temporales con relámpagos y truenos que ruedan como toneles por las lomas y cerros.

Entre las tempestades eléctricas se forjaban los “rayos” que caían como hachitas de piedra que encontrábamos semienterradas en la cima de las lomas.

De los coleópteros hay miles de especies, algunas en la noche con luz propia.

En los campos las cosas del amor se daban con naturalidad. Las consecuencias las arreglaba la “misión” casando y bautizando.

A los niños mapuches se les daban nombres del calendario olvidando así el apelativo en lengua.

Con las primeras lluvias saber encontrar los hongos comestibles. En Europa hacen lo mismo.

Las lomas en primavera – como el desierto florido – son jardines reproduciendo la botánica de los libros y más.

Me pregunto si todas las gallinas de Trintre, ¿serán trintres?.

Angol que tiene historia, desde la conquista refundada tantas veces; punta de rieles en el siglo XIX desde donde se distribuían a los colonos extranjeros en caravanas de carretas y sus yuntas hacia toda la Araucanía.

De ciudad estudiantil se le denominaba y su alma mater era la Escuela Normal y sus promociones insuperables en su profesión.

Las hierbas en tiempo de sequía huelen más fuerte: los culenes, los poleos, las mentas, los hinojos, las melosas, el toronjil cuyano. Las esencias se condensan en gotas que perfuman los aires de Malleco con sus aromas.
Iván Contreras R . 2011


Fuente foto: www.criaderoelcanelo.cl/

lunes, 25 de abril de 2011

Gonzalo Rojas, poeta


Rojas... ya estás en el cielo

"Curanipe, Navegando en el tiempo"

Gonzalo Rojas, el poeta nuestro que recibió – entre otros- el Premio Cervantes, es un buen ejemplo de trabajo literario en las regiones de Chile y con ello nos dice que se puede hacer creación artística de calidad superior lejos de los centros tradicionales. Desde el extranjero supieron saltarse a la capital, porque desde allí supieron distinguirlo al verle sin nebulosas en los ojos.

Cuando leo sobre el poeta Gonzalo Rojas Pizarro que: “nunca tuve impaciencia por publicar, tampoco afán de éxito. Todo lo contrario, siempre me ha parecido una desmesura”, entonces yo le creo. Al conocerle en 1960 ese éxito que hoy ha conocido a raudales ya lo llevaba guardado pero él no lo sabía.

Cuántas veces conversamos, de tú a tú, siendo yo más joven, cuando ocupaba su cargo en la Dirección de Extensión de la Universidad de Concepción, en donde desarrollaba un trabajo de funcionario emprendedor y visionario, cuando organizó las escuelas de verano y los encuentros de escritores que dejaron una huella en el trascender de la vida cultural penquista. También esas iniciativas e inventivas tuvieron eco nacional y fueron modelo para otras instituciones del saber internacional.

Por entonces me compró una acuarela de la zona de Contulmo, con el lago Lanalhue al fondo. Es probable que le gustara por ser de la provincia de Arauco en donde se encuentra Lebu, la ciudad puerto en que nació. Recuerdo que era hermosa en su formato mediano y sé que la ha conservado por tantos años en que su vida ha seguido caminos muy variados.

Como poeta pasó penurias en la vida de joven, con el fallecimiento temprano del progenitor que hizo que su madre ampliara su función a la del padre ausente y estuviera bajo su responsabilidad la mantención y los estudios de los hijos. Pero claro, Gonzalo tiene un espíritu diferente al de sus cinco hermanos desde su sensibilidad y su particular manera de enamorarse de aquella chiquilla de ojos zarcos: “ a quien jamás me atreví a confesarle mi amor”, como el primer amor que no se concreta, pero que le servirá de motivación pura para sentir a la mujer: “Desde mi infancia vengo mirándolas, oliéndolas/ gustándolas, palpándolas, oyéndolas llorar/ reír, dormir, vivir”.

Gonzalo Rojas es intervenido por el destino que lo castiga de joven, que lo exilia de adulto, pero que lo reconoce, premia y homenajea de mayor. En los últimos tiempos recurre a lo vivido, a lo leído para seguir escribiendo, seguir viajando, aunque piense con sentido realista que lleva a la muerte junto a sí, “como una niñita que camina al lado de uno, a la cual uno debiera amar y no temer”.

Ahora último lo he visto caminar lento, pero erguido y seguro. Hablar despacio pero puede apurar y hasta hacerlo golpeado si la expresión lo necesita. Como muchos vates que usaron la cabeza y el talento para iluminar nuestras existencias alcanzará una larga proyección futura. Descubriremos mucho de los contenidos en su sabiduría poética, vendrán las revalorizaciones. Podemos esperar.

Iván Contreras R.
Prof. Emérito, U. de Concepción


Fuente imagen: Consejo de la Cultura.cl

miércoles, 13 de abril de 2011

Los cielos de Malleco


Pedro Luna - Atardecer en Malleco

Los cielos de Malleco

Situado en la cima de una loma se tiene dominio sobre las otras lomas, que se suceden una tras otra hasta la lejanía. Donde se encuentran y ascienden por la cordillera arbolada de Nahuelbuta o bien se estrellan con la pantalla azul de la cordillera nevada de los Andes. Todo ese espacio está cubierto por la bóveda del cielo, inconmensurable, muy densa de aire azul en el cenit y aclarándose al llegar a contactarse con la tierra y sus horizontes. Para pintar un buen cielo y que resulte hay que considerar esta característica.

Una mirada al cielo y se saben muchas cosas para ese día o para muchos días consecutivos. Temprano en la mañana, el campesino mira su cielo y si es cristalino en su claridad es que augura un día caluroso.

Los días de enero pueden ser muy limpios y por tanto tener un firmamento de fuerte azul. El de febrero siempre ha de estar sembrado de nubes aborregadas y correrán brisas.

El cielo tiene dos vidas, una de día y otra de noche, pasando por las transiciones, la alborada y el crepúsculo que pueden ser muy hermosos en los colores que se desparraman como celajes en las alturas; horas preferidas para la fotografía y para los intentos de los pintores por eternizar en sus telas esos momentos considerados como románticos.

En invierno, en un día de temporal, puede ser el cielo un eterno espectáculo de nubes que transitan a gran velocidad impulsadas por vientos estelares. Una tormenta eléctrica con sus rayos formará figuras luminosas de increíble inventiva. Siendo niños, tendidos de espalda en el patio de tierra, mirábamos como se dibujaban en las nubes animales fantásticos y a veces los rayos cortaban las cabezas a los dragones. Cuando se desataban los grandes chaparrones hacían que toda la vida del campo se detuviera .

La noche depara un mundo nuevo en que la luna y las estrellas son las protagonistas. En la oscuridad nocturnal la luna llena parece más grande y con el silencio que ayudaba a concentrarse en sus manchas era posible ver clarito a la Sagrada Familia, a la virgen y el niño montados en el asno en su camino al exilio. De recorrer las estrellas, viajar por la vía láctea, reconocer a la osa mayor y descubrir la cruz del sur, pasar por los más brillantes luceros y no cometer la locura de contarlas- cosa que nos tenían prohibido -por la creencia segura de que nos saldrían verrugas dolorosas.

Las luciérnagas en sus vuelos intentan competir con las estrellas y cuando la noche estaba nublada podían ganar. También palidecían las estrellas cuando se encendían las luminarias sobre las lomas en el la noche de la Cruz de mayo.

Iván Contreras R.2008




Fuente foto Laguna del Malleco: http://www.skyscraperlife.com/

(haz click sobre imagen para ver en gran formato)

martes, 8 de marzo de 2011

Tocando la guitarra


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Ese día en la feria de libros usados me llamó la atención un título de portada verde y la fotografía de una mujer y su guitarra: “La cantora popular, fuente de nueva vida”. Allí uno tiene tiempo solo para hojearlo, tal vez para leer un párrafo. Lo demás lo hace la tincada y que esa obra se haga querer. El resto habrá que dejarlo para la casa, que nos pueda sorprender o que no le hallemos mayor gracia.

Las ferias no siempre ofrecen buenos precios, pero sí la posibilidad de encontrar libros que se han hecho escasos, que son de décadas pasadas como este de la cantora popular que es de 1988 y además de una edición privada que jamás llega a las librerías formales. El Taller de Acción Cultural – Quinchamalí, le dio forma en base a entrevistas a cantoras populares de la zona de Ñuble. De los campos y de los pueblos, ellas consideran un don tener voz y el manejo de una guitarra. Podían tener voz para cantar composiciones de su pertenencia o lo de otras, pero lo que siempre - según decían - era difícil hacerse del instrumento y una de ellas contaba que tocaba en una guitarra heredada, muy vieja y nunca afinada. Lo otro era tener “una memoria grande y dotes” y también que no “tuvieran vergüenza para cantar”, o sea no amilanarse ante el público de esa fiesta, trilla de enero, casorio, novena de las Carmenes, el Mes de María o velorio de angelito al que “uno le cantaba sus tonás,” para donde son requeridas, queridas y muy bien atendidas.

Con ese libro, el Taller quiso rescatar la historia y conocer nuestra identidad. Descubrir desde luego que cada cantora tiene muy adentro el lugar en que ha vivido, su familia, sus casas, sus patios apisonados, sentir el perfume de sus flores y de sus huertos. Y una cantora no se hace por generación espontánea sino que hay un destino que recorrer, desde la niñez, de la herencia de sus mayores, de madres y abuelas, vecinas y parientes, de canciones ajenas que se vienen cantando en el tiempo y propias principalmente. “Aprendí a tocar por tercera alta, por transporte españa y por guitarra. Hay tantos toquíos, pero son más antiguos. Es un don que nuestro señor me dio al nacer, y que tendré que morir con él. Por eso es lo más grande que tengo. Por eso no me he casado porque tenía un novio campesino. Un hombre muy buen mozo, de muy buena familia, de dinero. Entonces yo pololeaba con él. Un día me dijo que él se iba a casar conmigo, pero yo tenía que dejar la guitarra.”

Cuando escuchó eso, le dolió mucho y se expresó diciendo: “si uno con cantar no hace nada, no comete nada malo. Porque a mí todo el mundo me respeta cuando salgo a cantar”.

Entonces doña Edith le agregó que se acababa todo, que se olvidara de ella, “que prefería mil veces la guitarra antes que él”.

Ver como ese grupo TAC hizo recorridos aquel año por los campos de Chillán, por Quinchamalí, en donde las loceras hicieron tradición de la guitarrera de greda negra y sus filigranas, por San Nicolás y Portezuelo, sobre todo en este último pueblo en donde se pusieron en contacto con las cantoras populares, con su oficio de cantar, con las tradiciones y comprendieron que ellas eran fuentes de nueva vida.

Iván Contreras R. 2011





Fotografía "Guitarrera de Quinchamalí": manosdelalma.cl

jueves, 10 de febrero de 2011

Pajonales

Es de mi información que existe el "Dia Mundial de los Humedales" que se aprobó en una Convención Relativa a los humedales de importancia internacional,de fecha 2 de febrero de 1971 en Ramsar, ciudad de Irán y Chile se hizo partícipe desde 1981. En 2005 estableció una Estrategia Nacional de Conservación y Uso Sustentable de Humedales.

Por eso hay que tener presente la maravilla que es la vida de los pajonales de nuestras cercanías y no intentar secarlos ni darles provechos ajenos y desde luego hay que iniciar en los niños la instrucción en el cuidado de estos territorios bajo las aguas, respetar la vida que allí se acoge y considerar que forma parte del paisaje. La compensación de la sequedad de lomas y cerros son sus pajonales o humedales, llegan a un equilibrio. Una vida de milenios se le deben como herencia a las generaciones futuras. Preocuparnos de la tierra y de las aguas, cuidando los humedales.
I.C.R.





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Pajonales


Por entonces, a mediados del siglo XX, en Lumaco y en Purén se les llamaba pajonales, y cuando niño viví junto a ellos. Se denominaban así por la variedad de pajas bravas o cortadoras, por los batros y las totoras, que por milenios proveyeron a los naturales del lugar de material para construir, torcer cuerdas; para tejer o hacer cestos. Hoy en día se les llama humedales. En tiempos de la conquista y de la colonia los españoles mencionaban a las ciénagas de Purén, que eran temibles porque en cualquier escaramuza los mapuches se guarecían en ellas, en sus islas y bajíos y sus adversarios se empantanaban con sus cabalgaduras poniendo en peligro sus vidas.

Los pajonales eran verdaderos santuarios de la naturaleza por su vida vegetal de algunos canelos, de pitras y temos, que pasaban gran parte del año con sus raíces en el agua. La abundancia y diversidad mayores eran en la avifauna de especies propias y aquellas venidas de otros mundos en cada estación buena. De entre las aves- donde las garzas blancas eran hermosísimas- nos interesaban los patos silvestres comestibles y en su momento eran tantos los pichones que los cazábamos a palos al salir a los rastrojos. Asimismo recuerdo, durante la migración de aves al asomar la primavera, la llegada de las golondrinas, finas y bellísimas en sus rápidos vuelos blanco y negro.

Como las aguas eran bajas se pescaban grandes carpas con arpón pues su espinazo dibujaba la superficie. Coipos y huillines preparaban sus madrigueras y no les faltaba alimento tierno.

Con nuestras piernas de niños recorríamos los pajonales pisando sobre un légamo movible de trozos de totoras. Existían canales invisibles conocidos sólo por nosotros y por ahí se navegaba en rústicas canoas impulsadas por una larga vara. En esa época se creía que los pajonales se habían formado porque no existía un correcto y fluido drenaje, y para corregir eso se contrató a los ingenieros civiles René y Ernesto Ojeda quienes ejecutaron vías de desagüe. Supe que por un tiempo se logró rescatar algunas tierras, pero que finalmente las aguas habían vuelto por sus antiguos fueros.

Los numerosos y densos pantanos solían tragarse a los animales, y si alguno sobrevivía un rato siquiera, podía salvarse - tirándolo- por medio de lazos o cadenas con yuntas de bueyes, o apealados desde caballos. Nosotros criamos una ternerita encontrada junto a su madre muerta de agotamiento en los esfuerzos por librarse de su empantanamiento, animalito que fue nuestro regalón y que creció hasta ser una vaca que asomaba su astada cabeza por la puerta de la casa y que con un mugido bajito pedía algún delicado bocado junto a la palmada de cariño. Podía verse a la Pitoca, ése era su nombre, paseando sobre su lomo a cuatro o cinco niños de la escuela. Con el tiempo cumplió su destino de madre y lechera, y un día la perdimos de vista para siempre al ser llevada a la feria del pueblo.

Iván Contreras R., 2008



Fuente: http://turismopuren.blogspot.com/

lunes, 17 de enero de 2011

Primera mitad del siglo XX, su sentido de época


Motivado por las fotografías antiguas de la familia se ha de hablar de los antepasados, de quienes vivieron de amores, de penas y alegrías, pero de trabajo sacrificado. También de sus viajes en un contexto diferente, en que todo funcionaba de otro modo en comparación a este mundo actual, cuando se hacían en carruajes de tracción animal, por caminos de tierra cuyo estado dependía de las estaciones del año, por lo que en invierno se iría por una vía cubierta de barro si no lo mandara una emergencia grande como un atroz dolor de muelas, quizás un accidente en los potreros.

Para satisfacer otras exigencias estaba el tren, que no fallaba para ir a la ciudad lejana en donde estaba el liceo o el gran hospital necesario. Para lo mismo el trencito de trocha angosta daba salida al ramal de los italianos de Capitan Pastene. Desde Contulmo los estudiantes amanecían a caballo para tomar el tren en Purén. Al mismo tiempo otros contulmanos que iban a Cañete o a Lebu- la capital de la provincia de Arauco- se embarcaban en el vaporcito Santa María del colono Federico Müller que navegaba la laguna Lanalhue hasta Peleco y retomar allí el ferrocarril a su destino. Los viajes a Europa, en esos días, desde Valparaíso, se hacían en grandes transatlánticos a vapor y por un mes.

Los animales eran parte importante de las pertenencias de cada habitante, el piño de ovejas, fueran los caballos o los vacunos, que tenían sus jornadas diarias en un campo que funcionaba con el monocultivo del trigo, en lomas y cerros suaves en que todavía no se encontraban pinos ni eucaliptus. Las yuntas tiraban los arados, las rastras y otra maquinaria cuando recién llegaban los tractores. Estaban los hombres sometidos a las medicinas naturales y no se conocía la penicilina que, con toda seguridad, pudo curar enfermedades que por entonces resultaron mortales, y los mismos médicos del pueblo estaban expuestos a un desgraciado contagio.

Los artefactos van evolucionando y manteniendo su vigencia como la bicicleta y los primeros automóviles, la pluma fuente, el lápiz Faber Nro. 2 en las escuelas urbanas y rurales atendidas por las maestras y maestros egresados de las escuelas normales de Angol y de Victoria. Los objetos de la casa y de la cocina son hoy antigüedades dignas del museo, como también los aparatos que reproducían música de melodías ya idas. Cuando la electricidad solo iluminaba los pueblos, a veces débilmente, era difícil la conservación de los alimentos en los campos, sin refrigeradores, pero existían formas tradicionales de conseguirlo.

Las vestimentas estaban sujetas a los dictámenes de la moda impuestos por las revistas Pacifico Magazine, Margarita, Zig-Zag o Para Ti. Tiempo de costureras y sastres – hoy oficios concluidos- que daban sabias formas a los cortes de género que surtían las tiendas y paqueterías del pueblo o que venían en el brazo del falte. Los zapateros hacían el calzado para cada persona, remendaban los que envejecían con el uso.

Como funcionaba todo, como se pensaba y se compartía en sociedad, en las visitas, en los ámbitos y bares de los hoteles, como se recibía a la primavera con las fiestas y su reina, la joven más bella de la localidad, daba el sentido de la época, estilo que nosotros situamos ahora, con la debida perspectiva, en la primera mitad del siglo XX.

Iván Contreras R.
Prof. Emérito, U. de Concepción


Fuente: http://www.caleuche.org/valparaiso.html